Como ha ocurrido en otros confines del planeta, aquí nuestro país ha concitado en diversas ocasiones la solidaridad internacional para enfrentar sismos, catástrofes o desastres naturales. Hoy, no es diferente. Los desastres registrados desde mediados de enero han generado inmensos daños y han colocado al país en una situación francamente difícil. El apoyo externo, en […]
Como ha ocurrido en otros confines del planeta, aquí nuestro país ha concitado en diversas ocasiones la solidaridad internacional para enfrentar sismos, catástrofes o desastres naturales. Hoy, no es diferente.
Los desastres registrados desde mediados de enero han generado inmensos daños y han colocado al país en una situación francamente difícil. El apoyo externo, en ese marco, luce indispensable.
Es claro que la voluntad de hacerle frente a los retos que nos agobian, corresponde a nosotros mismos. Y el trabajo, también. Nuestro pueblo, en esta circunstancia pero también en anteriores, ha dado muestras de heroísmo y de valor. Y ha enfrentado a pie firme y generosidad solidaria, cada uno de los desafíos que se nos han presentado.
Pero las cosas son tan graves, que el Perú necesita el apoyo exterior. No hay razón para negarlo
En 1970, cuando un sismo de más de 8 grados remeció gran parte del territorio nacional, ocurrió la muerte de más de 70 mil personas. Ciudades enteras -como Yungay- fueron devoradas por gigantescos aludes de hielo, lodo y piedra, y el país se vio colocado, literalmente, en el ojo de la tormenta.
En esa ocasión, también se hizo urgente la solidaridad internacional. Y ella acudió a nuestro suelo en múltiples formas. Todos los países de la región nos tendieron la mano, del mismo modo que otros de Europa y Asia. En mayor, o menor medida, el Perú sintió en carne viva, la ayuda procedente de todos los confines del planeta.
El apoyo más grande, en esa coyuntura, provino -es bueno que se recuerde- de la Unión Soviética. Un verdadero «puente aéreo» se instaló entre Moscú y Lima, al tiempo que arribaron, por aire y por mar, hospitales íntegros, casas prefabricadas y muchas otras expresiones materiales y morales de solidaridad.
Un avión Soviético con su tripulación completa y 22 pasajeros, entre los que se incluían médicos, ingenieros, rescatistas y otros, cayó al mar en el Círculo Polar Ártico cuando se dirigía a nuestra patria, sin dejar sobrevivientes.
Fue el tiempo de Fidel, echado en una camilla, en la Plaza de la Revolución, donando en La Habana sangre que aún, sin duda, circula en las venas de los peruanos. Y fue también el año del sacrificio de Elpidio Beróvides, el cubano que pereció en la sierra de la Libertad cumpliendo tareas solidarias.
En otras dimensiones, por cierto, la urgencia se repite. Ya no existe la URSS, pero los valores que sembró vibran aun, a cien años de la epopeya de Octubre, en el accionar de otros hombres y mujeres en distintos rincones. Y entonces, la solidaridad con nuestro pueblo, también se manifiesta.
Ahora, sin embargo -que no existe la URSS- el baluarte de la solidaridad con el Perú se inscribe en América Latina. Es de aquí, de nuestro continente, de la Patria Grande como la llamaba Simón Bolívar, que fluye el caudal que arriba hoy a nuestra patria.
El Ecuador de la Revolución Ciudadana y de Rafael Correa, fue el primero. Pero también Bolivia de Evo, y Chile de Bachelet. Y fue la toma de posición de la Nicaragua de Sandino. Y la declaración de Raúl Castro, las que impusieron el tono. Colombia, ayudó con fuerza.
Y la Venezuela Bolivariana. República Dominicana, El Salvador y Panamá; se sumaron a tiempo. Y Cuba anunció lo que más puede: la ayuda diversificada y la asistencia directa.
Es bueno entender que los países que ayudan, no nos traen lo que les sobra. Comparten lo que tienen, y lo que modestamente es capaz de producir su propio pueblo. No se trata de «países ricos» en condiciones de aportar millones de dólares a una bolsa cualquiera.
Si nuestros hermanos de otras latitudes no nos dieran lo que nos traen, eso podría estarlo comiendo, o procesando, su propio pueblo, sin rubor alguno.
Por eso es mezquina al extremo la declaración que hacen algunos enemigos de la Venezuela de hoy pretendiendo descalificar la ayuda que nos proporciona el gobierno de Nicolás Maduro.
Es claro que los víveres que nos envía, son necesarios en su país. Precisamente ahí radica el mérito singular de esa ofrenda: los venezolanos se privan de mucho, para darnos algo de lo poco que tienen.
Ese es el mayor sentido de la palabra solidaridad. Es necesario explicarlos porque hay quienes saben cómo se escribe, pero no para qué sirve, ni en qué consiste.
Ningún país de Nuestra América -aquella de Martí y de Mariátegui- vive de la riqueza ajena. A ninguno le sobra la plata, los víveres, las medicinas o la ropa. Todos sufren de carencia y de necesidades. No comparten la abundancia, sino la pobreza.
Pero comparten también la dignidad de quienes las afrontan con profundo sentido solidario. Es en esa idea, que la ayuda de todos, resulta siempre bienvenida
Gustavo Espinoza M. Colectivo de dirección de Nuestra Bandera
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