En los últimos meses se constata una nota de mayor inquietud en los artículos que diversos analistas de la izquierda i , que se ocupan habitualmente del proceso político en desarrollo en América Latina, realizan sobre la situación y previsible futuro de las experiencias de reformismo radical que diversos gobiernos de izquierda ii impulsan en […]
En los últimos meses se constata una nota de mayor inquietud en los artículos que diversos analistas de la izquierda i , que se ocupan habitualmente del proceso político en desarrollo en América Latina, realizan sobre la situación y previsible futuro de las experiencias de reformismo radical que diversos gobiernos de izquierda ii impulsan en esa región.
En general son tres conjuntos de datos los que parecen llevar a esa preocupación. El primero sería el sesgo militarista que ha tomado la oposición que a esas experiencias oponen el imperialismo norteamericano y las oligarquías locales, y cuya escalada ha dado un salto cualitativo con el acuerdo por establecer siete nuevas bases de EEUU en territorio colombiano y el golpe de Estado hondureño iii . El segundo sería la situación de impasse en que han entrado estas experiencias transformadoras, dando la impresión de que han llegado a un límite que dudan en sobrepasar. El tercero sería el peligro de reversión electoral en algunos de los países de la región, con un regreso al gobierno de opciones políticas derechistas, que añadirían aún más dificultades tanto a las diversas medidas de integración latinoamericanas como al resto de los gobiernos de izquierda que subsistiesen.
La profundización de la primera tendencia llevaría a un escenario de conflictos internos en algunos países e incluso interestatales con consecuencias imprevisibles de evaluar, se trataría, por supuesto, del escenario más inestable e incontrolable, pudiendo producir graves derrotas del movimiento popular, pero sin descartar tampoco que dicha situación, abierta a su pesar, le ofrezca oportunidades de avance. Los retos que plantean este escenario a los movimientos populares y las organizaciones de izquierda son los retos estratégicos de enfrentamiento abierto a las fuerzas contrarrevolucionarias. A algunas de estas situaciones ya se han enfrentado las experiencias en marcha en América Latina con éxito hasta el momento. Los dos casos más dramáticos fueron el golpe militar contra Hugo Chávez en 2002 y el intento insurrección de los sectores contrarrevolucionarios en septiembre de 2008 en Bolivia. Si la derrota del primero se debió fundamentalmente a la respuesta en gran medida espontánea de los sectores populares, en el segundo caso se trató de una estrategia más elaborada de enfrentar y derrotar la creciente amenaza insurrecional reaccionaria. No obstante, y dada la vía elegida para avanzar en el proceso – de transformación institucional sin ruptura – estas victorias no se convirtieron en definitivas como solía ocurrir en las experiencias revolucionarias del siglo XX. Porque como correctamente señala Nils Castro, » al cabo es claro que ninguno de esos ejemplos ha dado lugar a una revolución en el sentido clásico del término. Ninguno involucró la toma de la totalidad del poder del estado por una fuerza capaz de fundar una nueva formación histórica en reemplazo del capitalismo. Entendido que no es lo mismo llegar al gobierno que tomar el poder, todos esos procesos se resolvieron en cambios de gobierno institucionalmente obtenidos y reconocidos por medios electorales, más o menos en el marco de las restricciones o limitaciones características del sistema político preexistente«iv
