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A propósito de las papeleras en el Río Uruguay

Errorismo Internacional

Fuentes: Rebelión

En la ciudad de Victoria, Provincia de Entre Ríos, existe un curioso museo: el museo del OVNI. Allí se exponen cientos de evidencias físicas y documentales acerca de la visita de seres extraterrestres a la tierra. El recorrido del guía en verdad es fascinante. La cantidad de preguntas y respuestas que se describen con espíritu […]

En la ciudad de Victoria, Provincia de Entre Ríos, existe un curioso museo: el museo del OVNI. Allí se exponen cientos de evidencias físicas y documentales acerca de la visita de seres extraterrestres a la tierra. El recorrido del guía en verdad es fascinante. La cantidad de preguntas y respuestas que se describen con espíritu crítico riguroso, dan cuenta de la tarea de decenas de investigadores que han aportado a la noción que hoy existe en círculos «científicos» acerca del tema. Solo un detalle: en ningún momento se enuncia una pregunta tan simple como ¿existen los OVNIs?. Simplemente es una premisa: ¡¡los OVNIs existen carajo!! y si quieren después vemos las pruebas.

Hace algunas semanas se desarrolló en Buenos Aires el Foro Académico sobre Industrialización en Países en Desarrollo y Conservación del Ambiente, dedicado, según sus organizadores, a generar un espacio académico de análisis e intercambio de documentación técnica sobre problemáticas referidas a temas de desarrollo y medio ambiente. En su primer encuentro trató íntegramente sobre el caso de las Plantas de Celulosa del Río Uruguay.

Desde el mismo título del foro – Industrialización en Países en Desarrollo – se asume que el problema de las fábricas de pastas de celulosa es un índice inequívoco de industrialización y desarrollo. Esta es la premisa. No es algo que siquiera se cuestione. Que la pasta de celulosa producida sea de bajo valor agregado y que el papel – de muy alto valor agregado – se produzca finalmente en otro lado, es un dato menor. Que la industria forestal a gran escala asociada, liquide otras formas de actividad económica, tampoco importa mucho. ¿Qué entienden por industrialización?. ¿Y por desarrollo?.

Muchas de las intervenciones en el Foro tuvieron una reminiscencia al guía del museo de Victoria: de uno y otro lado, la no contaminación del Río Uruguay o la inevitabilidad de ella, aparece como una premisa, y las evidencias científicas sostienen nada más que cuestiones accesorias. En casi todos los casos se evita ir más allá del nudo de asunto, insistiendo sobre cuestiones técnicas que, por repetidas, no dejan de ser interesantemente redundantes.

Aparece entonces un mecanismo de manipulación del discurso por parte de los técnicos y los científicos que se va haciendo costumbre y abunda en los medios masivos de comunicación. Este mecanismo no es inocente de la enorme fuerza que tiene la opinión «científicamente sustentada» sobre la opinión pública.

Se escuchan cosas como: «…si el problema es la contaminación, el conflicto con Uruguay por la instalación de papeleras en Fray Bentos no es insalvable»[i]. El tono potencial de esta afirmación, no la exime de la intención. Ni el problema es la contaminación, ni el conflicto es con Uruguay. Lo que sí está en conflicto es un modelo de sobreexplotación de recursos naturales, frente a intereses que propenden por un beneficio soberano para las mayorías. Justamente el intentar resolver el asunto desde el ámbito ambiental, evita toda la discusión de otro tipo[ii].

Es necesario advertir alertas de lo que está significando la presencia de bosques de eucaliptus para la calidad de los suelos y la actividad agropecuaria de los alrededores, introduciendo nuevas plagas, agotando las napas, entre otros efectos ya en curso. Por otra parte, este tipo de actividad económica -la producción de pasta de celulosa en cantidades enormes-, produce una profunda modificación de la actividad económica, una alteración de los regímenes de empleo -la actividad agropecuaria diversificada requiere de mano de obra permanente, mientras que la actividad forestal no-, e implica una enorme velocidad de extracción de recursos renovables que se terminan transformando, por eso mismo, en no renovables. Todo esto no forma parte del análisis de los técnicos y «especialistas» en medioambiente. El medioambiente y la ecología se reducen a los pajaritos, las flores, el agua y el suelo, despojándolos de todo valor económico, social y humano.

