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La política del nuevo emperador francés

Fuentes: Rebelión

«Así donde Napoleón veía territorios y propiedades, Macron ve ahora empresas y negocios» (Francisco Muñoz Gutiérrez) En efecto, esos son los «dominios» del nuevo emperador francés. El actual inquilino del Palacio del Elíseo, Emmanuelle Macron, con sus hechuras frescas y su juvenil y dinámica apariencia, esconde aviesas maneras de gobernar que no defraudan en nada […]

«Así donde Napoleón veía territorios y propiedades, Macron ve ahora empresas y negocios» (Francisco Muñoz Gutiérrez)

En efecto, esos son los «dominios» del nuevo emperador francés. El actual inquilino del Palacio del Elíseo, Emmanuelle Macron, con sus hechuras frescas y su juvenil y dinámica apariencia, esconde aviesas maneras de gobernar que no defraudan en nada lo que de él se esperaba desde los más fervientes foros neoliberales. Hoy día se le puede asociar con la efigie de la Europa en crisis, un joven sin proyecto ni ideología que gobierna únicamente para los mercados, que dirigen su política a sangre y fuego: destrozo de derechos laborales, sociales y sindicales, aniquilación progresiva del Estado Social, instauración de un Estado policial y represor bajo la excusa de la seguridad pública y de la «lucha contra el terrorismo», y por supuesto, una «amistad inquebrantable» declarada hacia los Estados Unidos, precisamente cuando es dirigida por el insensible, ignorante y peligroso magnate Donald Trump, un perverso personaje altamente imprevisible, representante de la más peligrosa élite mundial. Con personajes como Macron, el declive democrático de nuestro Viejo Continente se vuelve cada vez más palpable. Los tres sagrados principios de «Libertad, Igualdad y Fraternidad» de la Revolución Francesa parecen viejas bromas al lado de la situación política actual del vecino galo. Ya durante la campaña electoral se presentó por parte de los medios de comunicación dominantes al proyecto de Macron como radicalmente distinto al de la candidata del FN, Marine Le Pen, cuando esto no era cierto. Pero los medios de comunicación convencionales, esos grandes ejércitos de periodistas al servicio del gran capital, poseen mucho poder, y lograron su objetivo: consagrar a Macron como el nuevo emperador francés.

Un nuevo emperador que ha despojado al republicanismo francés de sus auténticos valores, que tanto molestaban a las élites francesas y europeas en general. Molestaban el tamaño y la dimensión del Estado, sus intervenciones públicas, los derechos sociales de la ciudadanía, los mecanismos de regulación del mercado y las conquistas históricas del movimiento obrero. Había que aniquilar todo eso, y había que hacerlo desde una cara joven y amable, y ese ha sido Macron. El republicanismo tenía que ser desmontado, y prácticamente lo ha sido. Y así, Macron, el nuevo emperador francés, viene a poner fin al clásico régimen republicano de su país, es decir, viene a demoler lo poco que ya se sostenía en pie en cuanto al sistema de derechos y libertades que respondían a la famosa Trilogía de la Revolución. Macron viene a instalar (como ya hicieran Papademos en Grecia o Monti en Italia durante los primeros años de la crisis) un sistema tecnocrático, únicamente pensado para gestionar la expansión total y completa del neoliberalismo. Una tecnocracia para extender todas las facetas del funcionamiento del país al ámbito neoliberal, a la óptica capitalista más descarnada. Bajo sus gobiernos, los ejes izquierda-derecha se difuminan, se minimizan, sus fundamentos se pierden, se amalgaman entre un rosario de propuestas que dicen no adscribirse a ninguno de los dos campos, y así, el mensaje que se ofrece a la ciudadanía es que las ideologías ya no sirven para nada, y que no tenemos otras alternativas. Macron justifica sus decisiones desde esta óptica pragmática, que en el fondo obedece a los más crueles dogmas y mandatos neoliberales. Un Presidente que ha sido empujado, llevado en volandas por las élites francesas y europeas como la mejor opción para convertir la República francesa en una nueva República del capital con todas sus consecuencias. Este es el objetivo supremo del nuevo emperador francés.

¿En qué se manifiesta la evolución del Gobierno Macron? Básicamente se pretende un mayor predominio de la gran empresa, del mundo de los negocios en general, así como una devastación absoluta de las conquistas sociales y laborales que el movimiento obrero había arrancado durante siglos de lucha sindical, y que habían equilibrado un poco la balanza entre el capital y los más desfavorecidos. Se pretende aniquilar todos los aspectos que cohesionan a la sociedad, todas las facetas dirigidas a conseguir una reducción de las desigualdades y de los altos niveles de exclusión social. Ahora ya todo eso no interesa. Estos niveles se volverán a disparar, porque no estarán en los objetivos de la sociedad que Macron está proyectando en Francia. Lo ha explicado muy bien Francisco Muñoz Gutiérrez en este artículo, donde nos basamos para el presente análisis. Por una parte, Macron acaba de consolidar un nuevo Código Laboral, que ya ha presentado múltiples resistencias por parte de los sindicatos, adaptado a los tiempos de la expansión de la financiarización de los mercados y de la economía. Abundando en lo que ya existe, su reforma para impulsar la economía de Francia se centra en la flexibilidad del mercado especulativo, abandonando las «rigideces» a las que típicamente aluden los fanáticos neoliberales, es decir, las reglas del mercado de la seguridad laboral, y poniendo el foco en los derechos de propiedad y los tipos de contratos. Una nueva vuelta de tuerca que pretende, en la misma línea de siempre, liberar de «cargas inútiles» a las empresas, y dotarlas de mayor «flexibilidad» para mejorar el alcance de sus fines. La empresa se convierte, según Muñoz Gutiérrez, en el nuevo «ciudadano francés». La fijación sobre el mundo empresarial es constante para el nuevo emperador galo, ya que mientras limita al 30% la tasa impositiva a los ingresos del capital, elimina el impuesto a la riqueza sobre activos que no sean inmobiliarios, con el fin de incentivar el emprendimiento y la innovación.

