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Único diputado que votó en contra de la la participación en la Operación Unitas

Nunca la lógica del enemigo nos beneficia

Fuentes: Nueva Tribuna

Con los votos del Frente, el Parlamento aprobó la participación en la Operación Unitas. La honrosa excepción fue el diputado socialista Guillermo Chifflet, quien no escurrió el bulto, no abandonó la sala de sesiones y argumentó y votó contra la intervención de nuestro país en estas maniobras imperialistas. A continuación transcribimos la intervención del diputado […]

Con los votos del Frente, el Parlamento aprobó la participación en la Operación Unitas. La honrosa excepción fue el diputado socialista Guillermo Chifflet, quien no escurrió el bulto, no abandonó la sala de sesiones y argumentó y votó contra la intervención de nuestro país en estas maniobras imperialistas.

A continuación transcribimos la intervención del diputado en la sesión de la Cámara de Diputados.

«Soy radicalmente contrario a la Operación Unitas. Primera puntualización: yo no creo que exista -y lo he discutido desde hace mucho tiempo atrás con compañeros- una cultura de gobierno y una cultura de oposición. El mejor ejemplo que puedo poner de esto es del propio Emilio Frugoni. El vino acá con un compromiso de clase, a ocupar mi sitio en esta banca como portavoz de la clase obrera, y fue consecuente con eso. Sin embargo, desde la oposición incluso informó sobre proyectos de gobierno. Desde luego no tenía ningún inconveniente en aportar y señalar todo lo que estaba convencido que se debía realizar desde el gobierno y lo planteaba desde la oposición. De otros maestros importantes, de Carlos Quijano, por ejemplo, hemos recibido los uruguayos importantes ejemplos, de quien supo optar en algunos momentos de su vida por sus principios, aun al precio de la soledad.

Tampoco creo -aunque fue citado aquí, y se atribuyó a un editorial de don Carlos- en la ética de la convicción y la ética de la responsabilidad. Con esa máscara se votó la ley de impunidad. Y yo no estoy de acuerdo en que haya más de una ética. Por suerte ayer lo escuché al compañero Gargano decir exactamente lo mismo en una entrevista de televisión, porque esto es una convicción muy arraigada en muchos socialistas. Diría más: debemos, incluso, tomar posiciones que pueden parecer estúpidas, reconozco, hasta en problemas de método. Por ejemplo, yo no doy ninguna recomendación para cargos y jamás doy una tarjeta de presentación siquiera. Cuando alguien me dice: quiero hablar con tal ministro o con tal dependencia pública, etc., mi opinión al señor o compañero es, vaya usted y que le atiendan como corresponde que se atienda a cualquier ciudadano. Si lo atienden mal venga, que el que protesto soy yo. Pero estas actitudes en los temas de fondo y aun en estos detalles que pueden pa recer estúpidos, creo que tenemos la obligación de tenerlas.

En ese sentido el Che (Ernesto Guevara) habló alguna vez de la propaganda de la conducta. Y él fue por cierto un héroe americano que supo decir lo que pensaba y actuar de acuerdo a su pensamiento en toda circunstancia. He releído estos días, presidenta, las actas de numerosas sesiones parlamentarias en las que se debatió la Operación Unitas. Tengo aquí, en mi banca, los planteamientos que yo mismo hice en nombre de mi sector y como integrante del Frente Amplio, y sobre todo algunos en 1993, en 1994, en 1996 y en 2002. Las he leído con el mayor cuidado. Y debo afirmarlo con toda sinceridad, con cierta angustia… ¿Por qué razón esa angustia? Porque toda discrepancia puede conspirar contra la unidad política de la fuerza del cambio que con inmensos sacrificios ha ganado el gobierno.

