Actualmente, América Latina sufre los embates de una nueva ola de políticas neoliberales, modelo relanzado contra los aparatos estatales y contra la sociedad tras la crisis global de 2007 – 2012. La refuncionalización de la acumulación capitalista ha significado, también, una acometida en contra de los espacios académicos y educativos. Aunque el neoliberalismo intentó, desde […]
Actualmente, América Latina sufre los embates de una nueva ola de políticas neoliberales, modelo relanzado contra los aparatos estatales y contra la sociedad tras la crisis global de 2007 – 2012. La refuncionalización de la acumulación capitalista ha significado, también, una acometida en contra de los espacios académicos y educativos. Aunque el neoliberalismo intentó, desde mediados de la década de los setenta, hacer de la educación una mercancía más -en varios casos, lográndolo de una forma muy eficiente-, en el momento presente, cuando han sido desplazados muchos de los gobiernos progresistas en el continente americano, ese intento ha tomado un nuevo empuje, por ejemplo, a través de las nuevas tecnologías de la comunicación.
La acometida neoliberal en contra de la educación se expresa en tres formas principales: la privatización de la educación y la educación privada como principal opción educativa, la incorporación en los espacios educativos públicos de los criterios de eficiencia propios de una perspectiva mercantil y desarrollista, y, por último pero no menos importante, la inoculación en los espacios educativos de una axiología que prima la ganancia, el individualismo y la especialización, por sobre la sobrevivencia, la vida comunitaria y la integralidad.
En este plano, las fuerzas de resistencia deben plantearse como uno de sus retos la necesidad de crear espacios que desarrollen nuevas perspectivas pedagógicas y didácticas, que se vislumbren como alternativas posibles frente al neoliberalismo y la acumulación capitalista y, también, el fortalecimiento y reproducción de aquellos espacios pedagógicos alternativos que ya existen. Esto además debe incorporar una alta cuota de creatividad en el uso de los recursos tecnológicos, de las redes de comunicación y de las instituciones estatales o semi estatales, como los recintos universitarios (principalmente debido a su relativa autonomía). Ello no debe significar perder de vista que éstos son -incluso en el caso de las universidades- instrumentos, y que lo significativo es cómo se nutren de contenidos emancipatorios, cómo son accesibles a la mayoría de la población y cómo se vuelven instancias de participación democrática de diferentes sujetos sociales.
Algunas de las principales preocupaciones sobre la educación emancipadora, en un plano operativo, deberían ser: el financiamiento sostenible de las iniciativas de educación emancipadora (tanto de aquellas eminentemente prácticas, como de las iniciativas más teóricas y reflexivas), la replicabilidad de estas iniciativas en distintos contextos (geográficos, culturales, etarios, de género), la formulación de paradigmas y metodologías de investigación contextualizadas, la difusión de conocimientos a nivel nacional y regional, la incidencia en espacios públicos (sobre todo en la institucionalidad estatal), la participación efectiva de toda la comunidad educativa, entre otras.
Asimismo, deben plantearse cuestiones como la internalización de una perspectiva intercultural basada en la propia historia latinoamericana y caribeña, lo que supone el reconocimiento de la diversidad que configura las distintas identidades latinoamericanas, las diferentes tradiciones culturales y pedagógicas que las nutren, y las diversas condiciones sociales en que, en la mayoría de los casos, se ha experimentado la opresión y la homogeneización.
Hay otra arista que no debería quedar fuera del margen de estas consideraciones: la necesidad de armonizar una formación que permita la empleabilidad del estudiantado, con aquella formación humanística y crítica. La contradicción aparente entre empleabilidad y formación humanística, parte de una visión corta sobre los espacios de inserción laboral, pues la empleabilidad no se reduce a las órbitas de valorización del capital (por más que hoy por hoy absorban una gran cantidad de fuerza de trabajo). La empleabilidad también debería fomentarse en iniciativas colectivas, comunitarias e institucionales ajenas al capital, aunque es de reconocer que ello requiere políticas más allá del ámbito educativo.
La educación emancipatoria no puede, además, dejar de plantearse un horizonte utópico, un rasero axiológico -pero también político- que conforme el marco general de aspiraciones históricas en el que ciertos proyectos educativos encuentran espacio y sentido. Este horizonte «utópico» no debe ser el de las soluciones ideales o idealizadas, o el de los análisis abstractos que eluden problemas fundamentales para la emancipación, como la lucha de clases; ese horizonte utópico debe partir del análisis crítico de nuestras posibilidades reales de emancipación en un mediano y largo plazo, en situaciones sociales y políticas concretas, de cara a un sistema global de dominación que pone en riesgo la continuidad de una vida humana digna en todo el planeta.
Si bien estos son algunos puntos que pueden ser discutidos, debatidos y, sin duda, ampliados, lo fundamental es comenzar con primeros y modestos pasos -y también con algunas caídas- para que el gran continente que es América Latina, pueda por fin andar por sus propios pies.
Alberto Quiñónez es miembro del Colectivo de Estudios de Pensamiento Crítico (CEPC).
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