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Entrevista con Rafael Poch-de-Feliu, periodista internacional

«La guerra en Ucrania es la última aportación del ‘Imperio del Caos’ a la crisis»

Fuentes: Rebelión

Estados Unidos-Unión Europea y Rusia se amenazan con una política de sanciones económicas. ¿Es el anticipo de una nueva «guerra fría» o son demasiados los intereses económicos cruzados? Primero una puntualización: Estados Unidos, la Unión Europea y Rusia no «se amenazan». Son los dos primeros los que amenazan e imponen sanciones a Rusia, que promete […]

Estados Unidos-Unión Europea y Rusia se amenazan con una política de sanciones económicas. ¿Es el anticipo de una nueva «guerra fría» o son demasiados los intereses económicos cruzados?

Primero una puntualización: Estados Unidos, la Unión Europea y Rusia no «se amenazan». Son los dos primeros los que amenazan e imponen sanciones a Rusia, que promete responder si sobrepasan cierto límite. En este conflicto es importante comprender quien tiene la iniciativa. Todo esto no empezó con la anexión rusa de Crimea tras un referéndum apoyado por la inmensa mayoría de la población. En segundo lugar: el hegemonismo de Estados Unidos, es decir la doctrina de que todo el planeta es su zona de influencia, hace que la defensa de los intereses rusos en la misma frontera inmediata de Rusia, en lo que históricamente es su propia tierra, sea visto como desafío. Respecto a la interrelación económica: La historia sugiere que la tupida red de intereses económicos y financieros interrelacionados nunca impidió la guerra. Esa red ya se mencionaba para descartar como quimera el estallido de una guerra en Europa en el verano de 1913, así que hay que estar extremadamente alerta en estas situaciones que empiezan como bravuconadas…

En lo que respecta a la guerra fría, la simple realidad es que nunca terminó. En la tensión bipolar, el «comunismo» solo era el envoltorio ideológico-justificativo de la lucha contra todos aquellos países que afirmaban una conducta autónoma en el mundo, independiente o no alineada con el bloque occidental, es decir la tríada formada por Estados Unidos, las potencias europeas y Japón. Por eso, esa presión ha continuado después de la caída del comunismo. Hoy los escenarios de una gran guerra pueden vislumbrarse en la tensión entre diversos «imperios» y poderes emergentes; Estados Unidos, la Unión Europea y Japón, por un lado, y China, Rusia, y otros Brics, en diversas combinaciones. El motivo es el de siempre, la lucha por los recursos escasos y menguantes, el desarrollo desigual, el hegemonismo y el imperialismo, es decir el dominio de unas naciones o grupos de naciones sobre otras. No quiero decir que la guerra sea inevitable. Simplemente se constata que históricamente ha sido el desenlace de muchas crisis y competencias como las ahora vividas por esta orquesta de «imperios combatientes» bajo la batuta del Imperio del Caos occidental, que es el más responsable del atolladero hacia el que se dirige la humanidad.

-¿Qué bloque consideras que es el que dispone de mayor potencial o, dicho de otro modo, es menos dependiente a la hora de entablar un conflicto?

Por más que comprenda el desagrado y la antipatía que los regímenes de países como Rusia o China puedan provocar en el público, tengo muy pocas dudas acerca de que la política exterior de esos dos países es mucho menos agresiva y mucho más cooperativa y razonable que la del Imperio del Caos. Salvo raras situaciones (la agresión China a Vietnam, y hasta cierto punto -por sus considerables atenuantes- la aventura soviética en Afganistán), en Pekín y Moscú predomina una actitud mucho más defensiva que ofensiva: solo atacarían si se les acorrala o invade. Mucho de esa actitud tiene que ver con la intensa experiencia de agresiones bélicas vividas por ambos países. Todo eso es completamente diferente en la tradición europea que Estados Unidos prosiguió con gran energía hasta nuestros días. Hay que decir que en la guerra fría, ni las bombas A y H, ni el bombardero o submarino estratégico (es decir capaz de portarlas y lanzarlas a miles de kilómetros), ni el misil intercontinental, ni la multiplicidad de cabezas nucleares en un misil, ni la doctrina del primer golpe, ni la militarización del espacio, ni tantas otras cosas, fueron iniciativa de la URSS. Moscú siempre llegó a todas esas locuras como respuesta a la tecnología de su adversario. Ahora pasa lo mismo con el avión invisible o con los drones… En el caso de China este aspecto es aún más evidente y merece una explicación específica.