El acuerdo para establecer siete nuevas bases norteamericanas en Colombia y el golpe llevado a cabo en Honduras abren nuevas variantes en el intento de cortar violentamente las experiencias latinoamericanas en marcha. Las dos variantes anteriores fracasaron estrepitosamente y en estos momentos las fuerzas de la oligarquía local y el imperialismo ensayan la variante hondureña. Como señala Javier Biardau, «Actualmente se ensayan golpes preventivos para desplazar a gobiernos reformistas antes de que se radicalicen, sin la intención de reimplantar dictaduras clásicas de mediano plazo. Se busca así una restauración conservadora bajo un aparente respeto del marco constitucional. El ensayo hondureño es una prueba crucial para el imperialismo norteamericano con el fin de calibrar las respuestas de los gobiernos y pueblos del continente latinoamericano, y para determinar las condiciones que permiten sostener a un generalato reaccionario como factor de estabilidad política e institucional.»v. La carta colombiana se mantiene como amenaza latente y, es posible que, como alternativa última si fracasan el resto. Pero sus las graves consecuencias se hacen ya presentes como denuncia Raúl Zibechi, «Una de las peores consecuencias de la ofensiva de Estados Unidos en la región sudamericana es que la desvía de los objetivos que se había trazado: integración y creciente autonomía a través de un banco, una moneda y un consejo de defensa regionales»vi
La confirmación de la tercera de las tendencias abriría el debate de si realmente, como indicaba Petras, estaríamos al final de unos de los varios ciclos por los que ha atravesado América Latina en las últimas décadas. De confirmarse, se estaría abriendo un nuevo ciclo de gobiernos derechistas que reverterían gran parte de los avances alcanzados en estos últimos años por los movimientos populares, frustrando por la vía electoral las actuales experiencias de la izquierda. Este autor no se muestra muy optimista, » La cuestión básica de si los actuales gobiernos del socialismo del siglo XXI son peldaños hacia la socialización o simplemente gobiernos transitorios que abren camino para la restauración neoliberal pro estadounidense en la región, sigue estando abierta a discusión aun cuando se están acumulando pruebas de que el resultado citado en último lugar es más probable que el primero.»vii
Pero es la segunda tendencia la que hace referencia a los problemas más de fondo a los que se enfrentan las actuales experiencias. No hay duda de que han cubierto un trecho importante en el camino de mejorar las condiciones de vida de los más desfavorecidos, en la apertura de espacios de participación política de amplias mayorías, en la recuperación de las riquezas nacionales y en la obtención de mayor espacio de autonomía frente al imperialismo y las grandes multinacionales. Pero como recordaba en su artículo James Petras, « a pesar de las afirmaciones de los publicistas gubernamentales, el aspecto más llamativo de los gobiernos del socialismo del siglo XXI es lo escasamente nuevo o específico de sus políticas. La adopción de una economía mixta y un juego político acorde a las normas institucionales de un estado capitalista liberal, difiere poco de las prácticas de los partidos socialdemócratas europeos de fines de la década de 1940 hasta mediados de 1970″viii
Las críticas de una parte importante de los analistas de la izquierda a las experiencias actuales inciden en que aún no han producido, en ningún caso, una ruptura con el capitalismo. En el caso del artículo de Javier Biardeau su diagnostico es claro y llega a señalar que » la expansión de las nacionalizaciones que caracteriza al proceso bolivariano -no sólo en el área petrolera, sino también en telefonía, electricidad o agua así como la anulación de la autonomía del banco central podrían llegar a ser funcionales a este proceso de reorganización de la acumulación de fracciones capitalistas»ix.
En el artículo citado de Petras, este autor hace una comparación en materia de realizaciones entre los distintos modelos de socialismo del siglo XX con los países que adscribe al socialismo del siglo XXI para poner en evidencia la distancia que les separa, con gran ventaja para los primeros. Pero, aún siendo de gran interés esta comparación, en lo que no se detiene dicho artículo es justamente en las diferencias existentes en las coyunturas históricas, en los proyectos emancipatorios, en las bases sociales que los sustentaban, en los niveles organizacionales alcanzados, etc. Porque sospechamos que es en este conjunto de factores donde se encuentra la respuesta al hecho de que después de varios años estas experiencias no superen el marco del capitalismo, ni tengan aparentemente una estrategia clara sobre el camino a seguir a partir del punto donde se encuentran hoy.
