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Un fantasma recorre Europa

La clase obrera europea unificada

Fuentes: Rebelión

Imaginemos, por un momento, que al consejo de administración de una empresa cualquiera, multinacional o no, se le ocurre la brillante idea de deslocalizar su planta de Girona para trasladarla a Ciudad Real, con la «esperanza» de que los trabajadores de esta ciudad acepten un recorte salarial del 30% y de que la Comunidad Autónoma […]

Imaginemos, por un momento, que al consejo de administración de una empresa cualquiera, multinacional o no, se le ocurre la brillante idea de deslocalizar su planta de Girona para trasladarla a Ciudad Real, con la «esperanza» de que los trabajadores de esta ciudad acepten un recorte salarial del 30% y de que la Comunidad Autónoma de Castilla La Mancha le aplique un tratamiento fiscal privilegiado. Este escenario nos parecerá, ciertamente, inverosímil; aunque contase, a lo peor, con la aprobación de algún sector, incluso mayoritario, de la sociedad y clase obrera manchegas, seguro que no tendría la aprobación de la dirección de los sindicatos del país, ni del conjunto de los trabajadores, que, fácilmente, reaccionarían ante esta pretensión con movilizaciones y hostigamientos hacia la administración esquirol y la multinacional. Imaginemos, por el contrario, la misma pretensión pero, en este caso, con dos ciudades afectadas de distinto país europeo: Girona y Praga. Por supuesto que la sociedad, trabajadores y Gobierno Checos contemplarían la deslocalización «a su favor» como una oportunidad para la economía y empleo en su país, y sus economistas y sindicatos si no los alabarían, al menos, sí serían comprensivos con el menor nivel salarial de sus trabajadores y el «más benigno» sistema fiscal. En el primer escenario, pues, habríamos observado cómo los trabajadores españoles practicarían una actuación propia de clase obrera, por así decirlo, en mayúsculas. En el segundo, observaríamos, por el contrario, casi con total seguridad, cómo los trabajadores españoles aceptarían, pongamos por caso, una reducción del 15% del salario y trabajar algunas horas más con el fin de que la planta no se deslocalice; y, de otro lado, la satisfacción de los trabajadores checos, porque, al fin, el consejo se decantó por ellos, a la vista de que sus salarios eran, pongamos por caso, un 40% más bajos que los españoles. Esto es, ni los trabajadores españoles ni checos se habrían elevado a la condición de CLASE obrera. En el marco del Estado Nación los trabajadores tiene aún la oportunidad de actuar como clase; y es que, como decía Marx, aunque por su contenido la lucha de la clase obrera es internacional, por su forma, todavía, es nacional. La existencia de tantas legislaciones laborales y fiscales, con dispares sistemas salariales, impositivos y de prestaciones sociales, como estados conforman la comunidad europea y la percepción cierta de que los mismos dependen de centros de soberanía estatal distintos tangibles y con vocación de permanencia, crean las condiciones objetivas y subjetivas para la creación de un practica de clase nacional. Por el contrario, la etérea y oscura autoridad gubernamental de la Unión, oculta en la maraña de sus no menos oscurantistas instancias burocráticas, la inexistencia de un centro legislador europeo y ejecutivo auténticos, es decir, la percepción de que tras la unión no se esconde ninguna realidad estatal cierta, con la posibilidad de homogeneizar las legislaciones sociales y fiscales de los estados miembros, hacen impracticable que la lucha de la clase obrera adopte forma y alcance europeos. No es viable, pues, en estas condiciones estatales y políticas, la existencia de una clase obrera europea. Las distintas burguesías europeas, sin embargo, sí se han acomodado al escenario del mercado único y a la libertad de capitales y observan con algarabía como otros países del entorno (Turquía, las repúblicas ex yugoslavas, etc) pretenden entrar en el club europeo, con sus legislaciones y salarios a la baja. A las burguesías europeas este capitalismo unificado en el mercado pero heterogéneo en lo político, legislativo e institucional les viene como «anillo al dedo»; juegan con la ventaja de las condiciones relativas y con ello conjuran el peligro que supondría para sus intereses el nacimiento de una clase obrera europea unificada. A la vista de que la internacionalización de la vida económica hace impracticable, a medio y largo plazo, una vuelta a las esencias y límites del Estado Nación tradicional, en el que, como queda dicho, los trabajadores europeos, hasta ahora, han podido actuar como CLASE, y de que la realidad económica marca la existencia de un mercado y un desarrollo burgués plenamente europeos, la existencia y lucha de los trabajadores europeos como clase no pueden sustraerse a esa tendencia. La libertad absoluta para el movimiento de capitales en Europa convierten en papel mojado las legislaciones más progresivas y los derechos políticos a ellas anudados; por eso mantener la ilusión de que los Estados Nacionales legislan es una idea regresiva. Las decisiones de los parlamentos nacionales y con ellas la voluntad popular en ellos depositada es burlada por las decisiones de la burocracia de Bruselas y el capital europeo transnacional. La estructura «estatal» de la Unión Europea se asemeja al viejo Estado Liberal en la medida que no integra, realmente, voluntad popular ni representatividad democrática algunas, al tiempo que se preocupa, casi en exclusividad, en crear las condiciones más óptimas para la realización del capital europeo, libre de trabas. Así, pues, puede afirmarse que las burguesías europeas, en esta peculiar e histórica integración supranacional, han expropiado, a hurtadillas, a sus pueblos la realidad estatal y los derechos políticos a ella anudados, sin que, por miedo al nacimiento de una potentísima e invencible clase obrera europea, se avengan a construir una auténtica realidad supraestatal, que las sustituya e integre. A los trabajadores y población europea en general le corresponde, por tanto, una inédita y doble tarea: la construcción de una nueva y auténtica realidad estatal, la de los Estados Unidos de Europa, y, obligadamente, en este estadio del desarrollo social y económico, la paralela edificación del Socialismo. Un primer paso en esta dirección, sin duda, lo constituye la constitución del Partido Comunista de Europa, un proceso constituyente europeo, con convocatoria de elecciones para la elección de un parlamento con plenitud de soberanía en todas las materias y la elección de un ejecutivo plenamente responsable ante la soberanía popular europea. El europeísmo es socialista; Europa será socialista o no lo será.

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