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Francia: peligro fascista

¿Qué hay detrás del Frente Nacional?

Fuentes: Contretemps

[Las elecciones regionales han confirmado el avance del Frente Nacional desde las presidenciales de 2012: a pesar de su derrota en la segunda vuelta, el FN casi ha triplicado el número de votos obtenido en la primera vuelta en relación a las elecciones regionales de 2010 pero, además, ha conseguido aumentar el número de electores […]

[Las elecciones regionales han confirmado el avance del Frente Nacional desde las presidenciales de 2012: a pesar de su derrota en la segunda vuelta, el FN casi ha triplicado el número de votos obtenido en la primera vuelta en relación a las elecciones regionales de 2010 pero, además, ha conseguido aumentar el número de electores entre las dos vueltas alcanzando unos resultados que no tienen nada que ver con los obtenidos por Jean-Marie Le Pen en la segunda vuelta presidencial de 2002. 

Sería un error alegrarse por una pretendida «reacción democrática», especialmente porque tanto la UMP/LR como el PS, pretendiendo replicar al éxito del FN, no han dejado de tomar prestadas sus «ideas» estos últimos meses, preparando de esta forma el terreno para una nueva aceleración de la dinámica fascista. Entre quienes se mantienen fieles a los ideales de igualdad y de justicia social, la actitud frente a esta (resistible) ascensión del FN parece oscilar entre, por un lado, la dificultad, si no el rechazo, de evaluar el peligro al que nos enfrentamos y, por otro, un pesimismo desengañado para el que el acontecimiento -la futura victoria del FN- ya se habría producido

Ugo Palheta se propone contribuir a salir de esta somnolencia intelectual y política interrogándose sobre el tipo de peligro que representa el FN].


Dos tesis estructuran los debates en la izquierda radical a propósito del fascismo y la extrema derecha contemporánea cada una de las cuales tiene un punto débil. En un caso, se insiste (justamente) en la continuidad entre el ascenso de la extrema derecha y el «sistema» (definido en términos económicos y/o políticos) como hace Jacques Rancière al considerar al FN «un claro producto de la V República», y otros lo ven como un producto casi fatal del neoliberalismo o simplemente del capitalismo -a riesgo de perder de vista la relativa autonomía de la dinámica fascista. En el otro caso, a la inversa, se destaca esta especificidad y el peligro mortal que verdaderamente constituye la extrema derecha para las personas oprimidas y para cualquier clase de contestación social, intentando silenciar el estrecho vínculo entre este peligro y las tendencias autoritarias y racistas inherentes al sistema capitalista, sobre todo en un periodo de crisis, lo que generalmente lleva a hacer un frente con el PS, incluso con la derecha, como forma de conjurar esta amenaza.

Aunque la historia no se repite nunca de forma idéntica, para progresar en el análisis no tenemos otra posibilidad que pensar políticamente a partir de los estudios históricos y sociológicos de que disponemos sobre la extrema derecha. De entrada es obligado reconocer que en cualquier lugar donde se ha iniciado la dinámica fascista y ha ganado, el abatimiento y no la rebeldía ha impregnado la población, y en todos los lugares son los grupos oprimidos y los movimientos contestatarios quienes han sufrido las principales consecuencias, incluso las más dramáticas (cárcel, deportaciones, asesinatos, genocidio). El FN, al concentrar los elementos más reaccionarios de la sociedad francesa y exacerbando a una parte creciente de la población, es muy improbable que si llegara al poder se contentara con ratificar el racismo ya presente estructuralmente en la sociedad francesa. Por el contrario existen muchas posibilidades de que el FN, para satisfacer a su base militante y a su electorado o para hacer frente a las dificultades políticas que encontrará inevitablemente, se embarcara en una radicalización política dirigida contra las personas musulmanas, las gitanas y las migrantes, favoreciendo la multiplicación de intenciones y actos fascistas, en suma un salto cualitativo hacia el horror.

