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El testamento de Augusto (1/2)

Fuentes: Renenaba.com

Traducido del francés para Rebelión por Caty R.

Es posible que tu navegador no permita visualizar esta imagen. 2001-2011: El decenio que marca el final de cinco siglos de hegemonía occidental absoluta sobre el resto del planeta

«No debemos cruzar el Éufrates. Más allá del Éufrates es el dominio de los aventureros y los bandidos» [Testamento de Augusto] (1).

Deberíamos revisar a nuestros clásicos. Los gobernantes, los intelectuales mediáticos evolutivos, todos los tránsfugas que han cruzado el Éufrates con su belicismo desenfrenado renegando de sus convicciones juveniles por vanidad social, codicia material o sometimiento a la comunidad.

La profecía de Augusto parece cumplirse. Afganistán e Irak, los dos puntos negros del siglo XXI habrán sido la pesadilla de Occidente. Afganistán, el Vietnam del imperio soviético, se convirtió después en el nuevo Vietnam estadounidense, sólidamente enmarcado por potencias nucleares, China, India y Pakistán que ya son interlocutores principales en el escenario internacional, mientras Irak, víctima colateral de un tramposo juego de billar de George Bush hijo sustituyó a Afganistán en su función de punto de fijación del absceso de Oriente Medio, el desvío del conflicto palestino.

1.- Una estrategia de catarsis

Deberíamos revisar a nuestros clásicos. En particular a Rudyard Kipling (2), su «Fardeau de l’Homme blanc» (Carga del hombre blanco), lejana prefiguración de la misión civilizadora de Occidente y su «Gran juego» afgano, a su vez lejano precursor del «Gran Oriente Medio». A dos siglos de distancia, a despecho de los avatares, bajo diferentes vocablos, la misma permanencia, el mismo objetivo para la misma fijación, que evolucionará hacia un absceso de fijación.

La estrategia de la catarsis iniciada entre los antiguos socios esenciales de la época de la Guerra Fría soviética-estadounidense -los islamistas del movimiento saudí antisoviético y su patrocinador estadounidense- ha demostrado sobre todo la capacidad corrosiva de la instrumentalización abusiva de la religión como arma del combate político y ha puesto al desnudo la ceguera política estadounidense. Ha revelado la vulnerabilidad del espacio nacional de Estados unidos al mismo tiempo que la torpeza de los dirigentes árabes, el vacío intelectual de sus élites y la inutilidad de un lavado de cara del sistema político árabe tal como funciona desde la independencia de los países árabes tras la Segunda Guerra Mundial (1939-1945). Primera ilustración a escala planetaria de las guerras asimétricas de la era postcomunista (3), dirigida a desestructurar al enemigo a falta de su destrucción, el «martes negro» estadounidense -la implosión de bombas humanas voladoras contra los símbolos económicos y militares de la superpotencia estadounidense, el Pentágono en Washington y las Torres Gemelas del World Trade Center en Nueva York- constituyó la primera irrupción brutal en tiempos de paz en el territorio de un Estado occidental de un crimen masivo indiferente al estatuto sociopolítico de las víctimas. Además de modificar radicalmente las formas de la lucha política-militar, el atentado constituyó un acto de ruptura con el antiguo orden árabe.

2. Irak ocho años después, la hecatombe de los «fabricantes de guerra»

Ocho años después, cuando el nuevo gobierno demócrata de Barack Obama anunciaba el final de las misiones de combate del ejército estadounidense en Irak, el 21 de agosto de 2010, treinta y cinco de los principales protagonistas occidentales de la intervención anglo-estadounidense ya habían pasado al basurero de la historia desde la caída de Bagdad, el 8 de abril de 2003. La hecatombe de los «fabricantes de guerra» incluye a los cinco procónsules estadounidenses en Irak (el general Jay Garner, Paul Bremer, John Negroponte, Zalmay Khalil Zadeh y Ray Crocker) y los tres comandantes en jefe (Tommy Francks, Ricardo Sánchez y John Abizaid), récord mundial absoluto de rotación, sin contar los daños colaterales.

A cada mes su chivo expiatorio con una regularidad de metrónomo.