Emir Sader se inclina por una respuesta orientada en esta dirección, « ¿por qué no ha emergido un desafío en toda regla al capitalismo? La respuesta debe buscarse en el equilibrio global de fuerzas tras la victoria de occidente en la guerra fría. Los factores subjetivos -formas de organización colectiva y de conciencia, de la política y del estado necesarios para la construcción de alternativas han sido descabalados en el curso de estos mismos procesos».
A partir de esta premisa, Sader señala cual es el objetivo realista que se pueden plantear los actuales procesos en marcha, «Las estrategias contraneoliberales -en la única forma posible que pueden asumir, dado el equilibrio de poder a escala global, regional y nacional implican una lucha prolongada por la hegemonía: ni una alianza desigual con los sectores burgueses dominantes (la estrategia reformista), ni la aniquilación del enemigo (lapremisa de la lucha armada). Por el contrario, estas estrategias suponen replantear la lucha por la hegemonía en términos de conquista del poder.«
Y añade un aviso claro a quienes consideran que dichas experiencias son demasiado moderadas y necesitan avanzar más decididamente al socialismo, «Las únicas alternativas a los gobiernos progresistas ahora en el poder en América Latina, incluidos los más moderados, radican a la derecha de los mismos: la izquierda, dada su situación actual, no presenta en ninguna parte un nivel lo suficientemente alto de fuerza o de apoyo, o un discurso alternativo suficientemente claro.» x
Frente a este tipo de análisis que encuentra dificultades objetivas y subjetivas para plantearse metas mucho más ambiciosas orientadas al socialismo, hay otro tipo de discurso que sitúa el peligro de que las actuales experiencias malogren justamente por la situación de impasse en que se encuentran. Es el núcleo de la denuncia de Javier Biardeau, para quién «Los proyectos de capitalismo de estado están a la orden del día, y puede arrastrar a una verdadera oleada de frustración popular. Sin claridad alguna sobre la reinvención de un proyecto socialista, democrático y revolucionario, la presión dominante es un nuevo ensayo de capitalismo regulado, maquillado por un costoso aparato propagandístico de «socialismo bolivariano del siglo XXI». Esto genera descontento, desconcierto y desencanto (las 3d de la derrota).»
Y precisamente por estas razones crítica a las posiciones como las que representa Emir Sader, «Algunos teóricos de izquierda aprueban el rumbo neodesarrollista, presentándolo como un paso intermedio al socialismo. Pero olvidan que la estabilización de ese curso bloqueará cualquier evolución anticapitalista. El etapismo implícito genera una extraña mezcla de capitalismo de estado aliado a nuevos grupos económicos de poder.» xi
Lo novedoso en las actuales experiencias en América Latina
Con todo lo especifico que tenga la situación actual en América Latina, como todo el mundo sabe el debate no es nuevo, se ha repetido muchas veces a lo largo de la historia del movimiento socialista, y por ello mismo vuelven a aparecer argumentos y enfrentamientos ya conocidos aunque se refieran a una situación diferente de otras del pasado. En este sentido podemos situar en tres diferentes elementos lo más novedoso del proceso actual :
El primero es el hecho de que a diferencia del ciclo inaugurado con la revolución rusa, en que con la excepción de la efímera Comuna de París, no existían antecedentes de la puesta en práctica del proyecto socialista, actualmente toda una serie de ensayos de revolución, de revoluciones triunfantes, y de fracasos de esas revoluciones, aportan toda una serie de lecciones sobre las que reflexionar. Los antecedentes se encuentran en todas las partes del mundo, incluida la propia América Latina que ha visto desarrollarse en su seno revoluciones como la mexicana, la boliviana, la chilena, la sandinista o la cubana, por no citar más que los casos con mayor impacto. Aunque permanecieron los efectos en algunas de estas revoluciones, solo se consolidó y consiguió sobrevivir, incluso a la debacle del socialismo real, la revolución cubana, pero experimentando graves dificultades originadas en el entorno exterior (bloqueo norteamericano, hundimiento comunismo eurosoviético) y en el propio desarrollo de la revolución.