Si tenemos razón en recordar cuánto racismo hay ya actualmente en Francia y cuántas veces la UMP y el PS se han turnado para imponer -generalmente con el apoyo del otro- políticas islamófobas y antimigrantes, esto no autoriza a pensar que la conquista del poder por el FN no supondría (o apenas) empeorar las cosas; y aún menos a formular la audaz hipótesis de que su éxito podría generar una saludable toma de conciencia y una reacción política. En sentido contrario, recordar el peligro mortal que constituye la extrema derecha no equivale a culpabilizar a los abstencionistas o a considerar una solución apoyar el PS y la UMP/LR, tanto porque estos partidos han nutrido el voto FN durante treinta años, como por la multiplicación de declaraciones racistas y hostiles sobre las personas migrantes o por la convergencia de las políticas llevadas a cabo (en materia económica y social, pero también en seguridad o inmigración). Éstas no han tenido solo el efecto de aumentar las desigualdades, de expandir la precariedad y de destruir la solidaridad colectiva, sino también de producir la falsa evidencia de una ausencia de alternativa, en suma de laminar cualquier forma de esperanza política. ¿Y qué es el fascismo si no el partido que cristaliza políticamente la desesperación, aunque solo puede generar un incremento de la desesperación y del caos?

Frente al peligro específico que constituye la dinámica fascista vigente en Francia (del que los éxitos electorales del FN podrían no ser más que la punta del iceberg), la respuesta abstracta que se impone puede enunciarse así: aunque lo peor es posible, nunca es seguro. Esta formulación permite evitar las dos posturas mencionadas en la introducción de este artículo -minimización del peligro y fatalismo-; dos callejones sin salida que conducen a la inacción frente a la extrema derecha, pero también frente a todo aquello que hace la cama a la dinámica fascista, especialmente las políticas practicadas sucesivamente por el PS y la UMP/LR. Esta formulación destaca la importancia de tomar en serio el peligro que implica el ascenso electoral del FN, y simultáneamente crear las condiciones que posibiliten una respuesta, que no pasa por ninguna alianza con el PS y aún menos, hay que precisar, por un «frente republicano» (con la derecha): ¿se puede imaginar una oposición eficaz al FN apoyando a Estrosi, incluso disfrazado de «resistente» y en defensor de la «democracia»; o a Valls pretendiendo «proteger a los musulmanes»?

Plantear estas preguntas remite necesariamente a las responsabilidades, no solamente de la izquierda radical, sino de todos los que rechazan las «ideas» de la extrema derecha -racistas, nacionalistas, imperialistas, sexistas, homófobas- , sean o no miembros de organizaciones, y que quieren seguir luchando por una sociedad liberada de la explotación y de todas las opresiones. Todos los problemas estratégicos del periodo están, a nuestro parecer, condensados en esta cuestión del FN y de la dinámica fascista; razón de más para hacerle frente con las ideas y también con la práctica política.

¿El FN, un «nacional-populismo»?

El primer obstáculo para analizar la dinámica fascista radica en la propia caracterización del FN, especialmente en la idea de que el FN habría pasado de una matriz neofascista a un proyecto «populista», dicho de otra forma, se habría convertido en un partido un poco más a la derecha que la derecha conservadora. Por otra parte, ¿cómo no estar al tanto de que el FN pretende haber cambiado: Marine Le Pen, desde que accedió a la presidencia del partido en 2011, no ha dejado de repetir que el nuevo FN ya no era el de su padre. Falta añadir que esta operación de «desdemonización» no se podría haber llevado a cabo sin que la mayoría de los «grandes» medias, y una parte de los responsables políticos (en particular, Nicolas Sarkozy), e incluso algunos profesores universitarios, hayan participado en semejante artimaña y hayan contribuido a legitimar este discurso de la dirigente de la extrema derecha.

