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Un cuento contemporáneo de “esta” Austria

La niña de ojos de cervatillo y el gobierno de terciopelo

Fuentes: Tlaxcala

Traducido por Javier Fdez. Retenaga

«Creed en esta Austria»

Leopold Figl,
primer canciller federal (jefe de gobierno) de la Segunda República
Alocución radiofónica en la Nochebuena de 1945

Érase una vez, no mucho tiempo atrás (a principios del s. XXI), una niña con bellos ojos de cervatillo. Había nacido en un lejano país, en los montañosos Balcanes; en un país que ha sufrido mucho por las guerras étnicas y los bombardeos extranjeros (con uranio empobrecido incluido). Cuando terminó la guerra, el país de la niña estaba tan devastado que muchas, muchísimas familias tuvieron que abandonarlo. También el padre de la niña emprendió la marcha hacia el Occidente cristiano. Confiaba en lograr allí una vida mejor para sí y para su familia.

Abandonó, pues, el padre su país y llegó en mayo de 2001 en Austria. Obviamente, de manera ilegal. ¿Cómo podría ser de otro modo si donde empieza Austria se alza también la fortaleza europea? Un telón electrónico protege este mundo, aún intacto, de la avalancha de inmigrantes. Pues, quién sabe, los que llegan del este y del sur quizá sean criminales, traficantes de drogas o, ¡Dios nos libre!, terroristas. ¿No se ha visto ya lo que sucedió el 11 de septiembre de 2001 en los EE. UU.?

¡Y justo entonces presentó el padre su solicitud de asilo! Las autoridades austríacas no daban crédito. ¿Está este hombre en sus cabales? Kosovo, su patria, ya no está en guerra. La comunidad internacional, la KFOR e incluso los soldados estadounidenses de la base Bondsteel protegen el país. ¡Y cómo! ¿En qué otro lugar de Europa han establecido los EE. UU. una base militar con 5.000 soldados? No tiene sentido solicitar asilo cuando se procede de un país tan seguro. La resolución llegó un año más tarde: denegado.

Pero el padre no abandonó. Se trajo a su familia a Austria y presentó una nueva solicitud de asilo. También ésta fue rechazada, y comenzó una lucha de varios años con las instituciones.

Mientras tanto, la niña de ojos de cervatillo iba creciendo en su nuevo entorno. Iba a la escuela, aprendía alemán y se integraba perfectamente en la sociedad austríaca. Su padre encontró también allí trabajo y fue acogido por sus colegas austríacos. Pero las autoridades no se detuvieron. La ley es la ley, y como sólo una ley rigurosa es una auténtica ley, no se pueden tomar en consideración principios humanitarios.

En Austria, los legisladores son severos. Es una tradición mantenida durante generaciones. El gobierno negro-azul o negro-naranja en el poder a comienzos del s. XXI no fue una excepción. Al frente del ministerio de Interior había hombres y mujeres duros, para quienes la ley lo es todo, no así la humanidad. Se expulsaba sin piedad por la frontera a las parejas que no tenían la ciudadanía austríaca. No importaban los años que llevaran en Austria ni si tenían hijos. La organización Ehe ohne Grenzen («Matrimonios sin fronteras») se manifestaba cada miércoles a las puertas del ministerio del Interior, pero a nadie conmovían. Ni siquiera el presidente de la República, que según la Constitución es «la más alta instancia moral» del país, se mostró dispuesto a discutir este problema. Las comunidades religiosas se mantuvieron neutrales. También la mayor de ellas, la Iglesia católica. Esos matrimonios binacionales o el derecho a permanecer en el país no parecían tener el mismo peso que la contracepción, las cruces en la escuela o un libro del caricaturista Gerhard Haderer que no era del gusto de las autoridades eclesiásticas. Sólo un recurso ante el Tribunal Constitucional hizo albergar alguna esperanza de que quizá se le concediera a la familia Zogaj el derecho a permanecer en el país por motivos humanitarios.

