El domingo la población se levantó temprano, con la ansiedad natural previa a un gran evento. Aun cuando las elecciones han estado rodeadas -y contaminadas- de toda clase de incertidumbres, es innegable su poder para generar un sentimiento de patriotismo, participación y orgullo. Largo, demasiado sin duda, fue el tránsito desde las tiranías militares instaladas […]
El domingo la población se levantó temprano, con la ansiedad natural previa a un gran evento. Aun cuando las elecciones han estado rodeadas -y contaminadas- de toda clase de incertidumbres, es innegable su poder para generar un sentimiento de patriotismo, participación y orgullo. Largo, demasiado sin duda, fue el tránsito desde las tiranías militares instaladas a partir de elecciones fraudulentas y oscuras hacia comicios mucho más creíbles, por lo menos desde el punto de vista logístico, y esa esperanza prevalece.
Este evento electoral ha estado matizado por el rechazo más que por la simpatía. La intención de votar en contra se ha manifestado con fuerza y por lo menos en los centros urbanos mejor informados, la conciencia de evitar aplanadoras en el Congreso se había instalado en las redes sociales y en las concentraciones de protesta. Escribo esta columna mucho antes de cualquier resultado, pero podría apostar a que en esta nueva administración habrá sorpresas en las bancadas, así como también existirá mayor fiscalización hacia las autoridades electas.
Sin embargo, el ambiente cívico predominante no ha logrado hacerme olvidar el éxodo de cientos de miles de personas procedentes de los países arrasados por la guerra en el Medio Oriente. Rechazados por la mayoría de países y expuestos a morir en medio del Mediterráneo o en la aridez del desierto, estas caravanas exhaustas y expuestas a toda clase de abusos han cruzado fronteras con la única esperanza de sobrevivir.
El horror de los conflictos bélicos no nos es tan ajeno, los países industrializados cuyo poder en las instancias internacionales es decisivo, han creado un mundo peligrosamente orientado hacia la extinción. El éxodo de Medio Oriente que hoy conmociona al planeta ha sido provocado por la codicia de la extrema riqueza, una fuerza planetaria indetenible fincada en los centros financieros de Estados Unidos y Europa.
Lo que viven en estos momentos los europeos con la crisis migratoria es un monstruo creado por ellos mismos a partir de políticas que han marginado a los intereses humanos y los derechos de las personas, ante un capitalismo deshumanizante y extremo. Y eso también sucede en la frontera sur de Estados Unidos, con otra crisis migratoria que empuja desde el sur a miles de migrantes incapaces de sostenerse en sus países, por las extremas carencias provocadas por el mismo sistema económico centrado en el poder corporativo.
En un momento crucial para Guatemala, cuando la ciudadanía se enfrenta a una elección que marcará pautas políticas fundamentales, un aspecto esencial es recuperar la sensatez y crear las condiciones para retener a esos migrantes por medio de creación de empleos, educación y la recuperación de la inversión social hacia los niveles mínimos necesarios.
Esa juventud que abandona el país por falta de oportunidades, también escapa de una guerra, quizá menos cruenta que la de Siria o Irak, pero cuyas estadísticas fatales colocan a las naciones centroamericanas entre los países más inseguros del planeta. Es ahora el momento de darle la vuelta a las prioridades y empezar por sentar bases para un posible desarrollo.
Fuente: Prensa Libre