Las encuestas en el Perú, escudándose en una suerte de metodología adecuada a los tiempos de pandemia, y con distanciamiento social obligatorio y el preferido por estas empresas privadas que lucran con la manipulación, daban por favoritos a otros tantos que no llegaron ni al tercer lugar.
Los resultados del escrutinio fueron sorprendentes para las grandes mayorías devotas impolutas de saber por medio de la bola mágica de las encuestas cuál es el futuro que nos deparará las ánforas del destino.
Y aquí estamos ante un resultado absolutamente adverso al adivinado por las pitonisas encuestadoras. Y como en cualquier tiempo de favores, favor con favor se paga, como se trata de conjeturas y probabilidades, calculamos que estas empresas de las preguntas neutrales ocultaron el voto de Keiko, para evitar que sea atacada letalmente como lo fueron, “Yors forzay”, Lescano, y hasta el propio López y demás apellidos, en su debido momento.
No se percataron de Pedro Castillo, tal vez porque el voto que le apoyó fue de la izquierda de provincias, y para muchos basta y sobra que el muestreo se proyecte únicamente en Lima.
Las huestes de un lado y del otro han quedado desconcertadas, Verónika Mendoza se sabía a sí misma como la favorita de la izquierda y ha sido duramente castigada por correrse al centro, mal cálculo de su equipo y de ella misma hacer una campaña de formas y ademanes en tiempos tan duros de pandemia. Las otras agrupaciones de izquierda han sido mucho más abatidas.
La derecha ha tenido un juego propio que esconde en el fondo a todas luces la defensa irrestricta de un modelo económico que por todos lados le sale el pus y la hediondez. Virus con virus se asocian, y el virus del neoliberalismo cancerígeno complota con el coronavirus y diezman sin misericordia a toda la población peruana.
La izquierda del Perú de hoy, está siempre asociada a una guerra interna que sufrió el país durante dos décadas, y que terminó con un saldo de más de 60 mil muertos. El resultado de este conflicto armado se le cargó a la izquierda, no por ser directamente responsable, también fue víctima insomne de ambos lados y del fuego cruzado, la culpa la tuvo que cargar porque Sendero Luminoso suscribía teorías comunistas, aunque su práctica siempre estuvo teñida de anticomunismo, tal es así que muchos de los muertos acaecidos en este conflicto fueron hombres y mujeres de izquierda. Pero esto no fue, ni es prueba suficiente de deslinde, para los eternos dueños de la verdad, que no encuentran diferencia entre ser de izquierda y el actuar de esta agrupación militar que usaba el terror como arma. Por años, por décadas hemos tenido que cargar con estas culpas, con la vergüenza de no poder decir con orgullo que nos sentimos de izquierdas, que pensamos diferentes a las derechas, que queremos construir un mundo mejor para todos. La derecha siempre nos enrostró los muertos aquellos que también llorábamos nosotros. La derecha siempre nos restregó que todo fue nuestra culpa, que aquellos terroristas de Sendero y nosotros, éramos lo mismo, y nos terruqueó a más no poder. Al punto que nos lo creímos, fue tanto el ataque, el miedo, y la cacería de brujas, que la pusilanimidad se convirtió en el comportamiento regular de muchos de los nuestros.
Terruqueados e intimidados por una derecha totalitaria y cruel, orilló a una parte de la izquierda a convertirse al centro. Cargar con la mentira institucionalizada de culparnos por los más de sesenta mil muertos fue demasiado.
Esto le sirvió a la derecha recalcitrante para implementar con desparpajo y perogrullada extrema el neoliberalismo en el Perú, vía una dictadura y una constitución de dudosa legitimidad. Pero la historia transcurrió impasible y todo pereció en la normalidad que se construyó con los años siguientes. Se volvió normal que todo sea privado, los espacios públicos, las playas, el agua, la luz eléctrica, los ríos, las lagunas, los cerros, las áreas agrícolas o de pastoreo, el transporte público, la salud, la educación, la seguridad, y hasta se naturalizó la corrupción y el enriquecimiento ilícito.
Pero la pandemia llegó sin pedirle permiso a nadie, sin patrocinios, sin cálculos de los poderosos del país o del mundo; y en el Perú, aquellos que siempre mercantilizan con el hambre, la muerte o la enfermedad, volvieron a hacer de las suyas en plena pandemia, mientras las gentes de todas las clases sociales, menos los pocos privilegiados, enterraban y lloraban a sus muertos. La pandemia encontró hospitales sin recursos, sin camas especializadas, sin oxígeno, sin medicinas, con poco personal sanitario. La salud está privatizada de extremo a extremo. Solo los privilegiados acceden a clínicas particulares, a los demás nos queda resignarnos a nuestra suerte o muerte.
