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Los resultados de las elecciones italianas: una catástrofe anunciada

Fuentes: Rebelión

1. Las elecciones del 13-14 de abril marcan un hito dramático para la izquierda italiana, extremadamente negativo para los trabajadores y para el país. La larga «transición italiana» iniciada en los primeros años de la década de los noventa -de un modelo de democracia social con una fuerte representación y participación, a un modelo de […]

1. Las elecciones del 13-14 de abril marcan un hito dramático para la izquierda italiana, extremadamente negativo para los trabajadores y para el país. La larga «transición italiana» iniciada en los primeros años de la década de los noventa -de un modelo de democracia social con una fuerte representación y participación, a un modelo de liberaldemocracia «anglosajona», basado en un sistema electoral mayoritario, en la idea de la estabilidad en lugar de la representación, en la alternancia en el gobierno entre dos partidos o coaliciones similares, en la progresiva exclusión del disenso político y antagonismos sociales- va llegando a su final. La Italia soñada por la eminencia gris de la logia masónica P-2, Licio Gelli, es casi realidad. De este pasaje, de esta gravísima involución democrática y social presentada como «modernización», el grupo dirigente del PDS-DS-PD (es decir «Partido Democrático de Izquierda», luego «Democráticos de Izquierda» y, finalmente, Partido Demócrata) ha sido uno de los mayores protagonistas, desde los veleidades modernizadoras de Achille Occhetto y las negociaciones de D’Alema con Berlusconi para cambiar la Constitución a finales de los noventa, hasta el «vamos por nuestra cuenta a las elecciones» de Walter Veltroni.

Este grupo dirigente no sólo ha conducido al «pueblo de izquierda» a una desastrosa serie de derrotas electorales, sino que lleva sobre sus hombros unas responsabilidades que no es excesivo calificar de históricas: de la destrucción en 1990-1991 de un Partido Comunista Italiano todavía fuerte y arraigado (con una fuerza cercana al 30%) a una verdadera «deseducación de masas» que ha ido paralela a aquella llevada a cabo por el berlusconismo: centenares de miles de militantes, simpatizantes y electores que han sido primero empujados a abandonar todo instrumento teórico comunista, luego a interpretar como «anacrónica» cualquier auténtica visión democrática y social de la República, y finalmente, convencidos a repudiar el sistema electoral proporcional para aceptar el mayoritario (por el cual el elemental principio democrático «una cabeza, un voto», base del sufragio universal, desaparece) y con éste el bipartidismo.

Esta deseducación democrática, vista como algo complicado, que enerva y quita tiempo al «gobierno»; esta deseducación al conflicto político, presentado como expresión del carácter peleón y de los caprichos de las fuerzas comunistas, no está lejos de la concepción «eficaz y eficiente» de Berlusconi, por el cual la democracia es una inútil pérdida de tiempo y el país va «gestionado» como una empresa privada. Igual que Il Cavaliere, para Veltroni y compañía «democracia» significa gobierno de quien gana (aunque fuera por un voto más), exclusión de quien pierde (aunque tuviera el 49,99%), y sobre todo «no molestar al maniobrador», no dejarse «condicionar» por fuerzas representativas de millones de trabajadores (pero sí por neoliberales y democratacristianos de antigua data como Lamberto Dini y Clemente Mastella, por los católicos integristas, el Vaticano y la Patronal): se trata del viejo decisionismo de Bettino Craxi, que en su momento fue justamente combatido por el PCI y que ahora viene legitimado junto a su inventor (no por casualidad rescatado por los excomunistas D’Alema y Piero Fassino frente a aquel «moralista anti-moderno» de Enrico Berlinguer). Es sobre la base de esta involución político-cultural que millones de electores «democrátas» han aceptado con ligereza la idea de que con su voto (que, en muchos casos, de no haber sido tan violentado mediáticamente, habría ido a la Izquierda Arcoiris) contribuían a excluir de la representación a fuerzas significativas, a dejar fuera del Parlamento a la izquierda y a los comunistas en primer lugar. Una operación que antes de estas elecciones de 2008 sólo había conseguido el fascismo gracias a la tristemente celebre «Ley mayoritaria Acerbo» de 1924.

