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Los desafíos de la nueva minoría

Fuentes: Brecha

Mientras el país ingresa en lo inédito y mucha gente se abraza todavía por la calle, los partidos empiezan a tomar posiciones en el nuevo juego, cuyas reglas aún están por definirse. Hay dos maneras, por lo menos, de mirar el resultado del domingo 31. Una tiene en cuenta las «familias ideológicas», o por lo […]

Mientras el país ingresa en lo inédito y mucha gente se abraza todavía por la calle, los partidos empiezan a tomar posiciones en el nuevo juego, cuyas reglas aún están por definirse.

Hay dos maneras, por lo menos, de mirar el resultado del domingo 31. Una tiene en cuenta las «familias ideológicas», o por lo menos la polarización y las alianzas de las últimas décadas, ve básicamente dos grandes bloques, con la lógica reciente del balotaje, y percibe que la Nueva Mayoría superó a sus adversarios por una pequeña ventaja. Otra mantiene la percepción de tres fuerzas principales con identidades distintas, y aplica la lógica de la representación parlamentaria en primera vuelta, para concluir que hay una izquierda muy distanciada de varios rivales.*

Ambas visiones reflejan una parte de la realidad, pero a los efectos de la vida política venidera, uno de los grandes nuevos problemas de blancos y colorados es que difícilmente se instale un clima de permanente balotaje, debido a por lo menos cinco motivos que es posible ver sin mucho esfuerzo.

1. El «país dividido en mitades» es ante todo una construcción ideológica, y no se corresponde con una contradicción social. En realidad, y por razones históricas muy arraigadas, los partidos llamados tradicionales parecen claveles del aire si se los compara con la densa trama de vínculos entre la izquierda política y los movimientos sociales.

Es cierto que blancos y colorados han mantenido raíces en algunos tipos de matriz social no movilizada, y fuertes relaciones con sectores empresariales (incluyendo los propietarios de grandes medios de comunicación) y de las fuerzas de seguridad, pero también hay que tener en cuenta que buena parte de sus bases han sido socavadas por la crisis o simplemente por la modernización, y que hay vocacionales del alineamiento con el poder, a los que poco importa quién lo ejerza.

2. Para que se mantenga un clima de polarización en grandes bloques, ayudaría mucho que cada uno tuviera su jefe, o por lo menos una especie de conducción colectiva. Ese requisito se cumple entre quienes ganaron, pero no entre quienes perdieron.

El Partido Colorado y el Partido Nacional no sólo están lejos de la coordinación, sino que tienen fuertes contradicciones internas, mientras las fracciones mayores de la izquierda están quizá más cerca que nunca en materia de propuestas, y el hecho de que ninguna de ellas haya llegado siquiera a un tercio del total de votos fortalece la posición de Tabaré Vázquez.

3. Durante muchos años, desde la salida de la dictadura, los partidos llamados tradicionales, y muy especialmente el Colorado, han construido una doctrina que descalifica las actitudes y la propia función opositoras («no a todo», «la máquina de impedir», etcétera) y ensalza la cooperación con el gobierno. Como suele decirse, un bumerán.

4. Desde el retorno a la democracia en 1985, colorados y blancos han sido responsables de un «vaciamiento» del Parlamento, entre cuyos signos más notorios están los acuerdos previos al debate en las cámaras, seguidos por votaciones «a tapa cerrada», y la devaluación de los llamados a sala. Ese fenómeno, a tono con fortalecimientos de los poderes ejecutivos en muchos otros países, contribuyó sin duda a que la imagen y el prestigio del Poder Legislativo cayeran en picada. Otro bumerán, porque es uno de los pocos escenarios en que los dos partidos desplazados del gobierno pueden tratar de recuperar prestigio.

5. La aparente fluidez con que un electorado antifrentista se desplaza entre blancos y colorados, según cuáles le parezcan que están en mejores condiciones de enfrentar a la izquierda, no sólo lleva a la prudencia ante presuntas desapariciones de uno u otro partido tradicional, sino también a presumir que esas personas podrían apoyar a una fuerza política nueva, si pensaran que tiene más chance contra la Nueva Mayoría. La importante volatilidad de estos votos complica aun más la perspectiva de que se consolide un bloque opositor.

AQUELLAS PEQUEÑAS COSAS.

En ese marco, los primeros movimientos políticos de blancos y colorados muestran con suma claridad que esta derrota los dispersa mucho más de lo que los une.

