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Los rehenes del conflcito EEUU-Irán

Fuentes: El Mundo

La dureza que ha adquirido el enfrentamiento entre EEUU y sus aliados europeos con Irán, a raíz del tema nuclear, ha servido de excusa para que el petróleo alcance precios prohibitivos. La intensidad del debate, comprensible por demás, ha relegado al olvido a las víctimas indirectas del enfrentamiento -por ahora sólo verbal-, aunque tengan años […]

La dureza que ha adquirido el enfrentamiento entre EEUU y sus aliados europeos con Irán, a raíz del tema nuclear, ha servido de excusa para que el petróleo alcance precios prohibitivos. La intensidad del debate, comprensible por demás, ha relegado al olvido a las víctimas indirectas del enfrentamiento -por ahora sólo verbal-, aunque tengan años sufriendo las consecuencias de la política de guerra de Washington.

Desde la invasión ilegal de Iraq, el petróleo ha experimentado un alza constante, que los países ricos han podido absorber sin traumas, merced a los niveles de riqueza, tecnología y control de la economía que poseen. No ha ocurrido así en los países pobres no productores de hidrocarburos, que llevan años contemplando impotentes y horrorizados la escalada de precios del combustible. Esta situación ha castigado sus economías de múltiples maneras, siendo las más evidentes el aumento de los pagos por petróleo y el encarecimiento del costo de la vida. Lo primero les obliga a reducir sus gastos sociales y sus inversiones en infraestructura y desarrollo. Lo segundo, golpea con dureza a las capas más desposeídas, que deben pagar alzas constantes en el transporte, la alimentación y los servicios, haciendo su difícil vida aún más insoportable.

La diferente capacidad para resistir el impacto de un ataque contra Irán sobre los precios del petróleo se evidencia en el análisis de gobiernos y economistas. Los países ricos hacen números sobre su repercusión en la inflación y el crecimiento económico, desde la confianza de que sus reservas monetarias les permitirán soportar el choque de la factura petrolera. Los países pobres, poseedores de exiguas reservas y terriblemente endeudados, saben que carecen completamente de capacidad para pagar 100 o 150 dólares por barril de petróleo. Sus economías se verían irremediablemente abocadas al colapso, lo que a su vez sería el detonante de terribles e insolubles estallidos sociales.

La crisis será tanto más demoledora cuanto más frágil y dependiente sea la estructura productiva del país. En Centroamérica, las huelgas de transportistas y las protestas de los usuarios se han hecho crónicas, ante el alza constante en el precio de los combustibles. Para desactivar la efervescencia social, algunos gobiernos se han visto obligados a subsidiar el transporte, una política que lastra los presupuestos y que resulta casi imposible de sostener. La presión de los transportistas por elevar el precio del billete provoca la reacción de los sectores más pobres, estudiantes y trabajadores, que replican con disturbios y protestas, en una espiral interminable que desemboca en daños indirectos y serios a la capacidad productiva general.

Otros sectores castigados con igual severidad son el agropecuario y el pesquero, algo particularmente grave en los países donde la mayoría de la población vive de ellos. La carestía energética ha llega a tales extremos que ni siquiera la Policía puede cumplir su función por falta de combustible. Países hay donde la fuerza pública pide a las víctimas que faciliten gasolina para poder desplazarse al lugar del crimen. El resultado es una mayor inseguridad ciudadana y el crecimiento de hechos delictivos en las zonas más pobres, pues sólo las clases pudientes pueden cubrir la insólita petición.

De mantenerse el incremento de los precios, la crisis de estos países puede tornarse irreversible. Y, como ocurre siempre, una de sus consecuencias será el aumento de los flujos migratorios hacia los países ricos, única alternativa de los desamparados para escapar de la miseria y la ruina de sus Estados de origen. Incluso países semiperiféricos como Turquía, donde el combustible tiene ya precios prohibitivos, o potencias emergentes como China, podrían verse arrastrados a la depauperación o la inestabilidad. Potencias regionales como Brasil verían zarandeadas sus economías y arrastrarían a su región. El África subsahariana, por su parte, recibiría el tiro de gracia.

En Irán no se juega únicamente con intereses geopolíticos o militares, sino con la economía y el futuro de gran parte de la humanidad. Deberían considerarlo los estrategas de la guerra, antes de seguir dando alas a los delirios militaristas de EEUU.

Augusto Zamora R. es profesor de Derecho Internacional y Relaciones Internacionales en la Universidad Autónoma de Madrid [email protected]