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Hungría

Orbán ha amplificado las políticas neoliberales y las desigualdades

Fuentes:

Personalidades conservadoras como Tucker Carlson, presentador estrella de Fox News, elogiaron al primer ministro húngaro Viktor Orbán por aliar el conservadurismo cultural con medidas económicas proteccionistas. Sin embargo, a pesar de sus ataques demagógicos a las finanzas, las políticas de Orbán favorecieron a las y los oligarcas locales y aumentaron en gran medida las desigualdades sociales, destacando la debilidad del llamado conservadurismo pro-trabajadores de sus propios fans estadounidenses.

El 10 de diciembre de 2020, Gladden Pappin, profesor de teoría política en la Universidad Católica de Dallas, tuiteó sobre su reunión con la Ministra Húngara de la Familia, Katalin Novák. El tuit de Pappin elogió las políticas familiares húngaras, que tienen como objetivo revertir el declive demográfico en un país con una de las tasas de natalidad más bajas de Europa. La ministra Novák también es vicepresidenta del partido Fidesz del primer ministro Viktor Orbán. El entusiasmo de Pappin puede parecer inusual a primera vista. Después de todo, en sus tres mandatos consecutivos desde 2010, el Sr. Orbán ha ocupado con más frecuencia los titulares por colocar al pequeño país postsocialista a la vanguardia de la derecha radical mundial que debido a su política económica.

Esa misma semana, el Texas Monthly publicó un artículo sobre Pappin, describiéndole como un partidario de la refundación del Partido Republicano para ser más conciliador con las demandas de la clase trabajadora y el gasto público. Fuera del aula, Pappin también es el editor adjunto de American Affairs, un periódico conocido por su llamamiento a la derecha estadounidense a dar un giro «económico populista» con más política industrial, protección de la gente asalariada y un aumento de los impuestos.

Pappin no es el único editor de American Affairs que ha expresado recientemente su fascinación por la Hungría de Orbán. Durante su visita a ese país, el editor Julius Krein participó en una mesa redonda organizada por el Mathias Corvinus Collegium en Budapest, una institución educativa y un centro de estudios financiado por el gobierno. En su discurso, Krein felicitó a la derecha húngara por no ser seducida por el libertarianismo reaganiano, en su opinión el mayor obstáculo para la introducción de «políticas económicas populistas» bajo Donald Trump.

Pappin tampoco fue el primer eminente conservador social autoproclamado en elogiar la política familiar de Orbán: en 2019, Tucker Carlson mencionó los generosos planes de apoyo familiar establecidos en Hungría para alentar a las parejas casadas a tener hijos. Patrick Deneen, teórico político conservador y autor del ampliamente leído Why Liberalism Failed, expresó opiniones similares después de una reunión privada con el Sr. Orbán durante su visita a Budapest en 2019.

Sin embargo, mientras estas personas elogian a Hungría como un país conservador que todavía se preocupa por las y los ciudadanos comunes, el régimen de Orbán contradice sus afirmaciones sobre cuestiones clave. Los nuevos programas de apoyo familiar, que son la firma de las políticas sociales de la era Orbán, están diseñados deliberadamente para excluir a las familias de bajos ingresos. Para ello, la mayor parte de la asistencia a las familias con hijos e hijas solo está disponible en forma de beneficios fiscales y préstamos comerciales e hipotecarios subvencionados públicamente. Estos productos financieros solo están disponibles a través de bancos comerciales que aplican los criterios de solvencia habituales, excluyendo los bajos salarios.

En realidad, las hipotecas solo se pueden utilizar para comprar casas de un tamaño fuera del alcance de la mayoría de las familias necesitadas. Mientras tanto, el monto del subsidio familiar universal en ayudas se ha mantenido sin cambios desde 2008. Estas medidas han perjudicado claramente a las y los trabajadores pobres y desempleados, incluida la abrumadora mayoría de las y los romaníes, que representan alrededor del 8% de la población húngara.

Estas políticas contrastan fuertemente con la Ley de Seguridad Familiar recientemente propuesta por Mitt Romney [senador republicano ultraconservador pero opuesto a Trump], que promete pagos mensuales directos universales y beneficiaría a las familias independientemente de su situación profesional. Sin embargo, en su artículo publicado recientemente en el New York Post, Gladden Pappin continúa abogando por este proyecto de ley haciendo referencia a las políticas familiares húngaras.

