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Las llamas del Oriente llaman preventivamente al Sur

Fuentes: Editorial La República

Si bien descreo en general de los alcances y resultados significativos que puedan alcanzar las llamadas «cumbres», aún en agrupamientos más o menos institucionalizados, no inferiría necesariamente que resulten inútiles. Es obvio que el mundo geopolítico no es hoy el de mediados del siglo pasado cuando en Yalta y Posdam podían repartirse el mundo de […]

Si bien descreo en general de los alcances y resultados significativos que puedan alcanzar las llamadas «cumbres», aún en agrupamientos más o menos institucionalizados, no inferiría necesariamente que resulten inútiles. Es obvio que el mundo geopolítico no es hoy el de mediados del siglo pasado cuando en Yalta y Posdam podían repartirse el mundo de a tres, aunque el deseo de repartija entre unos pocos no haya menguado, ni menos aún las acciones criminales para tratar de lograrlo. Sin embargo, entre otros pequeños beneficios, estos encuentros permiten homogeneizar cierta agenda informativa que los medios -al menos los de los países involucrados- deben reflejar con algún impacto posterior en la opinión pública. Atenúan -por cierto instante al menos- la dispersión informativa que contribuye a licuar debates y banaliza. Pero sobre todo, cualquiera sea la repercusión, permiten alguna mensurabilidad de las relaciones de fuerza entre los diversos intereses nacionales involucrados, en ocasiones directamente opuestos, además de los deslizamientos de la propia agenda hacia cuestiones coyunturales, no necesariamente previstas originalmente. La reciente cumbre del G20 permite ejemplificarlo. Si bien es una instancia de acuerdos -y confrontación- en la esfera económica, fue la política la que cobró verdadero protagonismo.

El Presidente Obama se vio obligado a intentar justificaciones de la ya inveterada y bipartidista estrategia de «evitar» matanzas asesinando, de «alentar la democracia y las libertades cívicas» secuestrando, encarcelando y persiguiendo, de asegurar la «competencia libreconcurrente y la libertad de mercado» corrompiendo, monopolizando y robando, en esta oportunidad precisa, circunscriptas a Siria. También respecto a su táctica de respetar la «defensa de la privacidad» espiando al mundo entero, desde el simple ciudadano al más alto jerarca, desde el enemigo al aliado más estrecho. Es que la neoevangelización pretendidamente liberal se encuentra cada vez más cuestionada no sólo a consecuencia de cambios paulatinos en correlaciones de fuerzas, llamados hoy «multipolaridad», sino fundamentalmente por sus resultados prácticos antiliberales e inclusive antieconómicos. Los misioneros actuales con sotanas de fajina, catecismos de mercado y cruces misilísticas, lejos de modernizar y secularizar, logran fanatizar aún más y ampliar el devocionario, inspiran con sus acciones odio y sed de venganza, multiplican el locus de la barbarie, la violencia y la irracionalidad produciendo pérdidas económicas, mayores gastos en represión y desaparición de mercados. Y en lo que hace a sus sigilosos recolectores de datos, se reencuentran luego con sus propias cosechas expuestas a la luz pública develando cada vez mayores contradicciones entre excusas y prácticas específicas.

No creo que los líderes de los principales países que determinan el rumbo de la historia reciente y que en gran medida han venido acompañando por acción directa u omisión la estrategia estadounidense se hayan vuelvo moralistas y humanitarios. Tan sólo algo pragmáticos como para comenzar a interrogarse por los beneficios de la escolta, incluyendo los más pedestremente económicos. No encuentro razones, a pesar del uso de cierta retórica cosmética, para atribuirles una sensibilidad indignada frente a los «daños colaterales», sino exclusivamente una revisión de sus cálculos.

Cuando la economía tambalea, no es infrecuente encontrar cierto reforzamiento de la política. En la UNASUR, se puede atisbar algún síntoma de tránsito inverso: además de la reciente declaración de Surinam, condenando la posible intervención militar en Siria, y de tantas otras declaraciones oportunas como ante los intentos de golpes de estado en países integrantes, este organismo ha venido dando pasos muy importantes a lo largo de este año hacia la fijación práctica de algunas metas económicas, lo que constituye un avance. Pareciera querer superar el mero carácter declamativo, que no obstante no minusvaloro. Por un lado se ha avanzado en proyectos de infraestructura a través del Consejo Sudamericano de Infraestructura y Planeamiento (COSIPLAN) o mediante el acuerdo de la reunión de los Ministros de Comunicaciones y tecnologías. Particularmente los últimos, acordaron la construcción de un anillo de fibra óptica de 10.000 Km de extensión, construido y gestionado por las empresas estatales de cada país. Hay también proyectos en materia espacial, de defensa, de integración económica en general. Todos ellos contribuyen a superar algunas debilidades y dependencias. No cabe duda que resultan apenas embrionarios y que la diversidad de regímenes de gobierno, ideologías y formaciones económicas, sumadas a la tan poco efectiva experiencia práctica del MERCOSUR, han demorado iniciativas más integradoras. Pero algunas están empezando a emerger. De forma tal que no se puede medir con el relativismo popularizado del vaso medio lleno o medio vacío. Una década atrás, la UNASUR no existía. Hasta el año pasado era sólo una débil superestructura institucional con propósitos exclusivos de grandes demarcaciones políticas y diplomáticas. Hoy el vaso comienza a llenarse. Lo que está en discusión es la magnitud del goteo y la naturaleza de los contenidos con los que se podría llenar.