La misma tarea de deseducación ha sido realizada en el terreno social: el conflicto de clase ha sido olvidado y, recientemente, hasta se ha negado su misma existencia (¡como se hacía antes de Marx y como siempre han hecho los reaccionarios después de él!); el sindicato ha pasado de la gestión del conflicto a una subalterna política de «concertación», conquistas teóricas como la escala móvil de los salarios han sido pacíficamente abandonadas, se ha privatizado todo lo privatizable («¡lo privado es eficiente!»), recortado el Estado de Bienestar («¡cuesta demasiado!»), a la derecha se le ha ido a la zaga sobre el tema de la reducción de impuestos (y de esta forma está claro que no hay dinero para el Estado de Bienestar…), se ha legitimado la presencia militar italiana en los escenarios de guerra en contra de la Constitución republicana y sostenido guerras criminales llenándose la boca de conceptos como «autodeterminación de los pueblos» y «derechos humanos»; y mientras tanto, en un país, en el que los grandes poderes mafiosos-capitalistas controlan gran parte del territorio y de la economía, se «limpiaban» los turísticos cascos antiguos de los peligrosos vendedores ambulantes, se desalojaban las chabolas de los gitanos y el otrora «rojo» Sergio Cofferati prohibía la venta de cerveza en Bolonia…

También en esto, pues, se ha imitado a la derecha, legitimando en el sentido común del país las pulsaciones más estúpidas y reaccionarias que un malestar social real produce, sin preocuparse jamás de ir a la raíz de este malestar, porque ello hubiera puesto en tela de juicio el sistema, el modelo de desarrollo, etc. Legitimado un modo de pensar anti-democrático y en algunos casos racista (criminalizar y castigar a pueblos enteros por la acción de unos cuantos), se ha ido preparando así el terreno para que amplios sectores del mundo del trabajo votaran después a la derecha, a Berlusconi, al posfascista Gianfranco Fini y a la Liga Norte. Es por eso por lo que una alianza con el Partido Demócrata, que por otra parte la Izquierda Arcoiris intentó negociar, fue de hecho imposible. El grupo dirigente del PD -incluso en contra de la opinión expresada por algunos sectores de su base- ha asumido definitivamente una elección estratégica, moderada y neocentrista, que lleva a Italia mucho muy cerca de los EE.UU. de Clinton y Bush. Con su irresponsable política de ruptura, con su arrogante pretensión de autosuficiencia y de monopolio del voto «progresista» y con su consciente acción de aniquilación de la Izquierda, Veltroni y compañía han entregado el país a la derecha. Aún así, en la nueva situación que se ha creado tendrán el modo de llevar adelante su proyecto moderado: ya lo han declarado y lo harán.

2. Nuestra respuesta, la de la izquierda, la de los comunistas, ha sido débil en el plano político, cultural, estratégico. El proyecto de la «refundación comunista» se ha atascado, no ha afrontado el gran tema de la reconstrucción de una identidad y de un proyecto comunista para el siglo XXI, ni ha hecho un serio balance de las importantes experiencias del siglo XX, ni de la construcción de un nuevo «bloque histórico», y por lo tanto de una verdadera política de alianzas; en vez del arraigo en el territorio y la construcción del partido de masas se ha privilegiado de hecho una política de imagen, muy centrada en el líder -en esto, haciendo seguimiento de la moda político-cultural del momento- renunciando a un análisis de clase y a la construcción de nuevas relaciones internacionalistas.

La experiencia de alianza de gobierno con la fuerza neo-centrista ya mencionada, sobre la base de una relación de fuerzas desfavorable (amplificada por la ley electoral) y de la escasa claridad programática, es decir, de la falta de puntos del programa irrenunciables (¡sobre esto habría sido oportuno una consulta democrática a la base, en vez de las «primarias» sobre el líder!), se han revelado un fracaso. Los comunistas y en general la «izquierda radical» (etiqueta colocada por los medios de comunicación) nos hemos encontrado entre la «espada» de la derecha y la «pared» de un centro-izquierda que no cumplía con su trabajo. El chantaje continuo del que nosotros hemos sido objeto (¡os tragais estos sapos o vuelve Berlusconi!) nos ha desgastado políticamente, nos ha hecho perder consensos y al final nos ha pasado factura en el plano electoral. En este cuadro, la gestión de Bertinotti y de su grupo dirigente, que, como los viejos socialistas maximalistas, han alternado consignas incendiarias y acuerdos a la baja, acompañado todo por veleidades de revisiones ideológicas (los «sujetos» en lugar de las clases, el imperio en lugar del imperialismo, el distanciamiento de la historia y la tradición comunistas, incluida la extraordinaria experiencia del PCI), ha sido desastrosa. Y no es casualidad que los comunistas dentro de Rifondazione Comunista se hayan opuesto de forma organizada a esta deriva.

