El cuerpo de Ruben Martínez Mieres apareció baleado y golpeado en una cuneta a metros de la estación Peñarol. En la justicia se investiga el accionar de al menos cuatro de los diez policías que participaron del operativo. Uno de los elementos más extraños del caso es que los restos del joven ingresaron a la […]
El cuerpo de Ruben Martínez Mieres apareció baleado y golpeado en una cuneta a metros de la estación Peñarol. En la justicia se investiga el accionar de al menos cuatro de los diez policías que participaron del operativo. Uno de los elementos más extraños del caso es que los restos del joven ingresaron a la morgue con otro nombre.
El cuerpo de Ruben Martínez Mieres apareció baleado y golpeado en una cuneta en la calle Hudson, en el borde del barrio Maldonado, a metros de la estación Peñarol, muy cerca de donde vivía. En la justicia se investiga el accionar de al menos cuatro de los diez policías que participaron del operativo que fue el origen de la violencia. Aún no hay procesados y se aguardan para este fin de semana las pericias forenses requeridas. Uno de los elementos más extraños del caso es que, según pudo confirmar Brecha, los restos del joven de 25 años ingresaron a la morgue con otro nombre.
Fue en la madrugada del Día del Padre, el domingo 12 de julio. Tenían planeado hacer un asadito. Ruben había estado esa tarde de sábado con su compañera y sus tres hijos en un festival en el barrio. Había cocinado unos fideos, cenado, y cerca de la una y media de la mañana había salido. Ese sería el último momento en que su esposa, sus hijos, su suegra, sus sobrinos y sus cuñados lo verían.
«Un hombre fue ultimado de un balazo por la espalda en un confuso caso que es investigado por la justicia. La muerte se habría registrado durante un procedimiento policial», fue el titular de La República, el martes 14. En esa primera nota de prensa no aparece el nombre de la víctima, y esto es un detalle importante.
El lunes 20 su padre denuncia el caso en Montevideo Portal: además del balazo por la espalda, Ruben Martínez había sido severamente golpeado. Su cuerpo, cuenta el padre, tenía varios huesos fracturados, la oreja izquierda desprendida, y pasto en la boca y la nariz. Había muerto -según consta en el certificado de defunción al que Brecha tuvo acceso- anémico y desangrado por una «herida transfixiante cardíaca ocasionada por un proyectil de arma de fuego» en la esquina de Lope de Vega y Goethe (a pocas cuadras de la estación Peñarol) a las 4.25 de la mañana.
Esa noche
Eran cerca de las dos de la mañana cuando su suegra escuchó tiros. Como su hijo adolescente estaba en el frente de la casa con una ceibalita, ella salió asustada a buscarlo y vio el operativo policial. Una camioneta Nissan, dos patrulleros que proyectaban sus luces rojas y azules sobre las fachadas de las casas vecinas y un Corsa blanco estaban parados en Lope de Vega y Goethe, la esquina de su casa. Además vio cómo un policía de civil, de vaqueros y campera azul, tenía reducido a un muchacho en el piso, esposado, y apoyaba la rodilla en su espalda. Le pegaba.
«¡No seas malo! ¡No le peguen que ya lo agarraron!», gritó la suegra como por instinto. «Si a usted la hubieran robado no diría lo mismo», respondió uno de los uniformados, grandote, enfrentando a los intrusos que presenciaban la detención. «No es para pegarle, ya lo tienen detenido, yo también tengo un hijo preso», retruca ella. El uniformado pierde la paciencia y los echa porque ahí no hay nada para ver. «No es Csi Miami», les dice el de azul. Ante la amenaza, el hijo adolescente de la suegra se encamina hacia la avenida en vez de volver a la casa, cuando uno de los policías ordena que sigan al gurí. La madre lo escucha y lo obliga a volver con ella. A la distancia ven que cargan al detenido en una patrulla, pero no llegan a verle la cara. Luego sospecharán que ese hombre podría ser Ruben y que estuvieron a metros de él sin darse cuenta.
El procedimiento termina y las luces destellantes se apagan. No se apagan los tiros que se van a seguir escuchando en la madrugada. Cuando el barrio se calma, sale la esposa con su hermano a buscar al marido ausente. No lo encuentran.