El primero de la lista de desaparecidos, fue el general Jay Garner, primer gobernador militar estadounidense de Irak, destituido de su puesto en mayo de 2003 por su falta de diplomacia, seguido tres meses después, en julio de 2003, por el general Tommy Franks, comandante en jefe del CENTCOM, el mando central de la zona intermedia entre Europa y Asia, que engloba los escenarios de operaciones de Afganistán e Irak. Este hombre, cubierto de gloria por sacar adelante sus dos guerras, pidió la jubilación anticipada despechado por su fracaso en la estabilización de Irak después de la guerra.

Otros dos generales pagaron el precio del escándalo de las torturas en la prisión de Abu Ghraib en Bagdad: la general Janis Karpinkski, la jefa de prisiones que supervisó las torturas, y el general Ricardo Sánchez, comandante operacional para Irak, que pidió el traslado a Alemania por miedo a convertirse en cabeza de turco por los abusos estadounidenses. Sánchez dejó su puesto en agosto de 2004, un mes después de la salida anticipada de Paul Bremer. El tercer comandante en jefe, el libanés-estadounidense John Abizaid, cedió el puesto al almirante William Fatton a principios de 2007, víctima del informe Baker Hamilton, crítica sobre los reveses militares de EE.UU. en Irak.

Por otra parte, el lamentable espectáculo de la evacuación de Paul Bremer borra de la memoria el derribo de la estatua de Saddam Hussein y evoca las peores imágenes de la desbandada de Vietnam. La precipitada huida del procónsul estadounidense engullido por un helicóptero con los motores encendidos y los rotores en acción, propulsó en la opinión pública la imagen de un hombre apremiado por librarse de sus responsabilidades. Para una persona célebre por su firmeza en la lucha antiterrorista, ha prevalecido la imagen contraria: la de un hombre que se bate en retirada, la escenificación de un «sálvese quien pueda» de un Estados Unidos todavía maltrecho por la virulencia de la oposición iraquí contra su presencia. Una estampa que nos devuelve las peores imágenes de la guerra de Vietnam, sobre todo la más famosa de todas, la del helicóptero despegando del tejado de la embajada estadounidense con el personal de la misión diplomática a bordo el día de la caída de Saigón, el 30 de abril de 1975.

Estados Unidos malogró su salida simbólica de Irak igual que antes perdió la guerra psicológica en la batalla de la opinión pública y tal como se atascó militarmente en su guerra contra el terrorismo. La foto del procónsul estadounidense conversando, en una especie de farsa, con barrigones e insensibles confidentes repantingados en sus butacas, como Iyad Allaoui, agente declarado de la CIA con ínfulas de príncipe tras su nombramiento de Primer Ministro títere de un espectro de país, borrará de la memoria colectiva la del derribo de la estatua de Saddam Hussein en la Plaza Fardaous de Bagdad el 8 de abril de 2003, día de la entrada de las tropas estadounidenses en la capital iraquí. Tanto como de falsa tuvo la escena del derribo de la estatua presidencial, tuvo de real el traspaso del poder del 28 de junio. Cruel. A la medida de los sinsabores de Estados Unidos en Irak. Su sucesor John Negroponte, el hombre de la desestabilización de la Nicaragua sandinista y del bloqueo del puerto de Managua, también lo vivió un año antes de refugiarse en la acogedora comodidad de las Naciones Unidas como embajador de Estados Unidos en la organización internacional.

2004 también vio la dimisión de David Key, el jefe del cuerpo de inspectores estadounidenses, que quiso renunciar a sus responsabilidades en señal de protesta por los fallos de su servicio en la búsqueda de las armas de destrucción masiva. El cuerpo de inspectores estadounidenses contaba con 1.400 miembros y Key consideró que su servicio y el conjunto de la administración republicana habían fallado en su misión. Key pagó las consecuencias y los demás dirigentes de EE.UU. se vieron obligados a asumir sus responsabilidades o a servir de chivos expiatorios para enmascarar los fallos de la administración de Bush o sus mentiras. Key, lo mismo que Georges Tenet, antiguo jefe de la CIA (servicio de inteligencia estadounidense) que se jactaba de que podía proporcionar pruebas irrefutables de las armas de destrucción masiva (ADM), fue relevado de su puesto en junio de 2004, así como su adjunto para las operaciones secretas especiales, James Javitt.

