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Uruguay

La derecha ante el balotaje

Fuentes: Editorial La República

Luego de casi dos siglos de dominio oligárquico del Uruguay (no exento de una ya superada violencia al interior del propio bloque dominante) la pérdida del poder político parece exaltar sus más viscerales pasiones. Aunque sólo se trata de esa ceñida esfera del poder, ya que el económico, mediático y hasta jurídico -a través de […]


Luego de casi dos siglos de dominio oligárquico del Uruguay (no exento de una ya superada violencia al interior del propio bloque dominante) la pérdida del poder político parece exaltar sus más viscerales pasiones. Aunque sólo se trata de esa ceñida esfera del poder, ya que el económico, mediático y hasta jurídico -a través de la SC de (in)Justicia- continúa incólume y detentado por los mismos, la nostalgia los lleva estos días a oscilar entre la imprecación enardecida y la búsqueda de cualquier migaja sobrante que puedan pellizcar desde la base del tobogán por el que se han precipitado electoralmente.

Los objetivos fueron acotándose secuencialmente. El más optimista fue el de impedir en la primera ronda las mayorías parlamentarias del FA tratando de que la sumatoria de todo el resto del arco lo superara en representación legislativa. Y desde esa hipotética perspectiva tratar de alinear a la casi totalidad del espectro político para ganar el poder ejecutivo en el balotaje, gobernando con una amplia alianza en las cámaras. No pudo ser. Una vez desmentida en las urnas, la estrategia viró a seducir a parte de los votantes frentistas con la desopilante tesis según la cual se podría ejercer el poder ejecutivo, aún con más de medio parlamento en contra, a través de la «convicción». No podrá ser tampoco. El último manotazo táctico es el que podríamos denominar de «cogobierno» en busca de algún mendrugo. La entente blanquicolorada, a esta altura una suerte de cártel político obstinado en «hacer mierda a Tabaré», si apelamos a la espontaneidad del candidato colorado, no lo demanda directamente sino que para eso cuenta con la voz de «la gente».

«La gente» se llama en realidad encuestadora «Cifra», la misma cuya directora Mariana Pomiés al ser consultada por sus yerros los atribuyó, además de a un «conjunto de factores de difícil explicación», a que pensaban que Uruguay era «más moderno» y que por lo tanto una campaña «fresca y joven» (la de Lacalle Pou) tendría mejores resultados. Algo sumamente científico como advertirá el lector. Ahora a través de Luis González, su cara televisiva, se despachó con que «la gente piensa que no debería haber tanta pelea político-partidaria y que debería haber un gabinete multipartidario». Para ello hizo una encuesta preguntando si se está o no a favor de la presencia de miembros de la oposición en el gabinete, ya descartado el vaticinio de los primeros días posteriores a la paliza electoral, de que un triunfo blanco no resultaba imposible.

He sostenido en este espacio tanto la necesidad de regular a las encuestadoras como de crear un instituto universitario de opinión pública que no sólo compita con estas lucrativas empresas sino que publique desde la metodología hasta la totalidad de la base de datos, además de transparentar quién demanda y financia la consulta. También intenté subrayar el carácter burdamente manipulatorio de las operaciones políticas que buena parte de ellas realizan a través del ocultamiento de procedimientos y clientes en connivencia con los grandes medios de comunicación. ¿Puede en este caso caber alguna duda de quién está atrás de esta maniobra de condicionamiento al FA, una vez descartada la posibilidad de influencia parlamentaria y de acceso al poder ejecutivo?

Profundizar la derrota y aislamiento del bloque oligárquico-mediático en el próximo balotaje, la considero una tarea ideológico-simbólica fundamental. Si bien se accede del mismo modo al poder ejecutivo (y a la mayoría en el senado en el caso del FA) por mayoría simple de votos válidos, no es idéntica la legitimidad (y las exigencias de cumplimiento programático que se podrán realizar posteriormente) si Tabaré accede con el 60% (y Lacalle quedara con el 40% o menos) que si esa diferencia fuera, en el extremo opuesto, del 0,1%. Los que en otra oportunidad llamé candidatos a la prescindencia, PI, UP, PERI y PT (los que todos sumados apenas representan el 5%) difieren con el énfasis estratégico que intento subrayar. A pesar de presentarse como «la nueva izquierda» uno y «la verdadera izquierda» los otros, se mantienen indiferentes ante la disyuntiva política, cuando no integran el comando de campaña de Lacalle como los dirigentes de la UP y PI en Rivera. No cambiarán la historia pero contribuirán a mitigar la nostalgia de los poderosos.

Se lo agradecerán.

Emilio Cafassi. Profesor titular e investigador de la Universidad de Buenos Aires, escritor, ex decano. [email protected]

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.