El padre y la madre de Ruben, que viven en Rivera, se extrañan cuando el hijo no llama temprano ese domingo, porque siempre se comunica en la mañana en días de festejo. Ruben no tenía celular, sino que usaba el de su suegra y su compañera. Uno para los tres. Cuando logran comunicarse les dicen que Ruben no aparece desde la noche anterior. Que lo habían estado buscando por el barrio y nada. Los padres emprenden también la búsqueda.
Su esposa teme que haya sido detenido, por eso va dos veces a la Jefatura de Policía ese domingo. La respuesta es siempre la misma al preguntar por él: «Está en libertad». El ansia crece cuando se corre la bola de que apareció un muerto en el barrio Maldonado, del otro lado de la vía. Llaman al 911 y preguntan en la Seccional octava, en Millán y Molinos de Raffo. Nada. No es él.
Los padres hacen su propio periplo agravado por los 500 quilómetros de distancia. El domingo del Día del Padre es un suplicio. Cerca de las cuatro de la tarde se enteran de que hubo «un tiroteo y hay un muerto». A eso de las seis les dicen que el muerto es otro. Casi a las diez de la noche le confirman a la familia que es el cuerpo de Ruben el que apareció en una cuneta. En Montevideo, a los tíos les resuenan en la cabeza las palabras de la madre que viene en camino desde Rivera: «Me mataron a mi bebé, no me lo dejen solo». La clave de todo este tortuoso derrotero era que Ruben había sido ingresado a la morgue con un nombre que no era el suyo.
Cerca de las once de la noche del domingo 12 la Policía les informa que «hubo un tiroteo», «que no se sabe muy bien qué pasó», «que fueron móviles de Radio Patrulla», «que investiga la Zona III, que tiene sede en Mendoza e Instrucciones». Se dirigen ahí y escuchan de nuevo el mismo rosario: es un episodio muy confuso, hay policías emplazados y les muestran una foto del fallecido. No es Ruben. Uno de los subcomisarios de la Zona III que los atiende llama a la morgue. «Fue una agonía hasta que lo confirmó», dirá luego su tía, porque el apellido con el que lo habían ingresado no era el suyo. El lunes 13 los padres ya están en Montevideo y van a la morgue para reconocer el cuerpo. Estaba tapado y la madre lo descubre. Tenía la nariz rota, el ojo hinchadísimo, la oreja izquierda desprendida, machucones y pasto en la boca. Lo entregan a la familia al día siguiente, que lo entierra en Rivera, el domingo 19.
La versión policial
El móvil 5-408 patrulla en la madrugada por Aparicio Saravia con dos agentes de la Seccional octava: uno de 38 años que maneja el vehículo y otro de 34, que va como acompañante. Según declaran en el parte policial -al que accedió este semanario-, un taxista les dice que hubo un robo en un carro de panchos en Aparicio Saravia y Coronel Raíz.
Los policías declaran que «avistan a dos masculinos y se les da la voz de alto. El que vestía buzo negro se quedó en el lugar mientras que el de buzo blanco se da a la fuga». No explicitan exactamente dónde es la detención, ese dato lo aportarán las patrullas siguientes. El de 34 sale a correr al prófugo mientras el conductor «realiza las comunicaciones al centro de comando unificado pidiendo apoyo». A partir de ese pedido, otros cuatro móviles policiales entrarán en juego.
Uno de los que responde es el RC50, con dos agentes. «Escuchamos el pedido de apoyo del móvil 5-408, que se encontraba en Lope de Vega esquina Goethe». No explicitan el horario en que se presentan al lugar. El conductor del 5-408 tenía a un hombre reducido en el piso. «Nos pidieron que llevemos al detenido a un nosocomio para ser atendido porque el móvil de ellos no tenía carcelaje», dicen los del RC50. Cuentan que en el lugar había «un refrigerador y otros objetos». Siempre según la declaración policial, este móvil lleva al detenido a la policlínica de Capitán Tula «y al llegar, el detenido se desacató en el interior del móvil, negándose a aportar datos filiatorios, vociferando insultos y empezó a golpearse con la cabeza en la mampara y en los marcos de las puertas, diciendo que se lastimaría para manifestar que los policías le habían pegado una paliza». Uno de los agentes lo inmoviliza, y declara «que fue imposible ingresarlo al nosocomio». Este episodio es el que origina el parte policial. El ingreso en el sistema de los confusos hechos de esa noche fue realizado el domingo 12 de julio, a las 9.32 de la mañana, según el parte policial al que tuvo acceso Brecha. No nos olvidemos de este primer detenido, que es retirado de la escena en una hora no especificada y que será pieza clave en la confusión de la identidad del cuerpo de Ruben.