La vida me ha enseñado que la unidad de los trabajadores, la unidad de la izquierda, es fundamental para alcanzar objetivos programáticos que concitan la esperanza de amplios sectores de nuestro pueblo, y en general de estos pueblos del Sur. Siento, desde la razón y el corazón, que entre la fidelidad a lo que desde mi punto de vista debemos empecinadamente sostener y las discrepancias que honradamente sostienen otros compañeros, hay diferencias y se deberían desencadenar discrepancias, pero si las procesamos en las bases y en los máximos organismos de decisión de nuestras fuerzas políticas con el respeto que nace de las experiencias de lucha y de acciones, que han costado vidas, que el Frente ha librado, que nace además de ideas que están, a mi modo de ver, en las raíces de nuestros compromisos.

De ese debate maduro, con la firmeza y con la serenidad con que siempre han aportado nuestros militantes sus convicciones, puede surgir, eso espero, una profundización de la unidad. Pero este es un tema que debería ser analizado en instancias de máxima representación de nuestra fuerza política. Lo que no acepto es que se me diga que hoy votamos esto porque después lo vamos a discutir, ya que se va a abrir un amplio debate. A mí no me parece bien primero votar y después discutir. Ninguno de nosotros teme al imprescindible debate que tiene que surgir de los pronunciamientos sobre el tema que estamos considerando. Todos sentimos que, como marcara en la Biblia el apóstol Juan, «la verdad nos hará libres». Y sabemos como el señalaba Lenin que sólo la verdad es revolucionaria. Busquémosla, desde luego, pero entre todos.

En el tema que consideramos no he escuchado ni un solo argumento que pueda convencerme de que las circunstancias que han determinado nuestro pronunciamiento en sucesivas votaciones anteriores hayan cambiado. Realmente he escuchado y esperado con ansiedad esos argumentos. La realidad no sólo me dice que los factores de la situación política y militar mundial no han cambiado. Lo que veo y honradamente analizo, me dice algo más. Observo que las razones del centro imperial no sólo no han cambiado -de mi propia y modesta valoración y de la lectura que hacen de la realidad, entre otros, Ramonet, Chomsky y los propios asesores del señor presidente Bush, de importantes líderes latinoamericanos, como esa gran figura de Marcos en México, y de todos los líderes más importantes hacia el Sur-, sino que lo que yo observo y lo que leo es que las circunstancias se han agravado. Y variar mi voto cuando soy consciente de los riesgos de un alineamiento con intereses ajenos al Uruguay y ajenos a la Patria Grande Latinoamericana y a los explotados del mundo conspiraría tanto contra lo que siento son valores con los que personalmente he estado y estoy comprometido que me sentiría herido por mí mismo.

Ya he dicho, se me dice: habrá un gran debate. Se abrirá un gran debate para determinar los lineamientos de defensa. Bienvenido. Pero primero vamos a hacerlo. Después, votemos. Si no significaría, a mi juicio, una contradicción. En su «Historia del imperialismo norteamericano», un gran maestro -empleo la palabra en el sentido más hondo de la palabra «compañero»-, Vivían Trías, señala que la política rara vez es color de rosa, y que la Operación Unitas no es por cierto la inocua operación rosada que se pretende presentar. No es, estoy convencido, una operación aséptica. No es la colaboración con la cual sólo se plantea desde el centro imperial donar generosamente información técnica a quienes no están al día en los avances tecnológicos. Siempre he sostenido que la Operación Unitas forma parte de una política, de una estrategia. Y hoy estoy más convencido que nunca, porque el riesgo de alineamientos es mayor ya que ni siquiera hay enemigos fuertes de ese enemigo principal que p udieran ser el pretexto para esa máscara o para enmascarar ese tipo de asesoramiento.

