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Cronopiando

Indignación y Dios que están de más

Fuentes: Rebelión

Ignoro qué privilegios puedan corresponderles todavía a los Estados europeos y a los Estados Unidos, acostumbrados a dar el primer golpe, su mejor argumento; y a decir la última palabra, su mayor pretexto, pero si a algo no tienen derecho alguno es a indignarse. Acepto que puedan preocuparse, sorprenderse, turbarse… pero no indignarse. Y menos con […]

Ignoro qué privilegios puedan corresponderles todavía a los Estados europeos y a los Estados Unidos, acostumbrados a dar el primer golpe, su mejor argumento; y a decir la última palabra, su mayor pretexto, pero si a algo no tienen derecho alguno es a indignarse.

Acepto que puedan preocuparse, sorprenderse, turbarse… pero no indignarse. Y menos con sus obras, con los frutos de sus ambiciones, con personajes como el líder libio Gadafi.

El que clase política italiana y algunos medios de comunicación que todavía no son propiedad de Berlusconi, se indignen con Gadafi, de visita en Roma, por pagar 100 euros por una naranjada en un restaurante que ya había sido cerrado por estafar a turistas japoneses o por contratar a 500 «velinas», a cien euros por cabeza, para sostener un encuentro con ellas y animarlas a convertirse al islamismo, no es de recibo.

Al fin y al cabo, las fiestas con «velinas» que organizara Berlusconi en sus fincas privadas, avión incluido para las «ragazzas», pasan por una inevitable recesión, especialmente ahora que la liga italiana de fútbol ya ha arrancado y el Milán e Ibrahimovic requieren la atención del primer ministro. Por ello es lógico que las desempleadas jóvenes oigan otras ofertas, por más que, en algún caso, implique hasta la conversión al islamismo que, supongo, aumenta la tarifa. Y cien euros por una naranjada es un precio relativo, dado que las naranjas fueron exprimidas a mano, incluían pajita y servilleta y el cliente no era japonés.

Tampoco me parece motivo de indignación la cena que ofrecieron Berlusconi y Gadafi a 800 comensales, que no hay nada mejor que una suprema ingesta en estos tiempos de crisis; o la exhibición ecuestre a la que ambos asistieron para ver competir los 30 purasangres que había llevado el líder libio a Italia con los «Carrosello dei carabinieri» que aportaba Berlusconi, que no hay más sano espíritu que aquel que se distrae.

Los anhelos expresados por Gadafi de que Libia e Italia lleguen a formar un día una sola religión y etnia, y que cuenta para ello con la inestimable ayuda de su amigo Berlusconi, tampoco se me antoja vaya a herir dignidad alguna entre la clase política italiana y los medios de comunicación, por más susceptibles que parezcan. Sin necesidad de apelar a hemerotecas, basta un simple repaso de memoria del excelso sumario que, sólo en materia de opiniones, aporta el primer ministro italiano, para entender qué lejos de alcanzar su gloria queda su socio árabe.

No, no hay motivo para la indignación por más que el católico secretario de Estado, Carlo Giovanardi, afirme que «mientras Gadafi viene a Roma a decir lo que le apetece, el Papa no puede ir a Trípoli a hacer lo mismo», o el diario Il Messaggero, se pregunte «¿Qué pasaría si el líder de un estado europeo fuera a Libia u a otro país islámico e invitara a todo el mundo a convertirse al Cristianismo?»

Y no hay motivo para la indignación porque no pasaría nada. De hecho, existen sobrados antecedentes, y sin mediar invitación alguna, de cuánto se han esmerado a lo largo de su historia los estados europeos y el Vaticano por evangelizar infieles por el mundo. Pablo Neruda lo resumió en una excelente cuarteta: «Enarbolando a Cristo con su cruz, los garrotazos fueron argumentos tan poderosos que los indios vivos se convirtieron en cristianos muertos».
No hay porqué indignarse por más que el periódico La Stampa afirme que los «intereses nacionales no pueden justificar estos actos grotescos», porque los intereses nacionales lo han justificado todo. De hecho, Berlusconi es el mejor ejemplo de hasta qué punto las bufonadas de un primer saltimbanqui son en la actual Italia su mayor razón de Estado. Y si a semejantes y titiriteros argumentos le agregamos que Libia es uno de los más importantes inversores en Italia, sobra la alharaca nacional y sus cotizados aspavientos.

Ni siquiera hay razón para el enojo así la presidenta del Partido Democrático, Rosy Bindi, afirme que la visita de Gadafi «humilla a las mujeres italianas» o que «hace su propaganda rodeado de muchachas bellas», porque sin necesidad de su visita, no falta ni en Italia ni en Europa quienes hayan convertido la humillación de la mujer en cotidiano ejercicio. Basta entretenerse unos minutos en la televisión y la publicidad al uso para confirmar hasta qué punto las «muchachas bellas» sirven de atractivo envoltorio a cualquier e intrascendente propuesta.

Tampoco es necesario que venga nadie de fuera a convertirnos a otra santa patraña. En esta indignante Europa que tanto juega a indignarse, en nombre del mercado nos convierten en accionistas de los bancos. Con dinero público, con nuestro dinero, se les regala su insultante bonanza para que puedan aumentar sus ganancias e hipotecar nuestras vidas y miserias; en nombre del progreso nos convierten en socios de la industria y el comercio. Con nuestros recursos se les recompensan sus dislates, sus demenciales proyectos, para que puedan multiplicar sus beneficios y condenarnos al hambre y al desempleo; en nombre de la democracia nos convierten en cómplices de sus malditas guerras. Con nuestros votos se les garantiza la impunidad de sus desmanes y atropellos para que puedan expandir sus fortunas y convertirnos en daños colaterales.

En esta hipócrita y mercader Europa ya estamos convertidos e indignados, como para que venga nadie de fuera a revelarnos la ira y a mostrarnos a Dios.

(www.cronopiando.com)