Traducido del inglés por Sinfo Fernández
El ataque aéreo que Israel llevó a cabo sobre el norte de Siria a primeros del pasado mes debería situarse y entenderse en el contexto de los hechos que están teniendo lugar desde la fecha en que lanzó el ataque contra su vecino, el Líbano, en el verano de 2006. Aunque no hemos conseguido aprehender más que rumores sobre lo sucedido en Siria, un grupo dedicado a previsiones estratégicas, Stratfor, concluyó su análisis con estas palabras: «Algo importante sucedió».
Hasta el momento, y por medio de algunas filtraciones, parece ser que más de media docena de aviones de guerra israelíes violaron el espacio aéreo sirio lanzando munición sobre un lugar cercano a la frontera con Turquía. También sabemos por los medios de comunicación estadounidenses que «eso» ocurrió en estrecha coordinación con la Casa Blanca. Pero, ¿cuál fue el objetivo y el significado del ataque?
Merece la pena recordar que, hace un año, a raíz de la guerra de un mes largo de duración de Israel contra Líbano, una importante neocon estadounidense, Mayrav Wurmser, esposa del consejero para Oriente Medio del Vicepresidente Cheney, explicó que la guerra se había dilatado durante ese tiempo porque la Casa Blanca demoró imponer el alto el fuego. Los neocon, dijo, querían dar a Israel el tiempo y el espacio necesarios para que extendiera el ataque a Damasco.
El razonamiento era simple: antes de aprobar un ataque contra Irán, había que destruir a Hizbollah en el Líbano y, al menos, intimidar a Siria. El plan consistía en aislar a Teherán creando otros dos frentes hostiles antes de lanzarse a la matanza.
Pero, al tener que enfrentar el fuego constante de los cohetes de Hizbollah del pasado verano, los nervios de los militares y del pueblo israelí se crisparon ante el primer obstáculo. En lugar de ejecutar sus planes, Israel y EEUU se vieron forzados a conformarse con una resolución del Consejo de Seguridad en sustitución de una decisiva victoria militar.
La reacción inmediata como consecuencia del fracasado ataque fue una aparente disminución de la influencia de los neocon. La filosofía del grupo de «destrucción creativa» en Oriente Medio -el fomento de las guerras civiles regionales y la partición de los grandes estados que amenazan a Israel- corría el riesgo de ser desechada.
En su lugar, los «pragmáticos» de la administración Bush, dirigidos por la Secretaria de Estado Condoleeza Rice y el nuevo Secretario de Defensa Robert Gates, pidieron un cambio en las tácticas. El punto muerto llegó a su apogeo a finales de 2006, cuando el petrolero James Baker y su Grupo de Estudio sobre Iraq empezaron a presionar hacia una retirada gradual de Iraq, es de suponer que sólo después de haber instalado un dictador en Bagdad que resultara más fiable. Parecía como si los días al sol de los neocon se hubieran finalmente esfumado.
Los dirigentes israelíes comprendieron la gravedad del momento. En enero de 2007, la conferencia de Herzliya, un festival anual sobre estrategia, invitó a no menos de 40 creadores de opinión de Washington a unirse al tropel habitual de políticos, generales, periodistas y académicos israelíes. Durante una semana, los delegados israelíes y estadounidenses hablaron como un solo hombre: Irán y su presunto apoderado, Hizbollah, habían sido doblegados tras la destrucción genocida de Israel. A toda costa había que detener el desarrollo de un programa nuclear por parte de Teherán -bien fuera para uso civil, como Irán defiende, o para uso militar, como proclaman EEUU e Israel-.