En un libro que está aquí, en la biblioteca del Palacio Legislativo, que se titula «Armas y política en América Latina» escribe Edwing Lewis -no es alguien opositor al imperio- e informa que desde mediados del siglo pasado el Congreso de EEUU dictó la Ley de Seguridad Mutua que organizó la asistencia militar con ayuda técnica porque el adiestramiento de las fuerzas armadas latinoamericanas está entre los objetivos del Pentágono. Y en toda la política respecto de algunos países está demostrado que en América Latina se actúa como en la antigua Roma. Yo tengo aquí, no lo voy a leer porque hasta ofensivo es, un libro de Yarvinsky Alvin, asesor principal del gobierno norteamericano, que trata la conducta de nuestros países como la de vasallos, de conducta propia de vasallos. Porque ellos hablan muy claramente. Lewis en ese libro al que me refería, explica que todo el aparato militar del Pentágono en el Sur está destinado a atraerse a las élites militares para convertirlas en salva guardas del statu quo.

Y esto ha sido la historia, y la historia reciente. Pero puedo ir a otros hechos. ¿Qué nos dice la historia? A mi juicio indica, expresa, grita, denuncia, y denuncia con dolor de pueblos, que son muchos los casos en los que protestas o movimientos liberadores fueron aplastados por militares reaccionarios preparados, asesorados en las escuelas del norte. Y esto es tan así que no permite negar que Washington haya tenido éxito en su política. No fue por casualidad que el 11 de setiembre de 1973, cuando Pinochet y sus secuaces asaltaron el gobierno del gran presidente Salvador Allende, todo comenzó en el puerto de Valparaíso, donde se producía, ¿saben ustedes qué? la Operación Unitas. Y nadie es tan ingenuo como para no saber que el golpe no se hubiese impuesto si no hubiera sido por el bombardeo criminal a La Moneda. La propia flota de la Unitas había complementado la traición de los servicios apoyando el operativo contra la casa presidencial.

Aprovecho para decir al pasar que Pinochet tiene la máxima condecoración de las fuerzas armadas uruguayas, que le fue entregada en abril del 76 por el dictador Bordaberry y Juan Carlos Blanco. No voy a relatar otros episodios de nuestra América que nos han marcado a todos y que estuvieron respaldados por el asesoramiento técnico y el apoyo militar concreto de gobiernos de EEUU. Voy a ir un poco más atrás. En 1954, en Guatemala había un gobierno progresista, primero de Juan José Arévalo, un gran maestro, luego del coronel Jacobo Arbenz. Aquí en la Cámara yo presencié debates como periodista, donde se acusaba a ese gobierno de comunista. Hoy sabemos perfectamente que quería que Guatemala fuera de los guatemaltecos y ese era todo su delito. Estaba el país dominado prácticamente por transnacionales como la United Fruit Company.

El puerto, los ríos, los arroyos, eran propiedad privada. Cuando el gobierno de Arbenz realiza la reforma agraria y dice que el agua de los arroyos es propiedad pública, hasta hubo sacerdotes que le indicaban a los indígenas que no tomaran de esa agua porque tenía comunismo. Y aquí en la Cámara costó mucho sacar alguna declaración. Y yo recuerdo que en el Partido Nacional estaban García Aust -era uno de los pocos- y el senador Gusano, que en aquel tiempo defendían esto.

Fui a hablar en una oportunidad con Celia de la Serna, una entrevista con la madre de Ernesto Guevara. Me contó hechos irrepetibles. Ernesto Guevara había visto cómo obligaban a guatemaltecos a cavar fosas, luego se tiraba napalm sobre ellos y una tapadera. Ella dijo: «En ese momento, Ernesto se juró algo a sí mismo». Y era verdad. Porque de allí fue para México y se embanderó con la primera revolución que le ofreció un lugar de lucha. ¿Ha habido o no, pregunto yo, toda una larga historia de formación de militares, de preparación técnica, que en algunos casos culminó, como la Escuela de las Américas, donde se prepararon dictadores de los países del Sur?

