«Nicaragua requiere del apoyo de todos los movimientos sociales de acá y acuyá con los pies en la tierra y la mirada a las personas. Porque lo que viene después de Ortega va a depender de eso para que no nos vuelvan a enviar a 1838 con un ojo en la geopolítica del poder y […]
«Nicaragua requiere del apoyo de todos los movimientos sociales de acá y acuyá con los pies en la tierra y la mirada a las personas. Porque lo que viene después de Ortega va a depender de eso para que no nos vuelvan a enviar a 1838 con un ojo en la geopolítica del poder y el otro extraviado. Necesitamos poner la vida en el centro».
La situación en Nicaragua en los últimos meses muestra como la movilización popular y las reivindicaciones de un amplio espectro de movimientos sociales y la sociedad civil organizada han puesto en jaque el régimen de Daniel Ortega y Rosario Murillo. Sendos informes de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos y otras organizaciones de defensa de estos, testimonian las flagrantes violaciones de los mismos señalando la necesidad de una intervención firme de la comunidad internacional, con especial destaque de la izquierda y las fuerzas progresistas. Este diálogo con la cineasta de origen nicaragüense Mercedes Moncada, desarrollado entre agosto y septiembre de 2018 entre México y Colombia, contextualiza históricamente las principales claves del actual conflicto.
Pregunta: ¿Qué dimensiones consideras importantes para entender lo que ha sucedido y está sucediendo en Nicaragua?
Respuesta: La independencia de España fue en 1821, pero Nicaragua no fue un país constituido hasta 1838. Sandino nació muy poco tiempo después, en 1895.
El escenario latinoamericano era convulso. Los países se definían como entes independientes de España mientras que las intervenciones de Estados Unidos en la región se incrementaron, la estructura social se moldeaba en estas circunstancias. Esto es importante porque este momento fue decisivo en la construcción de las clases sociales de Nicaragua, definió la naturaleza de los criollos locales y también de la arquitectura política tradicional del país.
Durante poco tiempo Nicaragua tuvo un presidente de Estados Unidos en 1855, William Walker, este señor era un aventurero y un filibustero (mercenarios de la época) y en calidad de tal fue llamado por una parte de la oligarquía local como fuerza de choque en una guerra interna. En este revuelo, se hicieron unas elecciones, él se naturalizó y fue elegido presidente. Cuento esta anécdota no para definir a Estados Unidos, porque el fue una partícula inestable, sino porque con esta distancia histórica Walker ayuda a entender y describir mejor a la oligarquía local. Sin embargo la injerencia de ese país define sola la relación bilateral: Nicaragua estaba entonces en la mira de Estados Unidos por los deseos de construir un Canal Interoceánico; a los gringos les implicaba 960 kilómetros menos que el Canal de Panamá en los traslados de la costas Este – Oeste de Estados Unidos durante la fiebre del oro californiana. El país también estaba en el interés de Inglaterra que mantenía el control de los mares durante la piratería tardía y control territorial en la Costa Atlántica nica; este conflicto de intereses entre Estados Unidos e Inglaterra, ajenos a Nicaragua, paralizó estos proyectos en este momento.
El origen de la oligarquía nicaragüense es criolla, blanca descendiente de España; eso sumado a la posición geográfica del país, justo en el centro de Centro América, y el centro de la tierra firme del mar Caribe, ha construido la cultura política nacional como resultado de esa tensión entre la post colonia (criollos) y Estados Unidos. Pero esta tensión define al poder a la vez que expulsa de la identidad a los pueblos originarios y a los ajenos a la oligarquía.
Cuenta el escritor Erick Blandón en Barroco Descalzo:
«La nación ladina se consolidó reservando absolutos derechos y atributos para un sector minoritario de la población que se diferenciaba por razones étnicas, económicas y sociales, de los otros grupos. Ésta era en definitiva, cito a Dora María Téllez, la nación mestiza, la de «los ladinos (que) se constituían en herederos de la república de españoles (en la que) esta vez no habría república de indios».
