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Pulso de fuerza

Fuentes: Panorama

La relación entre EE UU y Rusia-China es oscilante, a veces aliados que se necesitan, otras tantas ocasiones incómodos rivales en el tablero geopolítico global. Sin embargo, el gigante rojo y el gigante euroasiático conforman una «llave» única capaz de frenar a Washington en distintos asuntos globales. De bipolar a unipolar, y de allí a […]

La relación entre EE UU y Rusia-China es oscilante, a veces aliados que se necesitan, otras tantas ocasiones incómodos rivales en el tablero geopolítico global. Sin embargo, el gigante rojo y el gigante euroasiático conforman una «llave» única capaz de frenar a Washington en distintos asuntos globales.

De bipolar a unipolar, y de allí a la multipolaridad. Así es el mundo de hoy. Sin embargo, hay expertos que creen que lo de multipolar no encaja en la realidad y prefieren hablar de apolar, por un débil centro gravitacional del sistema internacional. Lo cierto es que Estados Unidos sigue siendo la gran potencia, aunque lejos de lo que llegó a ser, mientras China y Rusia conforman una especie de bloque que le pone ciertos límites a Washington e, incluso, le ronca en su propio continente.

La relación entre EE UU y Rusia-China puede decirse que es oscilante, a veces aliados que se necesitan, otras tantas ocasiones incómodos rivales en el tablero geopolítico global. Tras el fin de la Guerra Fría, muchas cosas cambiaron en el camino. Rusia, por ejemplo, y bajo el liderazgo de Vladimir Putin, consolidó el G7, que pasó a ser el actual G8, pero ahora excluido del grupo de países industrializados por la anexión de Crimea.

Este panorama de sube y baja, de tensiones que van y vienen, puede corroborarse precisamente con la incorporación de Crimea por parte de Rusia, que se produjo sin disparos, aunque ha colocado la relación entre Washington y Moscú en uno de sus puntos más bajos. Para Occidente, se trata de expansionismo puro. Algunos analistan han asomado la idea de una «preguerra fría» y hasta de un nuevo orden mundial.

Ahora bien, retomando la línea de esa capacidad de los rusos y chinos de limitar la capacidad de acción de Estados Unidos, Siria ha sido uno de esos casos emblemáticos. En la crisis interna del país árabe, Rusia ha sido el gran actor. La actitud de Moscú siempre fue la de «aquí no habrá solución sin nuestra participación». Así quedó ratificado con el cambio de rumbo que en una oportunidad tuvo que acometer EE UU, que no tuvo otra que seguir el camino marcado por el gigante euroasiático, en vez de insistir con la intervención militar.

Cuando las acciones ofensivas parecían inminentes, entonces surgió la propuesta de Moscú para que Siria entregue sus armas químicas, vista con buenos ojos tanto por Washington como por Damasco. La intervención militar se quedó en el camino, aunque los norteamericanos lo último que querían era estar involucrados en otra acción de este tipo. Irak y Afganistán erosionaron los recursos económicos requeridos para desplegar el músculo militar y la credibilidad internacional.

Desde el Consejo de Seguridad de la ONU (constituido por 15 miembros, cinco de estos permanentes: China, Rusia, Francia, Gran Bretaña y EE UU), tanto chinos como rusos en algunas oportunidades han hecho uso del derecho a veto para frenar Estados Unidos y Europa. Así por ejemplo, a mediados de marzo pasado, Rusia vetó el borrador de la resolución que declaraba que el referéndum que tuvo lugar en Crimea no podía tener validez y urgía a los estados y organizaciones internacionales a no reconocerlo. Aquí, China se abstuvo. La embajadora de Washington ante Naciones Unidas, Samantha Power, afirmó que Moscú usó su «veto como cómplice de una incursión militar ilegal. Rusia tiene el poder de vetar la resolución, pero no puede vetar la verdad».

En dos oportunidades, Moscú y Beijing vetaron proyectos de resolución contra Siria, posición que frenó una posible agresión armada contra el país sumergido en una guerra civil desde hace más de dos años. Al respecto, Fida Dakroub, de la Universidad de Western Ontario, llegó a escribir que «tal oposición tiene un gran significado: La determinación de Moscú y Beijing para frenar las ambiciones de Estados Unidos para establecer un nuevo ´califato´ en el Medio Oriente, dirigido por sus nuevos aliados en la zona, la Hermandad Musulmana y grupos wahabíes islamistas».