El neoliberalismo de treinta años de implementación a sangre y fuego había dejado a un país devastado, sin nada público, con islas de modernidad a las que las gentes concurren para sentirse parte de ese mundo moderno y actual, como son los Moles, los Malls, que nos hacen sentir importantes por algunos breves momentos, para después salir a nuestra terrible realidad de niños mendigos, de inseguridad ciudadana, de miedo a tomar taxis, de pánico a las calles.
El neoliberalismo nos inculca miedo al terrorismo de los años ochenta, pero son el terrorismo de los años que corren. La vida en Perú no vale nada. El dogma neoliberal sostiene que el pobre es pobre porque quiere, y como él decidió ser pobre, también ha decidido morir en la miseria. Las clases medias menos favorecidas decidieron no acceder a los privilegios de las clases altas, los privilegios están allí repartidos como volantes en campaña electoral, pero como son vagos no las tomaron. Ese credo extravagante y de incoherencia grotesca, poco a poco deja de ser el discurso hegemónico que todos mansamente aceptaban.
La pandemia está dejando miles de muertos ¿Quién será responsable de todos estos cadáveres regados en todos los hogares del Perú?
Los difuntos por la pandemia suman a la fecha 150 mil en poco más de un año de esta plaga. Estamos en tiempos de guerra. Pero insistimos en la pregunta ¿Quién es el responsable de tantas muertes?
¿Los peruanos volveremos a creer que nuestros fallecidos, son el mismo número que en otros lugares del mundo? Volveremos a creer cándidamente en estas falacias, como aquellas que nos han impuesto de que lo que vivimos en el Perú es una etapa para llegar a ser como Europa. Pero en Europa la gente vive con salud pública, con medios de comunicación que garantizan responsabilidad de lo que propalan, con transporte público, y educación estatal de calidad. Pero aquí mucha gente se tragó el cuento de que el modelo neoliberal es lo mejor del mundo. Y en el mundo lo mejor, no tiene nada que ver con este modelo.
Los 150 mil muertos que van hasta ahora en el Perú, y los tantos más que seguirán muriendo, los cargará indefectiblemente el modelo, el neoliberalismo, la derecha.
Estamos en tiempos de cambio, este modelo está cambiando. La izquierda acorralada por décadas con la culpa impuesta de los muertos del conflicto armado interno de treinta años, en este último año, ha quedado atrás, muy atrás, en un pretérito muy lejano. En cambio, los muertos de ahora son actuales, todo el país yace como una morgue, una funeraria, un cementerio. Los 150 mil muertos los carga la derecha. Esa derecha que realmente son unos pocos, que manipulan, distraen, y al que no tiene sino una migaja de algo lo hace percibirse a sí mismo como parte de esa derecha fanática e intolerante. Esa derecha, la que explota directamente, y esa otra que la defiende, son los responsables definitivos de estos muertos.
La izquierda cargó ideológicamente con los muertos de treinta años. La derecha es la culpable directa de ciento cincuenta mil muertos ocurridos en poco más de un año. Esto esta acaeciendo ahora mismo, en este preciso instante. Esa es la razón que subyace al voto por Pedro Castillo y su propuesta de izquierda. Esa es la consecuencia lógica y absoluta de ese voto de izquierdas que irá aumentando hasta convertirse en decisivo y abrumador.
Es la hora de mostrarnos como hombres y mujeres de izquierda, sin remilgos, sin vergüenzas, sin miedos, sin acoquinamientos de ningún tipo. Es el momento de terminar con la pusilanimidad que nos ha dividido por décadas, es el momento de unirnos por un país que traman rematar, en la doble acepción de esta palabra: subastarlo y volverlo a matar.
La izquierda vive hoy un momento de oro, deshacerse de ese lastre del que fue inculpada, y reunir todas sus fuerzas organizadas, para movilizarse contra esa campaña que urde volver a enlodar todo aquello que ponga en peligro su modelo tan injusto y despreciable.
A la derecha en peligro de perder sus privilegios pervertidos, solo le queda terruquear con todo lo que tiene, terruquear al que no votará por la familia que impuso el modelo extremo de saqueo y explotación a todos los peruanos; terruquear al limpio y al decente, terruquear a la ternura y a la solidaridad.
Es momento hombres y mujeres de izquierda de emprender una campaña para terminar con el desprestigio impuesto, y explicarle a cada peruano que ser de izquierdas significa querer construir un mejor país para todos, ser de izquierdas es trabajar por que el Perú se convierta en una potencia mundial que exporte la mitad de lo mejor que tenemos, y la otra mitad se quede aquí para nosotros, ser de izquierda significa sentirse orgulloso de ser peruano, ser de izquierda significa sentirse orgulloso de ser un mejor ser humano.
El momento hombres y mujeres con sensibilidad artística, cultural, de izquierdas y progresistas, de vanguardias y retaguardias, es ahora, hoy. Dejemos el miedo de una vez por todas y vamos a apostar por la izquierda, por Castillo, por un Perú Libre.