Cuando la filósofa feminista valenciana, Celia Amorós, definió el pacto patriarcal, en su libro «Feminismo: Igualdad y Diferencia» (1994), como el pacto interclasista entre varones para apropiarse el cuerpo de las mujeres como propiedad privada, probablemente no imaginó que su concepto se convertiría en un hashtag que inundaría las redes sociales.
El concepto “pacto patriarcal” se volvió parte integral de un grito de lucha de mujeres de todo el país, que demandan al presidente Andrés Manuel López Obrador que rompa el pacto de complicidad patriarcal que ha permitido que Félix Salgado Macedonio sea candidato a la gubernatura de Guerrero. La indignación se ha hecho viral ante la posibilidad de que un hombre acusado de violación y acoso sexual sea gobernador de uno de los estados con mayores índices de violencia hacia las mujeres. La popularización de la demanda feminista nos habla de la fuerza que ha tomado un movimiento amplio de mujeres, que desde distintos espacios públicos han denunciado la continuidad de la violencia patriarcal confrontando las prácticas y discursos del poder que la posibilitan.
Lamentablemente, el uso en el debate público del concepto feminista por parte actores sociales de todo el espectro político, ha tenido también como consecuencia la trivialización de la crítica feminista, centrando toda la atención en la figura presidencial. El llamado a romper este pacto, debe de interpelar a todos aquellos hombres y mujeres, que con sus discursos y sus silencios posibilitan la reproducción de las violencias patriarcales: cotidianas, extremas, estructurales. Estamos ante las paradojas de un clima cultural que populariza el discurso feminista, llegando a sectores que nunca antes se hubieran identificado como feministas, pero a la vez silencia la radicalidad política de nuestras demandas. Como bien señala nuestra compañera Guiomar Rovira: “La popularización del feminismo genera entonces un doble filo, por un lado jamás ha habido tantas mujeres exigiendo derechos y denunciando las violencias. Por otro, las mujeres son llamadas a construir sus aspiraciones dentro del sistema de méritos capitalista y patriarcal, reforzando el privilegio de raza, de clase y heteronormado, prestándose incluso a agendas neoconservadoras y xenófobas.”[1]
Es por eso importante recordar que el llamado a romper el pacto patriarcal se viene haciendo en México desde hace décadas en diferentes espacios de lucha, con otras palabras, otras metáforas, pero señalando la importancia de desmantelar una estructura patriarcal que se ha imbricado con una estructura colonial y racista, que despoja, viola, y ocupa cuerpos y territorios. En este sentido, las mujeres de la Red Mexicana de Afectad@s por la Minería (REMA) han señalado: “El pacto patriarcal que las mujeres de México y del mundo exigimos que el Estado, las instituciones, nuestros compañeros y comunidades rompan, es el pacto que promueve la violencia directa e indirecta contra la mujer, aquel que silencia a sus víctimas y que permite que se cuestione más a las denunciantes que a los denunciados. El pacto patriarcal que exigimos romper es también el que alimenta al modelo extractivista, por lo que romper con él significa romper con la minería y otros proyectos de muerte que nos exterminan.”[2]
La lucha por desmantelar estas estructuras patriarcales, es una lucha mexicana, latinoamericana, global, no se trata de una “ideología importada”, como lo ha denunciado el presidente. Los argumentos del presidente López Obrador no son nuevos en el pensamiento de las izquierdas latinoamericanas, sino que han marcado históricamente la tensa relación entre las feministas y las organizaciones de izquierda. Hemos sido acusadas de “extranjerizantes”, de “dividir al movimiento”, “de traicionar a nuestra cultura” y ahora de “manipuladas y conservadoras”.
Paradójicamente, en México, como en muchos otros países de América Latina, las organizaciones feministas surgieron en el seno de los movimientos de izquierda, por lo que la lucha contra la desigualdad económica ha sido central en los feminismos mexicanos. Las jóvenes que tomaron las calles el 8 de marzo, las que el año pasado paralizaron la universidad nacional denunciando la violencia y el hostigamiento sexual, y las que al interior de Morena exigieron la renuncia de Salgado Macedonio, con sus diversidades y contradicciones, abrevan de un feminismo que surgió de las izquierdas. Acusarlas a ellas de conservadoras es tan absurdo como sostener que los valores familiares nos salvarán de las violencias patriarcales.
La radicalización de una nueva generación de jóvenes feministas -que están dispuestas a romperlo todo para hacerse escuchar y que no demandan un “cuarto propio”, sino que lo ocupan, lo hacen suyo, lo rediseñan y quieren transformarlo todo- es resultado del hartazgo de tratar de construir conjuntamente con una izquierda misógina, machista y patriarcal, que no está dispuesta a cuestionar sus privilegios, ni a dar paso a las visiones y propuestas de las mujeres. Son esas izquierdas, tanto la institucional, como la antisistémica y revolucionaria, con las que algunas de nosotras tenemos toda una vida negociando.