Lo más grave es sin duda que en las filas de la izquierda radical algunos hayan repetido esta cantilena, diciendo o dando a entender que el FN no constituye ya la amenaza específica que se reconocía ampliamente hace algunos años y que justificaba realizar moviliaciones contra la extrema derecha por parte de la izquierda y del movimiento sindical. La entrega del testigo de Jean-Marie Le Pen a su hija -más tarde, la bronca entre ellos- a menudo se ha percibido y presentado como el símbolo o la prueba de un cambio fundamental del FN, desde una matriz neofascista post 45 hacia un partido «nacional-populista»/1. Este giro está simbolizado por la llegada al FN -o al seno de ese satélite del FN que es la Agrupación azul marino- de figuras públicas anteriormente asociadas a la izquierda como Florian Philippot, proveniente de la corriente chevenementista (partidario de Jean-Pierre Chevènement, ministro en diferentes gobiernos socialistas. NdT), Robert Ménard (antiguio dirigente de Periodistas sin fronteras) o el abogado Gilbert Collard /2.

Sin embargo, esta categoría de «nacional-populismo» tiene el gran defecto, ya destacado por la socióloga Annie Collovald /3, de ratificar la presentación que el FN hace de sí mismo en su discurso público o en su programa, de concederle lo que pretende. Por otra parte, paradójicamente, el FN ha podido aprovechar esa caracterización que lo asocia a las clases populares incluso cuando su implantación en esas clases era muy débil y que su cuerpo militante, sobre todo sus direcciones, estaban totalmente dominadas por miembros de las clases dominantes, sobre todo, pequeños o medianos empresarios y profesiones liberales (gran presencia de abogados).

Como ha insistido el historiador Robert Paxton en su fundamental libro Le fascisme en action /4, en el que analiza las diferentes etapas de las dinámicas fascistas (creación del movimiento, consolidación, conquista del poder, etc.), la comprensión de la dinámica fascista no puede basarse únicamente en el análisis de los programas, de la doctrina y de la propaganda de los movimientos de la extrema derecha, porque estos últimos conceden a las ideas y al programa un valor estrictamente instrumental y no se inmutan ni por prometer a todos los colectivos cosas totalmente contradictorias, ni por cambiar repentinamente y radicalmente de programa si esto les permite aumentar su audiencia. Así sucede en el fascismo histórico -y que se vuelve a encontrar en el FN- con la posición respecto a la modernidad, la industria o el capitalismo, que puede oscilar entre el rechazo en nombre de valores tradicionales arraigados, y la apología en nombre de un proyecto demiúrgico de transformación.

Los investigadores que emplean la categoría de «nacional-populismo» saben que ésta se corresponde con las pretensiones del propio FN, pero no parecen muy afectados. Los excelentes trabajos sobre la historia de los «número 2 del FN» y, en particular, los de François Duprat /5, Nicolas Lebourg y Joseph Beauregard, recuerdan cómo la organización de este último -Ordre Nouveau, sucesor de Occident- concibió explícitamente, a comienzos de los años 70 del siglo XX, el Frente Nacional para la Unidad Francesa (que todavía hoy es el nombre oficial del FN) como un marco amplio en el que los neofascistas (que ellos llamaban «nacionalistas»), podrían atraer, manipular y dirigir a los «nacionales» (es decir, en su mentalidad, los nacionalistas más moderados provenientes de la derecha tradicional). Así mismo, los autores recuerdan que Roger Holeindre, un antiguo amigo de Jean-Marie Le Pen, proponía ya en 1969 «unificar la extrema derecha en un partidonacional popular» /6.

¿Cambio de naturaleza del FN?

Desde sus orígenes, el FN fue concebido -por individuos comprometidos desde hacía mucho tiempo en las diferentes corrientes de la extrema derecha francesa, especialmente salidos de la contrarrevolución vichysta, de los nostálgicos del fascismo o de las filas de los partidarios de la Argelia francesa- como una operación de «desdemonización» de la extrema derecha que pasaba sobre todo por la adopción de un nuevo mensaje y por un uso más reflexivo del espacio electoral, pero también como un medio de unificar (por fin) sus diferentes tradiciones y organizaciones, dicho de otra forma, de superar su «demonización» y su fragmentación ¿Cómo justificar la idea de una profunda transformación del partido de extrema derecha desde que lo conquistó Marine Le Pen en 2011?