El intercambio que facilita y promueve lazos fraternos entre la armada de EEUU, en operaciones como la Unitas, y las del Sur no es inocente. Voy más allá: la política de EEUU, y en especial su política militar, no coincide con nuestro interés nacional, con lo que a mi modo de ver son nuestros objetivos nacionales. En 1996, por citar una de mis intervenciones parlamentarias sobre el tema, termino diciendo precisamente que estas no son operaciones inocentes. Y que si se necesitara perfeccionar técnicamente a nuestras fuerzas armadas debería acaso concertarse con otros países que no pudieran influir negativamente en el espíritu de las nuevas generaciones de militares. Ese año termino diciendo: votamos discorde con la aprobación de este proyecto porque consiste en la materialización de una política continental militar que no coincide en nuestro concepto con los más altos intereses nacionales.

De entonces a ahora las circunstancias se han agravado. El gobierno del señor Bush ha invadido países al margen de las Naciones Unidas. No se tomó la molestia siquiera de realizar las maniobras necesarias para contar con el aval del Consejo de Seguridad de la ONU, donde predominan por otra parte los intereses de los países más poderosos. De largo tiempo atrás, el supuesto subyacente en la política del gobierno norteamericano -este sistema norteamericano de organización y poder social, explica Chomsky y la ideología que lo acompaña debe ser universal. Y hay al respecto hasta hechos casi desconocidos.

Esas son las enseñanzas que nos imparten desde el centro imperial. En un pasaje de un libro de Chomsky que se llama «El miedo a la democracia», se informa que Horacio Arce, jefe del servicio de Inteligencia de la «contra» en la época del sandinismo, tenía mucho que decir cuando fue entrevistado en México después de su deserción. ¿Saben qué explicó? En particular describió su adiestramiento en una base de las fuerzas aéreas al sureste de los EEUU. E identificó por su nombre a los agentes de la CÍA que proporcionaron apoyo a la «contra» bajo la tapadera de la Agencia para el Desarrollo Internacional (AID), en la Embajada de EEUU en Tegucigalpa. Destacó cómo el ejército hondureño proporcionó información y apoyo para las actividades de la «contra» e informó de la venta de armas de tipo soviético suministradas por la CÍA a la guerrilla del FMLN en El Salvador para presentarlas más tarde como envíos cubanos y nicaragüenses. Posteriormente explicó: «Atacamos muchas escuelas, centros sanitarios y ese tipo de cosas. Hemos intentado hacerlo para que el gobierno nicaragüense no pueda proporcionar servicios sociales a los campesinos, no pueda desarrollar sus proyectos…» .

Es esa la idea, evidentemente, presidenta. El meticuloso entrenamiento norteamericano en distintos caminos logró hacer progresar esa idea. Esas son las enseñanzas, los «conocimientos tecnológicos» que se imparten por distintas, diversas y muy estudiadas vías por el centro imperial. Es obvio, a mi juicio, que todos los adiestramientos, cursos de enseñanza, operaciones conjuntas, operaciones Unitas, apuntan a determinados objetivos que no son los nuestros, no son asépticos. En materia de preparación nos enviaron a los técnicos en torturas. Esa es la «incorporación tecnológica». Nunca es la lógica del enemigo la que nos beneficia. Nunca está la lógica del centro imperial por encima de las clases y en defensa de nuestros pueblos.

Todo operativo en la «lógica defensa» de la política de dominio mundial se hace con las mejores palabras, claro está, hasta con musiquita de bandas. Pero tiene todo un engranaje basado en una estrategia. Termino. Aquí se citó hoy a Bolívar cuando dijo: «Los Estados Unidos parecen destinados por la providencia para plagar la América de miserias a nombre de la libertad», y recuerdo que poco antes en carta al vicepresidente colombiano, señaló: «Jamás seré de la opinión de que los convidemos a nuestros arreglos americanos!». Allá ellos con su política. Nosotros tenemos la obligación de ser consecuentes en la defensa de lo que yo considero los más altos intereses nacionales. Gracias».

Notas

Artículo tomado de la edición 233 del bletín Por la Voz de Mumia Abu Jamal , correspondiente al 16 de Octubre de 2005 (www.comcosur.com.uy), publicado originalmente en el semanario Nueva Tribuna.