«… el reformismo, por el hecho mismo de sacudir hasta sus cimientos la sociedad burguesa, sin atreverse a destruirla, acaba por constituirse en la antesala de la contrarrevolución».
Ruy Mauro Marini, El reformismo y la contrarrevolución. Estudios sobre Chile.
Una ex-vendedora de gelatinas y un excomentarista de noticias y ex-actor argentino, se convirtieron, respectivamente, en candidata de oposición de la derecha y ultraderecha mexicana y en el actual presidente de la Argentina de ideología filo-fascista y ultra-neoliberal. La semejanza, mutatis mutandis, no es casual: corresponde a la actual coyuntura mundial de ascenso de las derechas y ultraderechas al poder capitalista e imperialista mundial que azota a los pueblos, las comunidades y a las naciones.
El fenómeno tampoco es nuevo: viene en ascenso desde la década de los ochenta del siglo pasado afianzando a la Nueva derecha con los gobiernos imperialistas conservadores de Ronald Reagan y Margaret Thatcher al influjo del arribo de la llamada globalización protocapitalista en el mundo, caracterizada por la mundialización de la ley del valor y la superexplotación de la fuerza de trabajo.
Al margen de las campañas electorales, ignotos personajes de un día para otro los vuelven populares los medios de comunicación y las redes sociales convirtiendo su mediocridad e ignorancia en cualidades y símbolos del marketing a ser introyectados en la conciencia de las masas populares y en las clientelas electorales controladas por el sistema electoral de las instituciones del Estado. Esas coaliciones surgen de dos procesos antecedentes: o del fracaso y agotamiento de las políticas de los gobiernos tildados de «progresistas», aunque no de izquierda (caso argentino) o de los golpes blandos perpetrados por las oligarquías y el imperialismo contra gobiernos considerados “comunistas” o “antidemocráticos (caso Bolivia) según la visión de los ideólogos de esas coaliciones proimperialistas.
De acuerdo con el Instituto Nacional Electoral (INE) con un padrón electoral de 89,1 millones computados, en las elecciones presidenciales de México, que se efectuaron el 1º de julio de 2018, compitieron tres coaliciones legalmente constituidas:: «Juntos Haremos Historia» (JHH) que postuló al candidato López Obrador impulsada por los partidos populista neoliberal Movimiento de Regeneración Nacional (MORENA), el Partido del Trabajo (PT) y el derechista Partido Encuentro Social (PES); la coalición «Por México al Frente» postuló al panista Ricardo Anaya, integrada por los partidos de derecha Acción Nacional (PAN), el Partido de la Revolución Democrática (PRD) y el Movimiento Ciudadano (MC). Por último, la coalición oficialista de derecha del PRI-gobierno llamada «Todos por México» integrada por el Partido Revolucionario Institucional (PRI), el Partido Verde Ecologista de México (PVEM) (ahora aliado de Morena) y el Partido Nueva Alianza (PANAL) postuló al exsecretario panista de Hacienda, Antonio Meade, que sirvió tanto en los regímenes neoliberales del PRI como en los del PAN y a quien se le adjudica ser el artífice del “gasolinazo» que provocó inflación y deterioro de los ingresos de la mayoría de la población. Además, se presentaron dos candidatos supuestamente «independientes»: un ex-priista «gobernador con licencia» del Estado de Nuevo León apodado «El Bronco» cuya campaña electoral se centró en «cortarles las manos a los corruptos», y la despistada esposa de un ex-presidente ultraderechista de México (Felipe Calderón) que «renunció» a su candidatura antes del segundo debate presidencial que se efectuó en la ciudad de Tijuana el 20 de mayo de 2018. Ambos fueron denunciados por haber presentado credenciales falsas y fotocopias de presuntos ciudadanos que apoyaron sus candidaturas “independientes”. Sin embargo, como es habitual en México, no hubo investigaciones, ni mucho menos sanciones de tipo electoral o penal.
Sin embargo, en general, la prensa oficialista y los panegiristas a sueldo esconden que la población abstencionista en esa ocasión superó los 30 millones de ciudadanos (el 36,6% del total) que rebasa los votos obtenidos por la coalición del actual gobierno federal. Es importante retener cuál será el comportamiento de este segmento de la población en las próximas elecciones federales presidenciales del 2 de junio de 2024 en México. Este simple dato desautoriza a las encuestas electorales a proyectar supuestos resultados veraces sobre las ventajas o presuntos triunfos de tal o cual candidato o candidata.
Con un discurso populista difuso, soez, lleno de palabras recogidas de la voz popular, la representante de la coalición de la derecha Fuerza y Corazón por México, la señora Xóchitl Gálvez, responde a un proyecto neoliberal enmarcado en los intereses geoestratégicos de Estados Unidos. Propone una política neoliberal que privatice los gastos sociales y suelte a la economía capitalista dependiente todavía más a las «libres» «fuerzas del mercado». Es decir, más de lo mismo que en México se ha venido imponiendo en los últimos 42 años. Mientras tanto, la candidata del oficialismo, sin ningún proyecto fuera del statu quo, continúa con el ritual de la ambigua consigna de la Cuarta Transformación (4T)
Por su parte el auto apodado «libertario», Javier Milei, que alcanzó una votación récord de 14 millones 476 mil votos (55,69%) del total en la segunda vuelta presidencial, simbolizado por empuñar una motosierra que pretende triturar a la Argentina para entregarla al imperialismo norteamericano y al capital extranjero, pretende privatizar todo lo que esté en manos del Estado (capitalista): empresas, derechos sociales, sindicatos, lo que ya ha provocado el descontento social y manifestaciones, incluso, de sectores que votaron por el libertario. Hay que apuntar que el gobierno anterior, peronista, continuó con la siembra de la crisis económica, social y política de la Argentina heredada por el empresario Macri que fue presidente de ese país entre 2015-2019, particularmente con el monumental endeudamiento externo del país con el FMI por los próximos 100 años.
Ambos personajes, la exvendedora de gelatinas y el libertario de la motosierra, tienen en común la pertenencia a un proyecto burgués, neoliberal, comandado por el gobierno de Estados Unidos y sus fieles seguidores del occidente colectivo, que pretende sepultar las conquistas históricas de los trabajadores en aras de salvaguardar el deteriorado capitalismo en decadencia prácticamente en todo el mundo.
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