No le demos vueltas al asunto. Es cierto que el pensamiento crítico está pidiendo a gritos un debate articulado sobre los alcances, errores y limitaciones de los gobiernos de Sudamérica, así como del papel de los sectores progresistas y populares en sus censuras a dichos gabinetes, la estrategia restauradora de la derecha vernácula y -faltaba […]
No le demos vueltas al asunto. Es cierto que el pensamiento crítico está pidiendo a gritos un debate articulado sobre los alcances, errores y limitaciones de los gobiernos de Sudamérica, así como del papel de los sectores progresistas y populares en sus censuras a dichos gabinetes, la estrategia restauradora de la derecha vernácula y -faltaba más- de su patrocinador: la Casa Blanca.
Para ello, afirmemos con René Behoteguy Chávez, leído en la digital Ceprid su enjundioso artículo «El proceso de América Latina en la encrucijada, avance o derrota», que la victoria de Macri en Argentina ha constituido el (un) detonador de la alarma sobre los problemas que afrontan los ejecutivos posneoliberales de la región y la operación de «regreso a la semilla» lanzada desde el Departamento de Estado.
Primero reconozcamos los ingentes logros de una etapa histórica que principió con la asunción de Hugo Chávez como presidente de Venezuela. En larga hilera hasta entonces impensable, se sumaron Bolivia, Ecuador, Nicaragua, El Salvador, Brasil, Argentina y Uruguay, de disímiles orígenes y muy diversas tradiciones políticas, pero signados por la común ruptura con las teorías novoliberales, ambiciosos planes sociales y una línea de integración regional, a brazo partido contra la servidumbre al poder gringo.
Como sugiere nuestra fuente, reparemos en la incorporación a la vida gregaria de los segmentos marginados, la enorme inversión en infraestructura o educación, la subida del salario real y, fundamentalmente, la drástica reducción de la pobreza. Ello junto con el proceso de unidad internacional con instrumentos tales el ALBA y la Unasur, y la vigorización del rol redistributivo del Estado en la economía, lo que derivó en la emancipación de esos territorios.
Pero habrá que admitir, con el colega citado, que el principal escollo no allanado es la enorme «sumisión» a la exportación de materias primas, en primer lugar las no renovables. Esta matriz extractivista no representa, por supuesto, algo atribuible a los aludidos gobiernos, sino el fruto de siglos de entrega de las élites oligárquicas a los intereses de las multinacionales, del llamado primer mundo. Y, desafortunadamente, los esfuerzos han estado más dirigidos a redistribuir la renta producida con las mencionadas ventas fuera de fronteras que a la diversificación de las estructuras económicas, lo que impide romper efectivamente con la especie de cordón umbilical que ata al Norte y hace vulnerables al sabotaje de las potencias capitalistas.
Aparte de generar contradicción en el interior del campo popular, «al contraponer la necesidad de incrementar como sea los volúmenes de producción de materias primas para sostener los programas sociales, frente a los principios de cuidado de la Madre Tierra y sostenibilidad ambiental fundamentales en los discursos de los gobiernos de izquierda». Sin contar máculas como la corrupción, que no han podido ser lavadas completamente y devienen una de las causas señeras de la desilusión de amplias esferas de la población.
A Behoteguy, como a este redactor y a muchos, le cuesta entender que un discurso tan vacío como el de Macri consiga convencer a vastas multitudes. Lo cual denota lo poco que se ha trabajado en la conciencia de las masas, olvidando que «toda revolución, más allá del cambio en las condiciones de vida de la gente, debe implicar un profundo cambio cultural, es decir de los principios y valores, aquellos que hacen que la lealtad de un pueblo a un proceso se mantenga aun cuando la caída de los precios del petróleo dificulte los avances sociales, [revolución] que debería hacer que los servidores públicos entiendan que las responsabilidades de poder son para servir al pueblo».
Sí, si el mejoramiento en las condiciones de vida como el registrado en estas latitudes no se acompaña de una transformación en la percepción de las circunstancias, en los valores y hábitos de consumo, los mismos beneficiados se desvinculan, en razón del desclasamiento y la aculturación, convirtiéndose en presa fácil para la mercadotecnia que diseña EE.UU. y transmite la derecha criolla.
Mucho más cuando, conforme a figuras tales Alicia Bárcena, secretaria ejecutiva de la Cepal, y Winnie Byanyima, directora ejecutiva de Oxfam Internacional, en texto conjunto publicado en Página 12, prolifera una crisis mundial de diferencias en el estatus de las personas, especialmente visible en los últimos tiempos, tras el crack de 2008 y 2009.
