Desde un sector del Frente Guasú afirman que el único candidato que puede garantizar el cambio es Euclides Acevedo, y que Efraím Alegre representa el continuismo. Pero Acevedo tiene un problema, los votos no le alcanzan, y en la política como en el fútbol no bastan las intenciones, gana el que hace los goles.
Alegre no es mejor que Santiago Peña, pero es el mejor posicionado para derrotar al partido colorado, y ningún cambio será posible mientras el coloradismo siga en el poder. Esa es una realidad tan clara, como que Peña y Alegre son ideológicamente neoliberales.
Los dos son candidatos de partidos oligárquicos que gobiernan el país hace 150 años. El primero, representante de un partido hegemónico, excluyente y de filiación totalitaria, perpetuado en el poder gracias al voto cautivo del funcionariado público. El otro, representante de un partido incapaz de ganar elecciones sin alianzas. Liberalismo y coloradismo son la cara de una misma moneda. La diferencia es que los colorados no precisan de aliados, sin embargo, el liberalismo, necesita del auxilio del campo popular para triunfar.
El enemigo de mi enemigo es mi amigo
Este no es el mejor momento para el progresismo, no es la hora de la confrontación, sino de acumulación de fuerzas, y el partido colorado fuera del poder siempre va a ser un mejor escenario para ese propósito. Nunca un régimen colorado puede compararse con un gobierno liberal cogobernado con el progresismo.
El dilema no es quién puede garantizar el cambio, sino quién puede quebrantar el orden hegemónico y totalitario del partido colorado, y ningún cambio es posible con el coloradismo en poder. Con Alegre no va a cambiar el mundo, pero se puede derrotar a la ANR. Para hacer madera hay que derribar el árbol.
Profeta de vocación tardía
Acevedo posee una rara facultad, partido donde militó partido que desapareció. Destruir proyectos opositores pareciera ser su misión en la tierra. Todo lo que toca se convierte en cenizas, un rey Midas al revés.
La gloria más excelsa para Euclides Acevedo es ser un impenitente empleado de todos los gobiernos colorados. Jamás arriesgó candidatarse a un cargo ejecutivo; ser mandadero de baja monta le basta y sobra. Sin embargo, hace unos meses, pereciera ser que, por inspiración divina, le fue revelado que es el ungido y el único capaz de sacar de la catástrofe que convirtieron al país sus patrones colorados. El “sepulturero de partidos” hoy se presenta como un profeta de vocación tardía para cumplir con un nuevo mandado; dividir el voto opositor y sepultar las escasas esperanzas de derrotar al narcocoloradismo.
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