Mientras la Casa Blanca se mantuvo sorprendentemente quieta durante toda la primavera y todo el verano en relación a lo que había planeado hacer a continuación, cada vez se escuchaban más fuertes los rumores de que Israel estaba considerando atacar en solitario a Irán. Antiguos oficiales del Mossad advertían de una inevitable tercera guerra mundial; la inteligencia militar israelí avisaba que Irán estaba a sólo unos meses de un punto de no retorno en el desarrollo de una cabeza nuclear; filtraciones importantes en medios afectos revelaban envíos de bombas a Gibraltar; e Israel empezaba a presionar cada vez más a varias decenas de miles de judíos en Teherán para que huyeran de sus hogares y se fueran a Israel.
Mientras los analistas occidentales eran de la opinión de que era poco probable un ataque contra Irán, los vecinos de Israel observaban nerviosamente alrededor durante la primera mitad del año mientras se iba agudizando una vaga impresión de guerra regional. Especialmente en Siria, que tras haber sido testigo del torbellino de carnicería aérea desatada contra el Líbano el verano pasado, temió ser la siguiente en la lista de la campaña israelí-estadounidense para romper la red de alianzas regionales de Teherán. Dedujo, probablemente de forma correcta, que ni EEUU ni Israel se atreverían a atacar a Irán sin atizarle primero a Hizbollah y a Damasco.
Durante algún tiempo, Siria estuvo dependiendo, sin duda alguna, del humor de Washington. Había fracasado a la hora de intentar terminar con su estatuto de paria en el período posterior al 11-S, a pesar de haber ayudado a la CIA con inteligencia sobre Al Qaida y de haber tratado secretamente de hacer la paz con Israel sobre la herida abierta de los ocupados Altos del Golán. Fue desairada en todas las ocasiones.
Por eso, en primavera, cuando las nubes de guerra se oscurecían cada vez más, Siria respondió como estaba previsto. Se fue al mercado de armas de Moscú y acaparó todo el muestrario de misiles anti-aviones, así como armas anti-tanque del tipo que Hizbullah demostró que eran tan efectivas para repeler la planeada invasión por tierra de Israel del Sur del Líbano el pasado verano.
Como el célebre historiador militar israelí Martin van Creveld concedió de mala gana este año, la política estadounidense trataba de obligar a Damasco a permanecer en el incómodo abrazo con Irán: «El Presidente sirio Bashar Al-Assad depende más de su homólogo iraní, Mahmoud Ahmadineyad, de lo que a él le gustaría admitir».
Israel, que nunca ha perdido una oportunidad para distorsionar deliberadamente la conducta de un enemigo, calificó el aumento militar sirio de ansia de guerra de Damasco. Aparentemente temeroso de que Siria pudiera iniciar una guerra al malinterpretar las señales de Israel como prueba de sus intenciones agresivas, el Primer Ministro israelí Ehud Olmert urgió a Siria a evitar un «error de cálculo». El público israelí pasó el verano preparado para una repetición aún más peligrosa de la guerra del pasado verano a lo largo de la frontera norte.
Fue en ese momento -con las tensiones en ebullición- cuando Israel lanzó su ataque, enviando varios aviones de combate a Siria en una misión relámpago para golpear un lugar cerca de Dayr Al-Zawr. Como la misma Siria hizo pública la noticia, se mostró por televisión a los generales israelíes brindando en el Nuevo Año Judío pero negándose a hacer comentarios.
Los detalles sobre el terreno fueron muy escasos desde ese momento: Israel impuso una censura en las noticias que fue estrictamente aplicada por el censor militar del país. Lo que han hecho ha sido dejar que los medios occidentales especulen sobre lo ocurrido.
Un extremo que ninguno de los expertos y analistas señaló fue que, al atacar a Siria, Israel cometió un acto flagrante de agresión contra su vecino del norte del tipo que el Tribunal de Crímenes de Guerra de Nuremberg denunció en su día como «crimen internacional supremo».
Del mismo modo, nadie hizo alusión al obvio doble rasero aplicado al ataque israelí contra Siria comparado con la violación, de lejos mucho menos significativa, de la soberanía de Israel por Hizbollah un año antes, cuando la milicia chií capturó a dos soldados israelíes en un puesto fronterizo y mató a tres más.
