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Lucha de clases en las europeas

Fuentes: Rebelión

Acaba de iniciarse una campaña electoral para elegir los escaños que le corresponden a España en el Parlamento Europeo. La crisis económica centra el debate electoral como nunca un tema lo había hecho antes. Todos los asuntos, (economía, trabajo, medio ambiente, energía, agua, servicios públicos…) están atravesados necesariamente por la crisis económica. Con dos vertientes, […]

Acaba de iniciarse una campaña electoral para elegir los escaños que le corresponden a España en el Parlamento Europeo. La crisis económica centra el debate electoral como nunca un tema lo había hecho antes. Todos los asuntos, (economía, trabajo, medio ambiente, energía, agua, servicios públicos…) están atravesados necesariamente por la crisis económica. Con dos vertientes, a saber: quién ha creado la crisis y cómo salir de ella. En la primera, PSOE y PP se señalan mutuamente. Mientras el PSOE convierte en un mantra el origen «internacional y global» de la crisis (¿será que España no es de este mundo?) añadiendo un triple salto con tirabuzón para señalar a Aznar como amiguito de Bush, el PP apunta al «intervencionismo» de Zapatero como responsable y convierte al presidente en el más rojo de la historia reciente de España. Grato favor el que el PP le hace a Zapatero, pues en esta fase de la legislatura, al PSOE le hacen falta, más que nunca, los votos de IU.

Pero la pregunta que se responden de forma oportunista no es la correcta. La cuestión no está en quién ha provocado la crisis sino en el Qué. Un conglomerado de intereses económicos que han aumentado su poder de forma desmesurada desde la eliminación del «socialismo real» por agotamiento del contrario. Este año se cumplen 20 desde la-caida-del-muro-de-Berlín (¿o fué más bien derribo?, bueno, esa es una historia para otro día…). Las botellas de champagne de las políticas neoliberales fueron descorchadas entonces, después de años de fermentación en las bodegas de las dictaduras de Cono Sur. El ansia de beneficio y la conquista de nuevos mercados se desataron después de años de angustiosa contención. Y ello acompañado de la constante reiteración de la victoria definitiva del Capitalismo como modelo, ya si, eterno.

Fue entonces, justo entonces, cuando «Europa» se convirtió en una especie de demiurgo nombrado para explicar y justificar las reformas liberalizadoras que se realizaron en España. La consecución de una moneda única no era más que una excusa para tirar hacia abajo el gasto público, y por lo tanto el gasto social, privatizar los sectores estratégicos de la economía (lo que quedaba de banca, telecomunicaciones, energía) y desregular de mercado de trabajo hacia un modelo que decapitara la capacidad negociadora de las clases trabajadoras y facilitara el incremento de la tasa de beneficio del capital. Y digo que era una excusa porque algunos países de América Latina andan seriamente tras una moneda común, desde un modelo absolutamente distinto al que nos prescribieron aquí como necesario. Los sectores estratégicos, con el mismo poder que antes, pero ahora en manos privadas (si se puede entender «privado» como amigo del gobierno de turno), no contentos con la mejora de las posibilidades de explotación de la clase trabajadora, se lanzaron al casino de las finanzas internacionales asentados en los formidables cimientos del urbanismo incontrolado, dejando el trabajo «sucio» a las subcontratas y a los autónomos.

Como nos alumbra hoy V. Navarro, el aumento del desempleo, el deterioro de las condiciones de trabajo, la reducción del gasto público, la disminución de cobertura e intensidad de los beneficios laborales y la reducción de un 10% de las rentas del trabajo frente a las del capital, describen lo ocurrido en los últimos 20 años en Europa.

El gobierno del PSOE hasta 1996, encabezado por Felipe González, tuvo la misión histórica de implementar estas políticas en nuestro país, algo que jamás podría haber hecho la derecha española, tan distinta a la europea. El entusiasmo pro Maastricht caracterizaba al señor González y fué él quién firmo la independencia de Banco de España, los sucesivos adelgazamientos del Estatuto de los Trabajadores, la reducción de los años de cálculo de la jubilación, el establecimiento de las ETT, el modelo energético y de transporte insostenible que sufrimos y las concesiones a las clases propietarias de los nacionalismos catalán y vasco.

Por eso sorprende tanto que el PSOE haya situado a Felipe González con un fuerte protagonismo mediático en los días previos a la campaña (entrevistas en 59 segundos de TVE el día 22 y en la ventana de la SER el día 23). Mejor dicho. No sorprende en absoluto que el PSOE utilice la figura de Felipe en campaña. Lo que no deja de sorprender es la gran miseria moral que supone escucharle decir que el neoliberalismo es el culpable de la crisis. Y digo miseria moral, porque solo así se puede calificar el que un gobernante, que ha practicado como nadie dichas políticas, culpe ahora a las mismas de la crisis, como si, bajo su mandato, España se hubiera convertido en la Suecia del Mediterraneo. Claro que para eso viene bien la desmemoria que los medios vienen implantando en la ciudadanía, siempre ellos tan pendientes de la «noticia».