No habían pasado 24 horas desde que Jorge Larrañaga reconociera el triunfo de Vázquez, y desde Correntada Wilsonista, el sector conducido por el senador Francisco Gallinal, la diputada Beatriz Argimón ya había anunciado que, terminada la campaña, «cada sector tendrá su protagonismo y su liderazgo». Pero ese hecho -previsible y previsto por lo menos desde que Gallinal decidió presentar una lista propia al Senado, separada de la de Alianza Nacional que encabezó Larrañaga- fue una nimiedad al lado de la actitud del diputado Julio Lara, quinto senador electo por la 2004 de Larrañaga, quien probablemente haya batido un récord al anunciar el mismo lunes 1, o sea 107 días antes de asumir el 15 de febrero, que formaría su propio sector (en usufructo de la banca senaturial, por supuesto) y que consideraba conveniente que el Partido Nacional ocupara uno o más ministerios en el gobierno de Vázquez.

El ex candidato a vicepresidente Sergio Abreu opinó el mismo día que no debía darse importancia a «pequeñas cosas» como la actitud de Lara, pero por cierto no había demasiado derecho al asombro, ya que el flamante senador electo ha abandonado más de un sector en los últimos años, desde el Herrerismo hasta el antiherrerismo. Pero lo más curioso es que el diario El País del jueves informó que en realidad todo había sido un malentendido, ya que Lara, que según dirigentes de Alianza Nacional «a veces se marea en las declaraciones», se proponía formar un sector propio, pero dentro de ese movimiento. Llama mucho la atención que haya llevado dos días aclarar el asunto.

En la misma noche del domingo, el senador herrerista Luis Alberto Heber exhibió una tesitura bastante agresiva hacia la izquierda, al comentar con intención irónica que la eventual colaboración de su sector dependerá de «qué Frente gobierne», ya que en su opinión «hay varios», y tanto pueden aplicarse las ideas de Danilo Astori como las de José Mujica. En el Herrerismo no está claro aún qué pasará con Luis Alberto Lacalle, que probablemente vaya por la revancha, con el handicap de que el sector terminó sacando más votos el domingo sin su líder que en las internas con él.

El martes 2, Gallinal sostuvo que no había que ocupar ministerios, y que «después de 15 años de gobiernos de entendimiento, a través de diferentes variantes de gobernabilidad, al Partido Nacional le vendría muy bien un pasaje por el llano y demostrar cómo se construye una oposición seria y responsable».

Al día siguiente, Larrañaga anunció sin dar fundamentos que no habrá ministros de su partido en el gabinete. El ex candidato señaló que el asunto será resuelto por el Honorable Directorio blanco, en el que su sector tiene mayoría.

Como se ve, hay posiciones para todos los gustos, y prima la de quienes arguyen, como Heber, que «no es necesario» integrar el gabinete (al que, en realidad, los blancos no han sido invitados) ni acordar ningún nivel de cooperación estable con el Frente (que tampoco se les ha propuesto), dado que la izquierda contará con mayoría propia en ambas cámaras. Como quien dice, que hagan lo que quieran y paguen todo el precio si se equivocan. Pero eso también implica que cobren con creces si aciertan…

De todos modos, ningún dirigente se opuso -faltaba más- a integrar los directorios de entes autónomos y servicios descentralizados, en los que la izquierda sí se propone designar a representantes de colorados y blancos (sólo del Partido Nacional en los de tres miembros, y de ambos partidos tradicionales en los de cinco), haciendo honor a su demanda de cumplir en ellos funciones de contralor cuando era oposición.

Cabe destacar que al parecer Vázquez se propone integrar en las primeras semanas de su gobierno esos directorios, contra la pícara costumbre de hacerlo con cuentagotas, a lo largo del primer año, para asegurarse de que se cumplan contrapartidas de apoyo parlamentario a leyes clave, incluyendo la de presupuesto. Son lujos que se puede dar.

PEDAGOGOS FALLIDOS.

En el Partido Colorado, Jorge Batlle organiza la transición con una sonrisa en los labios, pese a que su gobierno quedará asociado con una crisis espantosa y una sensación nacional de bochorno por las actitudes presidenciales, dos de los factores que condujeron al peor revolcón en la historia colorada y al triunfo de la izquierda. Pero el presidente de la República tiene el consuelo de haber cocinado a las brasas a Sanguinetti, mediante un sublema que le da a la 15 dos de los tres senadores colorados (el propio Batlle y Juan Justo Amaro), gracias a los votos por Alberto Iglesias y Ope Pasquet, pese a que la lista del Foro Batllista, encabezada por Sanguinetti, fue holgadamente la más votada del lema. El lunes 1, entrevistado por Emiliano Cotelo en En Perspectiva, de radio El Espectador, el líder forista atribuyó responsabilidades de la derrota a las causas más variadas (incluyendo falta de «capacidad pedagógica»), con excepción de sus propias orientaciones, y deploró que en virtud del mencionado sublema «quede fuera (del Senado) el vicepresidente Hierro, una figura tan importante dentro del partido y del país».**

En general, y pese a razonables pronósticos en función de antecedentes lejanos y cercanos, el Foro se ha cuidado de adoptar actitudes de hostilidad precoz ante la izquierda, y Sanguinetti insiste, después de un par de semanas de salvajismo antitupamaro, en que se propone realizar una oposición constructiva y respetuosa.