China tiene casi el mismo arsenal nuclear que tenía en los años ochenta (equivalente al potencial del Reino Unido y sin gran preocupación por su modernización) y es el único país que mantiene una promesa en su doctrina de no usar nunca esas armas si no es atacada. Más allá de la leyenda que venden los medios de comunicación, la respuesta china al creciente cerco militar del que está siendo objeto es claramente defensiva: anular los satélites del adversario para cegar su armada.

En enero de 2007 asistí a un evento extraordinario: China destruyó uno de sus propios satélites de comunicaciones con un misil. La explosión incrementó en un 10% el tráfico de fragmentos acumulados en el espacio. Casi sesenta años de exploración espacial han creado una enorme presencia de cacharrería en el espacio. Por el peligro que esa basura espacial representa para la navegación orbital (a la extraordinaria velocidad que circula, el más pequeño fragmento se convierte en un arma cinética capaz de atravesar el material más duro al impactar) en Estados Unidos hay un instituto exclusivamente dedicado a su seguimiento. Con aquella explosión, que tuvo una interpretación muy confusa, China lanzó el meridiano mensaje de que puede anular la potencia de fuego de Estados Unidos, cuyo talón de Aquiles es su dependencia en la tecnología, concentrándose en anular recursos informáticos y espaciales. Sin recursos orbitales de posicionamiento global (gps) no hay bombas inteligentes, la gran armada imperial quedaría cegada y necesitaría exponerse a riesgos, complicando el habitual escenario de guerras sin riesgo para el agresor…

Es verdad que China depende cada vez más de materias primas y recursos lejanos, pero el hecho es que al día de hoy su ejército no es adecuado para aventuras exteriores ni está orientado para ello. Y el ejército chino está claramente subordinado a la esfera política, cosa mucho más discutible si hablamos del complejo militar-industrial y de lo que el Pentágono representa en el sistema de EE.UU.

Lo que estamos viendo ahora en el Mar de China, en la disputa territorial con Japón, etc., se parece mucho a lo que ocurre en Ucrania: tanto Rusia como China están diciendo que no piensan conformarse a ser avasallados en sus fronteras más inmediatas, con la expansión de la OTAN en un caso y el aumento de la presencia militar americana y japonesa en su barbas en el otro, en ambos casos con despliegue de un cinturón de misiles (el llamado «escudo») cuya naturaleza es claramente ofensiva porque está destinado a anular recursos estratégicos. Estas «líneas rojas» no son «expansionismo», como afirma la propaganda, sino reacciones a una presión militar en aumento. Esta es la dialéctica de «imperios combatientes» en la que nos estamos metiendo. Una vez más: hay que comprender de donde parte la iniciativa para estos conflictos.

-La configuración de un eje Rusia-China, bien definido, opuesto al bloque Estados Unidos-UE, ¿es todavía una ilusión geopolítica por la mezcla de intereses o puede convertirse en realidad?

La crisis de Ucrania ofrece una buena atalaya para responder a esto. Desde Estados Unidos y desde la Unión Europea se habla ahora mucho de castigar a Rusia en el ámbito energético. Moscú genera el grueso de su ingreso nacional exportando gas y petróleo. Alemania depende en un 30% de su suministro del gas ruso y otros países europeos aún más, así que cortemos esa dependencia para asfixiar a Rusia, se dice. Espoleada por la histeria polaca y la geopolítica americana -ambas estrechamente coordinadas- en Bruselas esta tesis se ha ido abriendo paso. El problema es que el resultado obliga a Moscú a profundizar sus intercambios energéticos con Asia, lanzando nuevas ofertas a China, Japón y Corea del Sur. La relación de Rusia y China es complicada y contiene mucha desconfianza por ambas partes, pero la complementaridad es obvia: por un lado a Rusia la echan de Europa, por el otro China constata los problemas de su suministro energético por rutas marítimas controladas por la armada del imperio adversario. Un suministro terrestre y estable desde Rusia está cargado de sentido tanto para Moscú como para Pekín. Sin embargo, en buena lógica Rusia prefiere abrir y diversificar su oferta de energía hacia todo el Oriente, incluyendo a Corea del Sur y Japón. Pero estos dos países son aliados de Estados Unidos y Washington los presiona para no desarrollar ese vector. El problema es que con ello Washington contribuye a forjar una fuerte relación energética de Rusia exclusivamente con China, lo que significa cimentar un bloque… Estas son tendencias muy contradictorias que hay que observar.

