Ese es el resultado de un estudio realizado por el Departamento de Economía de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de la República. A la hora de elegir entre continuar o no con sus estudios, todo adolescente se preguntó alguna vez, «¿vale la pena el esfuerzo?». En Uruguay, la respuesta a esa pregunta […]
Ese es el resultado de un estudio realizado por el Departamento de Economía de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de la República.
A la hora de elegir entre continuar o no con sus estudios, todo adolescente se preguntó alguna vez, «¿vale la pena el esfuerzo?». En Uruguay, la respuesta a esa pregunta depende de la situación económica del joven en cuestión. Paradógicamente, solo aquel que se encuentra en un contexto favorable tendrá los incentivos económicos suficientes para seguir estudiando. El adolescente de clase baja que cursa el liceo en situación de pobreza está haciendo, en términos generales, una mala inversión.
Según un estudio realizado por el Departamento de Economía de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de la República, la diferencia en la calidad de la enseñanza y en la probabilidad de repetición llevan a que «la educación secundaria sea una inversión inconveniente para los estudiantes en situación desventajosa».
El estudio al que accedió El Observador, realizado por la investigadora Rossana Patrón, se titula «Cuando más educación no vale el esfuerzo: otra mirada a las decisiones de deserción de los estudiantes desfavorecidos en Uruguay», echa luz sobre los incentivos que tienen los jóvenes para continuar con sus estudios secundarios, al medir la relación entre el aumento del ingreso al que les permitiría acceder el ciclo básico y el esfuerzo que implica su culminación.
De hecho, desde un punto de vista económico, el estudio implica la asignación de recursos escasos -el tiempo, fundamentalmente- para obtener un resultado -un diferencial en el ingreso-. El tiempo que el joven utiliza en el estudio genera una pérdida equivalente al dinero que deja de ganar por posponer su ingreso al mercado de trabajo.
El estudio realizado toma en cuenta que en los sectores más bajos los años aprobados no solo generan un más bajo retorno -porque la calidad de la educación es menor que en los contextos más favorecidos-, sino también que los costos son más altos debido a la mayor probabilidad de repetir los cursos.
«Para los estudiantes en situación desventajosa, cursar estudios secundarios tiene un retorno negativo cuando se considera la ocurrencia de repeticiones pero incluso si no se tiene en cuenta el fenómeno, la tasa interna de retorno es muy baja», explica el informe.
Según los expertos, la rentabilidad que genera la aprobación del ciclo básico es de 5% en los sectores más pudientes, si no se considera el factor repeticiones. En el mismo escenario, un estudiante de clase baja tendría un retorno de apenas 0,8%.
Al incorporar la probabilidad empírica de que el estudiante se atrase en sus estudios, la rentabilidad baja a 2,6% en los sectores acomodados, mientras que en los estratos menos favorecidos se torna negativa. Es decir, a lo largo de su vida, un joven de clase baja percibiría un volumen mayor de ingresos si accede al mercado laboral una vez terminada la escuela, que si pospone su entrada al mundo del trabajo para cursar el ciclo básico.
Según señala Patrón, los resultados de la investigación contribuyen a explicar «las altas tasas de deserción de ese grupo de estudiantes». De hecho, en el quintil más alto -esto es el 20% de la población más rica-99% posee estudios primarios, 95% cursó ciclo básico y 70% bachillerato. En tanto, en el quintil más bajo, primaria cursó 86% de la población, 41% realizó estudios de ciclo básico y solo 8% cursó bachillerato.
«Estos resultados plantean algunas dudas sobre la justicia o equidad buscada por las leyes de escolarización compulsiva que no sean acompañadas por políticas complementarias que aseguren igualdad de resultados educativos para los estudiantes de todos los grupos socioeconómicos, concluye la experta.