Las actuales experiencias en desarrollo, sobretodo en Venezuela, Bolivia y Ecuador, tienen unas características muy peculiares. En el orden estratégico – de avance sin ruptura brusca con la institucionalidad burguesa heredada – el único ejemplo histórico claro en el que apoyarse fue en el de la corta existencia del gobierno de la UP en Chile, razón por la que ya hice un intento de comparación entre ésta y la de Venezuela.xii Tanto en Venezuela como en Bolivia se produjeron momentos determinantes, como el golpe de Estado en la primera y el golpismo cívico-prefectural en septiembre de 2008 en la segunda, que podrían haber servido de punto de ruptura para iniciar una estrategia de mayor profundización del socialismo siguiendo versiones clásicas de las revoluciones socialistas, sin ir más lejos, de la cubana. Pero optaron por mantener la estrategia de evitar las rupturas bruscas con la institucionalidad heredada y fundar una nueva legitimidad, en su lugar se persistió en las reformas institucionales profundas no rupturistas a través del mecanismo fundamental de implementar nuevas Constituciones, complementadas con los intentos por alcanzar mayores niveles de integración política y económica en América Latina. Si en el primer aspecto evitaban el fantasma del enfrentamiento civil abierto – objetivo que ha buscado claramente la derecha en Venezuela y Bolivia – o el recurso a un régimen autoritario capaz de imponer una nueva orientación más radicalmente socialista; con los procesos de integración puestos en marcha se busca – además de conseguir un mayor margen de autonomía e independencia para diseñar su futuro liberados del imperialismo – la protección frente a las tentaciones intervencionistas en el plano militar del imperialismo, bien directamente o a través de actores nacionales latinoamericanos como está siendo demostrado con Colombia, primero en su intervención contra Ecuador, y ahora como territorio de asentamiento militar norteamericano; pero también otros tipos de intervencionismos como el económico vía FMI, BM, etc.
No obstante, también sabemos cual es el lado negativo evidente de la historia del movimiento socialista en el siglo XX: los fracasos de las revoluciones triunfantes más representativas, que, en el peor de los casos, proyectan una larga sombra de duda sobre la posibilidad de culminar el proyecto socialista, y en el más favorable, alertan sobre las enormes dificultades para alcanzarlo.
Pero, además, no está claro que se disponga de una teoría depurada capaz de utilizar los datos derivados de esas experiencias antecesoras para extraer las necesarias lecciones. El problema en este sentido es que el marxismo, entendido como el cuerpo de doctrina más elaborado desde la izquierda fruto de múltiples aportaciones a la contribución original de Marx, ha mostrado importantes errores, carencias y controversias a lo largo de su historia, y también una falta de adecuación a los cambios sociales de los últimos decenios, de lo se desprende que resulta difícil en estos momentos saber cual es la parte que sigue siendo válida como instrumento de análisis, cual es exactamente la parte desechable y cual debe ser complementada con nuevas aportaciones. Lo que si es claro es la necesidad de es brújula teórica que sirva para interpretar la realidad con el máximo de fiabilidad, porque en caso contrario los errores y fracasos están garantizados, no solamente en los pronósticos – nada importante si solo se quedan en eso, pronósticos – sino en las acciones sociales y políticas que se guíen por ellos, lo cual puede acarrear consecuencias dramáticas.
