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Migrantes centroamericanos

Entre los procesos de violencia y la(s) geopolítica(s) de la exclusión

Fuentes: Rebelión

Las migraciones, que han existido desde hace siglos y han configurado el mundo moderno y la expansión del capitalismo contemporáneo, no pueden verse sólo como meros procesos de movilidad de grupos humanos a través de diversas fronteras. En el actual contexto de la globalización neoliberal, las migraciones irregulares internacionales son una expresión, tanto de la insaciable demanda de mano de obra barata y flexible (para abaratar costos de producción) en el norte global, como, y sobre todo, de la desigualdad socioeconómica y del deterioro de los procesos productivos y condiciones de vida de los países del sur global.

Uno de los ejemplos más emblemáticos de esto es la migración de centroamericanos (hondureños, salvadoreños, guatemaltecos) que se dirige a Estados Unidos (EU). Las causas de estas movilidades transfronterizas tienen una larga historia de décadas y, hoy día, remiten sobre todo a procesos económicos (extrema pobreza, falta de oportunidades laborales, salarios insuficientes, constante encarecimiento de la vida) y de seguridad (contexto de violencia generalizada, crimen organizado, pandillas, entre otros). EU es, y ha sido desde hace décadas, un polo de desarrollo y de destino para estos migrantes por la diferencia salarial abrumadora (con una remuneración aproximada de 10 dólares la hora), que hace que el dinero que los migrantes ganan en el país del norte sea en sus lugares de origen una estrategia económica de sobrevivencia bastante eficiente. Esto explica que centenas de miles de centroamericanos, año con año y desde hace más de dos décadas, dejen todo y se vean expuestos a innumerables obstáculos y violencias, para mejorar sus condiciones de vida y las de sus familiares.

Por años, EU se benefició de este contexto geopolítico de desarrollo desigual, donde miles de centroamericanos, tras largas travesías desde sur, se convertían en trabajadores explotados y altamente productivos que, por su condición migratoria irregular y por su falta de derechos sociales y laborales, incrementaban las ganancias de los empleadores y empresas estadounidenses para las que trabajaban. Centroamérica, al igual que México, era una gran reserva regional y territorial de fuerza laboral barata, desechable, precarizada y altamente eficiente para los diversos sectores e industrias/corporaciones del aparato productivo norteamericano (agricultura, construcción, manufactura, servicios, etc.).

Sin embargo, desde la administración del actual presidente de EU, los migrantes centroamericanos, a semejanza de los mexicanos, se han vuelto el blanco del racismo y sufrido agudos procesos de criminalización, que sólo han implicado para ellos violaciones a sus derechos humanos y ser destinatarios de múltiples actos de violencia. La xenofobia, como política migratoria, ha tenido varios ejes, desde la construcción del muro y las redadas y deportaciones masivas e ilegales, hasta el cierre/militarización de fronteras y la operación de los centros de detención de migrantes. Estos últimos, se han convertido en uno de los dispositivos más crueles y efectivos de control migratorio.

En los centros de detención (que son cárceles de hecho), las violaciones a los derechos humanos de los migrantes son constantes y estructurales, e implican desde la falta de comida y claras condiciones antihigiénicas y de hacinamiento, hasta la carencia de servicios médicos, así como de asesoría jurídica y de atención psicológica. Los efectos han sido inhumanos y múltiples, y son el resultado directo de las políticas estadounidenses de criminalización de los migrantes. Abarcan, desde las detenciones fuera de los marcos de la ley, las separaciones de millares de familias y el encarcelamiento de miles de niños y menores, hasta las innumerables agresiones físicas a los detenidos y las decenas de muertes por falta de atención médica y derivadas de la violencia de los custodios y las condiciones inhumanas en los centros de detención.