Y una cosa es la desmemoria, y otra es la mentira, aunque ambas cosas encuentren tantos y tan útiles campos de convivencia. Lo que el PSOE está haciendo esta campaña es practicar la mentira y la demagogia como sustento mediático. La cantinela de los «dos modelos» que encabeza la guia de campaña del PSOE se substancia en una imagen de campaña en la que, jugando burdamente con los colores blaugrana del éxito, contrapone expresiones que por lo visto describen ambos modelos… y no digo que no. Algunas están bien. Por ejemplo esa que dice «Servicios Públicos vs Negocios Privados» o «Trabajadores vs. Especuladores». Dicho sea con todo mi respeto a los votantes socialistas del PSOE, la campaña describe con simpleza la lucha de clases, pero Zapatero ha estado, y ahí sigue, en el bando contrario al que ahora nos quiere convencer que está. La utilización hasta la saciedad de los plausibles logros en derechos civiles, con la aprobación del Proyecto de ley del aborto justo antes de comenzar la campaña, oculta las vergüenzas de una política económica guiada por los preceptos del neoliberalismo. O qué es si no la reducción de los impuestos a las capas más favorecidas, con eliminación del Impuesto de Patrimonio y reducción del impuesto de sociedades y de los tramos altos del IRPF. Qué es si no el mantenimiento de las agresiones a los derechos laborales de los últimos veinte años, dejando que las rentas del capital sigan incrementándose a costa de las rentas del trabajo. Qué es si no la fe ciega en la estabilidad presupuestaria vanagloriándose de presupuestos con un superavit ya dilapidado, cuando podía haberse destinado a mejorar los servicios públicos más necesarios como salud, educación o servicios sociales. Qué es si no que el PSOE, allí donde gobierna, haga de la concertación de esos mismos servicios un elemento estratégico. Qué es si no la defensa de la directiva europea que permitirá la liberalización de servicios públicos municipales como el agua o la recogida de basuras. Qué significa si no que Zapatero respaldase el fracasado proyecto de Tratado Constitucional Europeo que consagraba, negro soble blanco, las políticas desreguladoras de mercados financieros y laborales, tras una elaboración antidemocrática de dicho texto. Por no hablar del apoyo en el Parlamento Europeo a directivas como la llamada «de la vergüenza», que conculca los más elementales derechos humanos. Y aún así tenemos que escuchar a Pepiño decir en el mitin de apertura de campaña que el PSOE es el partido más de izquierdas de toda la izquierda europea.

 

He dicho al principio que el PSOE necesita, más que nunca, los votos de IU. Quizá lo cierto sea que siempre los ha deseado, pero ahora estén más disponibles que nunca.

No hay que pedirle al centroizquierda que haga autocrítica, hay que pedírselo sus votantes y a sus apoyos sociales, hay que pedírselo a los sectores de IU que se han ido desgajando desde la época del felipismo, algo que sigue sucediendo, incluso llegando al felipismo; hay que pedírselo a aquellos que emprendieron proyectos políticos dedicados no más que a compensar hacia la izquierda las políticas del PSOE.

¿Y nosotros? Nosotros hemos hecho una profunda autocrítica. No en un despacho ni en una taberna. La hemos hecho en una Asamblea Federal. Y hemos apostado por la refundación de un proyecto político de la izquierda alternativa en España. Y ese proyecto no tiene por qué pasar por un debate nominal en torno a siglas. Lo importante es conseguir una amplia plataforma democrática y republicana, que recupere el lenguaje de la «producción» más allá del lenguaje del «reparto», que entienda la centralidad del mundo del trabajo pero que se fije objetivos políticos de corte democrático que hoy están en cuestión. Por ejemplo, que se fije la mejora sustancial de la democracia en España como condición indispensable para poder profundizar, desde el federalismo solidario, en la soberanía de los pueblos de España. Por ejemplo, que propicie un debate social en torno a la ley electoral y a la mejora de las condiciones de participación en el ágora, en lo público, incluyendo, el mundo del trabajo, las condiciones democráticas en el ámbito de la produción. Ni qué decir tiene que esa amplia plataforma debe contar, para su éxito, con el PCE. Con un PCE que recupere en su próximo congreso, a celebrar este otoño, lo mejor de su tradición política: la acción concreta tras el análisis profundo de las condiciones de vida de las mayorías de este país y el subsiguiente tejido de alianzas políticas y sociales. Democracia, Trabajo y Cultura pueden ser nudos importantes de un discurso y una práctica que teja esas alianzas. Pero eso es también otra historia para otro día.

 

Estas elecciones europeas son una oportunidad de castigar la hipocresía del PSOE. Pero ese castigo debe realizarse por la izquierda. Para aquellos que cifren sus esperanzas en una rectificación hacia la izquierda de las políticas económicas del PSOE, la mejor manera es que este partido reciba el mensaje de una amenaza seria por la izquierda, de un fortalecimiento electoral de IU. Para aquellos que piensen que PSOE y PP son iguales, la manera de dignificar la política es apoyando a IU. Para aquellos que piensen que la superación del capitalismo es la condición esencial para cambiar las cosas, no es el mejor modo dejar con su abstención que el bipartidismo se consolide.

 

Finalmente. Son unas elecciones importantes porque marcarán el resto de la legislatura, pero no porque de ellas dependa el futuro. Influirán, pero no determinarán. El trabajo que desde IU hemos iniciado está empezando a dar sus frutos, pero aún es pronto. Hay que mantener el esquema de trabajo en torno a la movilización social, eso si, sin sectarismos. Y creo que vamos por el buen camino. En estos días vamos a dejarnos la piel hablando con las gentes de tu a tu de que somos necesarios y que no tenemos más intereses que los suyos, los de la mejora de las condiciones de vida de las clases trabajadoras. Y que por eso estaría muy bien que votasen a IU. Pero esto solo es el comienzo, una primera piedra de toque electoral para elegir a un Parlamento Europeo vacío de competencias legislativas pero que necesita ser habitado por un discurso europeísta democrático y de izquierdas. El camino que nos queda es largo y las condiciones en que vamos a luchar no son muy favorables. Pero que otra cosa podemos hacer los que sólo entendemos la existencia desde la lucha colectiva por lo que creemos justo.

 

José Manuel Mariscal es secretario Provincial del PCE en Córdoba