Por otra parte, muchos otros integrantes de la alta administración republicana han caído en el olvido: Colin Powell, primer Secretario de Estado afroestadounidense, fue separado del equipo neoconservador desconsolado por haber caído en la trampa de la probeta de harina que blandió como prueba de la existencia de productos nucleares en Irak. Una prestación que permanecerá, según su propia confesión, como una «mancha» en su trayectoria antes ejemplar.

Ronald Rumsfeld, uno de los dos artífices de esta guerra junto con el vicepresidente Dick Cheney, fue cesado de su puesto de Secretario de Defensa tras la derrota electoral republicana de noviembre de 2006, lo mismo que el ultra halcón John Bolton de su puesto de embajador en las Naciones Unidas, así como Scoott Libby, del gabinete del vicepresidente, culpable de haber intentado desacreditar y desestabilizar a un diplomático estadounidense, John Watson, que concluyó que no había transacción atómica entre Níger e Irak, revelando la identidad profesional de su esposa (una exagente de la CIA) -crimen federal por excelencia-. El asunto «Valérie Plame», nombre de la esposa del embajador, y la actividad desvelada, le costaron a Scoott Libby una condena a treinta meses de prisión en junio de 2007. Larry Franklin, uno de los colaboradores de los ultra halcones, el tándem Paul Wolfowitz y Douglas Faith, respectivamente números dos y tres del Ministerio de Defensa, sospechosos de espionaje por cuenta del lobby judío estadounidense e Israel en la preparación de la guerra, fue sancionado antes que Karl Rove, exsecretario general adjunto de la Casa Blanca, que dejó su puesto en septiembre de 2007.

Entre los demás protagonistas de la invasión estadounidense, la ONU fue la primera que pagó un duro y sangriento tributo con el atentado, tan espectacular como mortífero, contra el brasileño Sergio Vieira de Mello, Alto Comisario de los Derechos Humanos de las Naciones Unidas, el 20 de agosto de 2003, que arrasó la sede de la organización internacional en la capital iraquí causando 22 muertos, 16 de ellos funcionarios internacionales. En el ámbito de la coalición, una de las «estrellas» de la misma, José María Aznar (España), fue rechazado por el electorado. El español fue eliminado de la vida política debido a sus mentiras al acusar a ETA, la organización separatista vasca, de los atentados de Madrid que causaron casi 200 víctimas el 11 de marzo de 2004, y no a los islamistas, con el fin de desviar la atención respecto a su responsabilidad en la implicación de su país en la guerra de Irak. Víctima del síndrome iraquí, el jefe de estado mayor interarmas estadounidense, el general Peter Pace, un hombre cercano a Donald Rumsfeld que participó activamente en las guerras de Afganistán e Irak, cesó en sus funciones en septiembre «por miedo a una nueva controversia sobre Irak», cuando se reanudaron los trabajos del Congreso estadounidenses para el último año del mandato del presidente.

3. Tony Blair, el «Lord Balfour del siglo XXI»

La salida casi simultánea de la escena internacional de dos de los principales artífices de la invasión de Irak, el Primer Ministro británico Tony Blair y el presidente del Banco Mundial Paul Wolfowitz, a finales de junio de 2007, señalan claramente el fracaso de la aventura estadounidense en Mesopotamia. Después de diez años en el poder (1997-2007), el antiguo galán de la política británica abandonó el escenario público mortificado por el sarcástico sambenito de «caniche inglés del presidente estadounidense» y por el juicio poco halagüeño respecto a su actuación «el peor balance laborista desde Neville Chamberlain, en 1938 (responsable de los acuerdos derrotistas de Munich frente a la Alemania hitleriana), y Anthony Eden, líder del fiasco de Suez en la agresión anglo-franco-israelí contra el Egipto de Nasser en 1956» (4), según la expresión del periodista inglés Richard Gott. Su nombramiento como emisario del Cuarteto para Oriente Próximo aparece como un premio de consolación por parte del fiel aliado estadounidense, pero el activismo belicista que desplegó a lo largo de su mandato (guerra de Kosovo, guerra de Afganistán, guerra de Irak) y su nueva implicación en el conflicto árabe-israelí, le costó por parte de la opinión árabe el apodo de «nuevo Lord Balfour del siglo XXI», en referencia al papel que jugó su predecesor inglés en la creación del problema palestino. Socio privilegiado de la aventura estadounidense en Irak, el Reino Unido pagó un precio muy alto. Además del atentado de Londres y el suicidio del científico David Kerry, Alistair Campbell, el «spin doctor» por excelencia, el más reputado manipulador de la opinión pública y exasesor del Primer Ministro británico Tony Blair, fue sacrificado por su mentor en 2004, antes de que el propio Primer Ministro cediera su puesto a su rival laborista Gordon Brown, en julio de 2007.

