Recomiendo:
0

Afganistán

La tormenta perfecta

Fuentes: Rebelión

Día a día se incrementan las acciones militares en Afganistán, ya no es una sospecha, ni una hipótesis, la invasión de la OTAN encabezada por los Estados Unidos ha sido uno de los más rotundos fracasos políticos-militares que se tenga memoria en los últimos treinta o cuarenta años. Podríamos aseverar, sin temor a exagerar, que […]

Día a día se incrementan las acciones militares en Afganistán, ya no es una sospecha, ni una hipótesis, la invasión de la OTAN encabezada por los Estados Unidos ha sido uno de los más rotundos fracasos políticos-militares que se tenga memoria en los últimos treinta o cuarenta años. Podríamos aseverar, sin temor a exagerar, que Estados Unidos lo ha hecho de nuevo, ha creado la tormenta perfecta, esta vez, con cierto sabor vietnamita. 

El remedo democrático que Washington intentó imponer en el país centroasiático hace agua por donde se lo mire. Si el gobierno de Hamid Karsai, (2004-2014) primer presidente electo democráticamente, fue un fracaso, su inoperancia, frente a la realidad afgana, ha sido tan contundente como la corrupción a su sucesor Asharf Ghani, no le está yendo mucho mejor.

Desde que asumió en septiembre de 2014 no ha parado de crecer la insurgencia talibán, la pobreza, ni sus conflictos con su segundo, el presidente ejecutivo Abdullah Abdullah, algo así como un vicepresidente, emergido de un acuerdo de gobernabilidad, tras haber competido por la presidencia.

Esta última semana Abdullah Abdullah se despachó duramente contra el presidente Ghani, lo que ha puesto al borde del abismo al gobierno de unidad nacional.

Abdullah declaró este último jueves en la televisión que Ghani no era apto para gobernar el país, lo acusó de pasividad a la hora de enfrentar los problemas del país. Al tiempo que denunciaba que en los últimos tres meses no han podido reunirse con él y de no tener interés en abordar los problemas del país.

El Gobierno de Unidad de Nacional fue producto de un alambicado acuerdo generado por el Secretario de Estado norteamericano, John Kerry, tras el empate técnico en las elecciones de 2014.

Tanto Ghani como Abdullah se declararon ganadores en la elección presidencial de 2014, a las que muchos observadores declararon fraudulentas y con importantes irregularidades.

El enfrentamiento entre ambos candidatos generó un periodo de tensión, lo que hizo temer que llevaría al país a la fractura o peor, a una nueva guerra civil.

Por lo que Kerry intervino, negociando un acuerdo sui generis entre Ghani y Abdullah por el que Ghani asumiría como presidente y se inventó el nuevo puesto del jefe del ejecutivo para Abdullah, que compartiría por igual el poder en el gobierno.

Los cruces entre ambos se iniciaron en las primeras semanas de gobierno, pero se han ido profundizando con el trascurso de los meses y las ingentes dificultades del país, fundamentalmente con el crecimiento de las acciones del Talibán, que se ha aprovechado de la crisis política para lanzar diferentes campañas de hostigamiento a las fuerzas de seguridad. Estas nuevas declaraciones de Abdullah, para los expertos locales, solo anticipan la profundización de la crisis.

A río revuelto…

No es solo la endeble situación política lo que ha propiciado que el frente Talibán reverdezca en su lucha. El resurgimiento de los talibanes se basa fundamentalmente en el fracaso de la intervención militar de 2001, que nada se hizo por mejorar la economía y el sistema productivo del país que sigue anclado en el siglo XII. Si bien es incontrastablemente cierto que Afganistán ha vivido en guerra constante ya casi medio siglo, también es cierto que occidente nunca ha comprendido su realidad. Las intervenciones extranjeras, que finalmente siempre han fracasado: el Imperio Británico, la Unión Soviética y los Estados Unidos, lo hicieron sin entender el espíritu nacional y la conformación tribal de esa sociedad.

Como ejemplo la cuestión fundamental por la que los talibanes rechazan la presencia de Estado Islámico en su territorio, más allá de que filosóficamente no difieren en nada, siendo el fundamentalismo religioso exactamente el mismo, los talibanes entienden a esta fuerza como una intervención «extraña» a su sentir nacional.

En respuesta a esto, en 2014, tras anunciar su llegada a Afganistán, el Daesh ahorcó a una docena de comandantes talibanes en la provincia de Nuristán, y en Shinwar, provincia de Nangarhar, aseguró que iban liberar a la población de los talibanes, mientras saquearon el ganado, cerraron escuelas y quemaron otras para adoctrinar a los pobladores.

Más allá de que el anclaje del Estado Islámico en territorio afgano haya sido realizado por ex miembros de Tehrik-e-Taliban, la rama paquistaní, los talibanes, como Hafiz Sayed Khan, el líder del movimiento del Daesh en Afganistán y Pakistán, denominado emir de la wilayat (provincia) de Khorasán, la región en la que opera el califato y ocupa Afganistán, Pakistán y Bangladesh, vastas regiones de la India y países próximos como Turkmenistán, Uzbekistán y Tayikistán.

Según el Pentágono, Khan fue eliminado en un ataque con drones a fines de julio último en el distrito de Kot en la provincia afgana de Nangharhar.

El talibán considera a los afganos que combatan junto con Estado Islámico como agentes al servicio de una fuerza extranjera. Es importante recordar que tanto el líder de al-Qaeda, Osama Bin Laden, como su sucesor, Ayman al-Zawahiri, realizaron su juramento o bay’ah de lealtad al entonces A mir-ul momineen (príncipe de los creyentes), el Mullah Mohammad Omar, muerto en 2013, y así lo volvió a hacer al-Zawahiri con los dos sucesores de Omar, el Mullah Akhtar Mansur, asesinado en mayo de este año por un ataque de drones estadounidenses y con el actual A mir-ul momineen Mullah Mawlawi Haibatullah Akhundzada.