Esta admiración persistente parece aún más extraña teniendo en cuenta que no habría tenido que mirar demasiado lejos de Hungría para encontrar un país en el que las ayudas a la infancia también son accesibles para las familias de bajos ingresos. En 2016, el partido populista de la derecha polaca, el Partido de la Ley y la Justicia (PiS) -un aliado cercano de Orbán- introdujo un nuevo sistema universal de subsidios familiares que redujo la pobreza infantil.

Pappin, Krein, Deneen y Carlson ilustran el creciente interés de un grupo particular de conservadores estadounidenses por la Hungría de Orbán. Estos hombres son parte de los post-liberales, un vago movimiento intelectual y político que va desde el columnista Rod Dreher hasta los miembros del Congreso Josh Hawley y Marco Rubio. Lo que en última instancia les une es su posición crítica hacia la política identitaria liberal y la ortodoxia de libre comercio de los republicanos del establishment, un enfoque presentado como un rechazo del liberalismo tanto cultural como económico.

Mientras que muchas de estas personalidades elogiaron el populismo económico de Steve Bannon, los recortes de los impuestos sobre las empresas proseguidos por la presidencia de Trump y la falta de compromiso concreto con las preocupaciones económicas de la clase trabajadora decepcionaron. Para ellos, Hungría puede aparecer como la utopía post-liberal: la tan cacareada represión de Orbán contra la corrección política, sus estrictas políticas de inmigración y sus ataques al secularismo y los derechos de las minorías se han combinado con lo que, al otro lado del Atlántico, podría parecer un programa económico dirigido a las clases trabajadoras y orientado a la izquierda.

Es posible pensar que no todos los republicanos sociales tienen una opinión favorable de Orbán: figuras clave en esta corriente, como Michael Lind y Oren Cass, hasta ahora se han abstenido totalmente de elogiar públicamente a Orbán. Mientras Marco Rubio firmaba una carta pública expresando su preocupación por el estado de la democracia húngara, según los medios húngaros, los directores de campaña de Fidesz pudieron previsualizar su campaña senatorial de 2016 durante su visita sobre el terreno.

Sin embargo, la visión favorable de Orbán es cualquier cosa menos un reflejo exacto de la realidad política húngara, donde la lógica de exclusión subyacente a las políticas familiares no es un error, sino una característica del programa económico del gobierno. El generoso apoyo dado a las y los oligarcas nacionales, en nombre del fortalecimiento de la propiedad nacional en sectores estratégicos, hace que la política económica de la Orbanomics sea más intervencionista de lo que prescribiría la política Reaganiana convencional. Pero ha permanecido esencialmente unida al credo económico neoliberal. Sin embargo, mientras que el lamentable balance del régimen en materia de Estado de derecho, de libertad de los medios y de corrupción ha sido ampliamente discutido en la prensa estadounidense, el mito de su economía antineoliberal persistió.

La realidad de la orbanomía

Después de la transición a una economía de mercado, la ortodoxia económica de manual ha reinado absolutamente en el bloque del Este. La coalición socialdemócrata y liberal que gobernó Hungría antes de 2010 adoptó plenamente el fundamentalismo de mercado: el entonces Primer Ministro, Ferenc Gyurcsány, fue calificado incluso de Tony Blair húngaro. La comparación ha resistido la prueba del tiempo sorprendentemente bien, ya que tanto el Nuevo Laborismo como el Partido Socialista de la Reforma Húngara han logrado perder a sus votantes de la clase trabajadora durante décadas.

En relación con ellos, el énfasis de Orbán en la soberanía económica y su feroz crítica al FMI y al capital internacional podrían confundirse con un rechazo al neoliberalismo. Su gobierno ha introducido regulaciones financieras estrictas y logrado reducir la vulnerabilidad financiera mediante la reestructuración de la deuda pública, de modo que ahora se mantiene principalmente en moneda nacional en lugar de en divisas extranjeras. Los propios miembros del gobierno también coquetearon con la idea de una política económica estatal de izquierda: en 2012, György Matolcsy, entonces Ministro de Finanzas y actual Gobernador del Banco Central, describió la política económica húngara como keynesiana, mientras que el Secretario de Estado de Estrategia Economica, László György, a menudo habla de Hungría como un Estado intervencionista [que actúa a favor del desarrollo].