Boaventura de Sousa Santos expresa este problema de manera brillante, » En los últimos cincuenta años se ha ensanchado la brecha entre teoría de izquierda y práctica de izquierda, con consecuencias muy específicas para el marxismo. En tanto la teoría de izquierda crítica se desarrolló, principalmente, a partir de mediados del siglo XIX, en cinco países del Norte global (Alemania, Inglaterra, Italia, Francia y los Estados Unidos), y tomando en cuenta particularmente las realidades de las sociedades de los países capitalistas desarrollados, las prácticas de izquierda más creativas ocurrieron en el Sur global y fueron protagonizadas por clases o grupos sociales «invisibles», o seminvisibles para la teoría crítica y hasta para el marxismo, tales como pueblos colonizados, pueblos indígenas, campesinos, mujeres, afrodescendientes, etc. Se creó así una brecha entre teoría y práctica que domina nuestra condición teórico-política de hoy: una teoría semiciega que corre paralela a una práctica seminvisible. » xiii
En consecuencia, éste no es un problema exclusivo de los proyectos de la izquierda latinoamericana actual, de los intelectuales y organizaciones de izquierda en general de esa región; el problema de no disponer de un análisis que goce de amplia aceptación en la izquierda sobre el significado, en sentido amplio, de las experiencias del siglo XX y las lecciones a extraer para el futuro atañe a toda la izquierda en general.
Este tema nos engarza con el siguiente, tal como lo expone Roberto Ramírez, al discutir sobre » el carácter social de los estados que se decían «socialistas», y especialmente la naturaleza de las revoluciones de posguerra que expropiaron al capitalismo (como las de China y Cuba)«, ya que como expone este autor, «Esto se relaciona a su vez con otro tema teórico y de balance histórico, pero también de inmensa importancia práctica, porque tiene que ver con la estrategia para el relanzamiento de la lucha por el socialismo en el siglo XXI: ¿en qué medida otros sujetos sociales y políticos pueden sustituir a la clase obrera y trabajadora en la revolución socialista? ¿hasta dónde es eso posible? El problema del «sustituismo» se planteó con toda su fuerza ante la realidad de procesos como el de China, y luego Cuba, en los que no era el proletariado, ni social ni políticamente, el sujeto de revoluciones que expropiaban el capitalismo y que además se reclamaban socialistas. Esto parecía desmentir la concepción originaria de Marx que establecía relaciones unívocas entre clase obrera, revolución obrera, dictadura del proletariado y socialismo.»xiv
El segundo elemento de novedad es, efectivamente, el sujeto que está protagonizando las experiencias en curso en América Latina. No es que el sujeto actual no sea el proletariado industrial, porque en el siglo XX el protagonismo hegemónico del proletariado en las revoluciones fue más la excepción que la regla. Lo novedoso es que, incluso en aquellas condiciones, seguía apelándose a la dirección proletaria de la revolución, y en ausencia del proletariado, éste aparecía representado por la organización dirigente de la revolución, fuese un partido comunista u otro tipo de organización. Ello era congruente dentro de una teoría y un discurso que hacía de la clase trabajadora el sujeto hegemónico de la revolución socialista. Pero actualmente, en las experiencias latinoamericanas la clase trabajadora ha dejado de ser el sujeto práctico y teórico que dirige la revolución. Su lugar ha sido ocupado por una mezcla de pueblos indígenas, pobladores marginales de las ciudades, etc. En las tesis de Zibechi, «Los procesos profundos y verdaderos nacen de y en las periferias, nunca en el centro del sistema, tanto a escala planetaria como en cada país. Así como en los años 60 fueron los obreros no calificados, las mujeres y los jóvenes la fuerza motriz de las luchas, en América Latina en el periodo neoliberal fueron los sin (sin derechos, sin tierra, sin trabajo, etcétera) los que estuvieron a la cabeza de la deslegitimación del modelo. En el lenguaje de Marx, los que no tienen nada que perder.»xv
Isabel Rauber explica en que consiste este nuevo sujeto de las que denomina revoluciones desde abajo para diferenciarlas de las revoluciones socialistas desde arriba del siglo XX, » El sujeto del cambio, el sujeto revolucionario, no existe como tal a priori, es decir, previo a la experiencia. Es en las resistencias y luchas sociales, en la construcción de alternativas sectoriales e intersectoriales, coyunturales y estratégicas, que los diversos actores van desarrollando su conciencia política y avanzando hacia formas complejas de organización y articulación, es decir, hacia la constitución (auto-constitución) del actor colectivo, fuerza social y política creadora, impulsora y realizadora de los cambios.
