En un país donde el desarrollo d las condiciones generales de existencia de la población son cada vez más lamentables y precarias; donde la actitud del gobierno, además de servil a los intereses transnacionales y oligárquicos; donde la justicia se ha convertido en un arma mortal contra la sociedad; donde un par de dipsómanos son […]
En un país donde el desarrollo d las condiciones generales de existencia de la población son cada vez más lamentables y precarias; donde la actitud del gobierno, además de servil a los intereses transnacionales y oligárquicos; donde la justicia se ha convertido en un arma mortal contra la sociedad; donde un par de dipsómanos son las marionetas que portan los fusiles jurídicos contra la población; donde se militariza la sociedad y se criminaliza la protesta, donde la policía es la mayor fuente de inseguridad y se asesinan impune y alevosamente decenas de campesinos por justos reclamos, es sumamente extraño que la intelectualidad guarde un silencio casi absoluto.
Vamos a hablar de intelectuales verdaderos, no de aquellos que sirven como «sicarios de la palabra», que hablan idioteces convenientes a la clase dominante y cuyo nivel de conocimiento luce bastante limitado. Hablamos de aquello que sabemos comprometidos con algo, no estamos claros que, a lo largo de sus vidas, pero que hoy, por convicciones, por miedo, por desidia, por lo que sea rehúyen el debate sobre la realidad nacional, para evitar «contaminarse» ideológicamente y perder un poco de esa conveniente «neutralidad» que siempre les deja abierta la puerta abierta sin tener que enfrentar la realidad.
Honduras es un país de muchas interpretaciones, pero pocas «escaramuzas» de ideas; a los escritores e intelectuales les gusta mucho la idea de ser llamados «progresistas o hasta «revolucionarios» (con algunas excepciones en las que gustan de llamarse «demócratas»). Por otro lado, la actividad política es intensa, aunque no se genera al interior de los partidos políticos. La única organización que mantiene un debate interno de importancia ideológica y política es el Frente Nacional de Resistencia Popular (FARP – FNRP), en este debate la colaboración intelectual es mínima, por lo que la propuesta se dogmatiza, y se aplican idea como si fueran salmos bíblicos.
Los intelectuales prefieren auxiliarse de la modernidad teórica, y se olvidan del criticismo necesario para producir pensamiento; preferimos hacer crítica atroz de los errores de sintaxis o de ortografía que enfrentar los contenidos que se nos plantean. Nos callamos frente a propuestas, o porque las subestimamos y las calificamos de absurdas o porque preferimos no decir nada. Muchas personas, consideradas como intelectuales progresistas han sesgados sus opiniones a raíz de la antipatía que les despertaba el régimen derrocado, y por ello hicieron una condena más bien tibia del Golpe de Estado Militar de 2009. Debemos incluso reconocer, que en muchos casos llego a verse con buenos ojos la asonada militar, y luego, estas personas se fueron arrepintiendo pero no olvidaron sus posturas personales e inconsecuentes.
Ahora quienes deberían estar en la primera línea del debate, se abstienen, y calculan sus posibilidades; llegan al extremo de hacer valoraciones sobre la conducta del Coordinador del Frente sin tomar en cuenta los hechos que son más que evidentes. Ante tanto conformismo, es que los espacios del debate han sido ocupados, muchas veces para hacer sórdidos ataques y absurdas interpretaciones de los acontecimientos, fortaleciendo discusiones que tienen principio, pero, por su falta de sentido, no tienen posibilidad de conclusiones. Con esto, se reduce todo a un mundo ficticio de condena, y denuncia que redimen la responsabilidad de la intelectualidad pero no aporta las alternativas de solución, los planteamientos que guíen la lucha del país. Este es un enorme vacío dejado al azar, acomodando todo al ritmo pausado pero fulminante del régimen.
Hay una falta enorme en aquellos que por falta de consciencia repiten una y otra vez el error de elegir en contra de sus propios intereses; sin embargo, es mil veces más grave la falta de aquellos que, habiendo tenido la posibilidad de desarrollar su consciencia, se pliegan al sistema de ideas que les permiten pasar los días, las semanas y los años, sin necesidad de crear pensamiento, sin aplicar los conocimientos que se han acumulado; esta es una falta evidente contra el pueblo mismo, que hoy es invocado todos los días pero nadie se detiene a comprender cabalmente.
Los vicios de la clase dominante impregnan a nuestra clase dirigente; la que, a pesar de todo, sigue tratando de estar dentro de la zona moralmente correcta. Se perdió en alguna parte de los últimos doce meses la naturaleza combativa de estas personas y para ocultar su incapacidad de caminar hacia adelante se impuso un debate estéril y sin fundamento, todo esto sin que los intelectuales se dedicaran a la tarea de construir consenso y diseñar las estrategias necesarias para enfrentar al enemigo que ya nos lleva muchísima ventaja, especialmente por su clara conciencia de clase. En un movimiento de cambio es importante que las partes integrantes sepan dirimir sus diferencias en base a los objetivos comunes; en nuestro caso se han magnificado las contradicciones, sin permitir el desarrollo necesario que estas producen.
Es evidente que la falta de consistencia ideológica, y claridad de objetivos comunes frente a la maquinaria de la oligarquía (palabra de moda que repetimos pero no repudiamos en realidad), es más dañina que cualquier otro fenómeno, y que puede conducirnos a construir un nuevo instrumento con pocas diferencias cualitativas en la práctica, por lo que se hace necesario que los intelectuales, artistas, dejen de lado sus prejuicios y atiendan un llamado de emergencia para comenzar a cumplir con su tarea histórica. Es fácil comprender que muchos, bajo cualquier pretexto se quedaran en el camino, pero también muchos entenderán que sin compromiso con el pueblo las palabras no sirven de mucho.
En estos momentos, entendemos la terrible situación que le tocaba enfrentar a Sandino, cuando pedía «al menos cien hombres» que pensaran como él para liberar su tierra. ¿Cuantos intelectuales podremos reunir? ¿Diez? ¿Veinte? No pedimos mucho, al menos que se enojen y aparezcan diciéndonos lo que quieran, pero que salgan, y digan lo que piensan. A partir de eso, habremos de construir muchas ideas que sirvan de cimiento para la libertad.
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