Esta imagen también dominó la recepción de las políticas económicas húngaras por parte de los postliberales estadounidenses: en el retrato de Christopher Caldwell publicado en Claremont Review en 2019, Orbán es retratado como un comandante feroz, ayudado por políticas económicas radicales que luchan con éxito contra la voluntad de los inversores internacionales y los burócratas no electos.

Sin embargo, los modelos políticos de Orbán permiten caracterizar su política económica de manera más realista. Mientras su predecesor era un fan de Blair, las verdaderas simpatías de Orbán van a Margaret Thatcher. Fue uno de los pocos jefes de Estado extranjeros de fuera de la Commonwealth que asistió a su funeral en 2013 y todavía cita con frecuencia a la Dama de Hierro en sus discursos. Su gobierno también financia generosamente el Instituto del Danubio, un centro de estudios neoconservador con sede en Budapest, dirigido nada menos que por el ex escritor de discursos de Thatcher, John O’Sullivan. La noción de thatcherismo ha sido utilizada por personas como el antropólogo social Kristóf Szombati para explicar el régimen neoliberal de política social de Orbán, oficialmente llamado sociedad de trabajo:

«Orbán adoptó la opinión de Thatcher de que la mejor manera de revitalizar una economía en dificultades, además de aplicar restricciones presupuestarias, es liberar el poder creativo de la empresa privada reduciendo los impuestos y alentando la inversión productiva y extraer la máxima cantidad de mano de obra de la fuerza laboral reduciendo drásticamente los subsidios de desempleo, estigmatizando y castigando la ociosidad y recompensando a quienes aceptan trabajo en sectores mal pagados de la economía».

En nombre de restaurar la dignidad del trabajo y de la represión de los parásitos de la asistencia social, una de las primeras medidas de política social del gobierno del Fidesz redujo el período para recibir beneficios de desempleo a tres meses, el más corto de la Unión Europea. La elegibilidad tampoco se amplió en respuesta al shock de covid-19. Además, la nueva constitución adoptada por la supermayoría parlamentaria Fidesz en 2011 omitió las referencias precedentes a los derechos sociales. Por lo tanto, no es sorprendente que, a pesar de su popularidad entre postliberales, las y los ídolos estadounidenses de Orbán no vinieran de sus filas. Por el contrario, bajo su mandato, se erigieron estatuas de Ronald Reagan y George Bush padre en una plaza central de Budapest.

En algunos aspectos, la política económica húngara desde 2010 ha seguido la receta de la ortodoxia Reaganiana mucho más fielmente que en la década anterior. Fidesz ha introducido un impuesto fijo sobre la renta (incluido un impuesto sobre el salario mínimo) y el tipo impositivo efectivo más bajo de Europa para las multinacionales, que también se benefician de generosas ventajas fiscales especiales. Como resultado, varios importantes fabricantes alemanes se han beneficiado en Hungría de subsidios estatales mucho mayores, por trabajador, que en su propio país, lo que contradice los feroces ataques retóricos de Orbán contra el capital internacional.

Aunque el régimen de Orbán haya criticado duramente las medidas de austeridad de los precedentes socialdemócratas, desde 2010 sus propios recortes impositivos y su prudencia fiscal han mantenido en la práctica una política de austeridad. Mientras que los posliberales simultáneamente elogiaron a Orbán y presionaron a los republicanos a adoptar el gasto público, la proporción del gasto social y educativo en el PIB ha disminuido en Hungría desde 2010. Si bien la propaganda del gobierno solo habla de éxito, el crecimiento general de los salarios ajustados a la inflación en los últimos diez años no ha sido particularmente impresionante en comparación con otros países de la región y Europa, mientras que los salarios del sector público han perdido gran parte de su valor real.

Según el economista político Gábor Scheiring, esto equivale nada menos que a un sistema perverso de protección social para los ricos:

«El gobierno no solo ha reducido el gasto social, sino que lo ha hecho de manera muy desigual, redistribuyendo recursos a las personas de altos ingresos. Entre 2009 y 2017, el componente social de los ingresos individuales, por ejemplo, las prestaciones sociales, pensiones, subsidios, disminuyó espectacularmente para la gente de ingresos más bajos y aumentó significativamente para la gente de ingresos más altos».

