Recomiendo:
0

Muerte y ejecución de un inocente

Fuentes: Rebelión

Cuando Matosinhos Otone da Silva y su esposa Maria Ambrosia escucharon en las noticias que la policía británica había matado a un brasilero, todo se les ocurrió menos que fuera Jean Charles de Menezes, su hijo. Pero en el transcurso de ese sábado el alcalde de la región, acompañado por un grupo de médicos, llegó […]

Cuando Matosinhos Otone da Silva y su esposa Maria Ambrosia escucharon en las noticias que la policía británica había matado a un brasilero, todo se les ocurrió menos que fuera Jean Charles de Menezes, su hijo. Pero en el transcurso de ese sábado el alcalde de la región, acompañado por un grupo de médicos, llegó hasta su casa en Minas de Gerais y les anunció: «Esto es terrible. Sí, es acerca de Inglaterra y su hijo. Su hijo fue asesinado».

La pesadilla había comenzado el día anterior en Londres, horas después de que tres explosiones sacudieran algunas calles de la ciudad, recordando a la gente que las amenazas de los terroristas de inmolar la metrópolis continuaban tan vivas como cuando semanas antes se habían cristalizado con todo su horror en varias estaciones del metro y un bus, dejando casi 60 muertos y centeneres de heridos.

Media hora final

Eran las 9.30 am. de ese viernes 22 de julio. Jean Charles miró el reloj y conociendo el caótico transporte de los últimos días, llamó a su amigo Gesio de Avila, para decirle que llegaría un poco tarde. Abandonó su apartamento de Scotia Road, sur de Londres, y en Tulse Hill tomó un autobus, el 2, con destino a la estación de Stockwell. Tan ensimismado iba en sus asuntos y tan convencido de que ese día transcurriría en la cotidianidad de los otros, que no advirtió que con él se habían subido unos agentes ataviados de civil.

Pertenecientes al equipo élite S019 de Scotland Yard, los hombres tenían la orden vigilarlo estrechamente, pues había salido de un edificio que era considerado de «especial interés» por los detectives que investigaban los últimos atentados.

Jean Charles, ignorando que le estaban siguiendo, se bajó en Stockweel para tomar el tren que le conduciría hasta Kilburn, donde se encontraría con Gesio para instalar una alarma contra incendios. Miró el reloj una vez más y aceleró el paso. Esos gestos, unidos a su chaqueta en pleno verano, al morral sobre su espalda, a su tez morena, a su obvia calidad de extranjero y a las informaciones recibidas, fueron suficientes para que los agentes concluyeran que sí era un suicida dispuesto a hacer estallar el metro en mil pedazos.

Fueron en ristre tras él y le gritaron detenerse. Jean Charles, que no entendía qué estaba ocurriendo, volvió su rostro y vio a cinco hombres (no cinco policías, pues iban de civil y no se identificaron) empuñando sus armas hacia él. Se llenó de pánico, corrió, saltó la barrera de las máquinas de tiquetes e intentó entrar a uno de los vagones del tren. Pero un tiro en el hombro le hizo trastabillear y caer. Dos de los policías se lanzaron para inmovilizarlo. Otro, sin mediar palabra, se acercó y le hizo siete disparos a la cabeza. Eran las 10 de la mañana, la hora final de Menezes.

Las preguntas

En sus últimos segundos de horror debió preguntarse qué estaba pasando, por qué él, un simple electricista de 27 años, que tenía sus papeles en regla, que jamás había contravenido la ley ni en su país ni en Inglaterra (donde vivía hace tres años y entendía su idioma), cuya visa estaba vigente, cuyo único deseo era regresar a Minas de Gerais en seis meses, estaba siendo perseguido, baleado y luego ejecutado. No entendería nada, porque creía que Londres era un lugar seguro, tan seguro que un día cuando su madre le pidió cuidarse, respondió: «Este es un lugar seguro, madre. La gente es educada. No hay violencia en Inglaterra. Nadie va por ahí con armas. Nadie, ni siquiera la Policía».

Pero fue esa Policía la que puso fin a su vida, la que concluyó que él «no detonaría la bomba» en el bus pero sí en Stockwell donde, cumpliendo la política antiterrorista «disparar a matar» , le quitó más de tres años vividos en este país y 24 que habían empezado en Minas de Gerais, donde a los 8 había se había aficionado al trabajo eléctrico y a los 19 había pensado que entrar al servicio militar sería lo mejor, aunque su madre lo convenció de que como eletricista su vida no correría riesgo alguno.

Lo terrible

Lo terrible es que en una ciudad cosmopolita, donde la multirracialidad se impone, resultan inevitables los ragos morenos, cobrizos, olivas, las cejas pobladas, el cabello oscuro, la diversidad de atuendos irrespetando el mandato de las estaciones, los equipajes a la espalda, los grises edificios atestados de inmigrantes, las expresiones culturales variadas, inusuales e incomprensibles para muchos, la incomprensibilidad del idioma inglés, el temor asomando a los ojos aunque no se deba ni un penique… la descontextualización. Es decir, los signos que «caracterizan» a un terrorista.

Lo terrible es que, como admitió el director de Scotland Yard, Sir Ian Blair – después de calificar el asesinato de Menezes como «un trágico error» y de «lamentarlo profundamente» – esto puede volver a ocurrir y la política de «disparar a matar» seguirá en pie. Lo terrible es que otro inocente podrá morir y pertenecerá a las minorías étnicas. Lo terrible es que Sir Ian Blair piense que este hecho no es un revés serio para la Policía, porque lo cierto es que ahora desconfian de ella y, como dijo Fausto Soares, amigo de Menezes, «Todos estamos aterrorizados con las bombas, pero ahora también estamos aterrorizados con la Policía».

La prensa inglesa y europea ha cuestionado lo sucedido, la Justicia británica abrió investigación y la Comisión Independiente de Quejas de la Policía ya hizo sus primeras revelaciones. Ahora lo importante es saber por qué se convirtió Jean Charles de Menezes en sospechoso, quién dio la información, qué evidencias se reunieron para creer que podía ser un terrorista.

Y aunque como John Stalker, jefe de la Policía de Manchester, algunos consideran que «disparar a matar» se justifica en circunstancias extremas», muchos piensan como Aamer Anwar, abogado de derechos humanos en Glasgow: «No será nunca justificable cuando alguien está desarmado. Entiendo la situación donde alguien lleva una bomba y luce como si fuera a detonarla, pero este hombre fue seguido y perseguido. ¿Con qué bases dispararon a matar? Una sociedad democrática no puede ponerse en práctica ‘disparar a matar’ sin alguna forma de responsabilidad. Lo de Menezes fue una ejecución, un asesinato. ¿Cómo más podría ser llamado?»

Mónica del Pilar Uribe Marín: Periodista colombiana, freelance internacional, especializada en Derechos Humanos, Política y Medio Ambiente.