El domingo pasado en este mismo espacio me preocupaba por la distancia entre los pronósticos de encuestadoras y la experiencia movilizatoria que -en la última etapa de campaña- había exhibido el FA uruguayo. Atribuía ello fundamentalmente a la descontrolada e incontinente manipulación publicitaria, al imperio del slogan y la simulación. Sin embargo, incluyendo a las […]
El domingo pasado en este mismo espacio me preocupaba por la distancia entre los pronósticos de encuestadoras y la experiencia movilizatoria que -en la última etapa de campaña- había exhibido el FA uruguayo. Atribuía ello fundamentalmente a la descontrolada e incontinente manipulación publicitaria, al imperio del slogan y la simulación. Sin embargo, incluyendo a las encuestas dentro de estos manejos, no esperaba semejante magnitud de error generalizado en sus profecías. Cerca de las 20, antes de salir a encontrarme con compañeros para asistir al acto callejero frentista, hice una recorrida por todos los canales de TV, donde los CEOS de las empresas pronosticaban un poco más del 43% para el FA y una suma superior de votos para los partidos tradicionales, confirmando la ausencia de mayorías parlamentarias y un escenario frentista sombrío para el balotaje. Conduje apesadumbrado hasta mi primera parada en la «casa grande» donde varios televisores señalaban pequeños pero llamativos incrementos paulatinos del FA, aunque no había allí información por fuera de los medios. De forma tal que hice un par de cuadras hasta el local central del FA donde prácticamente se confirmaba, con los datos de los delegados en los circuitos, un triunfo arrasador en los umbrales de las mayorías. Debo agradecer que el pasaje abrupto desde el pavor hacia el desahogo explosivo me haya permitido multiplicar la fuerza de los abrazos y desgastar la bocina en el camino hacia el acto público en la avenida, hasta retornar exhausto de alegría hacia las 5 de la mañana.
La razón de mi relativa confianza en la capacidad predictiva de las encuestadoras estaba basada en 3 hipótesis. La primera es que la sociología estadística, con una metodología correctamente aplicada, permite con las tecnologías actuales un importante nivel de precisión corroborado en todo el mundo de entre el 1 y 2%. La siguiente es que, aún con diferencias entre sí, las 6 empresas señalaban una tendencia similar. La última es que cuánto más cerca están en el tiempo de la confrontación con la realidad de las urnas, se pone en juego el «prestigio» de cada una, que no es otra cosa que la capacidad de captar clientes y consecuente facturación.
Las encuestadoras son empresas capitalistas que explotan el trabajo -inmaterial diría la corriente autonomista- de sus empleados y obtienen plusvalía de su actividad cuyos insumos fundamentales consisten en la captura de información gracias a las respuestas impagas de una proporción de la ciudadanía. Es una rama actualmente creciente del capitalismo cognitivo. Tanto su metodología de producción cuanto sus bases de datos son secretas siendo contratadas por los canales para revelar exclusivamente sus conclusiones, no sus fundamentos. Al punto de que uno de los oráculos con disminución auditiva, dijo apelar a su olfato: desarrolló por lo tanto una gran pituitaria política.
Cuando una institución de estadística (el INE en Uruguay pero cualquier otra en el mundo) publica sus bases y publicita su metodología, los medios no invitan a su director a comentar resultados económicos, sociológicos, etc., sino a especialistas diversos que incluso diferirán por razones teóricas, ideológicas o epistemológicas con la interpretación de los datos. Tampoco se le solicita a un extraccionista de sangre un diagnóstico del estado de salud del propietario de la muestra. Pero la TV todo lo puede. No compra la base de datos y la metodología de su construcción para uso y debate colectivo, sino a quien la oculte del dominio público y se presente como profeta. También los partidos son sus clientes.
Ante el secreto es imposible saber si los errores son muestrales, metodológicos (en la combinación de técnicas concidentales, domiciliarias, telefónicas automáticas o con operador), de la fuerza de trabajo y sus supervisiones o de cualquier otro tipo. Tampoco si se debió a una reducción de costos en el afán de ganancias tan común en cualquier empresa.
Por ello es importante la regulación futura de esta actividad. Pero más aún, la creación de un instituto de opinión pública de la universidad, con sus controles y evaluaciones específicas, que produzca datos con total transparencia de todo el proceso.
Para todos. Incluso para ocultistas.
Emilio Cafassi. Profesor titular e investigador de la Universidad de Buenos Aires, escritor, ex decano.
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