Efectivamente, si se reflexiona sobre la conducta de reconocidos representantes de la izquierda latinoamericana, como Lula y Correa, uno no puede menos que preguntarse ¿Qué sucede con ellos? La pregunta cobra mucho sentido cuando se comprende que ellos llevan a cabo -o promueven- exactamente el mismo tipo de comportamientos que la derecha ha llevado contra ellos. Como no recordar las últimas elecciones en Brasil en las que Bolsonaro, al verse perdido ya antes de los comicios, anunciaba un supuesto fraude en su contra. Una vez consumada su derrota, impulsó un intento de golpe en el que sus seguidores llegaron incluso a tomar el palacio de Planalto. Ese ha sido un guion que ha seguido la derecha en varios lugares, con exactamente el mismo patrón. El ejemplo más representativo de esa estrategia fue el golpe de la derecha en Bolivia, que encumbró a la autoproclamada Jeannine Añez al poder en 2019.
Siendo que es un guion que la derecha continental repite aquí y allá, en cuanto tiene la oportunidad de hacerlo, sorprendió muchísimo que Lula no haya advertido que ese mismo juego estaba implementando Corina Machado y Edmundo Gonzales en las últimas elecciones en Venezuela para desconocer la victoria de Nicolás Maduro e impulsar un golpe de Estado para derrocarlo, por fortuna, un intento de golpe fallido. Entonces, Lula, cual, si fuera un juez -nadie sabe nombrado por quién- requirió a Maduro que mostrara las papeletas electorales, haciéndole el juego a la derecha que ponía en duda, y todavía lo hace, la victoria electoral del presidente chavista. Como se sabe, la deriva de Lula lo llevó a consumar definitivamente su traición vetando el ingreso de Venezuela a los BRICS. De este modo, el que en algún momento fuera considerado como el líder de la izquierda latinoamericana, terminó como un sirviente arrastrado de los intereses imperialistas. Toda la razón, tenía Daniel Ortega, cuando caracterizaba de ese modo al presidente brasileño.
Por increíble que parezca y guardando las distancias, esa misma pregunta ¿Qué pasa con él? Podemos formularla, refiriéndonos a Rafael Correa. Sorprende muchísimo que el que fuera el mejor presidente de la historia del Ecuador y actualmente uno de los más connotados pensadores de la izquierda latinoamericana, no se percate que Luis Arce, lleva adelante contra Evo Morales la misma traición que, en su momento, Lenin Moreno llevó contra él. Las similitudes son tales que parecen sospechosamente extraídas de un mismo guion. ¿Acaso no es cierto que Lenin Moreno coadyuvó en la proscripción de Correa, tal como Arce intenta hacerlo hoy en día contra Evo?, ¿Acaso no es cierto que Lenin Moreno pretendió arrebatarle la sigla a Correa, del mismo modo que hoy pretende Luis Arce con la sigla del MAS, cuyo histórico líder es Evo Morales?, ¿Acaso no es cierto que Lenin Moreno desvirtuó completamente a la Revolución ciudadana, tal como hoy Luis Arce destroza el legado del proceso de cambio? Entonces nos preguntamos ¿Qué pasa con Correa?, ¿Cómo puede presentar a Arce en su prestigioso programa «Conversando con Correa” de Rusia Today, dándole la oportunidad de pretender lavarse la cara ante la izquierda latinoamericana?
Sorprende mucho que Correa haya aceptado bajar el nivel de su muy buen programa, al permitirle al Lenin Moreno boliviano, decir dislates. Efectivamente, un intelectual de gran talla como Correa no podía dejar de advertir que Arce estaba pretendiendo embaucar a la audiencia de su programa al hablar de industrialización y de sustitución de importaciones en Bolivia bajo su gobierno. Arce no ha llevado adelante ninguna industrialización, pues las plantas de las que se vanagloria tanto convierten la papa en papa frita y algunas frutas, en mermeladas, lo que no es en absoluto una exageración. Cualquier observador, mínimamente criterioso, sabe que eso no es industrialización. Por el contrario, el proyecto del litio, que tenía potencialidades para empujar un verdadero proceso industrializador, Arce lo ha desbaratado, permitiendo a su hijo (marcelitio) lucrar con negocios que a la fecha, después de 4 años, no han dado resultado alguno. Por otro lado, un observador serio no podía permitirle a Arce decir que la nacionalización de los hidrocarburos fue «descuidada», sin preguntarle, «pero usted señor, fue el ministro de economía en el tiempo en el que sostiene que ocurrió eso».
En fin, un buen analista -como efectivamente es Correa- no podía dejar de notar que no pudo haber sustitución de importaciones en una economía que padece aguda escasez de dólares, dado que la sustitución ahorra dólares, que antes eran utilizados en la importación de los productos sustituidos.
Por todas estas cosas, nos preguntamos ¿Qué pasa con Correa? Estamos lejos de pensar que, como Lula, traicionó a la patria grande, pero creemos que urge una rectificación de su parte.
La reflexión es importante, puesto que Arce pretende mostrar una cara de izquierda hacia el exterior. Ahora importa, de una vez por todas, desenmascararlo.
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