Si recordamos el «giro social», es decir, la copia de elementos del programa de la izquierda invocando las condiciones de vida de la gente trabajadora o la salvaguarda de los servicios públicos, se trataría, en primer lugar, de recordar que la política de Marine Le Pen en esta materia no hace más que profundizar un cambio impulsado en la década de 1990 en respuesta a la desaparición del Bloque del Este. El FN rompió entonces con su línea neoliberal del periodo anterior, durante la cual a Jean-Marie Le Pen le gustaba presentarse como el «Reagan francés», teorizando que el declive del PCF y la «muerte» del marxismo le abriría una avenida en las clases populares. Confundiendo así las fronteras entre derecha e izquierda, acentuando bastante la línea «ni derecha ni izquierda», el FN volvió a encontrar la inspiración original del fascismo histórico /7 que, especialmente en Italia, se construyó inicialmente sobre un programa que se parecía al de la izquierda en las cuestiones sociales (incluyendo las radicales reivindicaciones contra la propiedad privada), programa que fue dejado de lado inmediatamente después de conquistar el poder por medio de una alianza con una parte de las élites tradicionales.

¿El FN ha cambiado porque rompió con el antisemitismo tradicional de la extrema derecha? Se podría empezar por matizar este hecho y recordar, con Nonna Mayer, que el antisemitismo de los simpatizantes del FN -tal como lo miden las encuestas de opinión- está a un nivel muy superior al de otras franjas del electorado y que un partido cuyo electorado sigue teñido de antisemitismo, podría volver a introducir este veneno cuando las circunstancias lo hicieran necesario. Pero es verdad que ha habido una voluntad consciente por parte de la dirección del FN de acabar con la negación o minimización del holocausto, Louis Aliot -vicepresidente del FN y pareja de Marine Le Pen- declaró en diciembre de 2013:

«Distribuyendo panfletos en las calles, el único techo de cristal que veía no era la emigración ni el islam… Otras gentes son peores que estos personajes [sic]. Es el antisemitismo lo que impide a la gente votarnos. Solo es eso. En el momento que hacéis saltar esta barrera ideológica, liberáis el resto (…). Marine Le Pen está de acuerdo con esto desde que la conozco. Ella no entendía por qué y cómo su padre y los demás no veían que era una barrera.[…]. Es la que hay que hacer saltar.

Al menos superficialmente y por razones de respetabilidad, el antisemitismo fue abandonado por la dirección del FN; la estigmatización de los judíos constituía más una carga que una palanca para atraer nuevos segmentos del electorado hacia el FN. Pero fue substituido por un racismo que tiene como objetivo específico a las personas musulmanas, mucho menos susceptible de ser condenado políticamente (dado que algunos dirigentes de la UMP/LR y del PS, y también muchos intelectuales mediáticos, recurren a la islamofobia) y en continuidad con las formas estructurales que ha tomado el racismo en Francia, que afectan principalmente a descendientes de las personas colonizadas.

FN, racismo e islamofobia

De esta forma, el racismo sigue siendo central en la construcción y reforzamiento del FN, al ser el cimiento ideológico de su electorado y de su base militante: según Nonna Mayer, en el estudio citado anteriormente, el 82% de los simpatizantes del FN se dicen «racistas» («más bien racistas» o «un poco racistas») cuando se les pide que evalúen su grado de racismo. Pero el racismo del electorado de extrema derecha se manifiesta fundamentalmente en forma de una violenta hostilidad hacia las personas musulmanas (reales o presuntas): «un rasgo característico de quienes simpatizan con el FN es una polarización antiislam exacerbada, mucho más marcada que su antisemitismo«. Evidentemente, la islamofobia no se limita a la extrema derecha, pero ésta representa su expresión política más violenta, la más dispuesta incluso, en circunstancias precisas, a realizar el siniestro sueño de Zemmour de una deportación de millones de musulmanes y musulmanas. Nonna Mayer precisa que, a pesar de la progresión constatada de la islamofobia entre 2009 y 2014, el electorado del FN continúa diferenciándose del de otros partidos.