Aquí hago una enorme síntesis: la política de Nicaragua fue durante siglos un pimpón bipartidista entre el partido liberal y el partido conservador, con trifulcas entre ambos en medio de un océano internacional lleno de tiburones esperando su entrada. Sin embargo, la política formal estaba lejos de la realidad de la plebe. Ambos partidos conforman las oligarquías locales: pocas familias y pocos apellidos que surgen principalmente de dos ciudades en el pacífico del país. Chamorro, Lacayo, Pellas, Cardenal, Sacasa, Cuadra, Díaz entre otros, son algunos de los apellidos que se repiten en el timón de las instituciones durante toda nuestra historia, incluyendo a la Revolución Popular Sandinista. Esta endogamia en los asuntos públicos ha traído bajo el brazo vínculos, pactos, intereses, dádivas; conscientes o de facto.
P.: Y, ¿el somocismo?
R.: Ya estamos en 1937. Del partido liberal llega la dictadura de la familia Somoza, tres presidentes consecutivos, padre e hijos. Durante estos 42 años de dictadura familiar se inició la guerra fría en el mundo; de cara a nuestro país ésta sustituyó al antiguo interés canalero de Estados Unidos, también creó el escenario que contextualizó y acuerpó a nuestra revolución.
En este momento se rompió el equilibrio que hasta entonces había mantenido la oligarquía local. La concentración de poder político y económico en manos de los Somoza era inmenso, sin embargo cuando en 1972 Managua fue devastada por un terremoto ese poder se hizo casi absoluto: Nicaragua enfrentó en ese momento una crisis económica y humanitaria tremenda, y frente a eso Anastasio Somoza Debayle excluyó a la oligarquía. Había menos dinero para repartir y lo concentró en su familia. Eso fue un parteaguas, inclinó la balanza que llevó al desenlace, porque la familia Somoza se quedó muy sola y la oposición se convirtió en un amalgama de clases sociales que se hizo Fuenteovejuna. La dictadura en sus últimos años se volvió muy sangrienta, la población se levantó, el FSLN surgió y encabezó la rebelión.
P.: ¿Y el FSLN?
R.:El FSLN nació como una unión coyuntural de tres tendencias muy distintas, Guerra Popular Prolongada, Terceristas y Proletarios. Más que estar unidos por una ideología (Sandino) estaban unidos contra alguien (Somoza), siendo así éste quien realmente los definió como grupo. Viendo el ideario de Sandino, que realmente está anclado en la post colonia, la delimitación de los Estados y el anti extractivismo imperialista; yo diría que a los sandinistas modernos los define más bien el ejercicio del poder post Somoza, durante la revolución y después. Es posible que la inclusión de Sandino en la denominación del FSLN haya sido por ser este una figura tan poco definida, positiva para todos, donde personas tan distintas podrían no sentirse excluidas.
P.: ¿Cuál fue tu experiencia directa con el sandinismo, la revolución y su legado?
R.: Son preguntas que hice a menudo durante algunos años, cuando preparaba el largometraje documental El Inmortal. Había pasado más de una década desde el momento en que me hice mayor de edad (literalmente, pero fue también el derrumbe del mundo tal como lo conocía); eso fue cuando el FSLN perdió las elecciones en 1990 y a buena parte del país se nos movió el suelo bajo los pies. Durante 2003 y 2004 recorrí una gran parte del país a la que no había tenido mucho acceso durante la infancia y juventud, porque el campo en términos generales era zona de guerra. Creo que antes de ese momento me fue imposible, o no quise, visualizar que lo que nos pasó por encima durante la década de los 80 no fue sólo la intervención militar y económica de Estados Unidos, sino que además vivimos una guerra civil.
Caminar el país, meterme por los rincones, buscar la alteridad, ver, preguntar y escuchar me sembró una duda razonable. Lo curioso de las maneras en las que funciona la consciencia humana es que nada de eso me era realmente extraño o una novedad, sólo cambió mi disposición a verlo y escucharlo.
No sólo sufrimos una guerra de intervención y civil, sino que durante la revolución la cultura política nicaragüense anclada en la post colonia seguía vigente en muchos sentidos – «Yo soy como este lago, que no es como un río que fluye y es siempre nuevo, sino que guardo y acumulo» es la frase central de mi película Palabras Mágicas para romper un encantamiento, donde de manera tangencial abordo este tema. Es cierto que una década no es suficiente para transformar un país y sus estructuras, también que la guerra de Nicaragua permitía resolver lo urgente y dejaba pendiente lo necesario. Sin embargo es posible que ni siquiera consideraran la necesidad de hacerlo.