El tercer móvil es el RC90, que acude a las 3.40 en «Lope de Vega y Saravia» (a una cuadra de los hechos relatados arriba) a «trasladar los productos incautados por el procedimiento»: una heladera y dos puertas blancas, una válvula de garrafa, un televisor de 14 pulgadas y una bolsa con un rollo de cable.
El cuarto móvil involucrado es el Líder 4 de la Urpm (ex Radio Patrulla), que según su relato llega a las 3.30 a Lope de Vega y Goethe, en donde encuentran al conductor de la Seccional octava cuando aún tiene al detenido en el piso. Un oficial subayudante de 26 años que viene como acompañante sale corriendo detrás del primer policía que inició la persecución «ya que el mismo iba solo a 200 metros (delante de él) en dirección a la vía», al que pierde de vista cuando entra por los pasajes del barrio Maldonado. Este de 26 reconoce escuchar disparos. Aparece entonces un quinto móvil en escena, el RC32, solamente con su conductor, un agente de primera de 33 años -el acompañante declara haberse bajado para ir a pie en la persecución-. El de 26 se sube a esta patrulla. Reconocen que el primer perseguidor, el de la Seccional octava, corre al fugado mientras dispara. Según la versión policial, los dos que van en el RC32 sobrepasan al que va corriendo, y mientras maneja el chofer se las ingenia para realizar «disparos con su arma de reglamento hacia el piso en forma intimidatoria». Los policías que van en el patrullero dicen que el perseguido los aventaja unos 30 o 40 metros corriendo, dobla finalmente por la calle Hudson hacia la vía y cuando ellos lo alcanzan es que lo encuentran muerto tirado en la cuneta, próximo a las rejas de un almacén del barrio.
Las inconsistencias
Algo que llama la atención sobre el oscuro episodio en el que murió Ruben es por qué fue ingresado a la morgue con otro nombre. Brecha accedió al documento que la Seccional octava envió al director del Instituto Técnico Forense solicitando el cambio de identidad del muerto. Está fechado el 13 de julio. El relato del parte policial es igual de confuso: «Se le consultó al otro detenido si conocía al masculino fallecido y el mismo manifiesta que era su hermanastro, por lo que se buscó en el Sgsp (Sistema de Gestión de Seguridad Pública) y se ubicó esa identidad». Según la versión policial, ese es el origen del cambio de nombre. Sin embargo, en el mismo parte policial el detenido niega dos veces conocer al fallecido.
Además, siempre según el parte policial, el interrogado no estaba en el lugar de los hechos como para identificar el cuerpo, sino que había sido trasladado a la Seccional octava. A las 4.32 de la madrugada declaraba en esa seccional. Mientras que al mismo tiempo se sostiene que a la «hora 4.25 se hizo presente en el lugar el móvil del Sem a cargo del médico firma ilegible que constata el fallecimiento del masculino y expide boleto n° 30380». Es decir, hay una discordancia en el relato, porque quien supuestamente lo identifica no pudo ver el cuerpo porque estaba siendo interrogado en la octava.
El parte policial abunda en contradicciones, pero hay otro hecho que enturbia más el procedimiento, y es que la persona supuestamente cómplice del asesinado fue liberada sin cargos al día siguiente.
El segundo punto que no cierra tiene que ver con el certificado de defunción de Ruben, al que también accedió Brecha, que indica que murió a las 4.25 en Lope de Vega y Goethe. Pero si se siguió el relato de los hechos se recordará cómo esa esquina es el lugar del operativo policial, y no donde «aparece» su cuerpo muerto. ¿Por qué si el cuerpo de Ruben está en una cuneta de la calle Hudson se certificó su muerte en la esquina de Lope de Vega y Goethe? Entre un punto y otro hay que cruzar Casavalle, rodear el cuartel de la Brigada de Comunicaciones número 1 del Ejército, atravesar la vía del tren, meterse por el barrio Maldonado que se extiende en el bajo del terreno y en el que no hay calles perpendiculares hasta que aparece Hudson.
La pregunta que lo surca todo y surge cruzando las versiones de la familia y la Policía es: si Ruben escapa y corre antes de que lo detengan, ¿quién le rompió la nariz y le desprendió la oreja a golpes? ¿Cuándo?