Pero esa esperanza se desvaneció rápidamente. La nueva coalición de gobierno, esta vez integrada por los socialdemócratas y el conservador Partido Popular, en lo que respecta al derecho de asilo de la familia Zogaj se mostró aún más intransigente que la anterior. En septiembre de 2007, la policía quiere expulsarlos sin más. Sólo la madre Nurije, gravemente enferma, puede quedarse. La niña de ojos de cervatillo, Arigona, ahora una joven de 15 años, se oculta. Desde su refugio lanza un dramático aviso: si la expulsan, se suicidará.

Esta amenaza hizo efecto: en los medios. Encontraron ahí un tema interesante para tener al público con el alma en vilo y sacar así provecho. ¿Que será de la valiente muchacha? ¿La expulsarán o no? La opinión pública se lo preguntaba día y noche, pero ahí quedaba la cosa. Sólo el cura Josef Friedl hizo algo concreto. Ocultó a Arigona en su casa.

La familia Zogaj estaba ahora rota. Los guardianes de la ley habían obtenido una parcial victoria. Al menos desde los puntos de vista político y jurídico. Cumplir la ley es lo correcto y honesto, aun cuando para ello haya que arrojar la humanidad por la borda. Así que, por favor, nada de sentimentalismos pequeñoburgueses. Hay que ser ejemplares, no vaya a suceder que otras inmigrantes con ojos de cervatillo sigan los pasos de Arigona Zogaj. Qué sería entonces de Austria. Esto le preocupa especialmente a Heinz-Christian Strache. La estrella naciente del populismo de extrema derecha reflejó este punto de vista en sus carteles electorales. Un país destruido, lleno de minaretes.

El mensaje es claro. Promueve la xenofobia. Naturalmente esto está prohibido. No sólo por la ley austríaca, también en virtud de acuerdos internacionales. Strache fue reprendido por ello, incluso desde las más altas instancias. Pero nadie dijo nada de perseguir judicialmente a él o a su partido, el FPÖ. ¿Qué política sería esa de perseguir a un populista al que vota uno de cada seis austríacos? Mañana quizá sean todavía más… Cada piedra que se les arroje puede acabar convirtiéndose en un boomerang. Los escándalos de la República, la pérdida de fondos de la Seguridad Social, de trabajadores y parados, debido a la especulación, les atan las manos. En último término, lo que importa no es el país, sino el poder sobre el país.

En teoría la ley se aplica a todos, pero su peso cae sólo sobre aquellos que se encuentran en posición de debilidad. Una muchacha menor de edad debe expiar la culpa de su padre. La siguiente generación cargará con la responsabilidad de las culpas de sus padres. Se aplica el principio de la culpa colectiva, como en los «buenos viejos» tiempos del totalitarismo. En el olvido han quedado esos pomposos discursos pronunciados en Viena, a finales de los 80, con motivo de la Conferencia para la Seguridad y la Cooperación en Europa, en favor del reagrupamiento de las familias procedentes del antiguo bloque del Este. Mejor no recordar tampoco que hace medio siglo gran número de austríacos y austríacas emigraron a otros países.

Por un momento parecieron surgir nuevas esperanzas para la familia Zogaj. A finales de 2008 se produjo un giro en la política austríaca. Se iniciaba una nueva línea política: una línea de terciopelo, en lugar de la frialdad ante las cuestiones sociales. Los dos aterciopelados dirigentes al frente del gobierno, el canciller Faymann, del SPÖ, y su vicepresidente Josef Proll, del ÖVP, daban la impresión de que su aterciopelamiento beneficiaría también a las personas necesitadas. Incluso podría ponerse fin a las tribulaciones de la familia Zogaj. Era urgente hacer algo, ya que el padre había sido expulsado a Kosovo en septiembre de 2007 con tres de sus hijos. La situación de esta familia dividida empeoró aún más cuando el padre un día desapareció. Los niños se quedaron en la miseria, en una casa sin agua ni luz eléctrica, abandonados a su suerte. También esto pueden agradecérselo a las autoridades austríacas. La madre, enferma y desesperada, que permanecía con su hija Arigona en Austria, intentó quitarse la vida. Sus hermanas vinieron a Austria para consolarla y ayudarla. Algo ilegal. No podía ser de otro modo, pues tras la caída del telón de acero el reagrupamiento familiar se había convertido en un crimen.

