Más allá de los previsibles (malos) resultados electorales de los partidos de izquierda, el mayor fracaso de este proceso eleccionario desde una visión alternativa es la carencia de debate sobre las grandes deudas sociales de Guatemala. Las propuestas continuistas (reglas de juego favorables para los negocios, apertura a las inversiones extranjeras, seguridad concebida como represión, […]
Más allá de los previsibles (malos) resultados electorales de los partidos de izquierda, el mayor fracaso de este proceso eleccionario desde una visión alternativa es la carencia de debate sobre las grandes deudas sociales de Guatemala. Las propuestas continuistas (reglas de juego favorables para los negocios, apertura a las inversiones extranjeras, seguridad concebida como represión, persistencia de un estado centralista) se robaron un largo, aburrido y carísimo show electoral de seis meses de duración. Las organizaciones y personas de izquierda no han logrado situar en el centro de la reflexión la necesidad de soluciones audaces, nuevas y radicales para los problemas del país.
La candidatura presidencial de Rigoberta Menchú, importante en cuanto a la modernización del sistema electoral y de partidos [1], presenta como aspecto negativo la debilidad de su propuesta programática, que no logra enfrentar los grandes problemas estructurales. «El espacio en el que Rigoberta se mueve es estrecho y la puerta es angosta. Rigoberta no quiere parecer de izquierda. No escogió competir con la URNG, en el partido de la antigua guerrilla, calculando que eso la hubiera «quemado». Hoy, Rigoberta no aparece liderando agendas radicales», afirma el antropólogo Ricardo Falla [2].
Los espacios simbólicos de participación se amplían, lo cual es positivo y fruto de las luchas populares de muchos años. Pero el debate político es restringido y continúa estancado. El racismo, la exclusión de indígenas y mujeres, la refundación de un Estado secuestrado por «los corruptos, militares, las élites y el neoliberalismo» [3] y la construcción de una Guatemala plurinacional, no han sido tomados en cuenta en esta campaña.
Lejos de aggiornizarse y volverse incluyentes, los programas electorales se han tornado más conservadores: fórmulas de mano dura para la seguridad; unánime rechazo a la introducción de nuevos impuestos, a pesar de que la entrada en vigor del Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos (TLC) y el fin de la vigencia del IETAP, Impuesto Extraordinario y Temporal de Apoyo a los Acuerdos de Paz, provocarán a partir de 2008 una caída de la recaudación; ausencia dramática de los Acuerdos de Paz en los discursos de los candidatos.
¿Dónde está la izquierda política?
No es todavía el momento de las izquierdas. Se anticipa un dominio prácticamente impune de las grandes corporaciones económicas y sus operadores políticos en las votaciones del 9 de septiembre. Se anuncia la desaparición de los partidos Unidad Revolucionaria Nacional Guatemalteca, URNG-Maíz y Alianza Nueva Nación, y poco más del 5% de votos para Encuentro por Guatemala-Winaq. La izquierda no influirá significativamente en el próximo Congreso.
Sin embargo, y sin pretender convertirme en crítico empírico e improvisado de encuestas y percepciones sociales, creo conveniente exponer algunas matizaciones al anterior planteamiento. La primera, la existencia de un voto invisible para la izquierda que no asoma en los estudios de opinión, por la violencia política y su consecuencia, el temor a manifestarse.
En segundo lugar, la posibilidad de un sesgo en la presentación de las encuestas. «URNG-MAÍZ cuenta con estructura política y amplio apoyo, pero su fuerza real se borra cuando los resultados de las encuestas son publicados. Esta «desaparición» del mapa electoral refleja o un muy mal diseño de la encuesta o una decisión de alterar los resultados, que indicaría el sesgo político. Lo mismo ha pasado con fuerzas izquierdistas en el pasado», afirma Raúl Molina Mejía [4].
En tercer lugar, es importante observar la realidad de manera dinámica: Guatemala no es la misma que en pasados comicios. Desde 2003 se viene produciendo, con altibajos, un nuevo ciclo de luchas sociales, expresado en las movilizaciones indígeno-campesinas y la conformación de la Coordinadora Waqib´Kej en 2003; las luchas contra el TLC en 2004; la resistencia a la minería de metales (consultas comunitarias y luchas en Sololá desde 2005). Paralelamente, se expresan con fuerza actores sociales como las mujeres (campaña Nosotras las mujeres de 2003), los jóvenes (conformación del Bloque Antiimperialista) y la comunidad como actor y sujeto en la lucha por la defensa de los bienes naturales. Posiblemente el impacto de estas luchas no se perciba el 9 de septiembre, salvo en el ámbito local, pero marcará la coyuntura en los próximos años.
En cuarto lugar, la sobredeterminación de lo urbano, lo central y lo ladino (en el número de empadronados, los candidatos y los programas) está impidiendo conocer la opinión siempre discreta de las comunidades rurales e indígenas y dificulta una caracterización objetiva del actual proceso político.
No es todavía el momento de las izquierdas. Pensar lo contrario implica trasladar mecánica y simplistamente a Guatemala la euforia por los cambios políticos en el Sur; situar en la razón las hipótesis del corazón; y restar importancia a factores internos de la debilidad: prolongada desarticulación, sectorialización y onegeización de las organizaciones populares, desconexión entre liderazgo y la base social y comunitaria, dificultad de aunar luchas populares, indígenas y de mujeres, todo ello sumado a las limitaciones del sistema electoral y de partidos, construido para la continuidad y no para la ruptura.
No obstante, y sin intentar convertirme en apologista de causas aparentemente perdidas, las incipientes pero constantes luchas sociales permiten anticipar que la izquierda no está todavía llamada a gobernar el país, pero tampoco está condenada a la desaparición. Los muertos que otros matan aún gozan de cierta salud.
[1] «Su condición de mujer y de indígena califica esta propuesta como un nuevo momento político de la democracia guatemalteca. Aun más, constituye en si misma, cualquiera que sea su ideología, una ruptura fundamental en la historia de la política electoral. En el pasado fue importante el voto al analfabeto y el voto a la mujer. Con la candidatura de una mujer indígena se cierra ese ciclo y se inaugura otro» afirma Edelberto Torres Rivas en el ensayo «Notas para reflexionar sobre el trabajo político de las izquierdas en 2007».
[2] «Rigoberta Menchú: ¿estrella fugaz en el cielo electoral?» Ricardo Falla. Envío Nicaragua, julio 2005.
[3] Máximo Ba Tiul, Prensa Libre, 29 de agosto de 2007.
[4] «Tuve la oportunidad de ser uno de los coordinadores de la campaña de 1995 del Frente Democrátio Nueva Guatemala, cuando la izquierda participó luego de décadas de ausencia forzada. A todo lo largo del proceso electoral, no hubo ninguna encuesta publicada que le diera al FDNG ni siquiera el 1% de la intención de voto. Pocas semanas antes de las elecciones, tomamos la decisión de organizar nuestra propia encuesta y encontramos que el 8% de la población demostraba su apoyo hacia nosotros. En la prueba final, el día de las elecciones, el FDNG obtuvo exactamente ese porcentaje y se convirtió en la tercera fuerza política. Según la ciencia de la estadística, la diferencia entre los resultados de las encuestas «oficiales» y los resultados finales no admite explicación, salvo las explicaciones no estadísticas del fenómeno». Raúl Mejía en «¿Reflejan las encuestas de opinión y los artículos de prensa los resultados más probables de las elecciones a realizarse el 9 de septiembre de 2007?», www.albedrio.org.