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Uruguay

¿Existen los comités de base frenteamplistas?

Fuentes: La República

Al chocar las copas luego del brindis de despedida del regresivo 2016 (considerando al mundo en general), alguien me espetó una inquietante aseveración: «los comités de base no existen». Admitir su defunción no sería un buen comienzo del nuevo año y no sólo para el Uruguay sino para la izquierda universal de la que el […]


Al chocar las copas luego del brindis de despedida del regresivo 2016 (considerando al mundo en general), alguien me espetó una inquietante aseveración: «los comités de base no existen». Admitir su defunción no sería un buen comienzo del nuevo año y no sólo para el Uruguay sino para la izquierda universal de la que el Frente Amplio (FA) es parte inescindible, aunque muy particular. Mi interlocutor no era sino un histórico militante, preso político y torturado de la dictadura, exiliado, cofundador del FA a través de uno de sus sectores, incólume abanderado de la movilización y la participación popular y, por elemental añadidura, participante y admirador de los comités de base. Nadie ajeno al devenir frentista y mucho menos expresión de una derecha o siquiera de una socialdemocracia. Que además lo incluya en el estrechísimo círculo de mis queridísimos, no debería afectar la valoración de semejante conclusión y consecuente pesimismo. Le respondí que no era tan así. Que, por ejemplo, las bases habrían derrotado a los sectores políticos mayoritarios y las direcciones, impidiendo que en el último Congreso del Frente, el Plenario Nacional adoptara decisiones que (por la magnitud y efusividad de los aportes de muchos comités de bases y sectores políticos) resultaban imposibles de tomarse en el ceñido tiempo previsto inicialmente. De forma tal que por impulso original de unos pocos, el propio Congreso adoptó la inexplorada decisión de llamar a cuarto intermedio por varios meses a fin de reabrir las discusiones y estimular las reelaboraciones del contenido del documento sobre valores y principios (aunque no descarto que también revise la decisión acerca del camino -digamos el inciso del artículo 331 de la Constitución vigente- de acceso a una reforma constitucional).

En cualquier caso, estoy utilizando una excusa que vincula mis más profundos afectos para introducir en estas líneas algunas conclusiones de orden organizativo, es decir, del dispositivo de poder al interior frentista. Porque ninguno de los dos hablaba de deseos o de elaboración de duelos, ni cree que los comités de base hayan desaparecido completamente, pero menos aún que se encuentren en su apogeo.

Un congreso frenteamplista es un acontecimiento de una magnitud digna de ser observada, tanto por los inocultables alcances en el ejercicio de la igualdad en materia de discusión y elaboración colectiva, sobre cuyos límites no pareciera querer reflexionar ni interrogarse. Creo que la negación de un problema es el paso ineluctable para el tropiezo con él. Y que esto precisamente le sucede al FA ante cuestiones nodales para la práctica política de izquierda (no sólo en el poder), como la burocratización, el caudillismo, el culto a la personalidad, el peso de los narcisismos, los beneficios materiales de los cargos políticos, entre muchos otros. Algunos sectores se interrogan y adoptan políticas mitigadoras al respecto, pero el FA como tal, pareciera sentir una suerte de indemnidad al respecto, o simplemente la deja librada a la política que sobre el particular adopte para sí cada sector.

El paradigma cuasi gestáltico frentista, es decir, que el todo es más que la suma de las partes, resultó válido y lo seguirá siendo siempre que una nutrida proporción de militancia independiente, de movimientos sociales y civiles participe de la elaboración de sus políticas y momentos de organización. De lo contrario, como simple coalición es muy probable que entre en un ciclo de realimentación negativa. Creo que la indispensable reversión de la declinación o deserción en los comités de base no pasa por el cuestionamiento a la sectorización sino a la ausencia de organización de su funcionamiento, a la interconexión entre sí y con las instancias de dirección y fundamentalmente, su participación real y efectiva en las decisiones de todo tipo que adopte el FA.

Quien venga leyendo artículos propios sobre la izquierda uruguaya en estas páginas u otros medios, advertirá que le otorgo una importancia cardinal tanto a la deserción cuanto a la sectorización en los comités de base. Sin ir más lejos en el tiempo, el domingo 27 de noviembre en esta misma página afirmaba que «involucrar a los afectados en las decisiones, además de razones de principios, debería tener en el FA un objetivo de supervivencia. Es indisimulable la deserción de sus comités de base, la desmovilización, el envejecimiento de su militancia, el leve aunque sostenido declive electoral como para correr el riesgo de parecerse, aunque sea un poco, a las actuales socialdemocracias y socialcristianismos europeos (completamente integrados y asimilados acríticamente a la lógica ciega de la acumulación de capital) sino además a la democracia liberal-fiduciaria que desalienta toda forma de participación y realimenta la burocratización de la gestión política». Fui más explícito aún en el último artículo de diciembre en lo que a la desaparición de la figura del militante independiente respecta.