La investigación
Alrededor de las cinco de la mañana llegan al lugar la forense, personal de Policía Científica, Jefatura y también la jueza Graciela Eustaquio, titular del Juzgado Penal de 8º Turno. La magistrada ordena detener e incomunicar a cuatro policías (el agente perseguidor de la octava, el de 26 años, y los dos que llegaron en el móvil RC32, uno de los cuales, el de 33, reconoce haber disparado), que se cite al denunciante del carrito (que formalmente no existe, ya que es «un taxista» el que da el alerta, porque el carro no estaba abierto), y que se incauten los proyectiles encontrados en la escena. Citará también al conductor del móvil de la octava y al del Líder 4. Se incautan seis armas: tres Glock calibre nueve milímetros, dos HK del mismo calibre y una HK calibre 4BK. Todas de la Policía.
Como dato, el parte policial agrega las averiguaciones que la fuerza hace entre comerciantes de locales ubicados en Coronel Raíz y Saravia. Ninguno de los testigos vio nada inusual la noche anterior, incluso afirman que nadie conoce a los dueños del carrito, «ya que hace dos semanas que lo instalaron pero nunca funcionó».
El domingo a la noche todos los policías son liberados, quedando emplazados, categoría que no tiene ninguna consecuencia penal, más que la prohibición de salir del país.
La causa está en presumario porque no se dictó aún ningún procesamiento. Fuentes judiciales confiaron a Brecha que se esperan los resultados forenses, incluyendo el origen de la bala que quedó en el cuerpo de Ruben. Se espera que a comienzos de la próxima semana la información llegue a manos del fiscal Carlos Reyes para que haga su acusación a los responsables.
El otro aspecto es lo administrativo. El ministro Eduardo Bonomi declaró que «existe una denuncia y a partir de que existe una denuncia nosotros abrimos una investigación interna» (El Observador, 23-7-15), mostrando algo más de cautela que en casos anteriores (véase recuadro). Según confirmó Brecha, la investigación no está a cargo de Asuntos Internos.
A comienzos de esta semana el caso llegó a manos de la Institución Nacional de Derechos Humanos. «El miércoles 29 nos reunimos con el director general de Secretaría del MI, Charles Carrera, y le solicitamos la información pertinente. Saber en qué ámbitos se estaba realizando la investigación mencionada y qué había sucedido con los policías implicados en el hecho, si habían sido o no trasladados de los lugares en que se desempeñaban. Ellos estaban al tanto del caso», explicó el actual presidente de la Inddhh, Juan Faroppa, a este semanario.
Mientras tanto, lo que resta es el dolor. «No tienen derecho a tanta brutalidad, a tanta violencia, a tanto abuso. Que no tengan que vivir en carne propia lo que nos hicieron a nosotros», sostuvo la tía mientras recordaba a Ruben, el coloradito, menudo pero metedor, que además de trabajar en el puerto laburaba en quintas cuando el cuerpo y el tiempo le daban.
Gatillo fáci. Antecedentes
• Por una intensa persecución ocurrida el 4 de julio pasado en Maldonado pende sobre siete policías un pedido de procesamiento sin prisión por abuso de funciones. Desde el Ministerio del Interior se sostuvo que el pedido es «un error que los delincuentes aplauden» y se bregó por su resolución en la interna de la institución. Como respuesta al intento de procesamiento, abogados del MI cursaron un pedido de inconstitucionalidad de la figura aplicada por la fiscal del caso, Adriana Arenas, trancando el accionar judicial (Brecha,17-VII-15).
• Sergio Lemos fue asesinado el 4 de noviembre de 2013 por un agente de la Guardia Republicana destinado a custodiar la Terminal de Santa Catalina, donde sucedió todo. A pesar de que desde el Ministerio del Interior se sostuvo que el muchacho traía un arma y había disparado -siguiendo a pies juntillas lo dicho por los policías- la versión se revirtió y se aportaron pruebas clave para que se condenara al responsable por homicidio especialmente agravado. El caso involucró a otros agentes que le «plantaron» un arma al muerto, pero éstos no sufrieron consecuencias penales.
• Álvaro Sosa, el «Bebe», fue asesinado en el barrio Marconi el 14 de octubre de 2012, en un operativo que fue todo menos «moderado, racional, progresivo y proporcional», como exige la ley de procedimiento policial. Así lo entendió el juez de la causa, que hizo un nutrido descargo frente al sobreseimiento que la fiscal Camiño dictó respecto del agente homicida.