El ex ministro de defensa colombiano, y ex embajador de ese país en EEUU, Juan Carlos Pinzón, cuando recién comenzaban las negociaciones de paz con las FARC-EP, sacaba pecho sobre la exportación de militares colombianos a todo el mundo para roles de mercenarios.
Un número importante de colombianos trabajan como matones a sueldo para algunas de las peores tiranías del planeta, una buena cantidad de ellos en los Emiratos Árabes o en Israel, y la mayoría a través de empresas de “seguridad” de EEUU.[1] En una entrevista, Pinzón decía que:
Colombia se está convirtiendo en un exportador de seguridad, con ello busca contribuir a la estabilidad de nuestra región, América Latina, así como a la paz global (…) Tenemos unas Fuerzas Armadas entre las más profesionales del mundo, con un nivel de entrenamiento alto en todos los campos que tienen que trabajar, muy apreciadas a nivel internacional (…) Hay que seguir con esa experiencia.[2]
Paz, seguridad, estabilidad… el manejo cínico que Pinzón da a estas palabras daría risa si no fuera por la enorme tragedia humana que hay detrás de la industria sicarial de exportación para favorecer a las tiranías medio orientales y otros regímenes de dudosas credenciales. Ahora, el repertorio de servicios ofrecidos por estos sicarios uniformados incluye oficialmente el magnicidio. ¿Es usted un oligarca maltratado por el presidente de su país? Bueno, usted puede entonces contratar los servicios de profesionales colombianos, con entrenamiento en EEUU, para que le arreglen el problema. Y no nos referimos ya a que desde Colombia se faciliten apoyos logísticos, financiamiento, y una plataforma desde la cual intentar asesinar a presidentes de países vecinos -como se ha hecho en dos intentos de asesinar a Maduro por parte de la oligarquía escuálida de Venezuela[3]. No. Ahora los militares viajan a su labor de sicarios directamente a otros países y asesinan a un mandatario, como si nada.
El 7 de Julio, en horas de la madrugada, un comando de 28 hombres llegó a casa del presidente haitiano Jovenel Moïse, en el exclusivo sector de Pétionville en la capital de ese país, haciéndose pasar como agentes de la DEA. Amarraron a los trabajadores domésticos de Moïse, hirieron a su esposa, y al presidente lo mataron y remataron de 12 tiros. Luego saquearon la casa y se fueron como entraron, sin que nadie los molestara. De eso 28 mercenarios nada más no nada menos que 26 (sí, léase bien, 26) eran colombianos[4]. ¿Qué hacían esos colombianos en Haití? Bueno, lo mismo que aprendieron a hacer en Colombia: matar a sueldo. Y el asesinato fue a la ‘paraca’ -perforar el cuerpo hasta que no quede donde meterle más huecos, y luego robar. Todo el modus operandi hiede a paramilitarismo colombiano.
Moïse, el hombre banana como era conocido, tenía demasiados enemigos: un presidente impopular, corrupto, venal y autoritario, venía enfrentando años de protestas mientras él se encargaba de desmantelar parlamento, el gabinete, concentrando todo el poder de manera unipersonal. Si había un sentimiento que él despertaba entre los haitianos, era odio. Pero este tipo de asesinato, con mercenarios colombianos, que infiltraron todos los esquemas de seguridad sin ningún problema, es un trabajo ‘interno’, a sueldo de la oligarquía haitiana, pagado por gente que puede pagar 28 mercenarios traídos de países extranjeros (los dos hatianos venían de EEUU) y que los pudieron mantener por tres meses antes del asesinato. Y gente con suficientes conexiones como para poder lograr que cumplieran su cometido sin que saltara ninguna alarma. ¡Pobres pendejos que pensaron que asesinar a un presidente en otro país sería lo mismo que matar a un defensor de derechos humanos o un dirigente popular en Colombia! Los usaron y ahora los desechan. Total, Moïse ya está muerto. Y también lo están dos de los colombianos para-mercenarios.