«El rechazo de los simpatizantes del FN a ver a los musulmanes igual que al resto de los ciudadanos sobrepasa en 48 puntos al que se observa entre quienes simpatizan por otros partidos (frente a 23 puntos en el caso de los franceses judíos), su juicio negativo de la religión musulmana es 42 puntos superior (frente a 20 en el caso de la religión judía), su sentimiento de que los musulmanes forman ‘un grupo aparte’ es 35 puntos superior (frente a 14 si se trata de personas judías) y su rechazo a la sanción judicial para los comentarios insultantes es 28 puntos mayor».

Por lo tanto, el centro del conflicto de Jean-Marie Le Pen y su hija no es tanto un cambio de la naturaleza del FN sino un problema de estrategia política. La única razón que puede crear la ilusión de semejante cambio es la difusión de la islamofobia en el ámbito político mediático, así como el discurso que convierte la emigración -y no el racismo- en un problema, legitimando por adelantado las salidas más abiertamente racistas del FN cuando apunta a las personas musulmanas y migrantes. Por otra parte este conflicto, presentado falsamente como una controversia entre una línea «dura» y una línea «moderada», no se manifestó cuando Jean-Marie Le Pen, recordando el pretendido «riesgo de subversión» de Francia por la emigración y «la sustitución de población en curso» había afirmado en mayo de 2014 que «Monseñor Ébola puede arreglar esto en 3 meses». Esta declaración no suscitó ninguna condena por parte de la dirección del FN y de su presidenta.

La propia Marine Le Pen no dudó en 2010 en comparar la ocupación nazi con los rezos en la calle, cuyo amplitud /8 ella se había tomado el cuidado de exagerar y que están vinculados al escaso número de mezquitas en Francia. Durante su mitin en la sala Zenith de París en abril de 2012 respondía a los miles de personas que gritaban «Estamos en nuestra casa»: «¡Y porque estáis en vuestra casa, tenéis el derecho de no querer a estos franco-argelinos como Mohammed Merah, a esos franco-angoleños como el asesino de Bouguenais, a esos franco-malienses como el fanático de París! ¡Queremos franceses amantes de su bandera, orgullosos de su país!» Más recientemente, Marine Le Pen afirmó en septiembre de 2015 a propósito de la afluencia de personas refugiadas asociada a la doble contrarrevolución en Siria (dirigida por Assad, sostenido por Rusia e Irán y el Éstado Islámico):»la invasión migratoria que sufrimos no tendrá nada que envidiar a la del siglo IV y quizás tendrá peores consecuencias«. En fin, la presidenta el FN se presentó a las últimas elecciones regionales en Nord-Pas-de-Calais-Picardie con un programa que pretende, entre otras cosas «denunciar y erradicar toda inmigración bacteriana».

Si algo permanece constante en la retórica del FN, aunque ocupa menos espacio en el discurso porque está claramente asociada al FN y legitimada por los discursos y los actos de los sucesivos gobiernos, es la presentación de la inmigración como causa de todos los males (paro, inseguridad, déficit de la seguridad social, etc.).Uno de los problemas reales encontrado por el FN desde sus orígenes, fue colar en la opinión pública bajo una forma aceptable las obsesiones racistas y xenófobas de la extrema derecha que se reconstituyó después de la victoria de 1944-45 contra el fascismo. Las investigaciones históricas y sociológicas muestran a su vez el trabajo que siempre se ha hecho en el seno del FN para formar militantes capaces de atenuar en sus discursos la violencia racista inherente a la extrema derecha.

La historiadora Valérie Igounet, que pudo acceder a los textos de formación interna, cita una nota interna sin datar del IFN /9 titulada La imagen del Frente Nacional. Se puede leer lo siguiente: «Para seducir, de entrada, hay que evitar dar miedo y crear un sentimiento de repulsión. Sin embargo, en nuestra sociedad blanda y temerosa, las declaraciones excesivas inquietan y provocan la desconfianza o el rechazo de una amplia parte de la población. Por tanto, es esencial cuando nos expresamos en público, evitar las declaraciones exageradas y vulgares. Se puede decir lo mismo con igual fuerza en un lenguaje comedido y aceptado por el público en general. De forma ciertamente caricaturesca en lugar de decir «los árabes al mar» digamos que hay que organizar la vuelta a su casa de los emigrantes del tercer mundo».