La reforma de su Código del Trabajo es ciertamente brutal, pues pretende por ejemplo que los obreros ferroviarios (que actualmente se jubilan a los 52 años) se retiren ¡a los 70 años! Quiere imponer también la anulación de los contratos de trabajo por rama industrial (donde las empresas con muchos trabajadores/as obtenían mejores salarios y condiciones de trabajo, que se expandían a las menores), y pretende que en las empresas de menos de 50 trabajadores/as el contrato se decida aprobando o rechazando en asamblea empresarial la propuesta del patrón, sin intervención sindical. Como si estuvieran esos empleados en igualdad de condiciones con sus patronos. Ante estos flagrantes ataques, los sindicatos han hecho llamamientos masivos a la huelga general, pero se encuentran con las campañas de desprestigio y deslegitimación lanzadas por el Ejecutivo. Además, su reforma también reduce a la mitad las indemnizaciones por despido injustificado, y facilita los despidos. Aumentar la edad de las jubilaciones, aumentar la intensidad del trabajo, reducir sus costes para las empresas (tanto en salarios directos como diferidos), reducir las prestaciones de todo tipo, y así podríamos continuar… En una palabra, instalar y generalizar la precariedad laboral en todos los ámbitos, sobre todo para los jóvenes, y destruir todas las conquistas sociales llevadas a cabo durante las últimas décadas. El pasado día 12 tuvo lugar una jornada de movilizaciones por todo el país, en protesta ante las gravísimas medidas que se preparan por parte del Gobierno de Macron para el próximo día 22. No todas las centrales sindicales la convocaron, pues como decimos, el nuevo emperador juega muy bien sus cartas de cara a la concertación sindical. Las formas tampoco acompañan, pues la nueva ley que regulará el Código Laboral francés se adoptará a través de un procedimiento de urgencia, profundamente antidemocrático.

Esta reforma, que ha sido bautizada como «Reforma Laboral XXL» por su dureza y tamaño, se inscribe en una mayor hostilidad hacia la clase trabajadora que la que demostró el anterior Presidente François Hollande. El objetivo final es flexibilizar lo más posible el mercado laboral francés, y ello, como hemos indicado, se lleva a cabo por varias vías. A partir de la aprobación de la ley será más complicado acudir a los tribunales para determinar el carácter arbitrario o no de un despido. Y por su parte, las empresas multinacionales podrán justificar sus despidos por dificultades económicas únicamente atendiendo a su actividad dentro de Francia, sin atender al resto de los mercados internacionales. Es decir, que dará igual que en los mercados internacionales hayan obtenido beneficios, si su contabilidad en Francia arroja saldos negativos los/as empleados/as podrán ser despedidos. Ante todo ello, la popularidad del nuevo emperador francés disminuye por instantes, pues cada vez son más las personas que se oponen a su proyecto ultraliberalizador. Como señala Philipe Alcoy al medio Izquierda Diario en esta entrevista, desde el pasado mes de Agosto Macron perdió hasta 8 puntos de popularidad, y sigue cayendo en picado. Y la reforma del Código Laboral sólo es una pieza pensada dentro de un escenario mucho mayor, todo un esquema que prevé reconfigurar el modelo de Estado Social francés creado desde el final de la Segunda Guerra Mundial. Desde ese punto de vista, lo que Macron planea en Francia es un verdadero «Golpe de Estado Social» (en expresión de Philipe Alcoy).

En fin, como decimos, un ataque en toda regla al mundo laboral, ejecutado por el nuevo emperador francés, que previendo las resistencias que iba a suscitar su proyecto, ya compró los favores de algunos elementos situados en el ala derecha del «socialismo» galo, así como de algunos otros grupos sindicales que optan por la «concertación» para romper y aislar la influencia de los sindicatos franceses. Con respecto al gasto público, Macron sostiene un política ambigua, poco clara y definida, aunque sus decisiones parecen más bien focalizadas en las reformas de la década de los años 90 llevadas a cabo en Canadá y Suecia, es decir, una especie de combinación entre políticas de corte keynesiano y reducciones de la multiplicidad de estratos administrativos de la burocracia francesa. Pero en la práctica, se observan recortes en los servicios públicos básicos (sanidad, educación, etc.) y endurecimiento de los requisitos para su acceso universal. Macron es el típico gobernante sólo preocupado por la tasa de ganancia de los grandes capitales, a los que favorece con la explotación masiva de sus trabajadores/as. Un proyecto ambicioso desde el punto de vista de los objetivos del capitalismo. Y también extremadamente peligroso. Y lo más peligroso de todo: gracias a un sistema electoral injusto, y a la hegemonía de unos medios infames, Macron es hoy como Napoleón lo fuera en su momento, el gran emperador francés, trasplantado al siglo XXI. Y mientras, la izquierda social, sindical y parlamentaria francesa se rasga las vestiduras, pero sin una organización clara, y sin un plan de batalla concreto, potente y unitario. Así nos va.

Blog del autor: http://rafaelsilva.over-blog.es

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