En Irak la suerte de Ahmad Chalabi ilustra el estatuto singular de los colaboracionistas de las fuerzas de ocupación y merece una reflexión al respecto.

Notorio opositor al régimen baasista, partidario feroz de la guerra, protegido del ultra halcón Paul Wolfowitz -secretario adjunto a la Defensa- y primer responsable del gobierno de transición, Chalabi, el propagandista de las teorías estadounidenses de la presencia de armas de destrucción masiva en Irak, fue sacrificado en el altar de la razón de Estado para complacer a Jordania, uno de los pilares de EE.UU. en la zona, que le dedicaba una hostilidad absoluta.

Este vasallo de EE.UU. fue despojado de sus atributos de poder de una forma humillante, primero con la imputación de todos los reveses de sus aliados anglo-estadounidenses. La suerte de los colaboracionistas nunca es envidiable. En el campo contrario la familia de Sadam Husein fue decapitada literalmente, el propio Sadam Husein y su hermano Barzane ahorcados en condiciones odiosas y sus hijos Ouddai, Qossai y el pequeño, Mustafá, murieron durante una incursión en el norte de Irak en 2003. Lo mismo que, aunque en otro registro, Abu Mussab Al Zarqaui, jefe operacional de Al Qaeda en Irak, en junio de 2006.

En la configuración regional de la época, el padrino ideológico del presidente estadounidense, el Primer Ministro Israelí Ariel Sharon, el artífice de la invasión de Líbano en 1982, el más firme partidario de la invasión estadounidense de Irak, el torturador de Yasser Arafat, el jefe de la colonización rampante de Cisjordania y de Jerusalén Este, el hombre de los asesinatos extrajudiciales de los dirigente islamistas Cheikh Ahmad Yassine y Abdel Aziz Rantissi, hundido en el coma en enero de 2006, es la ilustración simbólica del fracaso de un político guiado por la fuerza. Su sucesor, Ehud Olmert, hundió a su país en un atolladero como resultado de dos reveses militares, Líbano en 2006 y Gaza en 2008, que han modificado considerablemente la situación regional y el ambiente psicológico de su población.

Continuará

Notas

(1) Augusto, el primer emperador romano, que antes se llamó Octavio y después Octaviano, era sobrino-nieto e hijo adoptivo de César. Consiguió dejar para la posteridad una imagen de restaurador de la paz y la prosperidad. Bajo su reinado el ejército se convirtió definitivamente en un ejército profesional. La carta militar (condito militiae) concedía el estatuto legal. Los efectivos se fijaron en 28 legiones, es decir, 300.000 hombres a los que se añadían 50.000 de los contingentes de los aliados.

(2) Joseph Rudyard Kipling (Bombay, India Británica, 30 de diciembre de 1865 – Londres, 18 de enero de 1936), primer inglés que obtuvo el Premio Nobel de Literatura (1907), es un exitoso autor de novelas, en particular de «El libro de la selva», «el hombre que quiso reinar», y sobre todo «Kim», en la que forja la noción del «gran juego» a propósito de la rivalidad de las potencias coloniales en Afganistán. George Orwell le calificó de «profeta del imperialismo británico» y el estadounidense Henri James de «el hombre más ingenioso que se había conocido nunca».

(3) Laurent Bonelli, investigador de Ciencias Políticas en la Universidad París X (Nanterre), en Le Monde diplomatique de abril de 2005, «Quand les services de reseignement construisent un nouvel ennemi».

(4) «Final sin gloria para Anthony Blair», Richard Gott, Le Monde diplomatique, junio de 2007.

Segunda Parte: http://www.rebelion.org/noticia.php?id=142631

Fuente: http://www.renenaba.com/le-testament-d-auguste/