Ese ánimo conciliador no contagió al periodista y ex senador Manuel Flores Silva (Corriente Batllista Independiente) ni al diputado Ruben Díaz (Unión Colorada y Batllista), quienes pidieron esta semana, sin éxito, la renuncia de Sanguinetti a la secretaría general del Partido Colorado, porque -a diferencia del interesado- piensan que fue principal responsable, junto con Batlle, del desastre electoral.

El jueves 4, Búsqueda anunció, con base en «fuentes cercanas al actual secretario general del Partido Colorado», que éste considera «inevitable» alejarse en forma gradual de la política partidaria y dejar ese cargo en menos de un año, pero que no lo hará «en medio de una situación de ‘revancha’ y de ‘cobro de cuentas'», porque es «un peleador político por naturaleza».

Dos días después, el asesor presidencial Carlos Ramela planteó en el mismo programa de El Espectador una visión más autocrítica que Sanguinetti, al señalar entre las causas del revés «una pérdida de empatía con el ciudadano y el votante», de las que derivó «una pérdida de credibilidad»; y la ausencia de «una oferta electoral que demostrara una fuerte renovación», ya que «las principales listas terminan estando encabezadas por dirigentes políticos (Batlle y Sanguinetti) con una gran trayectoria, con su reconocimiento, con estadistas, con hombres que tienen para aportar en distintos campos de la política, pero que evidentemente dan una sensación de una vida ya cumplida en la política, de muchos logros, muchos merecimientos, pero creo que si algo reclama la gente, alguna de toda la vida, es renovación, que aparezcan caras nuevas, que aparezca gente joven. Que si hay una sensación crítica del sistema político, empiecen a aparecer personas nuevas que puedan refrescar ese clima».

«Sanguinetti, Batlle, Amaro -concluyó- en el mediano o corto plazo tendrán que pasar a una función como la que les corresponde como grandes personas dentro del partido, referentes, ejemplos, hombres que todavía pueden dar mucho. Pero que la tarea de conducción diaria y permanente, de salir a recorrer el país y capturar el nuevo voto tiene que hacerla la nueva generación, para mí es absolutamente indiscutible.»

Blancos y colorados saben que deberán extremar esfuerzos y tener suerte para contar con alguna posibilidad de volver al gobierno en 2009. Es probable que el embeleso de la mayoría de los ciudadanos con el triunfo frenteamplista persista durante un período bastante prolongado, y en ese marco, que tendrá lo suyo de contagioso, salir a cara de perro contra Vázquez puede ser muy contraproducente.

Tampoco parece que se vaya a producir una «tregua de 30 meses» como la que planteó Larrañaga en el tramo final de la campaña, durante una charla en la Asociación de Dirigentes de Marketing. Quizá los colorados y blancos más inteligentes apuesten a la crítica selectiva, con esperanzas de que el próximo gobierno cometa errores aprovechables, y de que su principal frente de conflicto sea interno. Por ejemplo, con dirigentes sindicales izquierdistas de los sectores llamados «radicales», que por haber quedado fuera del Parlamento pueden sentirse especialmente impelidos a «marcar presencia» en otros escenarios, y aun menos comprometidos que de costumbre con la «cultura de gobierno» que se pondrá a prueba.

Sin embargo, esperar que el adversario se desgaste es poca estrategia para levantar cabeza. El diario El Observador sostuvo en su editorial del martes 2 que «la alternancia (en el gobierno), esa condición de las democracias maduras, se instaló por fin en Uruguay», pero mientras no aparezcan nuevos puntos de referencia y anclajes sociales, lo ocurrido se parecerá más a un cambio por tiempo indeterminado.

* Y muy especialmente de los colorados, ya que sacó, grosso modo, cinco veces más votos que ellos.

** Al comienzo de esa entrevista, Sanguinetti pareció confirmar en forma involuntaria la opinión de quienes lo consideran anacrónico, al comentar: «Yo diría que en el siglo XX ha sido la elección peor» (del Partido Colorado). Hay que avisarle que ya estamos en el XXI.