En efecto, a pesar de las afirmaciones de Krein, editor en jefe de American Affairs, Hungría no es un gran ejemplo de un Estado fuerte. Por el contrario, como señaló, entre otros, el crítico social marxista Gáspár Miklós Tamás, Fidesz ha deconstruido la capacidad administrativa del país, mientras que el deterioro de la calidad de los servicios públicos ha llevado a la clase media a optar cada vez más por los servicios privados, en particular la atención médica y la educación.

En Why Liberalism Failed, Deneen se basa en gran medida en el teórico socialista Karl Polanyi para deplorar la destrucción de los lazos sociales por parte de las fuerzas desenfrenadas del mercado. Pero las relaciones de trabajo bajo Orbán contrastan fuertemente con las visiones de los conservadores «sociales» estadounidenses. Además de las reducciones de impuestos, el régimen de acumulación desde 2010 se ha construido sobre la restricción de salarios y la represión de la autoorganización de los trabajadores. El nuevo Código Laboral adoptado en 2012 ha vaciado de su sustancia a las instituciones de negociación salarial tripartita, ha prohibido las huelgas en el sector público y generalmente se considera uno de los más favorables a la patronal en Europa.

En 2019, el Parlamento también aprobó la tristemente célebre «Ley de Esclavitud», que garantiza la autoridad de las y los patronos sobre la asignación de horas extras y licencias. En respuesta, el país experimentó una gran ola de protestas de los sindicatos. No es sorprendente que Hungría esté a la zaga de casi todos los miembros de la UE en términos de derechos laborales: según el Índice Mundial de Derechos de la CSI 2020 publicado por la Confederación Sindical Internacional, los derechos de las y los trabajadores en Hungría se violan regularmente, colocando al país en el mismo grupo que Sudáfrica y Rusia.

Como resultado de estas políticas, en los últimos once años del gobierno de Orbán, Hungría ha visto cómo la desigualdad de ingresos se disparó a pesar de que estaba disminuyendo en los países vecinos. Si el nivel absoluto de desigualdad aún no alcanza el del mundo de habla inglesa, es preocupante observar que Hungría tiene el nivel más bajo de movilidad social de todos los países desarrollados: según un estudio de la OCDE de 2018, actualmente requeriría siete (!) generaciones a una familia de bajos ingresos alcanzar el nivel de ingresos promedio.

Coeficiente de Gini de renta disponible. Desde que Orbán regresó al poder en 2010, la desigualdad de ingresos en Hungría se ha convertido en la más alta de Europa Central y Oriental, mientras que se estanca o disminuye en otros lugares. (Fuente: Estadísticas de la Unión Europea sobre Ingresos y Condiciones de Vida).

Las y los responsables del gobierno generalmente explican las frecuentes intervenciones a favor de sus amistades como tentativas de lograr la «soberanía económica», haciendo hincapié en la necesidad de mantener sectores estratégicos como la banca y la energía en el seno de la propiedad nacional y el objetivo de crear empresas húngaras competitivas a nivel mundial. Aunque este argumento puede atraer a postliberales que exigen una política industrial a gran escala, más de una década de política de desarrollo bajo los auspicios de Fidesz no ha producido ningún éxito comparable a los de países como Corea del Sur. A pesar de las afirmaciones de que Hungría está creando un nuevo Estado intervencionista – y la alusión de Orbán al éxito de Singapur en su infame discurso de 2014 sobre la democracia iliberal – no hay evidencia de que Hungría haya progresado en las CVM (cadenas de valor mundiales).

Mientras tanto, los cazadores de rentas cercanos al poder han acumulado enormes fortunas en sectores de bajo valor añadido como la construcción y la agricultura, que también son los que reciben más inversión y subsidios de los fondos europeos. Aunque Hungría ha experimentado altas tasas de crecimiento en los últimos años, va a la zaga de la mayoría de las economías regionales con un perfil similar. En general, las promesas de la política industrial se vacían de su sustancia por el hecho de que las pequeñas y medianas empresas nacionales están sujetas a tasas impositivas efectivas más altas que las multinacionales. La desinversión en la formación de capital humano en general, y en la educación en particular, tampoco es la forma habitual de crear una ventaja comparativa.

