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En Asia Central se libran batallas por el control geopolítico de los recursos petroleros con un trasfondo de ira popular

¿Podría afectar al «ductistán» la revuelta árabe?

Fuentes: Al-Jazeera

Traducido del inglés para Rebelión por Germán Leyens

A pesar de Túnez y Egipto, los días «felices» del poder total siguen vivitos y coleando en todo el mundo, de Corea del Norte a Myanmar, de Arabia Saudí a Asia Central.

A principios del mes pasado, el presidente kazajo Nursultan Nazarbayev ganó otra elección por el margen kimjongesco del 99,5% de los votos. Prácticamente no hubo ningún debate político previo porque -y no es una ironía- sus tres rivales querían que ganara.

Nazarbayev, de 70 años, está en el poder en Kazajstán desde la fundación del país en 1991, tras el colapso de la Unión Soviética.

Snow Leopard [Leopardo de la nieve] no fue un sistema operativo de Apple para comenzar: es cómo el sistema de Nazarbayev ha estado presentando Kazajstán al mundo en general. La idea es que el país se convierta en un tigre asiático. No hay tigres kazajos, pero quedan unos pocos leopardos de la nieve. De ahí la promesa de Nazarbayev de que «para 2030, Kazajstán se convertirá en el leopardo de la nieve centroasiático».

Ahora, enfrentado a la Gran Revuelta Árabe de 2011, Nazarbayev dijo que lo que necesita el leopardo de la nieve es ante todo «estabilidad». Traducción: los leopardos de la nieve no necesitan sentir el perfume del jazmín. Además, es prácticamente seguro que el principal leopardo muera en su trono.

Gas, oro y… leopardos

Kazajstán es la principal economía de Asia Central, que disfruta de una riqueza de superlativos estratégicos: la novena nación del mundo por su tamaño, la mayor nación sin salida al mar, casi 7.000 kilómetros de fronteras septentrionales con Rusia, vinculada a China por el este y al Mar Caspio por el oeste, montones de petróleo, gas, oro, manganeso y uranio.

El único problema es de tipo árabe saudí: no hay muchos seres humanos, solo 16 millones (menos de seis personas por kilómetro cuadrado).

Kazajstán tenía que ser un protagonista crucial en el Nuevo Gran Juego de Eurasia, que la mayor parte del tiempo fluye por ese complejo tablero de ajedrez, Ductistán -absolutamente crucial para el futuro energético de Asia, especialmente China e India, así como Europa.

Tanto como Medio Oriente, Asia Central es ultra-estratégica tanto para Washington como para la OTAN, que ya están profundamente implantados en Afganistán.

Mientras no se sienta perfume de jazmín en los fenómenos energéticos Kazajstán y Turkmenistán, los estrategas no sentirán la necesidad de temblar en sus botas de combate.

Como en Medio Oriente, los dirigentes regionales como Nazarbayev, Islam Karimov de Uzbekistán y el presidente de Turkmenistán con el espectacular nombre de Gurbanguly Berdymukhammedov siempre subrayan la consigna de «estabilidad» para insistir en el mensaje perennemente familiar: somos nosotros o al-Qaida y «al-Qaida» significa una red inarticulada de grupos islamistas/yihadistas, el más notorio de los cuales es el Movimiento Islámico de Uzbekistán (IMU), vinculado con los talibanes.

Pero por muy seguro que se sienta Leopardo de la Nieve Número Uno -así como el Pentágono- no hay un motivo histórico para que el perfume del jazmín de África del Norte no pueda migrar a las estepas centroasiáticas. Todos los elementos esenciales están presntes, desde la desigualdas siocial hasta el alto desempleo entre los jóvenes, desde la corrupción estratosférica hasta los vástagos presidenciales que saquean el tesoro.

Kazajstán y Azerbaiyán (en el Cáucaso) en realidad son primos de Estados petroleros rentistas árabes. Tayikistán y Kirguistán, por su parte, dependen fuertemente de la migración laboral, especialmente a Rusia, y de un continuo flujo de remesas, de países como de Túnez, Egipto y Yemen.