A todo esto, se podría añadir que un análisis lingüístico de los discursos de Jean-Marie Le Pen y de su hija /10, así como un análisis de las redes movilizadas por la dirección actual del FN /11, y las investigaciones realizadas por los periodistas infiltrados en el seno del FN /12, son suficientes para demostrar la continuidad entre el FN antes y después de la conquista del partido por Marine Le Pen

FN y fascismo histórico

De igual manera se debe insistir sobre el hecho de que la estrategia basada en una mezcla de provocación y respetabilidad está presente en el FN desde su fundación, pero también estuvo en el corazón de la ascensión del partido nazi desde, al menos, el patético intento fallido de golpe en 1923 y el paso por la cárcel de Hitler, que le convenció de conquistar el poder por la vía legal:

«El fallido golpe de la cervecería fue aplastado tan ignominiosamente por los jefes conservadores de Baviera que Hitler se juró no intentar jamás tomar el poder por la fuerza. Eso significaba que los nazis iban a tener que respetar […] la legalidad constitucional, aunque nunca iban a abandonar la violencia selectiva que era un elemento central de su poder de atracción, ni las alusiones a objetivos más amplios que pensaban proseguir una vez en el poder.[…] Ni Hitler ni Musolini llegaron al poder mediante un golpe de estado. Ninguno de los dos se amparó en el mandato de la fuerza, aunque el uno y el otro la usaron antes de estar en el poder con el fin de desestabilizar el régimen existente, después, y una vez en el poder, para transformar su poder en dictadura.» /13.

Es habitual entre ciertos especialistas de la extrema derecha contemporánea como Jean-Ives Camus o Nicolas Lebourg (cuyos trabajos por lo demás son muy útiles), burlarse de la pretendida ingenuidad de quienes asimilan o simplemente comparan el FN con el nazismo o el fascismo, haciendo derivar esta asimilación o comparación de una forma de «pereza intelectual». Sin embargo, es el rechazo a comparar las dinámicas políticas y sociales practicadas en las sociedades europeas durante el periodo entre guerras y las de hoy lo que inclina a la pereza, en particular, porque sugiere que la extrema derecha contemporánea no tiene nada que ver con el fascismo histórico debido a la ruptura reivindicada con las formas más visibles y violentas de aparición e implantación del fascismo, por otra parte muy diferentes según las sociedades y circunstancias en las que se imponen los movimientos y las dictaduras de extrema derecha (de la Alemania nazi al Portugal de Salazar, de la Italia musoliniana al régimen de Vichy, etc.). Como insiste el propio Duprat, cuya iniciativa personal fue decisiva en la creación del FN:

«El fascismo no reside en absoluto en esos aspectos externos (dictadura, principio del jefe, partido único, uniformes, saludos, formaciones paramilitares, formación de la juventud)».

Otros, como Laurent Bouvet, muy preocupados por no estigmatizar el FN y a sus electores a los que, al contrario, habría que reconocer la «inseguridad cultural» para remediarla mediante un patriotismo de «izquierda», van hasta pretender que es justamente esta «demonización» de la extrema derecha la que le ha permitido arraigar y desarrollarse en Francia. Si bien no se puede excluir que una parte del éxito del FN se apoya en el hecho de que suscita un rechazo unánime en el ámbito político (manifestado por «el frente republicano», es decir, una alianza entre derecha e izquierda), hay que ser muy corto de vista para no darse cuenta de que el éxito procede fundamentalmente, como lo hemos dicho más arriba, no solo de la destrucción de la solidaridad colectiva y las derrotas del movimiento obrero, sino de la convergencia de las políticas desarrolladas por el PS y la derecha desde el «giro a la austeridad» de 1983 [cambio radical de política económica de François Mitterrand tras el fracaso del programa común de la izquierda. NdT] y de la legitimación de las obsesiones islamófobas del FN por los responsables políticos de primera linera y los intelectuales mediáticos.