Dice Erick Blandón:
«En la lucha contra Somoza, el sandinismo no tuvo tiempo o no le interesó, urgido como estaba por la victoria militar y la toma del poder político, de imaginar -como hemos venido viendo- un proyecto cultural distinto al de los intelectuales orgánicos de la oligarquía. Al no hacer un corte epistémico, la revolución siguió al pie de la letra la discursividad del mestizaje de los letrados conservadores y liberales….
«La ideología del mestizaje en Nicaragua tiene su mayor repunte cuando sus abanderados abrazan la causa política del fascismo (Movimiento Vanguardista Nicaragüense), de manera que era una apuesta reaccionaria, católica e hispanizante, que después no fue discutida por el sandinismo cuando hacía la revolución. La escritora y ex – militante del FSLN, Michele Najlis ha dicho que entre los líderes del Frente Sandinista, históricamente, ha habido una tendencia a subestimar la lucha ideológica, y se ha señalado la renuencia e incluso prohibición de discutir sobre política cultural durante la revolución. Esa ausencia de debates le facilitó al liderazgo sandinista el establecimiento de su propio proyecto de izquierda, uniformador y modernizante, sobre una matriz de derecha».
En esos años de investigación de El Inmortal, supe que la contra no sólo se nutría de los fondos de la CIA y del congreso de Estados Unidos, tampoco sólo de nicas disidentes simpatizantes con la dictadura somocista; sino que además a muchos los impulsaban los abusos del Frente en las zonas rurales, la imposición del modelo agrario campesino en el seno de pueblos originarios, el desprecio a los modelos de sociedad de los pueblos originarios y en el caso de los miskitos, los crímenes cometidos contra ellos.
Durante esos días me encontré en Managua con la poeta Michele Najlis y le hice la pregunta ¿cuándo se acabó la revolución? Durante esa conversación ella aún era militante del frente sandinista, por lo menos no había tenido un claro rompimiento. Me contó una anécdota: durante los primeros días de la insurrección, cuando los jóvenes guerrilleros entraron a Managua, todo era una fiesta. Estábamos estrenando país y la felicidad no tenía límites. Ocuparon las casas de los somocistas que huyeron, abrieron sus bodegas de deliciosos licores y carísimos wiskis de malta y con ellas brindaron hasta que se acabaron. Hasta aquí todo me parece normal -dentro de una lógica de conquista del poder-; la victoria sobre el vencido en la guerra incluye la posesión de sus objetos y el despojo, sin embargo Michele me contó que algo le hizo mucho ruido: esas bodegas se vaciaron y rápidamente fueron reabastecidas con las mismas carísimas maltas escocesas y demás. Me parece muy revelador.
Así que ante esa pregunta ¿cuánto duró la revolución? he escuchado muchas respuestas: que acabó al día siguiente del triunfo; a la mitad de la gestión cuando empezaron a corromperse con el poder; se acabó con la derrota electoral y la piñata (el saqueo tardío de las propiedades del Estado a partir del 90); tal vez Zoilamérica, la hijastra de Daniel Ortega que lo acusó de abuso sexual y violación desde que ella tenía 11 años (algunos años antes de la insurrección que marcó el inicio de la revolución), a alguien le pueda llevar a pensar que la revolución murió antes de nacer. He escuchado muchísimas versiones, también la de la familia Ortega Murillo, que desde el poder afirma que aún continua.
Sin embargo, dentro de la imposibilidad de definirla conceptualmente y de delimitar su tiempo de vida y de muerte, vivir esa experiencia sembró una idea. A pesar de que la sociedad civil y los movimientos sociales ajenos al partido eran prácticamente inexistentes, a muchas y muchos que sí éramos afines a la revolución nos hizo sentir que formábamos parte de la construcción de un mundo mejor y nos definió como entes sociales. En mi vida sin duda ha sido determinante. Si bien creo que maravillosos programas que se llevaron a cabo como la alfabetización, la educación y la salud gratuita, son insuficientes -y fácilmente desmontables- si no van de la mano de la construcción de una sociedad civil incluyente; ahora veo con agrado que mucho del pensamiento crítico y de izquierda del presente pudo formarse porque existieron esos programas. Cambios cosméticos a nivel histórico que se vuelven trascendentales a niveles individuales, esas personas que a su vez se vuelcan hacia el colectivo. Preciosas paradojas.
P.: ¿Sandinismo u Orteguismo?