China nunca ha querido suscribir la lógica de los bloques y Rusia sale de la agotadora experiencia histórica del mundo bipolar en la que sacrificó el bienestar y desarrollo social de su población al mantenimiento del pulso militar con un adversario mucho más poderoso y agresivo que ella. Pero la lógica de poder y dominio del Imperio del Caos empuja hacia este tipo de irracionalidades. Sería mucho mejor que se abriera paso un orden internacional basado en el consenso multipolar – arbitrado por una ONU reformada y más representativa de la correlación de fuerzas global- enfocado a la resolución de los retos del siglo (calentamiento global, recursos, sobrepoblación, desigualdad…), pero por desgracia la humanidad persevera en su prehistoria y la estupidez de la formación de nuevos bloques enfrentados es lo que se está abriendo paso.

-En algún artículo has recogido la acuñación «kaganato», del analista Pepe Escobar. ¿Podrías resumir su sentido y decir si la compartes como categoría de análisis?

Me gustó ese concepto que Pepe Escobar utilizó como simple recurso periodístico para Ucrania por varias razones. La vicesecretaria de Estado norteamericana Victora Nuland que se ocupa de la política para Europa del Este-la del célebre «Fuck the EU»- está casada con Robert Kagan, un famoso «estratega» neocon de la quimérica administración Bush. Esa señora diseñó el fiasco ucraniano desde el mismo recetario ideológico de su marido. El resultado fue la gran cagada. Por eso lo del «kaganato» me gusta también por razones fonéticas. Últimamente la política exterior de Estados Unidos va de una cagada criminal a otra -¿cómo definir la intervención en Afganistán o lo de Irak, y lo de Libia y lo de Siria…? – así que lo de Kiev, el kaganato de Kiev, llevar al poder a un gobierno que rompe el equilibrio y el consenso tradicional de Ucrania y provoca el inicio de una guerra civil para integrar el país en la OTAN, es el último capítulo de una larga serie. Suena hasta gracioso, pero es muy dramático: el siglo XXI, simplemente, no puede con tanta irresponsabilidad.

-Respecto a la intervención liderada por Putin en Crimea y el rol desempeñado en el conflicto ucraniano, ¿ha servido para legitimar su figura política ante la población rusa? ¿Observas elementos de proyección exterior para resolver conflictos internos en Rusia?

