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¿Hay un plan B para Haití?

Fuentes: Otramérica

Tercer y último artículo de la serie sobre megaminería en Haití

Hay que reconocerlo. Eso que llaman «relaciones públicas», el arte de decir medias verdades, tiene sus méritos. Por ejemplo, algunos sectores dentro y fuera de Haití incluso analizan el impacto que tendrán en la economía haitiana los futuros ingresos provenientes de la minería y la «generación de empleo». ¿Pero realmente la industria minera puede sanear la economía de Haití? ¿Hay un plan B?

Alex Dupuy, profesor titular de estudios afroamericanos y sociología de la Universidad Wesleyan, señala que «la industria minera no utiliza mucho mano de obra, y los nacionales que se contratarán serán trabajadores no calificados. Los trabajadores especializados vendrán del extranjero porque generalmente estas empresas traen su propia tecnología. Todo sucederá como antes: las empresas mineras expropiarán la tierra de los agricultores, los contratos se elaborarán a la medida de la empresa extranjera, lo cual no necesariamente significa que se actuará en pro de los mejores intereses del país, aunque presentarán todo como algo ventajoso para Haití».

Las grandes empresas mineras han conseguido jugosos contratos con Estados más fuertes que el haitiano. ¿Qué garantía tienen los haitianos de que el gobierno «abierto- a-los-negocios» de Martelly y el primer ministro Lamothe negociará de una manera diferente que los gobiernos de Ghana y de otros países que continúan siendo pobres debido a que las mineras se llevan la mayor parte de las ganancias provenientes del negocio?

Hasta ahora, la megaindustria minera y su cómplice, el gobierno haitiano, parecen mantener el tradicional modus operandi de la explotación de minerales. En las montañas del norte del país, donde las mineras han iniciado la recolección de muestras, viven decenas de miles de familias campesinas. Sin embargo, según las periodistas de las radios comunitarias de la zona, «jamás se ha visto ni la sombra de un funcionario del Ministerio del Ambiente».

En Grand Bois, la empresa minera ha contratado a un puñado de agricultores con un vergonzoso salario de cinco dólares por día para construir un camino y, a la vez, ha activado el lavado de imagen con acciones de «responsabilidad social»: ha construido un pequeño puente y ha dado becas a estudiantes. Pero las familias campesinas siguen nerviosas. «Nos han dicho que la compañía utilizará el agua del río durante 20 años. Nadie podrá beber el agua que corre por aquí. Con lo que van a hacer aquí… hay gente que tendrá que irse de la zona. Según lo que veo, si la gente no se organiza para conseguir algo, se quedarán sin nada», advierte Elsie Florestan, activista del movimiento campesino Tèt Kole Ti Peyizan Ayisyen.

Las familias de la zona están realmente preocupadas por el riesgo de ser expulsadas de sus comunidades. Y tienen buenas razones para preocuparse. El año pasado, más de 200 familias fueron expulsadas de una fértil llanura cuando el presidente Martelly puso en marcha una nueva zona de libre comercio.

Memorias del saqueo

Incluso antes de la actual «fiebre del oro», como le llaman ahora, el saqueo había comenzado. A sabiendas de que existían indicios claros de la existencia de yacimientos de oro, plata y cobre, oportunistas y empresarios asociados a las mineras, convencieron de vender sus tierras a algunas familias campesinas del norte del país.

Anglade, exdirector de la Oficina de Minas y Energía, recuerda: «Cuando me enteré de lo que estaba sucediendo, visité el sitio personalmente, costeé el viaje con mi propio dinero. Les dije que las tierras que cultivaban tienen recursos mineros y no se venden.» A pesar de ello, los «tiburones» les persuadieron de vender. Ahora, esas familias cultivan su antigua propiedad en calidad de inquilinos.

Desde hace años, los cultivadores sistemáticamente han observado equipos que vienen a recoger decenas de miles de muestras de cada valle y colina del norte del país. «sin importarles de quién es la tierra, llegan, toman las piedras, las ponen en bolsas y se van», explica Arnolt Jean, un activista campesino.

«Todo lo que está en el subsuelo podría sacarnos de la pobreza para siempre. Pero como la riqueza está bajo tierra, los ricos son los que tienen los medios de explotarla. Entonces, los que viven en esta tierra seguirán siendo pobres y los ricos se enriquecerán mucho más», concluye Jean.

La explotación de yacimientos mineros a cielo abierto, la más común del mundo, implica la excavación de grandes cráteres rodeados de gigantescas terrazas formadas por la tierra removida. Cuando se agotan los recursos, generalmente después de unos 25 años…, las minas dejan graves problemas como comunidades desplazadas y contaminación ambiental. Alrededor del planeta, en Papúa Nueva Guinea, las Filipinas y Brasil, los accidentes mineros han provocado el derrame de toneladas de residuos tóxicos en ríos y lagos, y han creado catástrofes medioambientales, señala un reportaje de Associated Press.

El plan B

En otra esquina de Haití, la brigada Dessalines, una iniciativa de La Via Campesina y del Movimiento de los Sin Tierra de Brasil, orienta sus esfuerzos hacia una opción que permitiría que las familias campesinas haitianas, en el corto plazo construyan, con sus propias manos y con una evidente sostenibilidad ambiental, uno de los principales objetivos del país: la soberanía alimentaria.

José Luis «Patrola», un integrante de la brigada, señala que hay problemas estructurales que están en la base de los problemas del campo haitiano. Una agrónoma de la brigada, Dayana Mezzonato explica que «desde mediados de la década de 1980, muchos productos agrícolas extranjeros entran en el país y los nacionales son cada vez menos priorizados. Los cultivadores de arroz tienen dificultades para competir en el mercado, porque la importación de los EEUU es subsidiada».

A pesar de estas dificultades, el campo produce alimentos para el 40% de los haitianos y es un pilar importante de la economía. El ingeniero agrónomo Rafael Aquino, también de la Dessalines, destaca que «una característica fuerte de la agricultura haitiana es la plantación diversificada, que mantiene la fertilidad del suelo, disminuye la presencia de plagas y de enfermedades y no demanda el uso de insecticidas. En las montañas tienen de todo: arroz, caña de azúcar, banana, mandioca, y frijoles (porotos, caraotas, habichuelas)… Pero las familias campesinas usan pocas técnicas de conservación del suelo, y hay problemas de erosión y de ríos enarenados».

La brigada tiene centros de reproducción de semillas de legumbres, «porque la base de la soberanía es la capacidad de producción y hoy el 100% de las semillas de legumbres utilizadas en Haití son importadas». Construye una escuela de formación técnica y hace planes para conseguir herramientas de trabajo, como machetes, azadas, que no se fabrican en el país. También enseña a hacer viveros de reforestación, «ya que Haití tiene solamente 2% de bosques y la actividad de extracción es continua, porque el carbón vegetal es una fuente de renta alternativa para los campesinos. La consecuencia es que, como el suelo es más vulnerable, los ciclones y los huracanes son más devastadores aquí que en el resto del Caribe».

Parece que otro mundo es posible… y tal vez cuesta menos hacerlo realidad.

Fuente: http://otramerica.com/especiales/haiti-seismo-colonial/hay-un-plan-b-para-haiti/2047