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Los sirios, obsesionados con la ocupación de Iraq

Fuentes: La Vanguardia

En Siria el mundo se ve como desde el otro lado de un cristal, amenazante. Tan amenazante como las lunas tintadas del coche que me lleva a un edificio de la parte occidental de Damasco, donde un hombre al que conozco desde hace quince años – y al que denominaremos una fuente de seguridad,que es […]

En Siria el mundo se ve como desde el otro lado de un cristal, amenazante. Tan amenazante como las lunas tintadas del coche que me lleva a un edificio de la parte occidental de Damasco, donde un hombre al que conozco desde hace quince años – y al que denominaremos una fuente de seguridad,que es como llaman los corresponsales estadounidenses a sus poderosos funcionarios de los servicios secretos- me espera con un relato personal y atroz del desastre de Iraq y los peligros de Oriente Medio.

El suyo es un espantoso retrato de unos Estados Unidos atrapados en las arenas sanguinolentas de Iraq, unos Estados Unidos que intentan con desesperación provocar una guerra civil en los alrededores de Bagdad para hacer disminuir sus propias bajas militares. Se trata de un panorama en el que Saddam Hussein sigue siendo el mejor amigo de Washington, en el que Siria ha atacado a los insurgentes iraquíes con una crueldad ante la cual Estados Unidos cierra los ojos con obstinación. Un panorama, además, en el que el propio ministro del Interior sirio, encontrado muerto de un disparo en su despacho el año pasado, se suicidó a causa de su propia inestabilidad mental.

Los estadounidenses, según sospechaba mi interlocutor, intentan provocar una guerra civil en Iraq para que los insurgentes musulmanes suníes agoten sus energías matando a sus correligionarios chiíes en lugar de a los soldados de las fuerzas occidentales de la ocupación. «Te juro que contamos con muy buena información», dice mi fuente mientras blande el dedo índice en el aire frente a sí. «Un joven de Bagdad nos explicó que los estadounidenses lo habían formado como policía y que se pasó el 70% del tiempo aprendiendo a conducir y el 30% restante aprendiendo a utilizar armas. Un día le dijeron: ´Vuelve dentro de una semana´. Cuando regresó, le dieron un teléfono móvil y le ordenaron que fuera en coche hasta una zona muy concurrida, cerca de una mezquita, y que una vez allí los llamara. El joven intentó usar el móvil desde el coche, pero no conseguía buena cobertura, así que salió del vehículo para buscar un lugar desde el que poder llamar. Entonces el coche explotó». Imposible, dirá el lector. Imposible, me digo a mí mismo. Sin embargo, pienso en cuántas veces no me habrán contado historias parecidas los bagdadíes. Son relatos que uno cree aunque parezcan inverosímiles. Además, sé muy bien de dónde procede gran parte de la información siria: de las decenas de miles de peregrinos musulmanes chiíes que acuden a orar a la mezquita de Sayida Zeinab, en las afueras de Damasco. Esos hombres y esas mujeres proceden de los suburbios de Bagdad, Hilla e Iskandaria, así como de las ciudades de Nayaf y Basora. Suníes de Falluja y Ramadi también llegan a Damasco para visitar a amigos y parientes, y allí hablan con toda libertad sobre las tácticas de los estadounidenses en Iraq. Mi reunión en Damasco no había sido buscada por el hombre que ocupa esa reluciente sala con suelos de mármol. Yo mencioné que acababa de llegar a Damasco; al cabo de quince minutos ya estaba en su despacho.

«También otro hombre había sido adiestrado como policía por los estadounidenses. También a él le habían dado un móvil y le habían dicho que fuera en coche hasta una zona donde había una gran afluencia de gente, tal vez una protesta, y que los llamara para informar de lo que sucedía. El teléfono nuevo tampoco funcionó bien, así que el hombre fue a buscar una cabina, llamó a los estadounidenses y les dijo: ´Ya estoy aquí, adonde me han enviado, y puedo decirles lo que está pasando´. En ese preciso instante, una gran explosión destrozó su coche».

Lo que no concretó mi fuente es quiénes podrían ser esos «estadounidenses». En el mundo anárquico y aterrorizado de Iraq, existen muchos grupos procedentes de Estados Unidos – entre ellos innumerables organizaciones que supuestamente trabajan para el ejército estadounidense y el nuevo Ministerio del Interior iraquí respaldado por Occidente- que operan al margen de toda ley y todo reglamento. Nadie explica el asesinato de 191 profesores universitarios y catedráticos desde la invasión del 2003, como tampoco el hecho de que más de 50 antiguos pilotos de cazabombarderos iraquíes que atacaron a Irán en la guerra Irán-Iraq de 1980 a 1988 hayan sido asesinados en sus ciudades natales iraquíes en los últimos tres años.