El caso del anillo de fibra óptica (en la práctica es un conjunto de anillos con diversos trazados) no sólo tiene una importancia decisiva para reducir costos de comunicaciones comparativamente exorbitantes en la región, sino también para evitar la dependencia de EEUU en la materia. Si ya es interesante reducirla, lo es más aún cuando ya no caben dudas de que la Agencia Nacional de Seguridad (NSA) ve facilitada sus intenciones de espionaje generalizado al pasar por su propio territorio el 80% del tráfico sudamericano de datos. No lo evitará plenamente porque parte de esos datos, los de uso masivo y ciudadano, llegarán inevitablemente a servidores de las empresas dominantes de Internet (como Google, Facebook, Yahoo, Microsoft, Twitter) que según el periódico inglés «The Guardian», quien recoge las revelaciones hechas por el ex técnico de la CIA Edward Snowden, reciben millones de dólares de la NSA para colaborar con las tareas de recolección de datos. Los backbone (grandes canales de transporte de datos) proyectados no resultan incompatibles ni con los que a escala nacional cada país instale, ni mucho menos con la distribución domiciliaria de la conectividad. Contribuye por último a la defensa en la medida en que reproduce de manera más fidedigna la distribución en red y la autonomía descentralizada por regiones, ante posibles ataques o sabotajes en secciones puntuales del recorrido. Pasa a parecerse más al proyecto original de Arpanet que dio origen a Internet, hoy expandido a niveles exponenciales en los EEUU y los llamados países desarrollados.

Hablamos sin embargo de primeros pasos que podrían indicar una dirección estratégica en varios planos, particularmente si se materializan a través de los Estados. El mercado sudamericano no es despreciable en magnitud, ni lo son en modo alguno los recursos con los que cuenta la región de conjunto. Aunque de manera desigual, vastos sectores estratégicos se encuentran hoy en manos de multinacionales que bien pueden ser sustituidas por (o inclusive puestas a competir con) empresas multiestatales. La distinción no es menor ya que diferencia el carácter de la propiedad que no sólo importa por el destino final de los beneficios económicos, sino fundamentalmente por su función estratégica y su escala.

¿Tiene racionalidad estratégica tener empresas petroleras nacionales (que a la vez en varios países compiten con petroleras multinacionales) cuando un gran consorcio multiestatal sudamericano podría encarar no sólo las inversiones necesarias, sino también el conocimiento y la tecnología para extraer, refinar y distribuir hidrocarburos? ¿No es válida esta interrogación para con las empresas energéticas en general? ¿Es indispensable comprar por ejemplo a España molinos eólicos que pueden fabricarse en la región y generar empleo? ¿Tiene sentido el actual mercado aerocomercial donde confluyen diversas empresas privadas con estatales que a su vez utilizan aeronaves de fabricación totalmente diversa, cuando Embraer ya compite de igual a igual en la producción de aviones comerciales de gamas diversas y alcances variados? ¿No son aplicables estas mismas inquietudes en el área de las comunicaciones, o hasta de las finanzas y el comercio? ¿Cuál es la lógica por la que cada país negocia individualmente sus deudas públicas con acreedores privados, fondos buitres u organismos de crédito?

Pero más enfáticamente aún, la estrategia de defensa debe pasar al centro del debate. Por la indefensión e impotencia que supone la actual estructura de fuerzas armadas nacionales incapaces de custodiar efectivamente fronteras, espacios aéreos y marítimos, teniendo inclusive bases estadounidenses o de la OTAN instaladas en algunos países. Fuerzas terrestres inútiles dedicadas a ejercicios deportivos que sin embargo no detienen siquiera el crecimiento de su volumen abdominal. ¿Sólo para menguar artificialmente la desocupación o aspirar a captar divisas participando en «misiones de paz» que váyase a saber si lo son? ¿No son cada vez más necesarios técnicos específicos en materia de tecnología militar, de contrainteligencia, de detección y control de los diversos espacios?

Asistimos horrorizados a masacres y genocidios geográficamente lejanos que intentamos vanamente detener. Pero no deberíamos olvidar que esas mismas vejaciones y matanzas las padecimos hace muy poco tiempo atrás en esta región, a manos de los mismos perpetradores asistidos por socios locales. Justamente recordamos en estos días los 40 años de la masacre de Pinochet mientras las observamos redivivas en otras regiones del globo.

Repensar estrategias de defensa radicalmente opuestas a las tradicionales en el subcontinente es una precaución indispensable, ya que no resulta improbable que cuando la neoevangelización termine de arrasar el Oriente, se oriente hacia el Sur.

Emilio Cafassi. Profesor titular e investigador de la Universidad de Buenos Aires, escritor, ex decano.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.