A todos los niveles se aceptó que el acto de Hizbollah justificaba los bombardeos y destrucción de gran parte del Líbano, aunque hubo unas cuantas almas sensibles que se plantearon si la respuesta de Israel no era «desproporcionada». ¿Aprobarían ahora esos comentaristas una represalia similar por parte de Siria?
Seguramente, la cuestión fue considerada poco importante porque estaba claro, desde la cobertura mediática occidental, que nadie -incluidos los dirigentes israelíes- creía que Siria estuviera en situación de responder militarmente al ataque de Israel. El temor de Olmert de un «cálculo erróneo» de Siria se evaporó en el momento en que Israel hizo las matemáticas para Damasco.
Entonces, ¿qué es lo que Israel esperaba conseguir con su ataque aéreo?
Las historias que han surgido desde medios estadounidenses menos amordazados sugieren dos escenarios. El primero es que Israel atacó suministros iraníes que atravesaban Siria para llegar a Hizbollah; el segundo es que Israel atacó una planta nuclear siria donde se estaban descargando materiales de Corea del Norte, posiblemente como parte de un esfuerzo nuclear conjunto entre Damasco y Teherán.
(Las especulaciones de que Israel estaba comprobando las defensas anti-aéreas de Siria en preparación de un ataque contra Irán ignoran el hecho de que la fuerza aérea israelí elegiría casi con toda seguridad un pasillo de vuelo a través del mucho más amistoso espacio aéreo jordano).
¿Qué hay de creíble en esos dos escenarios?
Los alegatos nucleares contra Damasco fueron desechados tan rápidamente por los expertos en la región que Washington rebajó pronto la acusación a alegatos de que Siria estaba escondiendo material de Corea del Norte. Pero, ¿por qué Siria, bastante acosada ya por Israel y EEUU, proporcionaría en bandeja tal pretexto para recibir un trato aún más duro?
¿Por qué, igualmente, Corea del Norte socavaría su acuerdo sobre desarme con EEUU alcanzado con sangre, sudor y lágrimas? Y, ¿por qué, si Siria estaba secretamente comprometida en alguna trastada nuclear, alertaría al mundo del hecho revelando el ataque aéreo israelí?
La otra justificación del ataque se basaba al menos en una realidad más creíble: Damasco, Hizbollah e Irán comparten sin duda determinados recursos militares. Pero su alianza debería contemplarse como la clase de pacto defensivo necesario para actores vulnerables en una región dominada por sunníes, donde EEUU quiere un control ilimitado del petróleo del Golfo y apoya tan sólo a aquellos regímenes represivos que se amoldan a sus condiciones.
Los tres están profundamente preocupados de que la tarea de Israel sea amenazar y castigar a cualquier régimen que no siga las instrucciones.
Contrariamente a la impresión creada en Occidente, el odio genocida hacia Israel y los judíos, por mucho que a menudo los discursos de Ahmadinyad sean erróneamente traducidos, no es el motor de esa alianza tripartita.
Sin embargo, el significado político de las justificaciones del ataque aéreo israelí es que ambos vinculan claramente las diversas variantes de un argumento que los neocon e Israel necesitan presentar para atacar a Irán antes de que Bush deje el poder a principios de 2009.
Cada escenario sugiere un «eje del mal» chií coordinado por Irán que está tramando activamente la destrucción de Israel. Y cada historia ofrece pretextos para un ataque contra Siria como preludio de un ataque preventivo -lanzado o por Washington o por Tel Aviv- contra Teherán para salvar a Israel.
Es suficiente advertencia que esas historias parezcan haber sido sembradas en los medios estadounidenses por los maestros neocon en poner barrenos como John Bolton, como lo es admitir que la única evidencia de la conducta malintencionada siria es la «inteligencia» israelí, con lo cual no se puede cuestionar ya que Israel no admite oficialmente el ataque.