En una de sus conferencias matutinas, López Obrador se refirió a las demandas de los grupos feministas y medioambientalistas como “demanda justas, pero no centrales”; lo importante para él es la “lucha contra la pobreza” y, por supuesto, avanzar con la agenda de su gobierno, a cualquier costo. Escucharlo me hizo recordar los viejos discursos de las organizaciones de izquierda revolucionaria en las que milité en mi juventud, cuando nos decían que lo importante era “el triunfo revolucionario” y que los otros cambios vendrían como consecuencia. Se argumentaba que la contradicción principal era entre capital y trabajo (perspectiva que por cierto no comparte AMLO) y que la prioridad era derrocar a los Estados burgueses, por lo que las demandas feministas eran vistas como distracciones de la lucha central, y en el peor de los casos, como divisorias de las luchas del pueblo. Desde la década de los cincuentas (con el triunfo de la Revolución Cubana), hasta los noventa (cuando el Ejército Zapatista de Liberación Nacional dio a conocer su Ley Revolucionaria de Mujeres), ningún movimiento revolucionario incluyó en su agenda política las demandas específicas de las mujeres. Sin embargo, las mujeres pusimos nuestros cuerpos y muchas dejaron sus vidas en las luchas de liberación nacional de Centroamérica, y antidictatoriales del Cono Sur, solo para darnos cuenta de que ese “después” en el que nuestras demandas específicas serían prioritarias, no llegaría nunca. Libros como el de Lucía Rayas Velasco, Armadas. Un Análisis de Género desde el Cuerpo de las Mujeres Combatientes, y Mujeres en la Alborada de Yolanda Colom, dan cuenta de las resistencias y desencantos de esta época.
La llegada de las “izquierdas institucionales” al poder en distintas regiones de América Latina, fue posible gracias al apoyo de amplios sectores de las organizaciones feministas y de mujeres, que siguieron apostándole a los gobiernos “progresistas” como aliados para avanzar sus agendas. Pero la historia se sigue repitiendo. Por lo menos los gobiernos de Rafael Correa, en Ecuador (2007-2017); de Evo Morales (2006-2019), en Bolivia; y en menor medida, de Hugo Chávez, en Venezuela (1999-2013), no solo no incorporaron las demandas específicas de las mujeres a sus planes de gobierno, sino que se convirtieron en enemigos abiertos de las organizaciones feministas, alineándose con los valores más conservadores de la iglesia católica o usando el discurso “culturalista indígena” para perpetuar las exclusiones patriarcales.
El discurso antineoliberal de estos políticos despertó muchas expectativas en los feminismos de izquierda, que tenían claro que la lucha feminista es anticapitalista. En el caso de Ecuador, la llegada al poder de Rafael Correa en el 2006 movilizó las esperanzas de algunas feministas en torno a las posibilidades de ampliar los derechos de las mujeres en el marco del proceso constituyente. Se produjeron articulaciones feministas, con mujeres de sectores populares, para empujar una agenda antipatriarcal y antiracista. Sin embargo, la reforma institucional del Estado y la modernización capitalista que promovió el régimen correísta desmanteló la institucionalidad de género y apostó por un desarrollismo neoextractivista que afectó de manera profunda a las mujeres indígenas y campesinas. Las demandas de las organizaciones feministas por la despenalización del aborto, por un sistema integral de prevención y erradicación de las violencias machistas contra las mujeres, las luchas territoriales contra el extractivismo, la defensa de la soberanía alimentaria y del agua, no solo no fueron incluidas en la agenda de gobierno, sino que en algunos casos fueron frontalmente atacadas por la “Revolución ciudadana”. Al igual que en México, las feministas se convirtieron en enemigas públicas del régimen.
En Bolivia, Evo Morales llegó al poder en el 2006 con un amplio respaldo de las mujeres de la Confederación Nacional de Mujeres Campesinas Indígenas Originarias de Bolivia – Bartolina Sisa, cuyas lideresas participaron en la Asamblea Constituyente, llevando las demandas de las mujeres indígenas a la nueva Constitución plurinacional de Bolivia. Muchas feministas, como Julieta Paredes, le apostaron al gobierno de Morales, llevando la retórica de la despatriarcalización a las políticas públicas. Bolivia se convirtió en el primer país del continente en tener un Ministerio de Cultura, Descolonización y Despatriarcalización. Pero de nuevo las promesas quedaron en palabras y las alianzas se rompieron, en algunos casos de manera violenta y dolorosa. La retórica machista del presidente Evo Morales contó con la complicidad del pacto patriarcal de los hombres de su partido, cuando señaló por ejemplo que al terminar su mandato sus planes eran retirarse con “mi cato de coca, mi quinceañera y mi charango”, o cuando compartió ante la Federación del Trópico que para celebrar “le llevaran una mujer de cada sindicato”. Al igual que Correa, justificó el despojo territorial de hombres y mujeres indígenas a nombre del “progreso”, cuando construyó la autopista del TIPNIS partiendo en dos la selva, afectando la reserva ecológica y encarcelando a indígenas que se opusieron al proyecto. Con respecto a la oposición de la mujeres amazónicas a su proyecto, se explayó en su retórica machista en uno de sus discursos argumentando: “Si yo tuviera tiempo, iría a enamorar a las compañeras yuracarés y convencerlas de que no se opongan a la ruta sobre el TIPNIS, así que jóvenes, tienen instrucciones del Presidente de conquistar a las compañeras yuracarés trinitarias para que no se opongan a la construcción del camino”.[3] Estos discursos fueron el pan de cada día para las feministas bolivianas, quienes eventualmente se alejaron de su gobierno, convirtiéndose algunas en sus más acérrimas enemigas.