En cuanto a la Izquierda Arcoiris, se ha presentado sin una clara identidad y sobre todo con un programa poco comprensible y poco interesante para los trabajadores. Hubiera sido necesario menos palabras de orden, pocas prioridades pero claras y precisas, sobre todo en la vertiente social: introducción de la escala móvil para defender los salarios, introducción efectiva de un sistema para moderar el precio de los alquileres, abolición de la ley sobre la precariedad laboral y construcción de un sistema de garantías para los trabajadores precarios, retirada de las tropas italianas de todos los escenarios de guerra y volver a proponer en términos nuevos la batalla por la reducción de la jornada laboral con paridad de salario. Hoy son objetivos en parte propagandísticos, pero que pueden permitir la posibilidad de movilizar, de unificar sectores del mundo del trabajo asalariado dispersos y fragmentados (objetivo esencial y prioritario), de hacernos reconocer como su efectivo referente político, de esbozar una plataforma realmente alternativa a la de las fuerzas moderadas. No se ha hecho, y probablemente no se puede hacer, puesto que en la Izquierda Arcoiris están presentes fuerzas a las que incluso la palabra «izquierda» les preocupa; fuerzas que han estado ausentes de las grandes movilizaciones culminadas con la manifestación de octubre de 2007 contra la precariedad laboral, que vio desfilar centenares de millares de personas y que confirma la potencialidad en Italia para una fuerza comunista arraigada en las masas, siempre y cuando se comprometa en temas sociales importantes.

El fracaso de la Izquierda Arcoiris, que ha ido más allá de las previsiones más pesimistas, y, por contra, el éxito de la Liga Norte, confirman aquello que los comunistas saben desde siempre: que no necesitamos partidos ligeros, «líquidos», sino un partido arraigado en el territorio y bien organizado. Además, el que la Liga Norte continúe pescando entre los trabajadores confirma la necesidad de poner el acento sobre el problema del malestar social, ofreciendo una respuesta de izquierda y ocupando un vacío sobre el cual la derecha hace tiempo que viene trabajando. Por lo tanto, arraigo, relación orgánica con los trabajadores, actividad de masas, creo que tienen que ser los primeros objetivos que como comunistas debemos fijarnos. El segundo terreno de iniciativa debe ser el comunicativo, el ideológico y cultural, el de las batallas de las ideas, sobre el cual andamos retrasados. Es menester reconstruir una cultura política comunista en Italia y, en general, realizar una batalla de contrainformación y contracultura -como se decía en los años sesenta- saliendo de los discursos autorreferentes y afrontando el debate de masas, aun a través de los nuevos medios de comunicación (Internet, blogs, etc.).

Desde luego, todo ello tenemos que hacerlo hoy en un marco mucho más difícil, en el que por primera vez desde 1945 los comunistas están fuera del Parlamento y la misma izquierda está representada de manera limitada, deformada y parcial, por políticos individuales más que por fuerzas organizadas; un escenario en el que el «fascismo» homologante de la sociedad de consumo y de los medios de comunicación del que habló Pasolini, la americanización de la sociedad y ahora también del sistema político, se están imponiendo. En esta situación tan difícil es necesario emprender un nuevo recorrido, del que habrá que discutir colectivamente formas y características y garantizando el máximo de democraticidad.

Es menester que, aún manteniendo un frente unitario de las izquierdas, los comunistas estén en condición de volver a adquirir su propia autonomía teórica, política, estratégica y organizativa, reconstruyendo su unidad, planteándose el objetivo de volver a crear una fuerza política de masas y de cuadros en el Occidente capitalista. Una fuerza que, reconstruyendo un ligamen orgánico con los trabajadores (italianos e inmigrantes, estables y precarios) pueda aguantar no sólo en un contexto italiano cada vez más difícil, sino también los golpes de un cuadro internacional que se presenta cada vez más inestable, con una crisis económica que avanza. Una fuerza que salga de un óptica provinciana, que contribuya a la unidad supranacional de los trabajadores y capaz, al mismo tiempo, de poner sobre la mesa todos aquellos problemas globales (desde el hambre y el cambio climático pasando por la lucha de los recursos energéticos y las guerras) que van demostrando meridianamente la insostenibilidad social, económica y ambiental del sistema capitalista. Es por eso por lo que, si se quiere evitar la catástrofe, habrá que retomar y relanzar una propuesta de un modelo de desarrollo alternativo y una distinta organización social, es decir un socialismo del siglo XXI.

Todo esto no excluye, al contrario puede dar bases más sólidas a una renovada unidad de acción de la izquierda, que no se reduzca a los dirigentes de partido o a un calderón sin identidad y que consista en la convergencia en la praxis de estructuras organizadas, dotadas de enraizamiento, capacidad ideológica y perspectiva estratégica.

La llamada y la iniciativa para la construcción de un proyecto unitario de los comunistas (www.comunistiuniti.it) van en esa dirección. Sentimos la necesidad de reiniciar un debate y una elaboración colectivas, de construir instrumentos organizativos a la altura de las circunstancias. No debemos desperdigarnos, no debemos caer en la desmoralización. Es grande la confusión bajo el cielo y la situación no es excelente, pero la historia continúa y la masa organizada puede todavía incidir sobre su curso.

Alexander Höbel (historiador italiano y promotor de la plataforma «Comunisti uniti»)

Traducido por Giaime Pala