Toda política exterior tiene repercusiones interiores, en la imagen de firmeza y éxito de sus líderes, etc., ese aspecto existe en el caso que nos ocupa, pero no en la forma en que se sugiere en Occidente: Putin buscando laureles guerreros para consolidarse. Formulemos la pregunta a la inversa: ¿Qué habría pasado si Putin no hubiera hecho nada? Media Ucrania, incluidos diez millones de rusos y otros muchos millones de ucranianos que no ven a Rusia como adversario, es decir la mayoría del país, habría quedado metida en un régimen sometido a toda una serie de opciones ajenas, desde el ingreso en la OTAN (rechazado por la mayoría de los ucranianos en todas las encuestas de los últimos veinte años), hasta la terapia de choque neoliberal y las recetas económicas europeas a la medida de las grandes empresas occidentales. En algunos años, las bases de la flota rusa en Crimea habrían pasado a ser ocupadas por Estados Unidos, sobre eso hay pocas dudas. En ese contexto ¿cómo habría quedado Putin? Para cualquiera que sepa un poco de historia rusa el resultado es obvio: Putin habría sido el tercer factor del retroceso ruso. La diferencia es que si con Gorbachov se perdió una zona, digamos, «imperial exterior», lo que no estuvo mal porque el imperio corrompe al imperialista, y con Yeltsin una buena parte del «imperio interior», lo que con una buena administración tampoco tenía por qué ser tan negativo como fue, este retroceso habría sido en tierra ancestral rusa: toda Rusia y media Ucrania lo habría vivido como una catástrofe nacional. Así que en Ucrania Putin se juega su supervivencia. Pero todo esto -y este es el punto fundamental- no lo ha desencadenado Putin ni Rusia, como sugieren nuestros periódicos y nuestros expertos (hay que ver siempre quién paga los «centros de estudios estratégicos» donde trabajan tales expertos), sino que ha sido el último movimiento de un proceso de 20 años arrinconando a Rusia, prosiguiendo la guerra fría tras su final e ignorando los intereses más básicos de Moscú. En lugar de respetar el espíritu del documento que puso punto final a la confrontación Este/Oeste, la Carta de París para una Nueva Europa de noviembre de 1990, la OTAN, un bloque militar contra Rusia, continuó con más de lo mismo. Aquel documento, así como los «pactos entre caballeros» que Gorbachov alcanzó en el contexto de la reunificación alemana, prometían una «seguridad continental integrada» en la que la seguridad de unos países no se realizaría a costa de la seguridad de otros. En lugar de eso hemos tenido expansión de la OTAN hacia el Este, el favorecimiento de la implosión -en lugar de la conciliación- de Yugoslavia, el único espacio no alineado que quedaba en Europa tras el fin de la guerra fría, el escudo antimisiles, la retirada del acuerdo antimisiles (ABM), la quimera del escudo antimisiles, la integración en la OTAN de las ex repúblicas soviéticas y al final el asunto del kaganato de Kiev. Después de veinte años metiéndole el dedo en el ojo, el oso ruso ha dado un zarpazo y todo le acusan de «imperial». Solo los necios ajenos a las realidades de veinte años de política antirrusa en Europa pueden sorprenderse de esa reacción.

-Analistas europeos y estadounidenses hablan a menudo de las ambiciones euroasiáticas de Putin. ¿Son acusaciones propagandísticas? ¿A qué se refieren?

Putin quiere integrar económica y políticamente su entorno inmediato. El sentido de la operación es muy claro: crear un mercado de más de 200 millones capaz de figurar en el mundo de una forma independiente. El problema de esta integración es el poco atractivo social y popular que tiene el régimen de capitalismo oligárquico ruso (versión local de lo que tenemos en Europa, pero más bruto). Con su actual régimen Rusia no es atractiva para las poblaciones de su entorno. Ese es su gran talón de Aquiles porque condena a que la integración sea una operación de elites sin verdadero gancho popular. Tal como están poniéndose las cosas la situación de la Unión Europea, cada vez más autoritaria y antisocial, va por el mismo camino…En cualquier caso, el calificativo «ambición», es exactamente igual de aplicable a la Unión Europea. Ahí está esa nueva Alemania que levanta cabeza a la par con las ínfulas neoimperiales de la UE y que está desmontando pieza por pieza el muy sentido y más que razonable antibelicismo de la sociedad alemana…

-¿Qué rol desempeñan actualmente la extrema derecha y el nazismo en Ucrania? ¿Puede decirse, sin temor a simplificaciones, que han sido directamente apoyados, incluso financiados por Estados Unidos y la Unión Europea?

Los grupos de extrema derecha fueron la fuerza de choque del movimiento popular civil que arrancó en el Maidán de Kíev con apoyo occidental. Esos grupos formaron el grueso de la fuerza paramilitar que primero complicó e impidió que la protesta fuera disuelta por los antidisturbios y luego hizo posible el cambio de régimen auspiciado por Estados Unidos y la UE, derrocando a un presidente electo, corrupto y desprestigiado, y colocando en su lugar a otro gobierno oligárquico, prooccidental y con gran influencia de la extrema derecha. Por lo menos una quincena del centenar de muertos registrados en Kiev en enero y febrero fueron policías, algunos de ellos a manos de elementos armados de extrema derecha.

