Una de las grandes paradojas de nuestro modelo económico se refleja en la migración: mientras más crecemos más nos vamos del país. Este proceso se inició, cuando el Perú se consolidó como un país emisor de migrantes, como consecuencia de un contexto de crisis económica y de un conflicto armado interno que golpeaba fundamentalmente al […]
Una de las grandes paradojas de nuestro modelo económico se refleja en la migración: mientras más crecemos más nos vamos del país.
Este proceso se inició, cuando el Perú se consolidó como un país emisor de migrantes, como consecuencia de un contexto de crisis económica y de un conflicto armado interno que golpeaba fundamentalmente al interior del país y a los sectores urbanos más vulnerables de la capital. Con esta situación, la salida del país se convirtió en una de las principales alternativas para las peruanas y peruanos que no encontraban ni la prosperidad ni la calidad y seguridad de vida deseadas en el territorio nacional.
A principios del nuevo siglo el Perú comienza a revertir esta situación, el conflicto armado interno termina, y la economía comienza a crecer sostenidamente. En el año 2000 la economía creció un 3%, y según datos del INEI desde el 2004 el Perú crece 6,4% en promedio. Para la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL), nos encontramos entre los 5 países en la región con mayor dinamismo económico. Estos datos alentadores, nos llevarían a pensar que el flujo de la emigración peruana ha descendido, pues todo lo contrario.
Si en 1999 migraron 45.428 compatriotas, en 2005 lo hicieron 165.877, en 2007 fueron 225.459, en 2008 llegaron a 251.102. Y el año recién pasado, 2011, los superó alcanzando los 272.000.
Sin ninguna duda, la desigualdad y la injusta distribución del crecimiento económico en nuestro país tienen que ver con esta persistente y creciente emigración, así lo prueban las cifras oficiales. Un caso concreto es el de las mujeres, que representan el 50.4% de la emigración peruana, para quienes está reservado en el exterior un nicho laboral que contempla principalmente el trabajo doméstico o el cuidado de niños/as, adultos mayores o enfermos; mujeres que desarrollando esos trabajos afuera ganan un sueldo mucho mayor que si lo hicieran en el Perú. Según la Encuesta de Hogares Especializada en Niveles de Empleo (ENIVE), una trabajadora del hogar en nuestro país gana un promedio de S/.777.6 al mes trabajando un promedio de 84 horas a la semana, en España una trabajadora del hogar peruana gana un promedio de S/. 2095 (790 dólares), en Italia el sueldo es de S/. 2640 (9969 dólares), en Estados Unidos de S/. 3.900 (1500 dólares); y en todos los casos, trabajando menos de la mitad de horas, 40 semanales. Sin ir tan lejos, en Chile una trabajadora del hogar gana S/. 1590 (600 dólares) el doble de lo que percibe en nuestro país, y sin la lejanía, la crisis económica y las leyes anti inmigratorias de los países anteriores.
Así podemos explicarnos que en los primeros cuatro meses, hasta abril de este año 2012, han salido 130.000 compatriotas más que los que ingresaron, y que Chile sea el principal destino con 49,4%. El 48,6% son mujeres y el 70,4% entre 20 y 49 años de edad.
Cifras oficiales de los organismos pertinentes del Estado que nos recuerdan que hoy día estamos en plena curva ascendente de expulsión de nuestros compatriotas, retratando una realidad que poco o nada tiene que ver con los discursos de éxito nacional tan promocionados, mientras vemos que miles de connacionales, más que nunca antes, deben dejar la familia, los amigos, renunciar a vivir en su país en búsqueda de mejores opciones de vida que el bullado crecimiento económico sostenido del Perú les niega.
Ya son más de 3 millones de connacionales viviendo en el exterior, ellos/as a pesar de la crisis internacional que golpea justamente los países donde más se concentran enviaron el año 2011 más remesas que el año anterior y que cualquier otro año antes, 2.696 millones de dólares, casi 500 millones de dólares en IGV directamente al Estado. A cambio de eso el Estado peruano mantiene un Fondo de Ayuda Humanitario para ellos de S/. 300.000 al año, menos de 1 sol al año por emigrado/a.
Más allá de las cifras, un real proyecto de inclusión social en el país deberá, entre otras cosas, modificar de manera drástica la desigualdad estructural en el reparto del crecimiento, y una política de empleo decente.
Entre tanto, se impone la inmediata asunción por parte del estado de sus responsabilidades con nuestros compatriotas en el exterior, y eso significa presupuesto, institucionalidad, legislación y representación, adecuadas y justas.
El ejecutivo y el congreso tienen la palabra.
Lucía Alvites es Socióloga, asesora del parlamentario andino peruano Alberto Adrianzén
Fuente: http://alainet.org/active/56374