Recomiendo:
0

Londres fue Bagdad por un día

La guerra de Iraq llega al Reino Unido

Fuentes: Insurgente

Terrible día el que ha vivido Londres con la resaca de la «fiesta olímpica». Las últimas cifras, que crecerán en dolor y en espanto en las próximas horas, hablan de 37 muertos y unos 700 heridos. En Londres, como con frecuencia en Iraq, pagan justos por pecadores. El terrorismo de estación de metro o de […]

Terrible día el que ha vivido Londres con la resaca de la «fiesta olímpica». Las últimas cifras, que crecerán en dolor y en espanto en las próximas horas, hablan de 37 muertos y unos 700 heridos. En Londres, como con frecuencia en Iraq, pagan justos por pecadores. El terrorismo de estación de metro o de ferrocarril, como los bombardeos masivos sobre Bagdad, no discrimina. En eso consiste precisamente el terror y la deshumanización completa de los asesinos. Los militaristas británicos -Blair el primero- y los fanáticos islamistas intercambian asesinatos. Sólo cambian los números de víctimas, mucho mayores en Iraq, los métodos, y los mecanismos e instrumentos de justificación, demonización y propaganda.

Las grandes coartadas para el infierno de Iraq parecían descaradamente falsas antes de comenzar la guerra y han resultado fraudulentas. Las de ahora parecen y resultan cínicas y absolutamente inmorales: consisten en afirmar que los destructores deben ser los que rehagan el país -al fin y al cabo inevitablemente arrasado- de acuerdo con sus intereses; de paso están legitimados por la comunidad internacional para hacer buenos negocios. A la postre, eso de los beneficios es la única «ética» que mueve a los imprescindibles empresarios.

También cambia la precisión en los balances de los que pagan la guerra de otros: en Iraq decenas de miles, grosso modo, poco importa la precisión cuando quien cuenta lo hace con absoluta indiferencia.

Nada expresa mejor la relación íntima de ese intercambio de ferocidades que las palabras, menos premonitorias que lógicas, del antiguo jefe de Scotland Yard, John Stevens, quien en marzo de 2004 declaró que un atentado en Gran Bretaña era «inevitable». Una afirmación en la que debería detenerse largo tiempo la reflexión de los ciudadanos. La guerra despiadada es la consecuencia fatal y previsible de la guerra abusiva y preventiva de los más fuertes. Blair sabía desde siempre que ciudadanos confiados y crédulos, los mismos que aceptaron sus argumentaciones sobre las «armas de destrucción masiva» en Iraq, los mismos a los que trata de engañar de nuevo rechazando responsabilidades, serían víctimas de su guerra criminal de sonrisa persuasiva, riesgos inventados y codicias ocultas.

El «rebote» de la guerra hasta Londres representa también el absoluto fracaso de la «guerra antiterrorista» que en realidad ha generado terrorismo y miedo -primeramente en Iraq- y los ha desperdigado por el mundo. La guerra tendría que bautizarse como «guerra creadora de terrorismo». Terrorismo «asimétrico» en sus métodos y «asimétrico» en sus justificaciones.

Ante una tragedia como la de Londres, Tony Blair, un verdadero canalla si se compara su actuación en relación con la guerra de Iraq y cualquier código internacional o humanitario, y un verdadero irresponsable si se juzga su implicación en la «guerra antiterrorista de Bush» en relación con la defensa de la seguridad de sus conciudadanos, no se ha resistido a imitar la línea defensiva de su tutor norteamericano. Como Bush ha hecho con los soldados muertos, Blair ha colocado las víctimas de Londres en el platillo de su apuesta por la guerra:

«Los autores de estos ataques quieren destruir la vida humana, pero no tendrán éxito. Las bombas de hoy no debilitarán nuestra determinación. Nosotros ganaremos, ellos no».

«No nos intimidarán nunca. No cambiaremos nuestro país ni nuestro modo de vida y les demostraremos que nuestros valores son mejores que los suyos. Este es un día muy triste para los británicos, pero saldremos adelante».

El respaldo inmediato le llegó del Presidente de los Estados Unidos que aprovechó también para arrimar el ascua a su sardina:

«La guerra contra el terror persiste» -dijo reafirmando su estrategia mundial. Inmediatamente después expresó una divergencia -la que es visible entre el exquisito ambiente de un Gleneagles aislado de todos los mundanales ruidos y el terrorífico aspecto de Londres- que va a sonar de una manera muy distinta a lo él supone:

«El contraste entre lo que estamos viendo aquí y en las pantallas de televisión no puede ser más vívido: por un lado tenemos a unos hombres que quieren poner fin a la pobreza, que quieren un medio ambiente limpio, y por otro, tenemos a hombres que matan a otros hombres».

Vívido desde luego. Y cínico.

Así como en la ocupación de Iraq hay una lógica a posteriori manipulada por los opresores para lavar todas las culpas y mantener los objetivos de la guerra: «miremos hacia delante», en los atentados de Madrid y de Londres también hay una lógica: «no olvidaremos, no aceptaremos». Lógica implacable de poder y de codicia, y lógica implacable de venganza.

La guerra de todo el año en Bagdad y la guerra terriblemente episódica de Londres van a continuar mientras que los «líderes» de occidente -no los pueblos- no miren hacia atrás y hacia delante y acepten su derrota.