El nacionalismo de extrema derecha de esos grupos con una considerable tradición y base social en Ucrania Occidental, en la región de Galitzia, pero muy rechazados en el resto del país siempre fue, históricamente, apoyado por Occidente. Desde los años veinte las organizaciones de choque del nacionalismo ucraniano en Galitzia (la UVO fundada en 1920, la OUN en 1929) estuvieron a sueldo del Abwehr, el espionaje militar alemán, que las orientaba al principio contra Polonia y luego contra la URSS, según su conveniencia. La historia del nacionalismo ucraniano en Galitzia es compleja en sus circunstancias, pero su colaboracionismo con los nazis es un hecho, pese a que en algún momento también lucharon contra ellos (además de contra la Armia Krajowa polaca y, sobre todo, contra el NKVD de Stalin y el ejército soviético). Concluida la guerra, el Ejército Insurgente Ucraniano de Stefan Bandera (UPA, fundado en 1943 durante la ocupación nazi), se convirtió en un instrumento de la CIA que estuvo armando y lanzando paracaidistas sobre Ucrania en acciones de sabotaje hasta bien entrados los años cincuenta. El cuartel general del UPA estuvo en Munich, donde en 1959 el KGB logró asesinar a Bandera… En términos generales podemos decir que hoy esa tradición continúa: Dos meses antes del inicio del Maidán, Polonia formó a un grupo de 86 activistas del grupo neonazi «Pravy Sektor», camuflados como estudiantes, en una instalación policial, según reveló recientemente la revista polaca Nie. El National Endowment for Democracy (NED), en la órbita de la CIA, ha financiado estos últimos años 65 proyectos en Ucrania. La propia señora Nuland explicó a principios de año que Estados Unidos se había gastado 5000 millones de dólares para promocionar el cambio de régimen en Kiev. Alemania invitó en febrero a la plana mayor de la oposición polaca a la Conferencia de Seguridad de Munich, el cónclave atlantista en el que sus ministros anunciaron una política exterior más activa con un intervencionismo militar exterior sin complejos… Es mucho lo que no sabemos, incluido en materia de los francotiradores que el 20 de febrero, víspera del cambio de régimen, masacraron a policías y manifestantes en Kiev, pero la tendencia general de la actuación occidental y del apoyo a esos elementos ha sido clara.

Lo que estamos viendo estos días es un verdadero espectáculo: aquellos ministros y primeros ministros de Polonia, Estados Unidos, Alemania y los países bálticos que en 47 ocasiones hicieron acto de presencia en el Maidán animando a los rebeldes contra un gobierno electo («el mundo libre está con ustedes», resumió el senador McCain) y condenando la violencia de los antidisturbios, son los mismos que aplauden ahora la «operación antiterrorista» contra los que no aceptan al nuevo gobierno atlantista y se rebelan o protestan en el Este y Sur de Ucrania. El gobierno anterior fue criticado y amenazado por usar la fuerza antidisturbios, pero estos están usando al ejército. El mismo viernes 2 de mayo en que en Odesa morían abrasadas y asfixiadas más de 40 personas, incluidas mujeres y un diputado, en el incendio de un edificio a manos de los partidarios del gobierno de Kíev, Obama y Merkel amenazaban a Putin con más sanciones sin decir nada al respecto, mientras los medios de comunicación occidentales miraban hacia otro lado, sin evocar apenas el suceso o informando de que el edificio (en el que se habían refugiado activistas de la oposición después de que su cercano campamento hubiera sido arrasado) «se incendió». Estoy convencido de que ambos bandos (en marzo conocí personalmente a sus actores en las calles de Odesa) son por igual capaces de tal barbaridad. Aquí no se trata de hacer juicios morales contra uno u otro bando, sino del derecho a una información decente. Creo que a partir de ahora este tipo de indecencias va a ser crónica en nuestros medios de comunicación…

-En algún artículo has comentado que la anexión de Crimea puede ser, a pesar de lo que pudiera indicar un análisis superficial, compleja y despertar recelos entre poblaciones y gobiernos (para entendernos) «rusófilos». ¿A qué te refieres?