No conocemos el perfil de los 26 colombianos, pero sí conocemos el perfil de un par de ellos. Todos ellos eran miembros del ejército. Manuel Antonio Grosso Guarín, según El Tiempo ‘fue, hasta 2019, uno de los militares mejor preparados del Ejército colombiano. Recibió entrenamiento de Comando Especial, con instructores estadounidenses. Y, en 2013, estaba asignado al Grupo de Fuerzas Especiales Antiterroristas Urbanas.’[5] Otro de los capturados sería Naiser Franco Castañeda, un soldado Lancero, es decir, contra-guerrilla, entrenado en Tolemaida donde recibió entrenamiento de instructores de EEUU. De los demás sabemos que eran soldados retirados de distintos rangos, por lo cual podemos deducir que recibieron la misma formación contrainsurgente y que fueron amamantados en las doctrinas contrainsurgentes de EEUU.
No eran manzanas podridas: demostraron con creces lo que aprendieron en el Ejército colombiano, un ejército entrenado en la doctrina de seguridad nacional de EEUU y ahora asesorado oficialmente por el nazi chileno Alexis López -el nazi que se convirtió en una celebridad en los círculos militares y cuyas teorías son citadas por el ex presidente Álvaro Uribe en su cuenta de Twitter. Aprendieron a despreciar la vida, aprendieron operaciones de tipo sicarial, aprendieron a ser militares de día y paramilitares de noche, aprendieron que hay que matar a los que les digan los poderosos y los que tienen la plata. Aprendieron, en el fondo, que pueden hacer lo que les da la gana siempre y cuando tengan un fusil. No son manzanas podridas. Son representantes aventajados de una institución que está podrida desde el más alto oficial hasta el último cabo.
El ejército colombiano no es una amenaza ya para su propio pueblo, al que llevan dos siglos tratando como el “enemigo interno”. Un “enemigo interno” al que desplazan, masacran, persiguen, vigilan, amenazan, violan, agreden, convierten en “falsos positivos”, secuestran e insultan. El ejército colombiano, de hace rato, que ha pasado a ser una amenaza para todo el continente y para el mundo. Han bombardeado a Ecuador, han apoyado intentos de golpe y violencia paramilitar en Venezuela, se retiran para convertirse en paramilitares o para ser contratados por empresas de mercenarios de EEUU masacran en Yemen, en Irak y en Afganistán. Ahora, asesinan al presidente de Haití. La verdad es que ya no hay estómago que aguante esta putrefacción.
Todo esto solamente hace evidente algo que se ha venido planteando desde hace tiempo y a lo que Juan Manuel Santos se opuso con dientes y uñas: el Ejército colombiano requiere reformas de fondo y hay que acabar con la militarización de Colombia, que gasta más en la industria de la muerte que en educación o salud. Se paga más en matar que en preservar la vida, algo absurdo. Pero también hay que recordar la responsabilidad de EEUU en todo esto: recordemos que Colombia es uno de los principales receptores de asistencia militar de EEUU, país que es el que dirige la formación de los militares colombianos. Ellos los alimentan, los visten y los educan. Después son quienes los contratan en las empresas de mercenarios. Y ahí está el resultado. Una parranda de sicarios. Detrás del crimen de Haití, está la mano de Colombia, pero está el cerebro de EEUU. No perdamos esto de perspectiva.
Notas:
[1] https://www.rebelion.org/docs/170192.pdf
[3] https://cnnespanol.cnn.com/2019/03/14/detalles-exclusivos-del-complot-para-asesinar-a-maduro-con-drones/ y https://www.bbc.com/mundo/noticias-america-latina-53710482
[4] https://www.theguardian.com/world/2021/jul/07/haiti-president-jovenel-moise-reportedly-assassinated ; https://www.semana.com/nacion/articulo/ultima-hora-26-colombianos-y-dos-estadounidenses-detras-de-asesinato-de-presidente-haitiano/202100/ ; https://www.infobae.com/america/colombia/2021/07/09/son-militares-retirados-mindefensa-sobre-colombianos-involucrados-en-el-asesinato-del-presidente-de-haiti/ y https://www.theguardian.com/world/2021/jul/09/colombia-haiti-guns-for-hire-assassination