Sería imprescindible señalar que nos hallamos nuevamente en el salón de los espejos, como estuvimos durante el período que precedió a la invasión estadounidense de Iraq y como hemos estado durante su subsiguiente ocupación.
La «guerra contra el terror» de Bush se justificó originalmente con una serie de vínculos convenientemente confeccionados entre Iraq y Al Qaida, así como también, desde luego, con aquellas armas de destrucción masiva que, como se comprobó, habían sido destruidas hacía más de una década. Sin embargo, desde entonces, Teherán ha sido invariablemente el objetivo último de esas inverosímiles elaboraciones.
Se crearon documentos probando que Iraq había importado uranio enriquecido de Níger para fabricar cabezas nucleares y que estaba compartiendo sus conocimientos nucleares con Irán. Y como Iraq ya se derrumbó, ideólogos neocon como Michael Ledeen no perdieron el tiempo y extendieron rumores de que el desaparecido arsenal nuclear todavía podía ser justificado: agentes iraníes lo habían sencillamente robado y sacado de Iraq durante el caos de la invasión estadounidense.
Desde entonces nuestros medios han demostrado que se sienten arrebatados ante esos cuentos ridículos. Si la implicación de Irán fomentando el levantamiento de sus compañeros chiíes en Iraq contra la ocupación de EEUU entra al menos dentro de lo posible, no puede decirse lo mismo de las proclamas regulares de la Casa Blanca de que Teherán está detrás de las resistencias dirigidas por sunnís en Iraq y Afganistán. Hace unos pocos meses los medios presentaban «revelaciones» de que Irán estaba conspirando secretamente con Al Qaida y con las milicias sunníes en Iraq para expulsar a los ocupantes estadounidenses.
Entonces, ¿a qué propósito sirven las constantes insinuaciones contra Teherán?
Las últimas acusaciones deberían considerarse un buen ejemplo de cómo Israel y los neocon «crean su propia realidad», como observó acertadamente un asesor de Bush al hablar de la filosofía de poder neocon. Cuanto más amenace Israel a Hizbullah, Siria e Irán, más se verán forzados a formar una piña y a actuar de forma que puedan protegerse -armándose, por ejemplo- lo cual pasará a describirse a continuación como una amenaza «genocida» contra Israel y el orden mundial.
Van Creveld observó una vez que Teherán estaría «loco» si no desarrollara armas nucleares teniendo en cuenta la clara trayectoria de las maquinaciones israelíes y estadounidenses para derrocar su régimen. Igualmente, Siria no puede permitirse el lujo de echar por la borda su alianza con Irán o su relación con Hizbollah. En la realidad actual, esas conexiones representan la única posibilidad que tienen para impedir un ataque o forzar a negociar a EEUU e Israel.
Pero son también la evidencia que Israel y los neocon necesitan culpar a Siria e Irán en el tribunal de la opinión de Washington. El ataque contra Siria es parte de una estafa inteligente, diseñada para derrotar o ignorar a los escépticos en la administración Bush.
Condoleeza Rice, que apareció durante el fin de semana (1), quiere invitar a Siria a asistir a la conferencia regional de paz que ha sido convocada por el presidente Bush en noviembre. No hay duda de que a tal acto de distensión se oponen profundamente Israel y los neocon. Les estropea su estrategia de implicar a Damasco en el «arco de extremismo chií» y de allanar el camino a un ataque contra el objetivo real: Irán.
En su lugar debe crearse una nueva realidad, una en la cual las fuerzas de la «destrucción creativa», tan queridas de los neocon, devoren aún más la región. Para el resto de nosotros, nos basta con un vocabulario más sencillo: Lo que se está vendiendo es la catástrofe.
N. de la T.:
(1) El escritor se refiere a las fechas del 22-23 de septiembre.
Enlace con texto original en inglés:
http://weekly.ahram.org.eg/2007/864/re61.htm