Es un hecho de que, al día de hoy, en las regiones ucranianas más rusófilas y hostiles al nuevo gobierno proocidental de Kíev, domina el deseo de mantener Ucrania unida y cierto desagrado hacia la anexión militar de Crimea por parte de Rusia. Ese sentir, unido al hecho de que el régimen ruso carezca de todo elemento alternativo en lo social y popular, así como al deseo absolutamente mayoritario de paz y de rechazo a la violencia, crea un ambiente delicado para Rusia. Si la anexión de Crimea fue una partida de ajedrez rápida e incruenta que contaba con el apoyo del grueso de la población de la península, lo que se está librando ahora en Ucrania sur-oriental es un juego más lento, a largo plazo y con mucho más riesgo. La base social de la protesta rebelde en el Este de Ucrania y su programa política (federalismo, referéndums, proclamación de «repúblicas populares», secesionismo…) es algo que aún se está cociendo. La situación es mucho más incierta y abierta que la que hubo en Crimea. Las grandes guerras comienzan muchas veces con pequeñas escaramuzas y «operaciones antiterroristas» como las que se observan estos días en la región de Donetsk, Lugansk o Járkov. En otras regiones como las costeras de Odesa y Nikolaievsk, hubo menos actividad rebelde entre otras cosas porque en marzo y abril se detuvo a los cabecillas prorusos, pero pese a la intensa propaganda sectaria de los medios de comunicación ucranianos (que no se diferencian en nada de los rusos) y a la moderación que domina por ejemplo en Odesa, la situación puede cambiar radicalmente con barbaridades como las del viernes 2 de mayo, obligando a tomar partido y sumarse a la bronca -hoy minoritaria- a unos y otros.

Hoy, una invasión militar rusa del este y sur de Ucrania es impensable. La población no la apoyaría. Sin embargo, a medio y largo plazo la situación puede cambiar de forma radical, dependiendo del nivel de torpeza y violencia que muestre el gobierno de Kiev en su intento de recuperar por la fuerza el control de las regiones rebeldes (donde la presencia de la inteligencia militar rusa -GRU- es evidente), en lugar de negociar y comprender que no se puede gobernar Ucrania contra Rusia y pretender que haya estabilidad en la mitad rusófila del país. Otro factor de cambio del sentir popular es la terapia de choque que el gobierno de Kiev quiere aplicar, de acuerdo con la receta europea y del FMI. Cuando los jubilados tengan que dedicar toda su menguada pensión a pagar la cuenta de la calefacción, y las empresas y fábricas se cierren en aras de una racionalidad cuyo norte es hacer lugar a la empresa occidental, el rechazo a una invasión militar rusa puede mudarse en un clamor a su favor. Moscú no desea tal invasión del Sur y del Este de Ucrania, entre otras cosas porque supondría la aparición de movimientos armados antirrusos en toda la zona, pero, por razón de esa volatilidad, al mismo tiempo debe prepararse para tal eventualidad. Eso es precisamente lo que ha dicho Putin. El escenario máximo es empalmar territorialmente la región de Pridniestrovia, en Moldavia, con el resto de Rusia, anexionándose todo el sur y el este de Ucrania, desde Odesa hasta Jarkov, lo que históricamente se conoce como «Nueva Rusia» o «Pequeña Rusia». Eso convertiría a la Ucrania independiente en un estado continental geopolíticamente irrelevante y resolvería por completo la posición geoestratégica de Rusia en la región. Como digo, hoy tal escenario es impensable para Moscú. Que suceda o no depende de la actitud de Estados Unidos y de la Unión Europea. Tengo la impresión de que Estados Unidos quiere que Putin invada militarmente el sur-este para crearle un Afganistán en casa. Es el tipo de locuras criminales que hemos visto practicar en Irak, Libia, Siria y tantos otros lugares, así que no hay que extrañarse por ello. Si en Bruselas y Washington hubiera buena voluntad, la energía se concentraría en tres aspectos: garantizar la autonomía y los derechos de la población de Ucrania sur oriental, por lo menos la mitad del país, renunciar a plantear el vínculo político-económico entre Ucrania y Occidente como algo incompatible con los vínculos político-económicos de ese país con Rusia (ese era el problema de la Asociación Oriental diseñada por la Unión Europea), y desde luego garantizar la neutralidad y el no alineamiento militar contra Rusia de Ucrania, es decir que ese país nunca entre en la OTAN. De momento no veo ningún indicio en esa dirección. Estados Unidos y la OTAN refuerzan su presencia militar en el Este de Europa, Francia apenas está en este asunto, Alemania ha enviado una misión de espías militares de su Bundeswehr camuflados como «observadores de la OSCE» (que, naturalmente, fueron detenidos durante una semana, señal inequívoca de Moscú a Berlín) y Polonia pide sangre y mano dura… Así, jugando con fuego ha comenzado el incendio.