«El impacto destructivo de la extrema desigualdad sobre el crecimiento sostenible y la cohesión social es evidente en América Latina y el Caribe. Aunque la región ha logrado un éxito considerable en la reducción de la extrema pobreza durante la última década, sigue mostrando niveles altos de desigualdad del ingreso y de la distribución de la riqueza, que han obstaculizado el crecimiento sostenible y la inclusión social. En América Latina y el Caribe, la desigualdad está impidiendo retornar a una trayectoria de crecimiento inclusivo, ante un entorno exterior desalentador, con una proyección de crecimiento para 2016 que la Cepal estima en [solo] un 0.2 por ciento».
Empero, el conocido intelectual Claudio Katz se proyecta más tajante: «El ciclo progresista surgió de rebeliones populares que modificaron las relaciones de fuerza en Sudamérica. Hubo mejoras sociales, conquistas democráticas, y frenos a la agresión imperial. Pero se acentuó el extractivismo exportador y la balcanización comercial […] . El progresismo quedó afectado por ensayos neo-desarrollistas fallidos, que no lograron canalizar las rentas agro-exportadoras hacia actividades productivas. El gasto social permitió distender la protesta, pero el descontento se extendió bajo los gobiernos de centroizquierda […] . Los conservadores ocultan la corrupción, el narcotráfico y la desigualdad que acosan a sus gobiernos.
«Venezuela batalla contra la intención estadounidense de retomar el control de su petróleo. Un contragolpe chavista requiere poder comunal para erradicar el desfalco de divisas que enriquece a la burocracia. Se define la radicalización o la involución del proceso bolivariano. La caracterización del ciclo progresista como un período pos-liberal omite las continuidades con la fase previa e ignora los conflictos con el movimiento popular. Pero la preeminencia del extractivismo no uniforma a los gobiernos, ni convierte a las administraciones de centro-izquierda en regímenes represivos. Los proyectos socialistas ofrecen el mejor desemboque para la etapa en curso».
Tal vez el reputado Katz les parezca aquí a algunos un tanto tremendista, mas es irrecusable que estamos varados de alguna manera en un punto crítico en el que el inmovilismo y la mera resistencia no bastan, en el leal saber y entender de observadores como René Behoteguy Chávez, criterio que asumimos con el nerviosismo que la situación provoca. Porque no podemos regalar la iniciativa a la nueva derecha, que en sí es la de siempre y mantiene casi intacto su poder económico -y eso da pábulo para otra autocrítica-. No debemos limitarnos a advertir el desastre literal que implicaría un retorno al pasado; «lo que probablemente se necesita es profundizar en los procesos con una perspectiva abierta de ruptura anticapitalista y descolonizadora».
En ese manojo de réplicas al estado de cosas, habrá que introducir asimismo una metamorfosis ética y cultural, que empiece a cuestionar el consumismo y el individualismo, y a trocarlo en una mentalidad del bien común, comprendida desde luego una raigal lucha contra la corrupción, fenómeno que, consideran diversos autores, no deja de ser un síntoma del modelo de pensamiento dominante en la sociedad capitalista.
Por su parte, para Claudio Katz la duda no tiene sitio alguno. Su exposición nos insufla esperanza al remarcar que la persistencia, la renovación o la extinción del ciclo progresista en la región -situación que ciertos agoreros perciben con pesimismo- dependen en grado sumo de la resistencia de los más. «No se puede indagar la continuidad o cancelación de ese período omitiendo esta dimensión. Es un gran error evaluar cambios de gobiernos ignorando los niveles de lucha, organización o conciencia de los oprimidos».
Y reafirmamos que esperanza, pues, si bien por el momento la derecha tiene aliento, «el signo del período se definirá en las batallas sociales que seguramente precipitarán los propios conservadores. El resultado de esos conflictos no sólo depende de la disposición de lucha. La influencia de corrientes socialistas, antimperialistas y revolucionarias será un factor clave de ese final».
Es tas vertientes se han actualizado en la última década por movimientos sociales y procesos políticos sustanciales. «Una nueva generación de militantes retomó especialmente el legado de la Revolución Cubana y el marxismo latinoamericano» […] . La izquierda del siglo XXI se define por su perfil anticapitalista. Batallar por los ideales comunistas de igualdad, democracia y justicia es la mejor forma de contribuir a un desemboque positivo del ciclo progresista».
Ya el simple hecho de plantearse la cuestión y la cruzada que los argentinos han comenzado contra el desgobierno de Macri se erigen en hitos de un camino que nos lleva a respondernos que no todo está perdido.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.