Dos acontecimientos históricos fueron recordados en los últimos días en Nuestra América, ese concepto definido por Simón Bolívar, asumido por José Martí y hecho suyo por José Carlos Mariátegui.
Nuestra América hoy, es la Patria Grande con la que soñaron nuestros mayores, y que se hará realidad por la unidad y la fuerza de los pueblos. Nos referimos a la derrota de la invasión mercenaria de Playa Girón, registrada en Cuba en abril de 1961; y a la victoria del pueblo de Venezuela, que dio al traste, el 13 de abril del 2002, con la asonada fascista intentada por la oligarquía caraqueña empeñada en derribar al gobierno del Comandante Hugo Chávez.
Dos episodios de innegable trascendencia que dejaron un sello definido en la conciencia de millones de latinoamericanos. Mostraron, además, la capacidad de lucha de los pueblos, que suelen salir airosos cuando enfrentan la agresividad de las fuerzas reaccionarias empeñadas en bloquear los caminos liberadores.
Es claro que en estas dos circunstancias, los pueblos combatieron por una causa justa, base esencial de cualquier victoria; pero confirmaron la idea que no es suficiente una causa justa para triunfar; que es necesario, además tener la fuerza indispensable para doblegar la resistencia enemiga, e imponer esa causa.
Ambos episodios fueron el punto más alto de la confrontación de clases, en procesos que marcaron la historia de nuestro continente. Y eso deben tomarlo en cuenta sobre todo quienes piensan que los cambios sociales se pueden hacer en base a “mesas de diálogo” y a “concertación”
En Cuba, Playa Girón contribuyó decisivamente a definir el carácter socialista de la Revolución y a desenmascarar el sentido perverso de la política norteamericana. John F. Kennedy -el “Gran Demócrata”- recibió el encargo del Pentágono y de la Agencia Central de Inteligencia de su país, y no tuvo el menor escrúpulo en banderizar una operación que portaba la muerte a la América entera; y que fue respondida y derrotada por un pueblo en armas
En Venezuela las camarillas empresariales y los Partidos tradicionales desplazados del Poder por la voluntad ciudadana; buscaron recuperar sus privilegios y restituir un orden social que se venía abajo, sepultado por la voluntad de millones de trabajadores del campo y la ciudad. Caracas fue, el escenario de una contiende decisiva.
En ella, la movilización ciudadana, definió la suerte del proceso social. Estas dos experiencias –Cuba y Venezuela, a las que resulta indispensable añadir Nicaragua- son el espejo de nuestro tiempo.
Cuba ha mantenido impertérrita su bandera gracias al coraje y a la dignidad de su pueblo, pero también por la presencia en la cúpula del Poder, de una dirección sabia y consecuente.
Con más de 60 años bajo el bloqueo de los Estados Unidos, hoy por Cuba se manifiesta en el mundo la adhesión de millones de hombres y mujeres; pero también el odio de camarillas que ahora mismo vuelven a tocar tambores de guerra usando el Nazismo como ideología y práctica constante.
En nuestro país, ese odio se expresa atizado por la Mafia Golpista que tiene en la mira a la representación diplomática cubana. Ya de hecho se han registrado contra la embajada de Cuba en Lima, repudiables “plantones” alimentados por una campaña de prensa liderada por caracterizados voceros de la derecha más reaccionaria, empeñada en atacar al embajador de la Patria Caribeña, a quien buscan desacreditar impunemente.
Hay que señalar que ese ataque “no prende” porque se basa en mentiras, y marcha en sentido opuesto a la voluntad popular.
Con Venezuela, la situación es similar. En la patria de Andrés Bello se vive un proceso de normalización en diversas áreas de la vida ciudadana. Ya los “medios” no pueden hablar de una “profunda crisis”, ni mostrar signo alguno de atraso o miseria. Superando el bloqueo y las sanciones impuestas por el gobierno yanqui, Venezuela renace.
Incluso la Casa Blanca tiende hoy lazos hacia el Palacio de Miraflores para obtener petróleo, que no puede pedirlo a Guaidó, y que debe tramitarlo con el gobierno nacional y el Presidente Maduro.
Es bueno que en nuestro país aprendamos esas lecciones. Vivimos una etapa en la que se agudiza sensiblemente la lucha de clases. Toma fuerza en los medios -y no sólo en ellos- una ofensiva golpista que busca dar al traste con el gobierno popular electo en junio de año pasado.
Se usan los efectos de la crisis, unos de los cuales tienen que ver con la “carga” neoliberal impuesta al país por el fujimorismo y aplicada dócilmente por los gobiernos subsiguientes; y otros, son consecuencia de las “sanciones” que el gobierno de los Estados Unidos impulsa contra la Federación Rusa en el marco del conflicto militar en suelo ucraniano afectando severamente los precios de los carburantes, el trigo y los fertilizantes; pero se valen también de las deficiencias del movimiento popular, y las debilidades y errores del gobierno.
Hoy, la renuncia del Mandatario o su destitución por una u otra vía, constituye un objetivo inmediato para la reacción. A ella, no le importa el país, ni la población. Ha dedicado los ocho meses pasados, a buscar la caída del Presidente o la censura a sus ministros, en medio de una desenfrenada campaña de ataques, agresiones, o insultos; y hoy canta victoria alentada por una acusación constitucional que tiene en marcha.
Objetivamente, no ha dado tregua al Mandatario, ni lo ha dejado implementar su gestión gubernativa.
Ahora más que nunca el pueblo tiene la necesidad de cerrar filas contra el Golpismo en cualquiera de sus modalidades; y el Gobierno, el deber de corregir errores, y superar limitaciones de todo orden.
Aquí también, la suerte de la Patria Grande, está en juego.
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