La peregrinación a Budapest

En un momento en que expertos de todo el mundo han anunciado el fin del neoliberalismo en respuesta a esfuerzos sin precedentes para mitigar la crisis de covid-19, la Hungría iliberal debería servir como advertencia. Como muestra la última década del país, la ortodoxia del libre mercado y las disposiciones punitivas de protección social se pueden combinar rápidamente con intervenciones económicas específicas sin dar paso a un régimen político keynesiano y militante que tenga como objetivo principal elevar el nivel de vida de las y los trabajadores. A pesar de algunos gestos retóricos, Fidesz no es amigo de los trabajadores húngaros y su búsqueda de la «soberanía económica» son esencialmente intentos de subvencionar a oligarcas locales.

Las y los apologistas de Orbán no se equivocan cuando afirman que su electorado principal está compuesto por personas en situación de inseguridad económica. Según un estudio reciente, el apoyo a Fidesz es inversamente proporcional a los ingresos, las clases desfavorecidas son las que tienen una opinión más favorable del partido. Sin embargo, como en los Estados Unidos de Trump, estos votantes muestran su apoyo a un gobierno del que han recibido pocas ventajas materiales. Como dice Gábor Scheiring en Hungría, «las prácticas autoritarias se utilizan para promover el enriquecimiento de la élite, mientras que los discursos populistas autoritarios se utilizan para hacer que la redistribución de los recursos de abajo hacia arriba sea más aceptable para las masas».

Aparte de Boris Johnson y Benjamin Netanyahu, pocos políticos actualmente en el cargo han recibido más aplausos de la derecha estadounidense que Viktor Orbán. Sin embargo, a la luz de las políticas reales del régimen, el amor de los posliberales por Orbán es solo una ilusión. No es casualidad que Orbán asumiera el papel de verdadero heredero de Reagan en la conferencia del Conservadurismo Nacional en Roma en febrero de 2020. Para él y sus aliados, la aprobación de eminentes conservadores estadounidenses con simpatías proobreras ayuda a blanquear su imagen. Pero cuando hay mucho en juego, siempre tendrán afinidades con los republicanos de las grandes empresas y los conservadores de la vieja escuela. Los post-liberales pueden criticar el apoyo hipócrita de los marxistas occidentales a los regímenes represivos del antiguo Bloque Oriental. Pero su incapacidad para reconocer las realidades de la Orbanomía les condena a un destino similar.

Sin embargo, algunos apologistas estadounidenses de Orbán pueden no hacer la peregrinación a Budapest por ingenuidad, sino porque el verdadero atractivo del régimen radica en su conservadurismo cultural y no en las medidas económicas «pro-obreras» que tanto saludan. En esto, no serían tan diferentes de Steve Bannon: a pesar de su imagen cuidadosamente cultivada como un «populista económico» ejemplar de la derecha estadounidense, no se preocupó por hacer muchos esfuerzos para poner en práctica sus ideas una vez llegado a la Casa Blanca. Como dijo Joshua Green, «trató durante unos pocos días de obtener apoyo interno para un aumento de impuestos para los multimillonarios», consagrando su energía más bien a movilizar el sentimiento antiinmigrante y construir el muro en la frontera mexicana.

Los partidarios más reflexivos de Orbán, como Sohrab Ahmari del New York Post, han reconocido con razón que las políticas sociales y económicas húngaras «no hacen que el país sea popular entre los progresistas», mientras que otros, como Rod Dreher, siempre han destacado el compromiso de Orbán con los valores cristianos. En efecto, con medidas que van desde la construcción de un muro fronterizo hasta la abolición de los departamentos de estudios de género y la prohibición de la adopción por parejas del mismo sexo, Orbán se ha dedicado mucho más a una guerra cultural que a un cambio económico. La sinceridad de la adhesión de los conservadores postliberales a una economía solidaria ya ha sido cuestionada. Hoy, su actitud hacia la Hungría de Orbán es una prueba de sus verdaderos compromisos.

Marton Vegh es estudiante de master en ciencias políticas en la Universidad de Europa Central en Viena. Es oriundo de Budapest.

Traducción: Faustino Eguberri para viento sur