La insurgencia talibán en las últimas semanas ha realizado importantes avances en Helmand, la provincia productora del 80% de la amapola afgana, la base para la elaboración del opio, del que Afganistán es el productor del 95% que se comercializa a nivel mundial, y que se convierte en la fuente fundamental de financiación de la «guerra santa».

En Helmand, hace semanas se están produciendo fuertes enfrentamientos no solo del Talibán, con fuerzas de la Seguridad Nacional Afgana (ANSF), apoyadas por la aviación norteamericana, sino también con tropas de Estado Islámico y también grupos de milicianos provinciales que se han armado en defensa de sus comunidades, ya que la asistencia oficial es poca y mala.

En este mismo territorio están operando tanto para los talibanes como para Estado Islámico, paquistaníes, chechenos, azerbaiyanos y turcomanos, junto a muchos alumnos de madrassas (escuelas coránicas) de Pakistán, que durante su receso de verano cruzan la frontera hacer su experiencia militar.

Los residentes afirman que los talibanes han avanzado rápidamente en los distritos cercanos a la capital provincial de Lashkar Gah, y que ya la estarían sitiando de manera efectiva, recordemos que el año pasado el Talibán tomó la ciudad de Khunduz de 300 mil habitantes, capital de la provincia del mismo nombre, durante dos semanas.

Médicos sin Fronteras ha alertado que su hospital en la ciudad de 300 camas ya está saturado de heridos, que cada vez llegan en mayor cantidad desde los frentes de batalla.

Y que muchos no pueden llegar ya que los caminos están bloqueados y los controles militares retrasan su llegada.

El Daesh, desde julio de 2015, ha comenzado a desarrollar una intensa actividad en la provincia de Hermanad, que es la más grande de las 34 provincias afganas, al tiempo que frontera con Pakistán, ocupando aldeas, y ataca a ambos lados de la frontera tanto a fuerzas afganas como pakistaníes. Importantes grupos salafistas centroasiáticos, como el Movimiento Islámico de Uzbekistán (IMU), que ha luchado junto al talibán por más de veinte años, han jurado lealtad al califa Ibrahim, líder de Daesh.

Estados Unidos mantiene cerca de 10 mil hombres en Afganistán, que solo imparten entrenamiento y asesoramiento a las tropas afganas y apoyo aéreo frente a las operaciones del talibán y del Daesh, que han modernizado sus equipos y se creen están recibiendo entrenamiento de mercenarios extranjeros.

Tras el atentado del lunes 8 en la ciudad pakistaní de Quetta (Ver: Pakistán: A la sombra del Terror) que las autoridades todavía no han podido dilucidar cuál de las dos organizaciones que se lo adjudicaron han sido en realidad, se esperan que ataque de las misma magnitud se vuelvan a repetir en territorio pakistaní, que cuenta con una porosa frontera de 2250 kilómetros que se entiende a lo largo de las cordilleras del Hindú Kush y el Pamir.

Por otra parte, en la provincia afgana de Nangarhar, que también limita con Pakistán, ha estallado una guerra, ya no ideológica, ni religiosa, tanto el Talibán como el Daesh, combaten con diferentes bandas civiles por el control del contrabando de mercancías, el lavado de dinero, y la producción, elaboración y tránsito del opio y su derivado la heroína, cuyas vías de tráfico pasan por Jalalabad, capital de la provincia pakistaní de Peshawar, (un activo centro del fundamentalismo islámico), que luego sigue por diferentes rutas rumbo a Europa.

A pesar de las ANSF cuentan con 350 mil hombres entrenados y armados por los Estados Unidos y donaciones internacionales que representan más de 4 mil millones de dólares y la Policía Afgana (ALP), que cuenta con casi 30 mil hombres, nadie confía que pueda contener el avance de las organizaciones terroristas más allá del nombre que tengan. Lo que obliga a Estados Unidos no solo a desprogramar su retirada, sino a volver a incrementar su presencia, a la vez que tanto británicos como alemanes estén considerando su regreso a Afganistán. Se ha detectado que con la nueva situación del Daesh en Siria e Irak, muchos de los jóvenes que quieren incorporarse a sus filas lo están buscando llegando a Afganistán, mientras en Pakistán, como desde los tiempos de la guerra soviética, operan campos de entrenamientos para combatientes salafistas, con la anuncia el todo poderoso Inter-Services Intelligence, (ISI) la agencia de inteligencia pakistaní.

Para contener esta situación en muchas provincias y departamentos de Afganistán han surgido milicias armadas, alentadas por sus gobernadores, para control y defensa de sus comunidades, dada la ineficacia del ejército y las fuerzas de seguridad para contener tanto a los Talibanes, como el Daesh y las bandas criminales y narcotraficantes.

Los políticos provinciales reclaman fondos para el armado y mantenimiento de estas nuevas milicias de aldeanos, especialmente en las provincias del norte, que ya han entrado en combate tanto con los talibanes como con Estado Islámico.

El régimen de Kabul en estado de pánico y luchas internas, sumado a la huida de miles de jóvenes hacia Europa buscando un destino, complementa la tormenta perfecta.

Estados Unidos en 2001 a su invasión la llamó «Operación Libertad Duradera», por lo visto lo único duradero en Afganistán es la violencia.

Guadi Calvo es escritor y periodista argentino. Analista Internacional especializado en África, Medio Oriente y Asia Central.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.