R.: Poco después de perder el gobierno en el 90, el FSLN revisó lo que estaba sucediendo a nivel de país, pero también dentro de sus estructuras. Entre otras cosas salieron las diferencias fundamentales que habían aplazado desde antes de su nacimiento, el resultado fue su fractura. Dentro del partido quedó una parte muy pequeña, cuyo principal objetivo se convirtió en recuperar el poder. Entre ellos Daniel Ortega y Tomás Borge, quien dijo «Podemos pagar cualquier precio, lo único que no podemos es perder el poder. Digan lo que digan, hagamos lo que tengamos que hacer. El precio más elevado sería perder el poder».
Durante algunos años hubo una alternancia de otros partidos políticos de corte abiertamente neoliberal y el frente encabezó una oposición frontal a estos, atrincherado en las calles. Entre otras cosas sucedió que con estas luchas de poder poco a poco empezaron a controlar el sistema judicial, recuerdo que en esos años la orientación hacia los cuadros jóvenes del partido era estudiar derecho como una proyección estratégica. En esta época también sucedió que buena parte de la ex militancia del partido, le dio cuerpo a la recién estrenada sociedad civil. Esta se formó a partir de trabajo y desarrollo del cuerpo físico del país: ecología, derechos civiles, feminismo, organización local, educación, etc.
En el 2006 el FSLN regresó al poder, Daniel Ortega ganó la presidencia, lo logró a través de un pacto con Arnoldo Alemán (uno de los políticos de derecha más corruptos del mundo) con las iglesias evangélicas y con la parte más conservadora de la iglesia católica. Volvió un FSLN transformado, con un discurso y estética cercanos a una letanía religiosa.
Lo primero que hizo fue desmarcarse, alejarse y satanizar a los movimientos sociales, los grupos feministas y cualquier atisbo de pensamiento crítico de izquierdas y de ciudadanía en general. Lo segundo aliarse con el poder económico en manos de la empresa privada; y pactar con ellos el ejercicio de gobierno. Sin embargo, lo hace mientras públicamente nos interpela con un discurso que descubre una herida profunda y antigua que nos atraviesa desde la post colonia, que provoca un acto reflejo como respuesta y por lo tanto nos manipula: yo no soy oligarca, yo soy del pueblo, conmigo en el poder el pueblo también está en el poder. En Nicaragua este discurso que apela a la herida social más profunda y antigua ha funcionado, hasta que deja de funcionar.
Pronto hizo reformas a la ley electoral para permanecer en el poder, cooptó el instituto electoral y desde ahí corrompió todos los comicios. La relación con el país se volvió radicalmente clientelar: en el segundo país más pobre de América, las obligaciones sociales del Estado se aplican como si fuesen regalos del presidente para la gente más pobres. Lo que quedaba de las estructuras del FSLN también fue desmantelado, centralizando cada una de las mínimas decisiones hacia la casa presidencial, que es a su vez la vivienda de la familia Ortega. Los militantes históricos del frente en la práctica fueron enquistados o puestos en estado de hibernación.
Las decisiones cuestionables del ejercicio de gobierno, la corrupción de sus instituciones, la confusión de Estado-Partido-Familia, el nepotismo y el enriquecimiento de la familia Ortega empezaron a acumularse.
Abrirnos en Canal
P.: ¿Qué importancia ha tenido la cesión de la tierra para la construcción del canal?
R.: El gobierno de Ortega decretó la ley 840, con la que otorgaba la concesión de una parte del territorio nacional a una empresa china, para la construcción de un megaproyecto que en teoría concluiría con un canal transoceánico, que competiría con el canal de Panamá. El viejo proyecto de Estados Unidos en nuestro país se puso otra vez en la mesa, con nuevos intereses. Muchos cuestionaron el proyecto con serias objeciones medioambientales, por la concesión de una parte importante del territorio y prebendas a una empresa extranjera, y por la autoridad que la ley le da al gobierno para expropiar las tierras por donde atravesaría el Canal, desde el Pacífico hasta el Atlántico, además de cualquier recurso del territorio nacional y del Estado que requiera el proyecto canalero. Otras personas, en las que me incluyo, sospechamos que el proyecto era una farsa para la expropiación de esos recursos.