Pero lo que me resultó más inquietante del cruce de opiniones en la noche de fin de año no es la medida precisa del nivel de debilitamiento de los comités, sino la hipótesis de que la decisión de ir a un cuarto intermedio fuera motivo de una «confusión» de los delegados. No porque crea que lo haya sido en esa oportunidad específica, sino porque permite pensar que es factible. Por ejemplo, la forma numérica en que las alternativas en discusión fueron presentadas (entre el pasaje de los puntos pendientes al mismo congreso mediante un cuarto intermedio, o inversamente al Plenario Nacional) nos hacía temer a los impulsores del cuarto intermedio que se confundiera lo que estaba en juego. Fueron los cuatro brillantes oradores que fundamentaron la disyuntiva quienes se encargaron de despejar cualquier posible desconcierto. Los cánticos a la salida del estadio ratificaron que una proporción tan abrumadora (como los votos con los que se impuso la continuidad del debate) quería efectivamente tomar en sus manos los temas pendientes.

Pero tal como está organizada la circulación de la información, las relaciones intercomunicativas entre las diferentes instancias formales y el apremio en la reelaboración de propuestas, mociones y redacciones, los congresales requieren contar con una enorme capacidad de concentración, velocidad de respuesta y de márgenes de autonomía relativa para establecer alianzas que serían imposibles sin lectura, debate y reflexión previas en los espacios de pertenencia. Y aún así, la confusión es posible porque en el momento decisional, prima la oralidad. Ni siquiera se usa la enorme pantalla para proyectar edigraf o powerpoint con el texto sometido a votación. He sido testigo del inmenso talento de algunos militantes para reelaborar en minutos enmiendas que contemplen posiciones convergentes a fin de ganar fuerza, sin contar siquiera con un pupitre. Tomaron conocimiento y consciencia de la posible coincidencia allí mismo, al escucharse exponer, porque ningún vaso comunicante organizativo los puso previamente en contacto, ni menos aún, publicó sus borradores. ¿Podría entonces el congreso tomar decisiones por «confusión»? Sin duda, cosa que debe haber pasado en más de una oportunidad aunque no fuera éste el caso.

Un reciente balance de la Comisión Nacional de Organización (CNO) del FA, que puede encontrarse en la web (http://www.frenteamplio.org.uy//index.php?Q=articulo&ID=2273) subraya correctamente varios logros del gobierno y plantea algunos desafíos. Sin embargo omite referenciarlos a los puntos del programa que el congreso previo (llamado «Hugo Cores») definió con lujo de detalle como tuve ocasión de presenciar en noviembre de 2013, tanto como aquellos aspectos de ese programa aún incumplidos. El balance de la CNO da toda la impresión de convertir la organización en propaganda. Y hasta transmite la sensación de que hay un buen gobierno porque se integra con buenos gobernantes y no una fuerza política que le dicta el rumbo, lo mandata y le exige pasos concretos en el cumplimiento del programa. Si en las medidas gubernamentales cada militante (de cualquier instancia o sector) no puede reconocer su participación en el debate, le haya ido bien o mal, ¿para qué va a querer participar de tales instancias? ¿Para qué militar? ¿No bastaría con elegir un buen gobierno? ¿Por qué no seguir como un simple votante de lo que llamo la «democracia liberal-fiduciaria»?

El novel año se introdujo en el calendario en medio de otros brindis que trajeron recuerdos de la cárcel, de las estéticas de los ´70, de compañeros que fueron fundadores y sostenes de lo mejor de la construcción frentista cruzados en el exilio gracias al contacto y solidaridad de quién dudaba de la existencia de los comités de base. Y allí me pregunté si Marta y Martín Ponce que me acogieron en Holanda, si Gonzalo Ares que lo hizo en Bruselas (y además arregló con papel de aluminio el caño de escape de mi desvencijado auto), si Ademar Estoyanoff en París o Alberto Pérez Pérez en Nueva York, pensarán que los comités aún existen.

Para mí fue emocionante saber que ellos sí existen porque siguen construyendo izquierda.

Emilio Cafassi. Profesor titular e investigador de la Universidad de Buenos Aires

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.