Se trata de un sujeto plural, de un colectivo de actores sociales y políticos diversos, que se van articulando en uno y constituyéndose en actor colectivo sobre la base de compartir la orientación estratégica, virtual imán que atrae y fracciona -con modos y por caminos disímiles- a las resistencias, luchas y propuestas alternativas de cambio . «xvi
Pero ello implica, explicita o implícitamente, un proyecto emancipatorio diferente que no ha terminado de ser elaborado. Cosa que el propio Zibechi justifica en los siguientes términos, » Los dominados no actúan de modo simétrico a los dominadores, y por eso no formulan racionalmente un proyecto para luego intentar hacerlo realidad. Como los pobladores chilenos a la hora de construir su campamento – no dibujan planos sino que al habitar generan el espacio habitado – , los sectores populares de nuestro continente van creando su proyecto histórico a medida que lo van recorriendo-viviendo. No hay un plan previo y quien no comprenda esto no puede comprender mucho de la realidad de nuestros pueblos . «xvii
No es que otros autores no compartan la visión analítica de los autores de esta corriente interpretativa en la apreciación de los hechos históricos, lo que no comparten son sus apreciaciones en contra de la necesidad de un proyecto histórico explícito, de la coordinación y organización, o su desconfianza en los gobiernos progresistas de la región.
Porque las interpretaciones anteriores se encuentran muy alejadas de la posición ortodoxa en el marxismo, como lo expresa, por ejemplo, Roberto Sáenz, para quién, «En la posguerra se desarrollaron revoluciones democrático-nacionales, antiimperialistas y anticapitalistas, pero ninguna propiamente socialista, como sí había ocurrido luego de la primera guerra mundial. Porque, una vez más, reiteramos que sin la clase obrera al frente del proceso con sus propios métodos de lucha, conciencia y organización, no hay revolución socialista. La revolución socialista no puede consumarse como producto de las «circunstancias objetivas», de las «tareas» que supuestamente cumplen, sin importar que la clase trabajadora como tal no tenga arte ni parte en ella ni la manera en que se cumplen esas tareas. En el caso de la revolución propiamente socialista, existe necesariamente una relación dialéctica entre las tareas, el sujeto y los métodos mediante los cuales aquéllas se llevan adelante. Esta dialéctica en suma, estamos en presencia de una completa revisión objetivista de la teoría de la revolución»xviii
Claudio Katz, por su parte, añade una explicación que podrimos considerar intermediaria entre las dos anteriores, y plantea respecto a la diversidad de sujetos revolucionarios en América Latina que, «los actores de una transformación socialista son las víctimas de la dominación capitalista, pero los sujetos específicos de este proceso en América Latina son muy diversos» y continúa diciendo que «con miradas idealizadas de la clase obrera industrial -como único artífice del socialismo siempre habrá dificultades para concebir un planteo anticapitalista en la periferia. La socialización de las tradiciones de lucha es más importante para un proceso anticapitalista que la jerarquía de los sujetos participantes. Si las experiencias de resistencia son compartidas, la potencialidad de un cambio revolucionario se acrecienta«. Su conclusión frente a este problema es la de que , «El problema del sujeto ausente tiende a generar debates estériles. Encontrar caminos para garantizar la unidad de los oprimidos y explotados es mucho más importante que dirimir cuál de ellos tendría mayor protagonismo en un salto al socialismo.»xix
El tercer elemento que diferencia a la inmensa mayoría de las experiencias revolucionarias desarrolladas en el siglo XX de las actuales en América Latina es el factor organizativo. La gran mayoría del movimiento obrero y socialista actuó desde el último cuarto del siglo XIX, cuando la socialdemocracia alemana apareció como el modelo exitoso a seguir, a través de organizaciones de carácter político y altamente centralizadas, bien para la lucha electoral, como estableció el modelo socialdemócrata alemán, bien para la lucha clandestina e insurreccional, como estableció el modelo bolchevique. Solo las tendencias anarquistas, anarcosindicalistas y sindicalistas revolucionarias supusieron una ruptura minoritaria a estas dos variantes del modelo principal, que prácticamente dejaron de contar en la práctica con la derrota de la última gran organización anarcosindicalista en la guerra civil española.
