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Uruguay

Los errores de la generación 68 y el indeclinable magisterio de Carlos Quijano

Fuentes: Rebelión

Tres grandes estrategias fueron seguidas por la izquierda en aquellos años de ascenso del movimiento popular, años que terminaron en una derrota en toda la regla y en una mayor gravitación del capital trasnacional en nuestra vida. Una fue instrumentada por el Partido Comunista, que oficiaba de satélite del imperio staliniano. Este partido servil, al […]

Tres grandes estrategias fueron seguidas por la izquierda en aquellos años de ascenso del movimiento popular, años que terminaron en una derrota en toda la regla y en una mayor gravitación del capital trasnacional en nuestra vida.

Una fue instrumentada por el Partido Comunista, que oficiaba de satélite del imperio staliniano. Este partido servil, al grito de «Unidad, CNT», apoyaba las huelgas que vanguardizaba, boicoteaba las huelgas que vanguardizaban todos los demás, frenaba a como fuera lugar cualquier empuje y oficiaba de factor disolvente de la lucha popular, con su metodología autoritaria emanada de esa visión que informaba ser el partido de la clase obrera, esa visión del partido único, la verdad única, la negación del pensamiento crítico y en suma, de todo pensamiento.

El Partido Comunista era una palanca a gusto de aquel imperio, una palanca dispuesta a seguir los lineamientos emanados, junto a los recursos financieros, de la Unión Soviética, lineamientos que exigían el apoyo incondicional a cualesquiera de las políticas lamentables del imperio, sean invasiones, sean asesinatos de revolucionarios perpetrados en la sombra. Una línea muy poco dispuesta a leer la realidad nacional, cosa que los llevó a partirse las narices con el malhadado apoyo a los comunicados 4 y 7 que constituyeron el auténtico golpe de Estado.

Otra estrategia fue la llevada a cabo por la guerrilla y su pretensión de lograr conciencia en función de sus actos espectaculares y en función de la idea de que la represión a la guerrilla, permitiría a la población tomar partido a favor de los cambios. Uno de los errores de esta estrategia fue creer que las condiciones que en su momento existieron en Cuba o Argelia, podrían asimilarse a las condiciones existentes en Uruguay y el resultado fue que, apenas el Ejército entró en juego, en pocos meses fueron barridos de escena mientras el Ejército ganó una peligrosa relevancia política. Como resultado, murieron una cantidad de jóvenes valiosos, rarezas que una sociedad genera muy de tarde en tarde y en circunstancias extraordinarias.

Como en la historia los acontecimientos se presentan primero como tragedia y luego como farsa, salvo honrosas excepciones, como un inquebrantable Zabalza, el rol del MLN ha sido acumular un gran prestigio, para sacrificarlo en el altar de la política ruinosa del progresismo. Para resumir este error cardinal, diremos que su estrategia para generar conciencia fue, como mínimo, inapropiada y que su derrota, pues aquel MLN ha desaparecido de la fas de la tierra y lo que queda es una triste pantomima, fue resultado de plantear una batalla justo en el terreno y en las condiciones que le convenían a su enemigo.

Mas dejando de lado otras estrategias menores que no podemos atender aquí, existió una sumamente eficiente que si no triunfó en su momento, fue por circunstancias ajenas, incluyendo entre esas circunstancias ajenas, las dos estrategias de la derrota previamente enumeradas. Nos estamos refiriendo a la estrategia de Carlos Quijano, ejercida, al menos, durante cincuenta años.

Carlos Quijano fue un intelectual que se ubicó en una altura desde la cual, observó a todo el resto de la intelectualidad del país y le enseñó todo lo que fuera dable enseñar. Alcanza con ver el prestigio que mantienen los Cuadernos de MARCHA, por no mencionar la colección completa del semanario, para darse una idea cabal de cómo aquella pluma acerada, enseñó como sólo pueden enseñar los grandes maestros y lo que deben enseñar los grandes maestros, esto es, a pensar con cabeza propia, una tarea asaz difícil y en particular, para los desprotegidos intelectuales criados en la Academia.

Tuve una precisa ponderación de este trabajo el día en que le pregunté a Vázquez Franco cómo y en todo caso quién, lo había ayudado a desarrollar su pensamiento crítico y él, sin dudar, me dijo: «Carlos Quijano, pues uno, durante todo aquel tiempo y frente a todos los acontecimientos cruciales del país y del mundo, tenía una visión independiente para estudiar aquellos fenómenos y para enfrentarse a las otras interpretaciones nada independientes».

Es necesario destacar una faceta del estilo literario del maestro, su capacidad de explicar cuestiones complejas de la manera más sencilla y aquí conviene recordar la sentencia de Voltaire que gustaba repetir Borges: «el escritor más elegante es aquel que escribe para que todos entiendan». Esta virtud y todas las demás, eran resultado de una violencia contenida que impulsaba a aquel navío que arremetía contra todo y contra todos, una violencia contenida que en ocasiones se liberaba para aplicar como un látigo su desprecio a los razonamientos despreciables de los «botarates» y «pudibundos», que son una verdadera legión en la tierra de los hombres.