Rusia y China se opusieron siempre a una intervención militar de Occidente contra Irán, so pretexto de un supuesto programa nuclear con fines nucleares que estaría desarrollando el país islámico. Como uno de los actores más cercanos a Irán, Moscú igualmente ha jugado aquí un papel preponderante. Para Rusia, la solución ha pasado siempre por el diálogo. Por supuesto, tanto en Siria como en Irán, los rusos tienen distintos intereses, como los económicos, que defender. Así, por ejemplo, esta semana se conoció que Irán y Rusia avanzaron hacia un acuerdo de intercambio de bienes por petróleo, por un valor estimado de 20.000 millones de dólares. La Casa Blanca fijó posición al afirmar que un acuerdo de este tipo produciría graves preocupaciones sobre el tema nuclear entre Occidente e Irán.

Tanto Rusia como China llegaron a vetar igualmente iniciativas de Naciones Unidas que impondrían paquetes de más sanciones sobre Irán. Lo mismo sucedió después en el caso Siria. Cabe acotar que tanto el primero como el segundo están a favor de la no proliferación de armas de destrucción masiva.

«Rusia y China se ganan los espacios dentro del mercado sin necesidad de utilizar la fuerza. Eso no quita que, probablemente, ambos estén hoy más convencidos de la necesidad de definir y consolidar un bloque económico, político y militar», dijo el analista político e internacional Níkolas Stolpkin (Chile), consultado sobre el tema.

Esa «llave» Rusia-China tampoco es que funciona de manera automática, ni están tan acoplados como Washington con sus aliados naturales. «Para que haya un bloque económico, político y militar consolidado se necesita tener, como bloque, respuestas económicas, políticas y militares, de las cuales carecen, por el momento, Rusia-China. Todo lo contrario a lo que sucede con el bloque EE UU-Europa-Japón que tienen estas respuestas como bloque», señaló Stolpkin.

«Obviamente, no querríamos una confrontación militar entre el bloque de Occidente frente a Rusia y China. Pero alguien debe frenar a Occidente, en especial a Estados Unidos, y obligarlo a ceder su trono económico». Stolpkin cree que los movimientos de piezas que últimamente han tenido EE UU y sus aliados, en el plano militar, en el fondo lo que buscan es frenar el desarrollo del bloque capitalista liderado por China. «Y China es su gran motor».

El experto en Asia, Ken Courtiss, ha manifestado que «lo que está ocurriendo es que, en un abrir y cerrar de ojos, en tan solo una generación, el poder se ha mudado de Occidente a Oriente. Y con el tiempo veremos que no se trata solo de un movimiento del poder económico y financiero, sino que también migrará a Oriente el poder político, cultural e ideológico».

China, como ha dicho Nicholas Redman, del Instituto Internacional de Estudios Estratégicos, sabe, además, cómo jugar a dos puntas. El caso Crimea así lo dibuja. Beijing tiene como norte de su política exterior no meterse en asuntos internos. No obstante, hace aproximadamente mes y medio, el canciller chino, Wang Yi, dijo que «la relación China-Rusia está en el mejor momento de la historia». A mediados del año pasado, el gigante rojo y el gigante euroasiático realizaron los ejercicios militares más grandes en la historia del milenario dragón. China, por lo demás, es el país que más petróleo le compra a Rusia, el segundo mayor exportador de crudo del mundo.

El presidente chino, Xi Jinping, en una visita a Moscú, llegó a decir que su país y Rusia, «los mayores vecinos el uno del otro, comparten muchos puntos en común en sus modelos de desarrollo nacional». Y que «las relaciones bilaterales han entrado en una nueva etapa en la que cada uno proporciona al otro importantes oportunidades de desarrollo y trata al otro como un socio importante».

Mientras tanto, cada vez China y Rusia ganan más terreno en América Latina, quizás directamente proporcional a la pérdida de influencia de los norteamericanos en la región. Los lazos políticos son cada vez más fuertes y la relación comercial, en especial con China, crece exponencialmente. Los chinos necesitan materia prima y en Latinoamérica pueden encontrarla, y mucho. Aquí compran y explotan tierras. En África su presencia también es notable.

«En definitiva, el avance económico tanto de China como de Rusia implicará de cualquier forma la desesperada entrada a escena del bloque Occidental liderado por Estados Unidos para querer detener ese avance, por lo que ambos deben estar obligados a definir y fortalecer el bloque que representa tanto en lo económico, como en lo político y militar», señaló Stolpkin.

«A China no le conviene tener una Rusia débil, y como motor deberá liderar la defensa del bloque por emerger. El punto es ¿cuándo China entrará en escena? ¿Cuándo China golpeará la mesa?

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