Tras la victoria de Lula en la segunda vuelta del 30 de octubre en Brasil, las redes sociales se inundaron de mapas donde se veía casi todo América Latina teñida de rojo, en una especie de segunda oleada del ciclo progresista latinoamericano que comenzó en 1999 con la asunción de Hugo Chávez en Venezuela, a quien seguirían el propio Lula en Brasil, Néstor Kirchner en Argentina, Evo Morales en Bolivia, y Rafael Correa en Ecuador, entre otros.
Por si fuera poco, los países latinoamericanos donde gobierna la derecha, tienen casualmente una extensión geográfica reducida, como es el caso de Uruguay, Paraguay, Ecuador o El Salvador.
Esta segunda oleada comenzó en 2018 con la victoria de López Obrador en México en 2018, la vuelta del kirchnerismo y el peronismo a la Argentina en 2019, o las victorias electorales de fuerzas de izquierda, progresistas o nacional-populares en Perú, Chile y Honduras en 2021, sumadas a las de Lula y Petro en Colombia en 2022.
El problema es que la izquierda tiende a una dualidad medio esquizofrénica. La mayoría de las veces se siente más cómoda en una posición y estética de derrota y barricada, que gestionando las contradicciones que implica el gobierno en el barro de lo real, y otras veces canta victoria antes de tiempo como nos ha sucedido tras la victoria de Lula.
Si repasamos el mapa coloreado de rojo del subcontinente latinoamericano, vemos que se empieza a desteñir antes de tiempo.
En Perú no hubo ni siquiera tiempo de saborear la victoria de Lula, porque una semana después, se consumaba la derrota de las fuerzas populares que habían llevado a Pedro Castillo al gobierno y la balanza se inclinaba del lado de un parlamento fujimorista. El resultado, más de 50 manifestantes asesinados, Pedro Castillo encarcelado, y una democracia moribunda.
Si miramos el Cono Sur, al azul de Uruguay se le suma un rosa cada vez más desteñido en el Chile de Boric que no solo perdió la apuesta por una Constituyente que dejara atrás la Constitución de Pinochet, sino que mientras crítica el autoritarismo de Daniel Ortega, sigue reprimiendo mapuches y estudiantes cada día, sin que nada parezca haber cambiado en el Israel de Sudamérica. Y en Argentina, ante el rojo desteñido de Alberto Fernández la única duda es si el 22 de octubre lo pintamos de azul claro en el caso de que lleguen las palomas (Larreta) o azul oscuro si llegan los halcones (Bullrich). Pareciera que la apuesta sea por el rosa con un Massa como candidato de consenso mínimo entre el kirchnerismo y el peronismo.
Entre el norte de Sudamérica y el sur de Norteamérica tenemos 3 países que están en rojo pero debemos considerarlo en transición. Una Colombia que al menos en el discurso de Petro, apuesta por la paz con justicia social y ambiental, las grandes tareas pendientes de la izquierda; una Honduras que después de resistir un golpe de Estado en las calles durante 8 años, llega con una Xiomara a la izquierda de Mel Zelaya, acompañada de un gobierno joven y muy capaz; y el México de López Obrador, tan lejos de Dios y tan cerca de los Estados Unidos, cuyo color final dependerá si termina su mandato en 2024 con más o menos pobres que Peña Nieto en 2018.
En el corazón de Nuestra América, dos países que dan esperanza. El Estado Plurinacional de Bolivia, dividido (y también desgastado) en un poder dual entre el Presidente Luis Arce y el líder histórico del proceso de cambio Evo Morales, pero dejando atrás de manera acelerada un golpe de Estado y creciendo de nuevo a tasas chinas (en este 2022 post pandemia será al 4%); y el Brasil de Lula que se proyecta (junto a Petro si este quiere) como el principal líder latinoamericano. Si cumple su promesa de que a ningún brasileño ni brasileña le falte un plato en la mesa a la hora de desayunar, comer y cenar, y profundiza la integración latinoamericana (CELAC) y de los BRICS (Brasil-Rusia-India-China-Sudáfrica), nos podremos dar por bien servidos.
Y en los márgenes, y sin poder utilizar para examinar sus procesos políticos y distorsiones económicas la misma vara de medir del resto de gobiernos latinoamericanos, dos revoluciones, la cubana de Fidel, Raúl y Díaz Canel, y la bolivariana de Hugo Chávez y Nicolás Maduro.
Enfrente, una nueva derecha que se rearticula para volver a pintar de azul el mapa, con los pinceles de los medios de comunicación y la judicatura, y un Comando Sur que asume el rol de desestabilización que hasta ahora jugaba el Departamento de Estado.
Se viene por tanto, un nuevo mapa latinoamericano con más colores y matices de los que se ven a primera vista.
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