Un proyecto neofascista

Frente a los medio-expertos que rechazan cualquier comparación entre el ascenso actual del FN y el fascismo histórico, la categorización como «posfascismo» del FN propuesto por el historiador Enzo Traverso /14, al menos tiene el mérito de no eliminar este nexo y de autorizar la continuidad de una reflexión estratégica. Sin embargo, tiene el defecto de ser puramente cronológica (el «posfascismo» es la extrema derecha después del fascismo) aunque Traverso haya intentado darle un contenido político invocando, sobre todo, la importancia adquirida por la islamofobia como algo esencial de la extrema derecha en Europa -punto con el que solo se puede estar de acuerdo. Preferir hablar de neofascismo a propósito del FN no es remitirse a una categoría moral que apunta sencillamente a deslegitimar el FN, es adoptar una categoría política que insiste en la continuidad del proyecto fascista a pesar del cambio, relativo, de las formas y los medios (el escaso recurso a la violencia callejera especialmente).

Con lo explicado anteriormente no hay ninguna razón para pensar que el FN ha roto con el proyecto histórico de la extrema derecha francesa: una regeneración de la nación y de su unidad, basada en la voluntad de neutralización, o de eliminación violenta, de todos los elementos considerados foráneos o fuente de divisiones (migrantes, descendientes de personas provenientes de las colonias, musulmanes, homosexuales, militantes internacionalistas, sindicalistas, etc.).

¿Significa que todas las personas militantes, simpatizantes o electoras del FN son fascistas? Evidentemente no, pero el fascismo debe ser tomado esencialmente como dinámica política, incluyendo su capacidad de tomar el poder por la vía legal sin obtener, no obstante, el apoyo de la mayoría de la población. En Italia, como en Alemania, los fascistas llegaron al poder mediante alianzas con la derecha conservadora, una vez conquistada una parte importante del electorado: como máximo un 37% en el caso de la Alemania anterior a enero de 1933, y no todo el mundo se adhirió al conjunto de las políticas que iban a ponerse en práctica en los años siguientes, aunque compartieran un antisemitismo visceral. Caracterizar el FN como neofascista, de ninguna manera implica que el conjunto de sus militantes y aún menos de su electorado, sean favorables a una dictadura de extrema derecha, y que simpaticen con el fascismo histórico (lo que sería asombroso dada la legítima inquina que rodea a este).

Dicho esto, evidentemente no está prohibido pensar que el FN pueda evolucionar en los años venideros hacia un partido de la derecha ultraconservadora. El peso creciente que podrían adquirir en su seno las personas elegidas, podría implicar un proceso de «notabilización» llevando una parte del FN a subordinar el objetivo de la conquista del poder nacional al mantenimiento de sus puestos en las instituciones a cualquier precio. Sin embargo, el FN rechaza por ahora cualquier alianza con la derecha y sigue una guerra de posiciones para alcanzar el poder nacional en solitario, tras alcanzar previamente una hegemonía política. Para eso, el FN mantiene su base sociológica mediante regulares provocaciones verbales, dirigidas principalmente contra las personas musulmanas y migrantes, que le permiten mantener y fortalecer el núcleo central de su electorado, haciendo incursiones en terrenos -laicidad, servicios públicos, etc- que no eran los suyos anteriormente, para ganar audiencia en otras capas de la sociedad pero llevándolas a su propio terreno, el del racismo y el nacionalismo. Desde ese punto de vista, las posiciones adquiridas a nivel local, regional o europeo parecen ser consideradas como algo instrumental, como un medio para ganar la confianza del electorado que cree que el FN no es un partido como los otros.

