La noticia del magnicidio de Jovenel Moïse acontecido en Haití sacudió el entorno político de la región, además de la sorpresa por el hecho en sí, la conmoción fue creciendo entre los sectores de la nación caribeña, pues hace más de un siglo que no se registraba un crimen de esa índole. Apenas fueron circulando en los noticieros y las redes sociales los primeros aspectos del suceso, las voces de mandatarios de diferentes países se expresaron para condenarlo y reiterar su apego a los caminos institucionales, algo que para el pueblo haitiano, pasando la sorpresa, resulta algo más que contradictorio, pues lo que ha caracterizado a Haití desde hace décadas es su falta de soberanía e institucionalidad real debido a la ocupación neocolonial que el imperialismo estadounidense y las potencias europeas junto a la OEA y la ONU han impuesto. Dicho de otra forma, justamente ha sido la falta de un orden autónomo y auto-determinado uno de las grandes agravantes de la realidad para el pueblo haitiano.
Moïse enfrentaba una larga resistencia proletaria-popular contra su mandato que finalizó desde el 7 de febrero de este año, pero que, tras una serie de medidas legaloides, el ex mandatario buscó prolongar modificando la Constitución y retrasando la celebración de elecciones que tras los reclamos sociales ya se habían programado para septiembre próximo. El asesinato del Jovenel, claramente orquestado por un comando de mercenarios, está siendo utilizado por los continuadores del régimen para la criminalización de la lucha social y el establecimiento de un Estado de Sitio que desmovilizará las protestas y perseguirá a cualquiera que se manifieste contra la autoproclamación del nuevo primer ministro Claude Joseph como presidente, algo que difícilmente perdurará, debido a que su ratificación tendría que aprobarse por el Parlamento, pero fue disuelto por Moïse y no ha sido renovado, por lo cual no está aún formalizado el camino para un nuevo nombramiento presidencial. Esta situación habla de la lucha interna por el poder y el control de los intereses de la rancia oligarquía-burguesa aliada de la dominación imperial.
Unas cuantas horas después de difundida la noticia del magnicidio, los Estados Unidos se dijeron a través de la presidencia “listos para ayudar mientras continuamos trabajando por un Haití seguro y protegido”. Estas declaraciones resultan irónicas e incluso hipócritas por ser justamente el imperialismo estadunidense la principal fuerza que mantiene invadido a Haití reiteradamente desde el siglo pasado. La crisis haitiana ha sido provocada por esa injerencia-ocupación neocolonial del imperialismo y las potencias europeas con el aval de la ONU y la OEA, las dictaduras, las políticas neoliberales, el saqueo y el empobrecimiento agudizado no son casuales, son una sistemática media de control geopolítico e inhumano.
Entre otros tantos padecimientos legados por Moïse, Haití hasta la fecha no ha recibido ninguna vacuna contra el Covid-19 y por consiguiente enfrenta un incremento en los contagios y el colapso del sistema hospitalario de por sí empobrecido y desarticulado por las políticas de saqueo, la clase trabajadora haitiana es de las más explotadas en toda nuestra América. La situación se torna por demás compleja y convulsa para el pueblo haitiano, los agravios no avizoran una pronta solución y la amenaza de la profundización de la intervención imperial late con mucha fuerza ante un crimen que únicamente beneficia a quienes desean seguir dominando y saqueando.
Ahora más que nunca Haití necesita de la solidaridad internacionalista y del rechazo a cualquier injerencia e intervención neo-colonizadora.