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París, 13 de noviembre: ¿solidaridad sin análisis político?

Fuentes: Rebelión

Un fantasma recorre el mundo: el fantasma del nuevo moralismo apolítico y «postideológico». Buena parte de los llamados a la solidaridad por los recientes ataques en París evitan analizar lo sucedido. Son expresión de un moralismo light que no toma partido, que se resiste a distinguir entre las víctimas o a preguntarse las razones por […]

Un fantasma recorre el mundo: el fantasma del nuevo moralismo apolítico y «postideológico». Buena parte de los llamados a la solidaridad por los recientes ataques en París evitan analizar lo sucedido. Son expresión de un moralismo light que no toma partido, que se resiste a distinguir entre las víctimas o a preguntarse las razones por las que han sido asesinadas. Piensan, quizás, que indagando en las causas terminarán por justificar el terrorismo. Como si la ceguera fuese una especie de escudo contra la dureza de corazón.

Es posible que estos buenazos simplemente sean incapaces de ver la diferencia entre «comprender» y «justificar» un hecho de ese tipo. Hay que notificarles que podrían condenar los atentados sin tener que negarse a entender por qué suceden, por qué ahí, por qué ahora, quiénes son los responsables, etc. Claro, para eso se requiere información y por información me refiero a prensa seria y responsable, artículo escaso en estos días.

Pero «otras razones» podrían ser distintas de la ignorancia. Me llamó mucho la atención cierto uso del argumento «todas las víctimas son importantes». En lugar de emplearlo para indicar que llevamos varios años asistiendo a la barbarie protagonizada por los EEUU y la OTAN en el Medio Oriente ―»¿y todo ese montón de muertos no importa también?»―, parece que cumple la función inversa: «no me pidas que compare, porque no hay comparación posible». Pero no se trata de un simple conteo de muertos «en uno y otro lado», sino de entender que las decenas de un lado son el resultado de los cientos de miles en el otro. La comparación no solo es posible, sino necesaria.

Otros se sienten más cómodos apelando a La Barbarie, con mayúsculas, y a su rostro más publicitado por CNN: terrorista, islámico, árabe, sirio… Piensan que en «esa parte del mundo» los niños vienen con un AK-47 bajo el brazo. Del pasado colonial francés no quieren saber nada. «Eso fue hace mucho», dicen. «Y tampoco viene a cuento que occidente haya creado, vestido y alimentado al Estado Islámico». Así hablan.

También están los que arguyen que no se puede analizar un acto demencial, que ante las masacres la razón enmudece. Es mejor que sepan que las guerras no las hacen los locos sino la fría y calculadora racionalidad, y el voraz apetito de las potencias que no están dispuestas a compartir las riquezas del mundo. Hay que sospechar de quienes hablan de locura, sobre todo si veneran ese «noble legado occidental» llamado «modernidad» o «ilustración». Frente a estas, piensan, los «enemigos de occidente» (sic) solo pueden ser locos o endemoniados.

Todas estas simplificaciones pierden el rumbo. La distinción moral entre quienes invaden un país ―la Francia de Sarkozy y Hollande― y quienes luchan contra el invasor ―Libia destruida por el primero y Siria que resiste al segundo― es totalmente relevante para nuestra solidaridad. Esta será moral y política o no será. 

Carlos Molina Velásquez. Académico salvadoreño, columnista del periódico digital ContraPunto y colaborador de Rebelión.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.