Hay que estar muy ciego para no discernir la especificidad del peligro que expresa el ascenso del FN, así como no darse cuenta de qué forma su ascenso al poder daría licencia a los elementos más abiertamente reaccionarios y racistas de la sociedad francesa, los más violentamente hostiles al movimiento sindical y a los partidos de izquierda, exacerbaría aún más sus discursos y armaría sus brazos contra los sectores oprimidos. Ya sucede esto en Calais, donde las personas migrantes son regularmente secuestradas y golpeadas por grupos de extrema derecha, lo que evidencia que se sienten más libres para actuar a su aire cuando la población se calienta por los éxitos electorales del FN en la región y cuando la solidaridad con las personas migrantes apenas está organizada.

Añadamos a esto el aumento de pequeños grupos violentos -especialmente el Bloc Identitaire (BI)- suficientemente cercanos al FN para que este integre a algunos de sus miembros en sus listas (Philippe Vardon, antiguo dirigente del BI, presente en las listas frentistas en la región de PACA, Provenza-Alpes-Costa Azul), pero también la gran audiencia de la que tiene el FN en los aparatos del estado, sobre todo, entre los guardias motorizados y los guardias republicanos, y tendremos una imagen adecuada del peligro al que nos enfrentamos.

Notas

1/ Ver: N. Lebourg, J. Gombin, S. François, A. Dézé, J.-Y. Camus y G. Brustier, «FN, un national-populisme», Le Monde, 7 de octubre de 2013, p.15.

2/ Como respuesta a quienes ven en la llegada al FN de estos personajes la prueba inapelable de la profunda transformación del FN, es útil volver a leer el excelente libro de Philippe Burrin: La Dérive fasciste. Doriot, Déat, Bergery: 1933-1945, Paris, Seuil, 2003 [1986].

3/ A. Collovald, Le » populisme» du FN, un dangereux contresens, Bellecombe-en-Bauge, Le Croquant, 2004.

4/ R. Paxton, Le Fascisme en action, Paris, Seuil, 2004, p. 32-41.

5/ N. Lebourg et J. Beauregard, Dans l’ombre des Le Pen. Une histoire des numéros 2 du FN, Paris, Nouveau monde, 2012; N. Lebourg et J. Beauregard, François Duprat. L’homme qui inventa le Front national, Paris, Denoël, 2012.

6/ N. Lebourg et J. Beauregard, Dans l’ombre des Le Pen. Une histoire des numéros 2 du FN, op. cit., p. 78.

7/ Sobre este punto, ver especialmente Z. Sternhell, Ni droite ni gauche. L’idéologie fasciste en France, Paris, Gallimard, 2013.

8/ Ver sobre este punto: J. Baubérot, La Laïcité falsifiée, Paris, La Découverte, 2012.

9/ Institut de Formation Nationale, marco de formación interna de los cuadros del FN. Sobre la formación en el FN, leer: V. Igounet, «La formation au Front national (1972-2015)», en S. Crépon, A. Dézé et N. Mayer, Les faux-semblants du Front national. Sociologie d’un parti politique, Paris, Presses de Sciences Po, p. 269-296.

10/ Ver: C. Alduy et S. Wahnich, Marine Le Pen prise aux mots. Décryptage du nouveau discours frontiste, Paris, Seuil, 2015.

11/ Ver: C. Monnot et A. Mestre, Le système Le Pen. Enquête sur les réseaux du Front national, Paris, Denoël, 2011. Ver también: J-P. Gautier, De Le Pen à Le Pen. Continuités et ruptures, Paris, Syllepse, 2015.

12/ Es también útil comparar las obras de Anne Tristan et de Claire Checcaglini: A. Tristan, Au Front, Paris, Gallimard, 1987; C. Checcaglini, Bienvenue au Front. Journal d’une infiltrée, Paris, Editions Jacob-Duvernet, 2012.

13/ R. Paxton, Le Fascisme en action, op.cit., p. 157-169.

14/ Ver: E. Traverso, «Spectres du fascisme», La Revue du Crieur, 2015, n°1.

Fuente original: http://www.contretemps.eu/interventions/danger-fasciste-en-france-1%C3%A8re-partie-quoi-fn-est-il-nom

Traducción: VIENTO SUR