-El conflicto entre grandes bloques (pro-Occidentales y pro-rusos), ¿se reproduce y concreta también en las repúblicas exsoviéticas del Asia Central? ¿Puedes delimitar, a grandes rasgos, los dos bandos, si los hay?

El verdadero efecto que la respuesta rusa en Ucrania tiene en el espacio postsoviético es otro: tanto en Bielorrusia como en Kazajstán se recela de cualquier política anexionista de Moscú. Gran parte de la población de Kazajstán es rusa y ambos países pueden temer por su soberanía e integridad territorial. Rusia debe ser muy cauta y cuidadosa en su relación con ellos. Lukashenko ya ha mostrado claramente su desagrado. En Asia Central actúa el factor de China y de la Organización de Seguridad y Cooperación de Shanghai, por lo que Occidente tiene allí menos posibilidades de intervención y desestabilización.

-Polonia, Países bálticos, República Checa…¿Qué papel desempeña la Europa Central y del Este en este tablero global?

Son los vasallos de la geopolítica americana en Europa. De todos ellos, Polonia es el más beligerante en Ucrania. Es un país que solo presenta su historia de sufrimiento y maltrato de parte de Rusia, ocultando su papel imperial y sus ambiciones en Ucrania. Vista desde Rusia, Ucrania y Bielorrusia, la historia de Polonia tiene lecturas y memorias muy diferentes a la de Katyn y el reparto del país. Hay que recordar, por ejemplo, el programa de Pilsudski de recrear en los años veinte la gran Polonia «de mar a mar» (del Báltico al Negro), o que en vísperas de la segunda guerra mundial Polonia y la Alemania nazi pactaron la desmembración de Checoslovaquía antes del pacto Molotov-Ribbentrop… Gracias a su histeria antirusa, Polonia es hoy un país importante en la UE. La tensión hacia el Este y su entusiasta servidumbre hacia Washington, otorga peso a Varsovia en la UE. Estados Unidos saca un buen partido de todos esos países comprensiblemente recelosos del oso ruso. No es casualidad que en la prevista visita de Obama a Europa en junio, la primera escala vaya a ser Varsovia. Por lo demás, la Europa Central y del Este es fundamentalmente un patio trasero de las grandes empresas occidentales, especialmente alemanas, y una especie de espacio colonial interior de la UE: mano de obra barata y apoyos políticos a un proyecto europeo involutivo y militarista.

-Por último, ¿Cómo evalúas la acción de los medios informativos europeos y estadounidenses respecto al «polvorín» ucraniano? ¿Consideras que han sido «militantes»? Si es así, ¿Has observado excepciones?

En lo que respecta a la prensa alemana, que es la que más sigo por residir en Berlín, la actitud ha sido la habitual: toda la responsabilidad es de Rusia, especialmente de su diabólico presidente ex agente del KGB. No existen los veinte años ignorando los intereses de seguridad de Rusia, en los que Moscu ha ido proponiendo alternativas siempre ignoradas por los medios de comunicación y por tanto desconocidas por el público, y domina la petición de respuestas enérgicas para solucionar la situación, etc. Repasar los titulares de la prensa de esta semana sobre la intervención militar de Kíev contra los rebeldes del Este o sobre la masacre de Odesa, es lamentable. Los medios de comunicación azuzan el belicismo. En Alemania el hecho de que la patronal y la industria no quieran problemas innecesarios que comprometan sus negocios en Rusia, introduce algunas contradicciones y moderaciones en esa línea. Respecto a la opinión pública europea, aún está francamente dormida. Puede que haya algún malestar por la situación socio-económica, pero desde luego ni siquiera en la izquierda hay una verdadera conciencia de las claras tendencias neoimperiales que hay en la UE ni de la necesidad de oponerse a ellas. Junto con el rechazo a la involución social, el no a la guerra debería ser el conductor central de la campaña ciudadana para las elecciones europeas.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.