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La Campaña por el Sí inyecta en la masa una moral: la moral del rebaño

Fe en el héroe

Fuentes: Rebelión

En estos días los españoles hemos asistido a una magnífica demostración de despliegue de medios propagandísticos para manipular a toda una masa. Sabido es por todos que la sociedad actual, absorbida por los avatares que exige la supervivencia en la selva neoliberal, no está muy dispuesta a exprimirse las neuronas sobre temas que le quedan […]

En estos días los españoles hemos asistido a una magnífica demostración de despliegue de medios propagandísticos para manipular a toda una masa. Sabido es por todos que la sociedad actual, absorbida por los avatares que exige la supervivencia en la selva neoliberal, no está muy dispuesta a exprimirse las neuronas sobre temas que le quedan muy alejados de su cotidianidad, y es justo por eso por lo que se encuentra más receptiva a creer y aceptar los mensajes lanzados repetidamente desde los medios de propaganda. Conociendo esta supina disposición, las instituciones públicas han actuado de una manera irresponsable, y malévola, en la campaña de información sobre el Tratado Constitucional, en la que, utilizando los medios y los bienes públicos, han hecho campaña por el Sí a la Constitución europea desde el principio, consiguiendo ocultar la diversidad de puntos de vista en este asunto.

En realidad la llamada Constitución Europea no es tal Constitución, sino que se trata de un nuevo Tratado, que incluye unas astutas cláusulas de inalterabilidad mediante las cuales su modificación es prácticamente imposible. Empezando por esta confusión, el ejercicio de manipulación de la masa social en torno al próximo Referéndum del 20 de febrero ha sido abrumador hasta el punto que ha sido reconocida por los tribunales electorales, los cuales admitieron una denuncia de ERC y obligaron al Gobierno a cambiar el mensaje institucional que se dirigía a la población. Ahora es, sin embargo, cuando asistimos a una violenta intensificación de esta campaña por el Sí.

Si algunos esperábamos que la televisión o la radio sirviera de soporte para un debate entre los que apoyan el Tratado y aquellos que no, lo más que nos hemos encontrado ha sido una serie de anuncios en los que se magnifican los artículos más inocuos del texto constitucional. En unos cortes publicitarios se trata precisamente de vender un producto que se promete muy beneficioso para todos como es la Constitución Europea. Para ello se han utilizado personajes de amplia reputación entre la masa, como Emilio Butragueño o Johan Cruyff, héroes sociales, de considerada reputación, que han sido causa de muchos momentos de felicidad social. Por otro lado, en la radio (pública o privada)podemos oír todos los días a una personalidad dar su apoyo a la Constitución Europea, con los argumentos que todos quieren oír y con no pocas confusiones, cuando no falsedades.

Otros artistas, a fin de no caer en la vanidad intelectual, confiesan no haber leído el texto, pero aún así dicen apoyarlo y animan a todos los españoles a votar Sí a la Constitución. Los colectivos o personajes relevantes que optan por el No a la Constitución no tienen cabida en el espacio mediático, si acaso ya les tocarán los minutos reglamentarios de la campaña, en la que todo estará ya más que amasado.

A su vez, al hablar del texto constitucional europeo como «la Constitución» se está llevando al terreno de lo conocido algo que, en principio, nada tiene que ver como es la Constitución Española, que evoca a la mayoría de los españoles felices momentos de consenso y de afianzamiento de nuestra democracia. La confusión crea una asociación de ideas que induce al individuo a aceptar sin miramientos dicha «Constitución».

Aquí, sin embargo, podemos atisbar con más nitidez que nunca la intención de desalfabetización del pueblo que persigue, en todos los ámbitos, los poderes fácticos y sus gobernantes. Aparte de la manipulación de los medios, los cuales se han puesto al servicio y defensa del Sí, se trata además de dilapidar los escasos valores éticos que quedan en esta sociedad tan perdida.

Efectivamente, los personajes que aparecen en los medios defendiendo la Constitución son héroes sociales y mensajeros. Son mensajeros de una fe europea y quieren encantar a la ciudadanía con un alarde de sus beneficios, sin que medie ningún análisis de la misma. En ese sentido se está infundiendo en el ciudadano un principio ético que consiste en «tener fe» en el héroe social, pues él, que tantos momentos de gloria ha dado al país, y que ha demostrado con ello su sentido patriótico, no puede querer nada malo para su pueblo. Sin embargo, cuando estos héroes reconocen que no han leído el texto se está yendo mucho más allá: se está sentando en la masa el principio de que no sólo no es necesario debatir sobre lo que nos dicen desde arriba, sino que ni siquiera hay que conocerlo, pues es una señal de bondad «creer aquello que nos es dictado por personas más cultas que nosotros». Esta campaña declara de forma tácita los principios morales que están construyendo la nueva sociedad del neoliberalismo: a) en el instinto gregario se halla la virtud; b) la fe es una virtud; c) el espíritu incrédulo es malo; d) la ignorancia no es mala, sólo puede ser perjudicial de hecho, nunca per se; f) toda crítica destruye y por tanto es nociva.

Pero la ignorancia reconocida y el papel de su utilización para pedir un voto son más dañinos para esta frágil sociedad de lo que se cree. Significa el enaltecimiento de la idea del credo, en este caso, del credo constitucional; significa animar al pueblo a entregarse al destino que dictan los poderosos, sin el más elemental conocimiento; supone usurpar a la sociedad la posibilidad de controlar su propio desarrollo y evolución; significa arruinar el principio que, como ciudadano de derecho, asigna al individuo el deber de analizar y conocer el entorno que le rodea, y de ser responsable de sus decisiones.

Con este credo de la ignorancia nuestra sociedad se está convirtiendo en una masa dogmática, cuya fe sólo puede ser causa de intransigencia y de futuras guerras sanguinarias.

En el otro lado hipócrita, al tiempo que se lamentan que los estudiantes cada vez se esfuerzan menos y de que la juventud no lee casi nada, los ministerios que velan por la investigación, la ciencia y la educación venden el conocimiento al capital, en una simbiosis muy fructífera para ambos. Ya además suenan campanas que llaman a las empresas para que acudan a los colegios públicos a hacer negocio.

Y nosotros, ovejas perdidas, sólo podemos ver en todo esto un puñados de buenos motivos para continuar la lucha «a martillazos».