En Venezuela, Hugo Chávez contó con un amplio apoyo de las mujeres de sectores populares, que se vieron beneficiadas por sus políticas de redistribución económica y programas focalizados contra la pobreza. De nuevo, los primeros años de su gobierno se caracterizaron por contar con el apoyo de las organizaciones feministas que lograron en 1999 la primera Constitución de América Latina que tiene un lenguaje incluyente no sexista y la inclusión del artículo 88 que considera el trabajo doméstico como actividad económica que crea valor agregado y produce riqueza y bienestar social, reivindicando el derecho de las amas de casa a la seguridad social. Sin embargo, la despenalización del aborto o el establecimiento del matrimonio homosexual fueron abiertamente rechazados por el discurso católico de Hugo Chávez, quien en diversas ocasiones uso expresiones homofóbicas en sus discursos. Las denuncias de hostigamiento sexual y violencia de género, inclusive por parte de su exesposa, Marisabel Rodríguez, contaron con el silencio del pacto patriarcal de los hombres de su partido.
Podríamos continuar el recorrido por América Latina, con casos extremos de violadores de “seudoizquierda” como Daniel Ortega en Nicaragua, o los feminicidios cometidos por comandantes guerrilleros guatemaltecos contra mujeres combatientes de sus propias organizaciones acusándolas de “traición”. Evidentemente, la violencia patriarcal no es solo una característica de los “hombres de izquierda”; el machismo, la misoginia y la violencia en sus múltiples manifestaciones, es especialmente evidente entre los políticos de derecha, pero ellos nunca han pretendido ser aliados de las feministas.
El EZLN es el primer movimiento político militar que ha integrado a su agenda de lucha las demandas de las mujeres con la Ley Revolucionaria de Mujeres. Las mujeres zapatistas han trabajado arduamente por que las regiones autónomas sean espacios libres de violencia patriarcal. No es una tarea fácil, esto ha implicado reconstruir los espacios de justicia para incluir en ellos las demandas de las mujeres, confrontando muchas veces perspectivas y valores tradicionales heredados de quinientos años de colonización. Se trata de una lucha que se da diariamente, frente al fogón, en las escuelitas zapatistas o en los encuentros intergalácticos contra el neoliberalismo. Pero la izquierda antisistémica que se ha acuerpado alrededor del zapatismo, no está exenta de estos pactos patriarcales. Personalmente, me ha tocado enfrentar estos micromachismos y rechazar los pactos de silencio a los que se nos ha convocado en casos de denuncias de hostigamiento sexual por parte de “compañeros de lucha”.
En la coyuntura actual, muchos hombres que hasta ahora no se habían manifestado abiertamente en apoyo al feminismo, se empiezan a pronunciar contra el “pacto patriarcal”. Preparando este artículo, no pude dejar de sorprenderme ante la cantidad de hombres que han escrito sobre el tema: Mario Patrón, el padre Miguel Concha, Juan Gómez, Herman Bellinghausen, Omar Paramo, Carlos Martínez, Víctor M. Quintana, Edgar Cortez, Jorge Zepeda Patterson, Michael Chamberlain, por nombrar a aquellos que reconozco. Entre las perspectivas más creativas y lúcidas sobre el tema está el rap de Danger AK “Rompa el Pacto” (De Buena Fe – T7P9-1 – Danger AK – Rompa el Pacto | Facebook). Me surgen muchas dudas cuando leo estos textos antipatriarcales, ¿hay realmente una crítica profunda a sus culturas patriarcales? ¿O es solo una forma más de pelearse entre hombres apropiándose de los discursos de las mujeres? Serán las prácticas concretas de estos compañeros en la vida cotidiana las que nos digan más que sus textos.
Las nuevas generaciones, que ahora gritan en las calles “el patriarcado no va a caer, lo vamos a tirar”, no están dispuestas a hacer las concesiones y negociaciones que algunas de nosotras, desde un feminismo antirracista y anticapitalista, hemos hecho con nuestros aliados hombres. No tienen la paciencia de esperar a que cuestionen sus masculinidades, deconstruyan sus introyectos patriarcales y rompan el pacto de complicidad. Yo personalmente no comparto muchas de sus tácticas, pero no puedo dejar de reconocer que fueron ellas las que nos han obligado a todos y todas a discutir de manera urgente ¿qué es eso que llamamos violencia patriarcal y por qué urge pararla?
Notas:
Fuente: https://www.rompeviento.tv/las-izquierdas-y-los-pactos-patriarcales/