No obstante, la línea política aterciopelada en Austria hizo albergar esperanzas de que el calor humano se impondría a las leyes inhumanas. Por eso, la familia Zogaj presentó una nueva solicitud de asilo el mismo mes en que el gobierno de terciopelo llegó al poder. Queda claro que fueron mal aconsejados (¿intencionadamente?). Esta vez la solicitud no se presentó en nombre del padre, sino en el de Arigona. Pero un mes más tarde se dejó sentir la frialdad habitual. En enero de 2009, la ministra del Interior, Maria Fekter, dijo irritada: «He de proceder conforme a la ley, por mucho que unos ojos de cervatillo me miren desde el televisor». Cabía esperar otra cosa de una madre de tres hijos que pertenece a un partido que en ocasiones apela a sus raíces socialcristianas. Pero desde las alturas de un puesto ministerial el mundo se ve diferente de como lo viven las personas necesitadas. Quizá hubiera sido distinto si la señora ministra hubiera visitado a los necesitados. Los evangelios nos enseñan que Cristo así lo hizo. Pero Cristo es el hijo de Dios. La señora Fekter es sólo ministra y miembro de un partido que representa los valores cristianos (la defensa de la familia incluida). Hay una diferencia.

 El aterciopelado Faymann, por el contrario, que en la televisión parece tan suave y encantador, decía todavía en julio de 2009, en una entrevista del Salzburger Nachrichten, que estaba a favor del derecho de Arigona Zogaj a permanecer en el país. ¿Mantuvo esa idea? Nada de eso. El 13 de noviembre hizo saber en el Kurier: «No cerramos los ojos a las dificultades. Pero quien ante una solicitud de asilo denegada presenta una y otra vez nuevas solicitudes, o ante una orden de expulsión huye, ha de contar con una clara reacción del Estado de derecho». ¡Pueblos, atended al aviso!

Los aludidos lo oyeron y entendieron perfectamente. Ahora corren rumores de amenazas de suicidio de la madre, que incluso podría llevarse a la muerte a sus propios hijos. Pero el 17 de noviembre, en las noticias de la ORF, la ministra del Interior dijo tranquilamente: «Nunca ha estado en cuestión un regreso voluntario, ya que esta señora Zogaj está traumatizada y ha preferido quedarse en Austria». Vaya con «esta señora Zogaj»…

La palabra la tiene ahora el tribunal de asilo. En dos semanas emitirá sentencia. No es fácil decidir entre la ley y el corazón. La mayoría de los políticos quiere quitarse el asunto de encima. La opinión pública ya no siente tanta simpatía por los Zogaj como antes. La presión política que viene de arriba tiene sus efectos abajo. Así, pues, ¡extranjeros fuera!

¡Oh, tú pobre tierra de montañas, tierra sobre el río(1), regida por insidiosos enanos políticos que envenenan a la opinión pública y que actúan contra los principios humanitarios en nombre de la justicia! Vuestro entendimiento, cegado por artículos legales, os impide comprender que la patria de un niño no es lugar en que ha nacido, sino donde ha crecido. Expulsar a tales niños por razones jurídicas equivale a cometer un doble asesinato legal: se mata de ese modo la felicidad de una persona y se priva al propio país de una persona que podría conseguir grandes logros para su patria de hecho. Napoleón dijo una vez que todo soldado lleva en su mochila un bastón de mariscal. No se refería sólo a su propia gente o a una élite. Pero la manera de pensar de Napoleón no puede compararse con la de un burócrata. Una vez dijo el emperador Francisco José, el funcionario primero del imperio, cuando supo del asesinato de su mujer: «En este mundo no se me han ahorrado desgracias!», sin inmutarse. ¿Actuará de la misma manera el primer burócrata de la República? Esperen un poco…

Mientras tanto, el veneno populista surte efecto. Las voces contra la muchacha de ojos de cervatillo y la xenofobia van abriéndose camino. La «corona» gubernamental marca el compás. Con paso marcial se camina hacia el pasado, en dirección a Heldenplatz, adonde una vez se precipitó la multitud como nunca antes en la historia. Nada podía detenerlos y sus gargantas gritaban «¡Heil!, ¡Heil!, ¡Heil!«. Con leyes rígidas y mano dura se puede formar un pueblo, un imperio y… la desgracia. ¿Puede extrañar que también la muchacha de ojos de cervatillo, a pesar de los austríacos y austríacas que la han apoyado y prestado ayuda, haya perdido la confianza en sus compatriotas de hecho y crea cada vez menos en esta Austria? Pero ella no tiene la culpa. No puede hacer otra cosa que contemplar cómo se desarrollan los acontecimientos.