Otra: «…la actitud correcta (frente a la instalación de las plantas) surgiría si se comprendiera que el desarrollo es un proceso complejo que reclama imaginación, sensatez, audacia y sabiduría para inducir en la industria los cambios necesarios para un manejo sustentable de la empresa y el ambiente… Si hay industrias de pasta de celulosa es porque la humanidad consume papel, tampones, filtros, pañales.» [iii] ¡Otra vez las hipótesis ocupando el lugar de las premisas!. ¿Se puede asegurar que la instalación de estas plantas de celulosa implica necesariamente un desarrollo de la región?, ¿cuál es la parte de la humanidad que consumiría sus productos y que otra parte de la humanidad es la que sufriría los costos asociados?.

Del mismo declamador: «…difícilmente las plantas de celulosa se conviertan en una fuente de gases precursores de lluvia ácida y la vegetación de la región se mantendrá sin alteraciones notables.» [iv] Sin embargo, una de las razones de la debilidad de la posición ambientalista planteada desde el lado argentino es que no existen estudios completos que den cuenta realmente del impacto ambiental y que aporten pruebas en algún sentido respecto de la instalación de estas plantas. Por supuesto, para el «especialista» que declama sobre la lluvia ácida, esto es secundario.

Y ésta ya es del manual de zonceras criollas: «no está científicamente demostrado que las dioxinas sean un problema grave para la salud humana, dado que no hay ninguna muerte que se haya podido asociar inequívocamente con la exposición a las dioxinas».[v] Hace años que se conoce el poder tóxico de las dioxinas, en exposiciones crónicas y a muy pequeñas dosis: alteraciones del desarrollo del feto, alteraciones en el sistema inmune, carcinogénesis, etc. Pero para este declamador, que no exista ningún cadáver con la etiqueta «dioxina» es lo importante.

Más allá de estas zonceras, siempre volvemos al punto inicial en donde aparecen argumentos que rebaten o ponen en duda afirmaciones que desde lo técnico parecen contundentes, en un circulo que nunca convence. Siempre hay especialistas dispuestos a defender unas u otras posturas. Pero hasta ahora el debate central es «las plantas son contaminantes» versus «se pueden ejercer los controles necesarios para que no contaminen». Pocas veces se discute en el plano «la inversión es económicamente provechosa para la región (Uruguay)» versus «el monocultivo forestal y su explotación atentan contra el desarrollo económico de la región y de las mayorías en nuestros países».

Pero los especialistas se empeñan en aportar elementos para quedarnos en el primer escenario. Terminamos sumergidos en declamaciones técnicas que en casi todos los casos argumentan con implacable lógica, asumiendo como premisas lo que en verdad son solamente hipótesis. ¡Se está tergiversando el método científico!. Sería interesante evaluar entonces si no hay también malversación de los títulos académicos.

Es necesario insistir: lo que está en conflicto son los intereses que animan un modelo de sobreexplotación de recursos naturales locales con beneficios extraordinarios para los países centrales, en desmedro del beneficio soberano para las mayorías de nuestra región, para nuestros pueblos. Este mismo modelo aparece como subyacente en otros conflictos aparentemente ambientales. Tal es el caso de la producción de soja transgénica en la Argentina: un modo de sobreexplotación del recurso agrícola que se cuestiona fundamentalmente como un problema de contaminación ambiental. Pero en este punto, los gobiernos de Kirchner y Tabaré Vázquez son más que coincidentes: ninguno parece estar dispuesto a revisar el modelo dependiente e insustentable que propone el esquema de producción del sistema globalizado en su etapa actual.[vi]

Lo más triste es que en la región tenemos una larga historia de conflictos tergiversados, en donde lo que verdaderamente está en juego son los intereses económicos de las potencias centrales, que atentan contra los recursos soberanos y la integración de pueblos naturalmente hermanos. Si hasta fueron la causa de la mayoría de nuestras guerras del pasado reciente y no tanto: la Guerra del Pacífico y los intereses ingleses en las salitreras del desierto de Atacama, la Guerra de la Triple Alianza y el desarrollo económico del Paraguay peligroso para los ingleses, la Guerra del Chaco y los intereses de grandes petroleras inglesas y norteamericanas. La lista es más larga.

Considerar que el problema de las plantas de celulosa en Fray Bentos es esencialmente de naturaleza ambiental es un error. Asumir que el conflicto existente es entre Argentina y Uruguay es un error. Son terribles errores. Y los que los propugnan son erroristas. Erroristas internacionales.