En medio de todo este caos, un compañero de mi fuente me preguntó cómo podía esperarse que Siria redujera la cantidad de ataques contra los estadounidenses en Iraq. «Nuestra frontera nunca ha sido segura – manifestó-. En los tiempos de Saddam, los criminales y los terroristas del dictador cruzaban nuestras fronteras para atacar a nuestro gobierno. Yo hice construir un muro de tierra y arena a lo largo de la frontera en aquella época. Sin embargo, tres coches bomba de agentes de Saddam estallaron en Damasco y Tartus; fui yo quien capturó a los criminales responsables de las bombas, pero no pudimos detenerlos». El hombre me explicó que, en la actualidad, las defensas que recorren cientos de kilómetros de la frontera siria con Iraq han sido reforzadas. «He hecho poner alambre de espino encima y, por el momento, hemos interceptado a 1.500 árabes no sirios y no iraquíes que intentaban cruzar, también hemos impedido que cruzaran 2.700 sirios… Nuestro ejército está allí, pero el ejército iraquí y los estadounidenses no están presentes al otro lado».

Tras estas serias sospechas de Damasco acecha el recuerdo de la larga amistad de Saddam con Estados Unidos. «Nuestro Hafez El Assad (el ex presidente sirio que murió en el año 2000) se enteró de que Saddam, en sus primeros tiempos, mantuvo veinte reuniones con funcionarios estadounidenses en cuatro semanas. Ese dato lo convenció de que, según sus propias palabras, ´Saddam está con los estadounidenses´. Saddam fue el mayor aliado de Estados Unidos en Oriente Medio (cuando atacó Irán en 1980) tras la caída del sha. ¡Y todavía lo es! Al fin y al cabo, fue él quien hizo entrar a los estadounidenses en Iraq».

De modo que volveré mi atención hacia una historia que resulta mucho más angustiosa para mis fuentes: la muerte por arma de fuego del general de brigada Gazi Kanaan, antiguo jefe de los servicios secretos del ejército sirio en Líbano – cargo con un poder formidable- y ya ministro del Interior sirio cuando su suicidio fue anunciado por el Gobierno de Damasco el año pasado. Unos rumores muy difundidos fuera de Siria insinuaban que investigadores de la ONU sospechaban que Kanaan había estado implicado en el asesinato del ex primer ministro libanés Rafiq El Hariri en la explosión de un coche bomba en Beirut, el año pasado… y que agentes del Gobierno sirio lo habían suicidado para impedir que revelara la verdad.

Mi primer interlocutor insistía en que no había sido así. «El general Gazi era un hombre que creía que podía dar órdenes y que siempre se cumpliría su voluntad. Algo sucedió que no logró asimilar, algo que le hizo darse cuenta de que no era todopoderoso. El día de su muerte se dirigió a su despacho del Ministerio de Interior y luego salió para ir media hora a su casa. Regresó con una pistola. Dejó una nota para su esposa en la que se despedía de ella y le pedía que cuidara de sus hijos, también decía que lo que iba a hacer era ´por el bien de Siria´. Después se pegó un tiro en la garganta». En ese momento, el orador se apuntó con dos dedos dentro de la boca.

En relación con el asesinato de Hariri, a los funcionarios sirios les gusta recordar su relación con el ex primer ministro provisional iraquí, Iyad Alaui – confeso ex agente de la CIA y el MI6-, y un presunto negocio de venta de armas de 20.000 millones de dólares entre los rusos y Arabia Saudí en el que afirman que estuvo involucrado Hariri. Los partidarios libaneses de Hariri siguen negando la versión de los sirios basándose en que Siria siempre había considerado a Hariri coautor, junto con su amigo el presidente francés Jacques Chirac, de la resolución del Consejo de Seguridad de la ONU que exigía la retirada de los sirios del territorio libanés.

No obstante, si bien los sirios están comprensiblemente obsesionados con la ocupación de Iraq, su prolongado odio a Saddam – algo que compartían con la mayoría de los iraquíes- sigue intacto. Cuando le pregunté a mi primera fuente de seguridad qué sucedería con el ex dictador iraquí, él, golpeándose con un puño la palma de la otra mano, respondió: «Morirá. Morirá. Morirá».

© THE INDEPENDENT Traducción: Laura Manero Jiménez