Todos los «estanes» centroasiáticos sienten el aguijonazo de la crisis financiera global así como el aumento global de los precios de los alimentos causado esencialmente por la especulación. Más de un 40% de los centroasiáticos viven bajo lel umbral de la pobreza.

Kirguistán -la Suiza de Asia Central más por su sublime paisaje que por el nivel de vida- ya ha pasado por una revolución de color y sus secuencias: el presidente Bakiyev expulsado del poder el año pasado y una vez más mucha turbulencia, que estremeció Osh, en el valle Ferghana, con cientos de muertos y más de 300.000 desplazados.

A propósito, el propio Nazarbayev se salió con la suya con su perspectiva hegemónica sobre las revoluciones de color y contrarrevoluciones centroasiáticas: dijo que algunos «estanes» estaban funcionando mal porque sus dirigentes son débiles. Kazajstán, por otra parte, tenía «un presidente poderoso».

En términos de represión política, tanto Uzbekistán como Turkmenistán -usualmente condenados por Amnistía Internacional- logran superar a Kazajstán. Por si alguien todavía tiene dudas, los cables de WikiLeaks describen a Uzbekistán como una pesadilla de corrupción, trabajos forzados y tortura.

El punto clave es que la necesidad de «seguridad» en Afganistán (bases militares, complicadas rutas de aprovisionamiento) y la presión a fin de conseguir acuerdos cada vez más complejos de petróleo y gas triunfan sobre la posibilidad de que Occidente apoye las protestas locales por la democracia.

El viento no se lo ha llevado

Nazarbayev, hijo mayor de un pastor, ex trabajador siderúrgico, ex primer secretario del Partido Comunista de Kazajstán, puede alardear fácilmente de que está pastoreando la máxima historia de éxito entre las antiguas repúblicas soviéticas al este del Mar Caspio.

Muchos se opusieron rotundamente cuando en 1997 transfirió la capital de Kazajstán de la histórica Almaty a las estepas despiadadamente azotadas por el viento de Astana, actualmente, la segunda capital más fría del mundo después de Ulan Bator en Mongolia.

Pero si uno puede retozar en la nieve en el desierto Dubai, también puede retozar entre las palmeras de la apacible Khan Shatyr, la carpa más grande del mundo, diseñada por Sir Norman Foster, un paraíso de plástico traslúcido que se alza sobre una base elíptica del tamaño de 14 campos de fútbol.

El leopardo de la nieve es, claro está, mucho más que carpas postmodernas. Todo tiene que ver con China contra EE.UU. en el Nuevo Gran Juego. Los especialistas chinos del petróleo controlan ahora un 22% de la producción kazaja de petróleo. China compra prácticamente cualquier campo de petróleo disponible. No es exactamente un escenario apocalíptico en comparación con la participación estadounidense en la industria petrolera -un 24%-. En todo caso, China ya ha construido un oleoducto a Xinjiang, y ahora construye un gasoducto. El temor del kazajo de a pie de que China se trague demasiado de su país ahora es un hecho.

El Leopardo de la Nieve Número Uno, mientras tanto, no se preocupa de su sucesión: probablemente seguirá siendo un negocio familiar. Ahora sueña con una unión centroasiática. Trata de resucitar una antigua idea soviética de desviar grandes ríos siberianos a Kazajstán, mejorando así «el suministro de agua de toda la región centroasiática» y, en teoría, uniendo las reñidas antiguas repúblicas.

Pero, a pesar de todo, esos molestos vientos de libertad no desaparecen. Egipto y Siria lo demostraron: una vez que se ha roto el muro del miedo, incluso los leopardos se pueden ahogar en un mar de jazmín.

Pepe Escobar es el corresponsal itinerante de Asia Times. Su último libro es: Obama does Globalistan (Nimble Books, 2009). Contacto: [email protected].

Fuente: http://english.aljazeera.net/indepth/opinion/2011/05/201151411251530555.html

rCR