Pero si las actuales experiencias en América Latina no se sitúan en las coordenadas organizativas del modelo principal del siglo XX, y no han sido partidos de carácter socialista centralizados los que las han impulsado y sostenido, sin embargo, hay un punto en el que si coinciden, a pesar de esta disimilitud de modelo organizativo, y éste punto es el terreno elegido para impulsar los cambios políticos y sociales, el terreno estatal. El modelo clásico estableció dos estrategias en este sentido, la toma insurreccional del control del Estado para solucionar el problema del poder de un golpe e iniciar las transformaciones de su programa; o la actuación en las instituciones del Estado burgués (gobierno, parlamento, municipios, etc.) para alcanzar reformas (el ejemplo de la socialdemocracia europea) o impulsar transformaciones profundas hacia el socialismo (el ejemplo de la UP chilena).
Actualmente en América Latina se pueden destacar dos momentos diferentes, el primero fue el de la furia de los distintos movimientos en el campo y en la ciudad que arrasaron con los principales gobiernos neoliberales de la región, el segundo el de los gobiernos progresistas que sucedieron a aquellos, consecuencia directa, a veces, de aquella vigorosa movilización social. Vistos por algunos como el instrumento para alcanzar los objetivos de los movimientos, y vistos por otros como opuestos a sus objetivos antisistémicos, «los nuevos gobiernos progresistas y de izquierdas y sus renovadas artes de gobernar, son parte de esa adaptación de las instituciones estatales a la nueva situación de insubordinación generalizada de los de abajo»xx
No es descartable que en algunos de los países latinoamericanos que aún no tienen gobiernos progresistas, como Perú por ejemplo, o en momentos de graves enfrentamientos, como ya ocurrió en el pasado, estos movimientos recuperen un fuerte protagonismo, pero en general son los gobiernos de los países más avanzados en el actual proceso los que llevan las iniciativas en los frentes interno y externo, sin que dispongan del soporte de partidos seriamente consolidados en lo organizativo y en lo ideológico.
Conclusión
En lo inmediato, lo más urgente es, evidentemente, las políticas para hacer frente al nuevo nivel de la ofensiva militarista de las oligarquías locales y el imperialismo puesto en evidencia con el despliegue de bases militares norteamericanas en Colombia y el golpe de Estado en Honduras. Las denuncias, iniciativas, propuestas y llamamientos que se están realizando en este sentido son un claro síntoma de la preocupación que este tema ha suscitado en los gobiernos de la región y entre las fuerzas de izquierda en general, de la conciencia del peligro real que supone la escalada belicista desplegada a pesar del cambio de administración en los Estados Unidos. Definitivamente, parece que el desplazamiento de los neocon de la Presidencia norteamericana no ha alterado los parámetros esenciales de la política exterior imperial.
En segundo lugar, la preocupación por el futuro de las experiencias en desarrollo se centra en la posibilidad de que algunos de los actuales gobiernos progresistas sean desbancados electoralmente por partidos de derechas, dando lugar a un nuevo ciclo político que cancele lentamente el actual en marcha.
Pero, incluso si ambos peligros son sorteados finalmente, seguiría quedando en el aire el camino a seguir para alcanzar esa difusa meta, por el momento, que se ha dado en denominar socialismo del siglo XXI.