Alcanza con ver la violencia educada de aquel estilista, de aquel campeón de la esgrima literaria, para evaluar la pobreza de los debates en la actualidad donde todos, casi todos, se cuidan hasta en los más mínimos detalles, no sea cosa de remover las aguas del pantano del pensamiento.

Amén de la tarea docente, y amén de las virtudes de nuestro escritor, importa ahora analizar la estrategia que llevó a cabo, estrategia sobre la que se extiende en su editorial de 1959 titulado «A rienda corta».

Allí cuenta cómo con menos de 30 años, se largó con gran suceso al ruedo electoral y cómo, cada cuatro años, fue perdiendo aquel caudal hasta reducirlo a la nada, para comprobar que su tarea era más elevada y trascendente. Nada mejor que explicarlo con sus palabras: «Lo primero que debimos reconocer es que no servíamos para la acción política o si se quiere para la actividad electoral. Y no hay que lamentarlo. Tampoco servimos para arreglar una cerradura o poner un motor en marcha. Puede fastidiarnos cuando el auto se para o la puerta no se abre o no se cierra; pero no debe amargarnos. Los que nos honran con su odio dirán que somos malos o peores y buscarán con fruición nuestras fallas. Los que nos acuerdan su confianza, pensarán que tal vez seamos «demasiado buenos». Toda esta supuesta búsqueda de causas, si existe, a nada conduce. Los hechos son los hechos ¿Por qué no buscar una explicación más simple y más optimista? Las vocaciones encuentran su camino. Si en el campo de la política activa, del ajetreo electoral, no lo hemos encontrado ¿por qué no pensar que nuestra tarea, la tarea que se nos ha asignado sobre la tierra, es otra: ésta que cumplimos semana a semana desde MARCHA? Una modesta tarea de docencia, iluminada y jubilosa, para la que no existen contratiempos ni barreras capaces de torcerla ¿Por qué -más allá todavía- ha de creerse, como en alguna ocasión lo hemos dicho, que la acción política -en su esencial sentido- ha de reducirse a la acción partidaria y electoral? En la medida de nuestras posibilidades, todos los de MARCHA hacemos por el país -sin pedir nada- todo cuanto podemos. No siempre es fácil; pero no nos quejamos y por el contrario, las dificultades merecen nuestro agradecimiento. Poder decir lo que se debe decir ¿no es suficiente fortuna?»

Ante estas palabras, y haciendo una reverencia para arrastrar la pluma de nuestro sombrero por el suelo, preguntamos qué significa llevar el potro a rienda corta y decimos que significa entender que si las revoluciones han fracasado, convirtiéndose al poco tiempo en una nueva tiranía que restaura, y fortalece, el statu quo, es porque olvidaron demasiado pronto que los cambios verdaderos exigen no sólo la comprensión, sino la participación de grandes multitudes. Las revoluciones que triunfaron como resultado de inauditos empujes democráticos, olvidaron que debieron su triunfo a aquel empuje inédito. Se trata de generar, pacientemente, a rienda corta, no sólo las condiciones de una nueva época, sino también la estrategia que permita, si hubiera un mañana, no volver a tropezar con aquella piedra fatídica.

Es por eso que decimos que formar o no un partido no viene a cuento. Nos parece bien que se construyan partidos nuevos, y nos parece bien que quienes estén en los partidos viejos defiendan su herramienta, por nuestro lado preferimos seguir la estrategia que dice, que si uno quiere impulsar el barco, poco podrá hacer llamando al capitán a que sople sobre el velamen con toda la fuerza de sus pulmones, lo que conviene para un viaje duradero, es conjurar al viento.

Carlos Quijano aprendió y enseñó que había que conjurar al viento y lo que es más importante, lo conjuró, aunque aún no veamos los frutos definitivos de su trabajo. Con su saber que la pluma vence a la espada, con esa claridad de pensamiento que le permitió mantenerse libre de la gravitación de los imperios atlánticos y soviético, y que le permitió enfrentar con todas sus fuerzas a los aborrecibles Comunicados 4 y 7 y al no menos aborrecible y funesto Pacto del Club Naval, acontecimientos cruciales ante los cuales la inmensa mayoría de la izquierda mostró su pobreza de espíritu y su ceguera criminal, Carlos Quijano generó ese viento que arribó hacia aquel, ya lejano en todo sentido, Frente Amplio que lo hubiera tenido como figura principal, si no hubieran tallado mezquinos intereses que llevaron a que un lobby de colorados frentistas, impusieran otra figura de menor altura, pues no querían perdonarle al maestro su pasado blanco.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.