Este tema me parece importante porque actualmente ha sido un elemento que en el contexto de esta crisis ha utilizado el gobierno y una parte de la izquierda internacional que -en el más benigno de los casos por desconocimiento y arrogancia- increpa a los movimientos sociales de Nicaragua acusándoles de agentes de (o manipulados por) la CIA. La realidad es que cuando se aprobó la ley canalera, le dio concesión a un ente privado: el territorio y los recursos del Estado a discreción de una empresa. La sospecha de que esta empresa sea testaferro de la familia Ortega no es infundada. Si se llegara a realizar, nos encontraríamos en la especial circunstancia de que, aunque la familia Ortega deje o pierda el poder, legalmente pueda hacer uso discrecional de una parte del territorio. Más allá de lo que implicaría en términos sociales y medioambientales, nos encontraríamos nuevamente en un escenario posible muy parecido a los deseos imperialistas truncados en 1855, con nuevos actores.
P.: ¿Y el presente?
R.: El presente llegó de manera inesperada. Los movimientos sociales, las feministas, el movimiento en defensa estudiantil, ambientalistas, los adultos mayores reclamando sus pensiones y los grupos universitarios críticos han estado ahí. De maneras desiguales y no siempre sincronizadas. Sin embargo en abril de este año, a partir de protestas estudiantiles se pusieron en primer plano. El gobierno reprimió fuertemente causando muertes y mucha población no organizada se sumó a una petición de justicia. En el transcurso de casi 5 meses de conflicto las protestas no se han dispersado y el gobierno ha respondido con violencia. Muertos, presos políticos, perseguidos y desaparecidos. En términos estadísticos de represión, el gobierno de Ortega superó a la dictadura de Somoza.
Ahora no hay un liderazgo tradicional como fue el FSLN en los 70, y hay mucho rechazo a usar los métodos de las insurgencias antecesoras. Seguramente hay un especial temor a repetir errores del pasado, y sin duda las generaciones que están encabezando esta resistencia están formadas en una distinta manera de ser social. No hay una unidad de criterios en los movimientos y estratos que están enfrente de la dictadura. Para muchas personas esto es una debilidad. Yo creo que es a partir de fortalecer la diversidad donde, quienes están resistiendo, pueden evitar ser fagocitados por los poderes tradicionales.
El futuro del país es incierto. El futuro de la familia Ortega me parece bastante más claro, este país los rechaza y el espacio público será cada vez más ingobernable para ellos; lo que no sabemos es cuándo se irán, cuántos muertes dejarán a su paso y el tamaño de la bancarrota en la que quedará el país. Meses o años. Los actores enfrente son diversos. Mientras la empresa privada y la oposición de los partidos políticos esperan un adelanto de elecciones, una parte de la oposición civil cree que el adelanto de elecciones es la única escapatoria que tenemos por ahora.
Sin embargo otras personas hablan de la posibilidad de un período de transición dónde podamos reformar la constitución, el sistema judicial, electoral y policial antes de elegir nueva presidencia. Porque la historia política de nuestro país nos cuenta que no hemos construido aún un marco democrático que permita una contienda electoral que no arrastre los vicios de la oligarquía histórica de nuestro país. No tenemos partidos legales ajenos a esta debacle. Tenemos un poder económico que se alía con los gobiernos de turno, sea Somoza, sea Ortega o Perico de los Palotes.
Lo mire por donde lo mire, no sé que tan largo sea el camino, pero creo que la ruta siempre pasa por fortalecer a los movimientos sociales, que son los que hoy están resistiendo a una dictadura; porque para emprender las reformas que necesita nuestro país, necesitamos un contrapeso con los pies en el suelo, los brazos arremangados y metidos hasta los codos en el centro de la realidad -el cuerpo físico del territorio y las personas- Necesitamos una sociedad civil y movimientos sociales poderosos y activos. Lo necesitamos desde hace siglos – y desde hace siglos han sido reventados.
La izquierda internacional debería pensar en esto antes de pronunciarse y actuar. Nicaragua requiere del apoyo de todos los movimientos sociales de acá y acuyá con los pies en la tierra y la mirada a las personas. Porque lo que viene después de Ortega va a depender de eso para que no nos vuelvan a enviar a 1838 con un ojo en la geopolítica del poder y el otro extraviado. Necesitamos poner la vida en el centro.
Jesús Sabariego, doctor en Derechos Humanos y Desarrollo. Investigador y profesor de universidad.