Cuando se terminan de escribir estas líneas están apareciendo las primeras noticias y reacciones en torno a la convocatoria realizada desde Caracas en la reunión de 55 partidos de izquierda de todo el mundo para volverse a reunir en abril de 2010 e iniciar la construcción de la V Internacional Socialista. De consolidarse una iniciativa de la profunda carga histórica de este tipo, seguramente se estaría haciendo un esfuerzo realmente importante por solucionar los tres problemas que acabamos de mencionar.
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i(*) Se pueden consultar otros artículos y libros del autor en el blog : http://miradacrtica.blogspot.com/
Para la redacción de este artículo vamos a utilizar diversas aportaciones realizadas por autores que siguen habitualmente el proceso en desarrollo en América Latina y que, como se podrá comprobar, mantienen posiciones diferentes, incluso encontradas, sobre distintos aspectos de este proceso. Intercalar citas siempre es un ejercicio arriesgado que puede suponer una interpretación no exacta de lo dicho por sus autores. Por ello aconsejamos a los lectores interesados la lectura de los textos originales, fácilmente localizables en Internet.
ii Deliberadamente he elegido esta definición dada la diferencia de conceptos utilizados para referirse a estas experiencias (revolución bolivariana, socialismo del siglo XXI, reformismo radical, antineoliberalismo, etc.). No obstante, al menos, se puede suscribir la siguiente definición amplia sobre la izquierda, «izquierda significa el conjunto de teorías y prácticas transformadoras que, a lo largo de los últimos ciento cincuenta años, resistieron a la expansión del capitalismo y al tipo de relaciones económicas, sociales, políticas y culturales que genera, y que se hicieron con la convicción de la posibilidad de un futuro poscapitalista, de una sociedad alternativa, más justa por estar orientada a la satisfacción de las necesidades reales de los pueblos, y más libre, por estar centrada en la realización de las condiciones del efectivo ejercicio de la libertad. A esa sociedad alternativa generalmente se la llamó socialismo«, Boaventura de Sousa Santos, ¿Por qué cuba se ha vuelto un problema difícil para la izquierda?
iii Como artículos más recientes de la preocupación existente ante la amenaza militar pueden verse el de Heinzt Dieterich, Parálisis estratégica de Chávez-Correa-Lula ante Declaración de Guerra de Obama ; y el de Marta Harnecker, Cómo cambiar la correlación actual de fuerzas en América Latina
iv Nils Castro, Una coyuntura liberadora…¿y después?
v Javier Biardeau R., ¿Tiene razón Dieterich?
vi Raúl Zibechi, La Unasur acosada.
vii James Petras, El socialismo del siglo XXI en su contexto histórico
viii James Petras, op. cit.
ix Javier Biardeau R., op. Cit.
x Emir Sader, América Latina ¿el eslabón más débil?
xi Javier Biardeau R., op. Cit.
xii Jesús Sánchez Rodríguez, Venezuela: los retos de la vía democrática al socialismo.
xiii Boaventura de Sousa Santos, ¿Por qué Cuba se ha vuelto un problema difícil para la izquierda?
xiv Roberto Ramírez, Sobre la naturaleza de las revoluciones de posguerra y los estados «socialistas», pág 221
xv Raúl Zibechi, Movimientos, crisis, movimientos.
xvi Isabel Ruber, Siglo XXI: tiempo de revoluciones desde abajo, pág 4
xvii Raúl Zibechi, Autonomías y emancipaciones. América Latina en movimiento, pág. 245
xviii Roberto Sáenz, Las revoluciones de posguerra y el movimiento trotskista_2, pág 4
xix Claudio Katz, Estrategias socialistas en América Latina
xx Raúl Zibechi, Autonomías y emancipaciones. América Latina en movimiento, pág. 272
Rebelión ha publicado este artículo a petición expresa del autor, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.