Los sectores que consideran inhumana la expulsión de la familia Zogaj han enmudecido. En noviembre de 2007, los Verdes convocaron una gran manifestación con motivo del «caso Zogaj». Seguramente esa manifestación también ha contribuido a retrasar su expulsión. ¿Se pondrán de nuevo los Verdes tras las barricadas? Hasta ahora no hay ningún signo de ello. El 13 de noviembre presentaron una denuncia contra el ministerio del Interior y la Oficina de Asilo por revelación de datos acerca de la familia Zogaj, con intención de desacreditarla. Algo es algo. Por desgracia, otras instituciones políticas, culturales o educativas, por no hablar de las comunidades religiosas, no han llegado ni siquiera a eso. No se ha anunciado ninguna vigilia, ninguna sentada, ninguna plegaria, ninguna huelga. Se ha perdido una inmejorable ocasión para mostrar la solidaridad de todos colectivos, dejando a un lado diferencias políticas, religiosas, nacionales o de raza, en la lucha conjunta en un asunto humanitario.

¿Cómo acabará esta historia? ¿Darán los responsables políticos una nueva prueba de que son dignos hijos e hijas de sus predecesores de otra época que con toda tranquilidad destruyeron las familias que no encajaban en sus esquemas, o tendrán el valor suficiente para negarse a aplicar leyes inhumanas? ¿Llegarán Arigona y su madre al extremo de quitarse la vida para protestar contra una sociedad inhumana que en lugar de auxiliarlas las coloca en una situación desesperada?

Algunos quizá lo deseen así. De ese modo se habrían quitado el problema de encima. Los muertos no cambian el mundo. Sólo los vivos pueden hacerlo. Pero la vida significa lucha, y esta lucha sólo tiene sentido cuando lo es en pro de un mundo más humano, solidario y socialmente justo. Los golpes del destino pueden destruirnos o bien darnos la fuerza necesaria para oponernos a las injusticias. Es lo que podría suceder con la muchacha de ojos de cervatillo, hasta ahora débil y desesperada. ¿No se dice en Oriente: «No subestimes al débil joven, quizás es un cachorro de león»? Los animales políticos, aunque sean de terciopelo, deberían ponerse en guardia y contenerse para no llevarse una desagradable sorpresa, pues Arigona no es un caso aislado. El corazón de león late con más fuerza en las inteligencias juveniles, que han dejado de creer no sólo en esta Austria, también en el mundo. Con razón.

Algo se ha movido en este tiempo. Agenda 2020, el foro para librepensadores, inconformistas, visionarios, etc. inició el 15 de noviembre una campaña de recogida de firmas en favor de Arigona Zogaj. Desde entonces hasta el día 20, firmaron esta «Petición al presidente de la República en torno al tema de la inmigración» 2.404 personas. El 17 de noviembre, la revista para migrantes Biber dirigió a la ministra del Interior austríaca, Maria Fekter, una carta abierta relativa al caso. Esta carta ha sido firmada por numerosas personas pertenecientes a diversas instituciones científicas de Austria, Alemania y EE. UU. Todo indica que renace el espíritu de 05 [el grupo de resistencia antinazista más conocido de Austria, NdE] y, con él, la predisposición a luchar por una Austria más humana y un mundo más justo.

N. del T.:

(1) Así comienza el himno nacional de Austria.

 


Fuente: Die Rehäugige und das Kuscheltier-Ein zeitgenössisches Märchen aus «diesem» Österreich

Artículo original publicado el 28 de noviembre de 2009

Sobre el autor

Vladislav Marjanovic es un autor asociado a Tlaxcala, la red internacional de traductores por la diversidad lingüística.Javier Fdez. Retenaga es miembro de Rebelión y Tlaxcala. Esta traducción se puede reproducir libremente a condición de respetar su integridad y mencionar al autor, al traductor, al revisor y la fuente.

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